Libros que he publicado

-LA ESCUELA INSUSTANCIAL. Sobre la urgente necesidad de derogar la LOMLOE. -EL CAZADOR EMBOSCADO. Novela. ¿Es posible reinsertar a un violador asesino? -EL VIENTO DEL OLVIDO. Una historia real sobre dos asesinados en la retaguardia republicana. -JUNTA FINAL. Un relato breve que disecciona el mercadeo de las juntas de evaluación (ACCESO GRATUITO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA). -CRÓNICAS DE LAS TINIEBLAS. Tres novelas breves de terror. -LO QUE ESTAMOS CONSTRUYENDO. Conflictividad, vaciado de contenidos y otros males de la enseñanza actual. -EL MOLINO DE LA BARBOLLA. Novela juvenil. Una historia de terror en un marco rural. -LA REPÚBLICA MEJOR. Para que no olvidemos a los cientos de jóvenes a los que destrozó la mili. -EL ÁNGULO OSCURO. Novela juvenil. Dos chicos investigan la muerte de una compañera de instituto. PULSANDO LAS CUBIERTAS (en la columna de la derecha), se accede a información más amplia. Si os interesan, mandadme un correo a esta dirección:
repmejor@gmail.com

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jueves, 30 de diciembre de 2010

¿Balada triste o balada tonta?

   Acabo de salir del cine, donde a duras penas he podido aguantar hasta el final un penoso espectáculo tan grotesco e incoherente como mortalmente aburrido: la película (es un decir) de Álex de la Iglesia titulada Balada triste de trompeta. Se trata de un engendro (me niego a hablar de historia) con unos personajes insostenibles, una violencia gratuita y excesiva que cae de lleno en el gore (pero, naturalmente, no lo es, es arte, que para eso el señor de la Iglesia es ya un director "de culto") y unas escenas surrealistas puestas al servicio del tremendismo visual de este señor, que al parecer es su mayor virtud. El despropósito se inicia con unos episodios acaecidos en la guerra civil y se sitúa en los años setenta, no por razones de coherencia argumental (cosa inexistente en este bodrio), sino porque esto sirve para embutir unas escenitas de la época de Franco. Lo de la guerra civil y el franquismo viene tan a cuento como el monstruo de las galletas, pero está claro que el señor de la Iglesia y su equipo, avisados comerciantes, saben que estos temas han vuelto a ponerse de moda y por eso los han colocado ahí a tuerto o a derecho.
   Y lo más hilarante del caso es que esta película venía precedida de un vistoso envoltorio: ¡el premio al mejor guión de la Mostra de Venecia! ¡Al mejor guión, nada menos, como si esta orgía de escenas sin pies ni cabeza siguiese algún hilo! Una de dos: o los miembros del jurado le habían pegado al amaretto, o en esa mostra los premios no se dan precisamente por razones de calidad artística. Yo me inclino por lo segundo: sabemos cómo se dan los premios en el mundo cultural español (piensen ustedes, por ejemplo, en esa macro-operación de marketing llamada premio Planeta), no hay razón para creer que en el italiano las cosas circulen de otro modo. Y si alguien disiente de lo del marketing, que repase la brutal campaña publicitaria de que venía precedida esta película, una campaña en la que, como es habitual con el señor de la Iglesia, se empezaba por presentar a este director como el no va más del talento cinematográfico. Pasó ya con 800 balasCrimen ferpecto o Los crímenes de Oxford, y ahí están.
   Habrá que reconocer que con Álex de la Iglesia pasa lo mismo que con otros de nuestros talentos artísiticos: da para bastante menos de lo que se nos quiere hacer creer. Si repasamos su filmografía, la película más redonda es La comunidad, las demás son cintas irregulares con algún buen momento, cintas en las que se repite en su estética y su humor gamberro (que delata su origen de historietista) y que sin duda harán las delicias de sus incondicionales, pero que no pasan de mediocres. Y claro, como haga lo que haga se le ríen las gracias y se le promocionan los productos, pues tenía que llegar más tarde o más temprano el momento que hemos alcanzado con Balada triste de trompeta: el de que nos asestase una birria infumable y con un repugnante regodeo en la violencia, pero, eso sí, una birria "de autor", hasta ahí podríamos llegar, a ver si los de Bilbao van a ser menos que los de Calzada de Calatrava. 
   Una última reflexión: exceptuando al señor Boyero, ¿dónde está la crítica cultural en España? ¿Dónde están los críticos con criterio propio y capaces de hacer lo que se espera de un crítico, es decir, una valoración independiente, razonada y razonable, aunque no siempre sea benévola? ¿Dónde está el crítico literario capaz de decir, por ejemplo, que Riña de gatos, el último premio Planeta, que se va a vender como churros, es un folletín bastante flojo y con deficiencias impropias de su gran autor, mi admirado Eduardo Mendoza, o que a las novelas de Almudena Grandes suelen sobrarles bastantes páginas? Hace cuarenta años, estas cosas las hacían al menos La codorniz y las revistas "progres", pero hoy, ¿quién las hace? El establishment cultural español es hoy mucho más conformista que el de entonces, es un océano de inmensa placidez: premios que ya están dados de antemano y que ¡oh, sorpresa! recaen invariablemente sobre escritores consagrados o personajes famosos, ayudas oficiales que favorecen siempre a los mismos agradecidos creadores, críticos que nunca critican... Así se incentivan las artes y así nos luce el pelo. Y que esto ocurra en el país de Larra ya manda un buen par de narices.

