Bien es verdad que, a pesar de las quejas y denuestos de cuatro avinagrados seguramente fachas, José Luis Rodríguez Zapatero dejará para la historia importantes progresos en la vida de los españoles, sobre todo, en el capítulo social. Uno de los más formidables será el de renovar el sistema de decisión del orden de los apellidos de los hijos. Sabido es que el sistema tradicional (primero el del padre y después el de la madre) era, por fascista, retrógrado, anticuado, machista y discriminatorio, fuertemente rechazado por amplias capas de la sociedad, lo que a lo largo del siglo XX y de lo que llevamos del XXI produjo un sinfín de durísimos conflictos y manifestaciones multitudinarias exigiendo su inmediata y radical modificación. Urgía, sin duda, tan crucial reforma y Zapatero y su equipo se pusieron a ello y al fin lo han logrado: después de algunas tentativas fallidas, hoy podemos congratularnos de que esa perverversión de poner primero el apellido del padre, que tanto daño hacía y se basaba en un fundamento tan absurdo como el haber funcionado durante siglos, haya sido sustituida por un sistema mucho mejor: o los padres se ponen de acuerdo, o decidirán libremente los funcionarios del registro civil. A esto le llamo yo eficacia y grandes avances.
La cosa habría podido ser aún más graciosa si se hubiese hecho caso a los muchachos del PNV, que proponían directamente que el apellido menos frecuente fuese siempre el primero: ¿qué tendrá esta gente contra los López?
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