martes, 21 de diciembre de 2010

Jamón Jáuregui y el ramón de Cádiz

   La noticia es ya tan sobradamente conocida -sábéis que el guachimán tiene la fea costumbre de llegar a la candente actualidad con tres días de retraso- que me limitaré prácticamente a enunciarla: en un instituto de La Línea de la Concepción, una familia musulmana ha denunciado a un profesor de su hijo bajo la acusación de haber mencionado el jamón en clase. Por lo visto, esto ofendió las tiernas y devotas orejitas del retoño, que estudia 1º de ESO, y debió de hacerlo de forma tan cruda -y sin tomate- que fue él mismo quien se levantó en clase e hizo notar al docente la inconveniencia de nombrar tan pecaminoso producto en presencia de un musulmán.
   Cuando pienso que, de la simple mención del jamón en un ejemplo de clase, este episodio ha desembocado en denuncias, intervención de autoridades varias y hasta unas declaraciones de Ramón Jáuregui, ministro de la presidencia, me pregunto: ¿a qué disparate de país hemos llegado? Y, forzosamente, cuando uno reflexiona sobre un punto de llegada, acaba también parándose a pensar en torno al camino que ha llevado hasta él. Si se lee la noticia, parece claro que ni el nene ni su familia están jugando de forma bienintencionada y limpia, al tiempo que poco hay que decir del profesor, hasta tanto no se demuestre que decir "jamón" sea delito. Viendo el apoyo que el propio Jáuregui y el consejero de educación andaluz le han dado, podríamos caer en la tentación de decir que también han estado en su sitio, salvo si nos parásemos de nuevo a reflexionar en torno al camino y al punto de llegada, porque entonces veríamos que sí, que es cierto que en este grotesco episodio al que hemos llegado se ha apoyado al profesor, ¡faltaría más!, el caso es tan flagrante que negar ese apoyo hubiera sido cosa de puros imbéciles, pero ¿qué hay en lo que se refiere al camino? El camino hasta una conducta tan arrogante, provocativa y disparatada como la de ese niño y los  hechos que desencadenó está trazado y jalonado por una ingeniería: la de la LOGSE y su permisividad irresponsable, la del considerar a los padres como clientes y atender a cualquier demanda suya por inapropiada que fuera, la del paidocentrismo inapelable que ha sido el caldo de cultivo de monstruos caprichosos. Y en esa ingeniería, ¿está seguro el señor Jáuregui de que su partido no ha sido la escuela técnica superior? ¿Se atrevería a decir que se ha dado a los profesores el apoyo que se merecían? ¿No será más bien que se les ha ido negando hasta dejarlo en nada por culpa de un inicuo y demagógico clientelismo sustentado en la creencia de que unas leyes educativas blanditas daban muchos votos? Y mejor no hablar de don Francisco Álvarez de la Chica; que un consejero de educación andaluz diga cosas como "si no apoyamos a los profesores en el desempeño de su tarea, no nos irá bien" es un reconocimiento tan torpe como involuntario de por qué las cosas van tan desastrosamente en la educación andaluza. La rápida respuesta tanto de Álvarez como de Jáuregui es producto del complejo de culpa y el reconocimiento de que el camino que ha traído hasta este tipo de episodios han sido una leyes y unas políticas educativas grotescas.
   Una última reflexión, esta acerca del mozalbete. En mi larga experiencia docente, me he encontrado con unos cuantos alumnos cínicos y retorcidos, o con gamberros prepotentes empeñados en poner la clase a sus pies, pero nunca había visto a uno como este, que pretendía nada menos que decidir lo que se decía o no se decía en clase con arreglo a unos supuestos agravios que él había fabulado a partir de la permisividad y del tonto exceso en el respeto a la diferencia que impera en nuestro país. El resultado de estos vicios es patente: son el coladero para desaprensivos como esta criatura, que reúne otro factor de inquietud: el fondo de radicalismo islámico intolerante que hay en su conducta. Mucho ojo con este asunto, porque el radicalismo islámico intolerante no es ninguna broma en el mundo de hoy.  

La clase

Este artículo se publicó en mi blog difunto el 23 de mayo de 2009

Vi La clase hace unos meses, cuando acababa de ser estrenada, y mi primer impulso fue ponerme esa misma noche a volcar mis comentarios en este blog, pero no lo hice porque pensé que con ello podía reventarle la película a más de uno. Ahora, cuando ya todo el mundo ha tenido oportunidad de verla, creo que puedo ponerme manos a la obra.

Esta película está basada en un libro de François Bégaudeau, profesor de secundaria francés que vierte en él sus experiencias profesionales. Bégaudeau es también el actor que representa al profesor protagonista en la pantalla, lo que refuerza el valor documental de la película. Empezaré aclarando que, mientras la veía, me resultó imposible desligar mi condición de espectador de mi condición de profesor. Me acordé entonces de algo que decía Francisco Umbral, quien en algún momento de Mortal y rosa declaraba que cuando leía novelas ya no leía, sino que veía trabajar, ya no se interesaba en el relato, sino en cómo lo construía un colega suyo.

Viendo La clase como espectador, vi lo que supongo que vería todo el mundo: la ignorancia colosal de aquel puñado de alumnos, su nulo interés por las enseñanzas que recibían y por su propia formación, su permanente falta de respeto y de saber estar, la grotesca autocomplancencia con que se miraban a sí mismos, enorgulleciéndose incluso de su cinismo y su incultura...; vi también la esterilidad de las clases, la lamentable pérdida de tiempo que representaban todas y cada una de ellas, su descontrol, su paupérrimo nivel de contenidos, la enorme diversidad en los alumnos (por sus intereses, por sus conocimientos, por sus valores, por sus orígenes, por su cultura, por sus actitudes y aptitudes, por su color de piel...); vi el esfuerzo y la buena voluntad del profesor, su empeño en seguir su propia pauta, su paciencia, sus frecuentes fracasos, su desaliento; vi las grietas de la organización del centro, la falta de acoplamiento entre su oferta y las expectativas de los alumnos, la pobreza de horizontes, cierta incongruencia a la hora de fijar los límites y los derechos de los alumnos... En conclusión: percibí aspectos referentes a los alumnos, al profesor, a la práctica de la docencia y al propio sistema, para llegar, como quien más y quien menos, a conclusiones muy poco alentadoras acerca del presente y el futuro de la enseñanza, tanto en Francia como aquí, porque parece que las diferencias son pocas.

Mis ojos de profesor, por supuesto, también vieron eso, aunque con una primera particularidad: la mayoría de esas cosas me eran ya tan archiconocidas que en algún momento llegué a preguntarme si realmente merecía la pena haber pagado por verlas en la pantalla. Pero había merecido la pena, naturalmente. Aunque parezca que todos vemos lo mismo, uno puede sacar conclusiones distintas cuando lo ve con ojos de profesional, uno puede ver otros males y también, tal vez, algunas soluciones. A los dos minutos de la primera escena dentro de clase, ya me estaba revolviendo en el asiento, soy así, no puedo evitarlo, veo las películas como si fuesen verdades. Mi mujer me preguntó qué me pasaba y yo le respondí si no se daba cuenta de lo mal que lo estaba haciendo el protagonista, a lo que ella me dijo que no. Claro: ella veía la escena, mientras que yo veía trabajar. Concretamente, ella veía a unas alumnas haciendo una pregunta que no venía muy a cuento, mientras que yo veía a un par de cínicas sacándose de la manga la típica pregunta capciosa destinada únicamente a cargarse la clase y dejar en evidencia al profesor; ella veía a un profesor intentando responder con buena intención y poco éxito, mientras que yo veía a un ingenuo entrando al trapo cuando lo que tenía que haber hecho era cortar una deriva absurda. Y así, toda la película: con los ejercicios de vocabulario llenos de burlas, con las lecturas de libros o de redacciones torpedeadas, con las disparatadas y permanentes diatribas que montaban las dos o tres alumnas listillas, con el ronroneo del grupito de Solimán y sus amigos, con los desplantes y provocaciones apenas encubiertas y a menudo chulescas de estos...: en la pantalla se ve a un aventajado grupo de cínicos presentando como libertad de expresión sus permanentes salidas de tono, y al burlado profesor ir siempre a remolque y con la lengua fuera para intentar lo imposible: responder con lógica a lo planteado desde las coordenadas de la burla y el destruir por destruir. Desde mi condición de profesor, yo no paraba de preguntarme estas cosas: ¿qué le pasa a este hombre? ¿No ve que le están tomando por imbécil? ¿Es que no ve el desmadre en que se ha convertido la clase? ¿Por qué no lo corta? ¿Qué clase de autoridad tiene?

Algo de autocrítica debe de tener esta historia, porque, en algún momento, como cuando el alumno chino dice que se avergüenza del comportamiento de sus compañeros, se ve que ese tipo de reflexiones no se le han escapado al autor. Y la crítica alcanza también a ámbitos más amplios, porque la falta de autoridad le supera a él, como puede verse en la escena en que dos alumnas estúpidas se carcajean de toda una junta de evaluación (con director incluido) sin que nadie mueva un dedo por impedirlo. Eso, queridos, os juro que no hubiera ocurrido ni de lejos en ninguno de los catorce centros por los que ha pasado este guachimán.

Concluyo. La clase es una película muy interesante, sobre todo, porque consigue hacer muy bien algo que era necesario: retratar los obstáculos concretos de dentro y fuera de las aulas que hacen enormemente complicado hoy en día el desempeño de la labor educativa. Esto, repito, lo hace muy bien, sobre todo con los de dentro, porque logra reflejar cómo hechos que aislados y en términos objetivos parecen trivialidades sin fundamento, acumulados y convertidos en el pan nuestro de cada día, acaban teniendo unos efectos devastadores. Pero, desde mi perspectiva de profesor, voy más lejos, veo más cosas; deliberada o involuntariamente, Bégaudeau nos muestra que entre esos males -y con no poco peso- está el ejercicio inadecuado de la docencia. El profesor de esta historia es un verdadero incompetente en lo referido al control del grupo. Nunca es el dueño de la situación, se le escapa de las manos constantemente, los alumnos contestatarios, lo peorcito del grupo, le arrebatan las riendas de manera grosera, sin que él sepa nunca hacer nada por evitarlo, le pueden, se cargan las clases, pisotean el derecho a la educación de sus compañeros... y de sí mismos. ¿Estará en esto último la razón de su incapacidad? Tal vez, y me voy a explicar. Viendo esta película como docente, me fijé en una cosa: la actitud del protagonista es exasperantemente servil hacia los malos alumnos: les ríe las gracias y es cortés con ellos aunque le traten como a un trapo, y además les da todo el protagonismo, incluso ninguneando a los que se portan bien (hay un par de escenas en las que esto es patente). ¿Será que en el fondo toda su pasividad se debe a que es un apóstol de la enseñanza? ¿Procederá su candidez de motivos ideológicos? ¿Será de los que piensan que es antipedagógico ponerles límites a chicos como Solimán y por eso le permite crecer hasta que ya se ha cargado el curso y es demasiado tarde para todos? Es posible. No olvidemos que ese profesor es trasunto del propio Bégaudeau y que el título original de su libro es Entre les murs. En mi larga carrera profesional, solo he tenido un colega que se refería a las clases usando la frase "entre estas cuatro paredes", y lo hacía de forma muy peyorativa: era un encarnizado enemigo de todo lo que fuera esfuerzo, exigencia, contenidos y disciplina. Un auténtico defensor del desastre que ahora nos preocupa, un desastre como el de La clase, que él iba sembrando con el mayor de los empeños. ¿Habrá sido Bégaudeau uno de los suyos? ¿Será La clase un descargo de conciencia? No lo sé, lo que sí sé es que he tenido muchos Solimanes y muchas Esmeraldas y desde el minuto uno les he dejado siempre claras algunas cosas muy sencillas: a clase se viene a aprender, en clase manda el profesor, en la clase no se montan follones, en la clase todos respetan a todos. No es tan difícil, basta con dejarnos de pseudopedagogías y entender que nos pagan por hacer que nuestros alumnos mejoren, no por permitir que se embrutezcan. Y os lo juro, con sola esa cartilla, todas las clases que he dado han sido clases y jamás he tenido una clase como La clase. Más aún: el día que tenga una, sabré que ha llegado el momento de que me retire a pescar truchas.

 

sábado, 11 de diciembre de 2010

A la carga con mis fijaciones

Y es que no tengo remedio, cuando me emnperro con algo...
Fijación primera: Sakineh Muhammadi Ashtiani. Lo que pasa con Sakineh es tan solo uno más de los espeluznantes casos de ensañamiento con que este mundo en  general y el islámico en particular se ceban con las mujeres. Si me he fijado en ella puede que sea porque ha tenido la fortuna de atraer la atención mundial, o porque la lapidación que la amenaza es un castigo particularmente repulsivo, o porque es a todas luces víctima de una ¿justicia? pervertida y corrupta, o porque, por razones personales, me interesan las cosas relativas a Irán. El último capítulo (por ahora) es una farsa muy del gusto de los sistemas inquisitoriales (religiosos o no) que en el mundo han sido: un montaje en el que la propia Sakineh, ante las cámaras, cuenta cómo participó en el asesinato de su marido y se autoinculpa. Os animo a que pulséis el enlace que incluyo arriba, veáis el burdo montaje de la reconstrucción, leáis la noticia y os percatéis del singular hecho de que, mientras que Sakineh se enfrenta a las peticiones más espantosas, al hombre acusado del asesinato se le puso en libertad, al ser perdonado por los hijos de la víctima, cosa que es posible en las leyes iraníes, así esta el patio. En mi anterior artículo sobre Sakineh, me permito (con todas las precauciones) el optimismo de vaticinar que ya no iba a ser lapidada ni ejecutada, sino que acabaría atravesando un laberinto al final del cual su libertad sería la moneda de cambio de vaya usted a saber qué transacción: los teócratas que gobiernan Irán son fanáticos, pero no tontos, y saben que iban a pagar un precio demasiado alto por ajusticiar a una simple pecadora. El aflojamiento del cepo que representa este último sainete me refuerza en esa convicción, pero también tengo otra: que, para que eso ocurra, la presión internacional no puede ceder hasta que veamos a Sakineh libre, sana y... en Londres, París, Móstoles o Santo Domingo de la Calzada.

Fijación segunda: los campos de golf de Tres Cantos. Hace algunos años, el PP hizo un primer intento de construir un campo de golf en Tres Cantos, pero esa iniciativa se vio frustrada por la general oposición de la ciudadanía. Fiel al principio de que quien la sigue la consigue, este partido volvió a la carga, pero ahora con el propósito de construir no uno, sino DOS campos de golf, ¿no queríais té? Pues ahí van tres tazas. Haciendo gala de una descarada demagogia, el gobierno municipal de Tres Cantos y el autonómico de Madrid, han utilizado la imperiosa necesidad que tenemos los tricantinos de que nos traigan aquí la Ryder Cup para impulsar su fijación golfística (no voy a ser yo solo el de las fijaciones). Para tal empeño, han contado con la esperable colaboración del señor Ballesteros y la cortés a la par que desconcertante del también señor Lissavetzky: ¿es que el PSOE no tiene programa medioambiental? ¿O acaso estas cosas se esconden debajo de la mesa en cuanto sale un caramelito con aroma propagandístico-molón-promocional? Aclarémonos. Por aquí por Tres Cantos hay gente que parece tenerlo un poco más claro; sin ir más lejos, hoy, unos cuantos ciudadanos convocados por la asociación de vecinos (entre los que, por cierto, había bastantes del partido del señor Lissavetzky) han puesto en marcha una campaña de petición de firmas contra los campos de golf, con la que vuestro amigo el guachimán se honra en colaborar. Para más información, pulsad este enlace: http://www.camposidegolfno.org/.