Libros que he publicado

-LA ESCUELA INSUSTANCIAL. Sobre la urgente necesidad de derogar la LOMLOE. -EL CAZADOR EMBOSCADO. Novela. ¿Es posible reinsertar a un violador asesino? -EL VIENTO DEL OLVIDO. Una historia real sobre dos asesinados en la retaguardia republicana. -JUNTA FINAL. Un relato breve que disecciona el mercadeo de las juntas de evaluación (ACCESO GRATUITO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA). -CRÓNICAS DE LAS TINIEBLAS. Tres novelas breves de terror. -LO QUE ESTAMOS CONSTRUYENDO. Conflictividad, vaciado de contenidos y otros males de la enseñanza actual. -EL MOLINO DE LA BARBOLLA. Novela juvenil. Una historia de terror en un marco rural. -LA REPÚBLICA MEJOR. Para que no olvidemos a los cientos de jóvenes a los que destrozó la mili. -EL ÁNGULO OSCURO. Novela juvenil. Dos chicos investigan la muerte de una compañera de instituto. PULSANDO LAS CUBIERTAS (en la columna de la derecha), se accede a información más amplia. Si os interesan, mandadme un correo a esta dirección:
repmejor@gmail.com

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domingo, 22 de septiembre de 2013

El Papa se está ganando dos hostias

   Eso decía una pintada ultra de una pared de Madrid, allá por los años 70, la cual iba dirigida con toda seguridad contra Pablo VI, por su intervención para intentar frenar las ejecuciones  de cinco terroristas en 1975. ¿Estaremos, después de tantos años y de dos pontificados nada incómodos contra los verdaderos poderosos, ante otro papa que se está buscando esas dos hostias? Habrá que verlo. Por lo pronto, aquí os dejo un enlace con lo último del papa Francisco, que afirma que el actual sistema económico ha puesto en el centro a un ídolo que se llama dinero. Me temo que a la alta jerarquía eclesiástica de por aquí no le debe de hacer mucha gracia alguien que viene con este discurso.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Praxis educativa. 6: somos nosotros

   Y cuando digo "nosotros" me refiero a los profesores. ¿Y qué es -os preguntaréis- lo que somos nosotros? Pues tal vez los mayores culpables del actual desastre educativo, al hacer algunas cosas que son las que más lo alimentan, unas cosas que tienen que ver con la evaluación -de hecho, su escenario habitual son las juntas de evaluación- y que, ciertamente, se hacen bajo la tremenda presión por el aprobado que fomenta el actual sistema, pero que en realidad no estamos obligados a hacerlas, y de hecho algunos profesores -ya no me atrevo a decir que bastantes- no las hacemos: ceder a la presión no es obligatorio, se hace o no en función de la personalidad de cada cual. Las cosas de las que hablo me figuro que ya os imaginaréis cuáles son: poner el aprobado demasiado fácil, o regalarlo, o ponérselo a alguien que estaba suspenso, o, incluso, a base de juntar todas estas cosas, regalar títulos (particularmente, el de graduado en ESO), cosa gravísima, porque los títulos no deben regalarse. Y este tipo de cosas se  van haciendo a lo largo de todo el curso, pero el momento en que se culminan son las juntas de evaluación, especialmente, las juntas finales. A propósito de estas, escribí hace algún tiempo un relato de 66 páginas (a letra 14) que retrata las enormidades a que se puede llegar en ellas. Si alguno quiere leerlo, que me lo pida a esta dirección: repmejor@gmail.com y se lo mando por correo electrónico, gratis y sin compromiso, por gentileza del guachimán.
   El detonante de este artículo es lo que nos contó ayer un colega en una cena de amigos. Este compañero ha dado clase durante el curso recién terminado a un par de grupos de cuarto bastante malos y estaba escandalizado y a la vez indignado con lo que había presenciado en las juntas de evaluación de septiembre. Como el rendimiento de esos alumnos desde el principio de curso había sido muy bajo, se empezó ya con la capitulación de rebajar mucho el nivel de exigencia, pero, aun así, a los recientes exámenes de septiembre tuvieron que acudir más o menos el 80% de los alumnos, algunos de ellos, con muchas asignaturas. Como ya se sabe, los exámenes de septiembre son de una facilidad sonrojante, pero ni por esas: sus alumnos, que no habían estudiado durante el curso, tampoco se molestaron en hacerlo durante el verano, con el resultado de que hubo también muchos suspensos en las pruebas de septiembre, las cuales, recalco, eran ya una rebaja sobre otra rebaja. Esto hubiera representado una pequeña catástrofe, pero entonces se disparó lo que yo llamaría el efecto junta final, que multiplica su acción si esa junta es de septiembre y mucho más aún si es de cuarto, porque en cuarto... se obtiene el título de graduado en ESO, y al que no se haya molestado en ganárselo, hay que regalárselo: eso parece ser lo que impone el sistema y hay claros síntomas de que gran parte del profesorado lo ha acatado sin rechistar. Os cuento lo que nos explicó mi amigo, que en realidad refleja una situación muy generalizada.
   1.- Muchos de sus alumnos titularon con una o dos suspensas, cosa que la ley permite, de tal manera que, si habían suspendido tres o más en junio, estudiaron solo lo justo para "cazar" una o dos. Y lo consiguieron, si no todos, la mayoría. Este coladero legal se lo conocen muy bien los chicos desde hace mucho; ya en 1995, me ocurrió a mí mismo esta anécdota que lo demuestra y que he contado muchas veces. Era tutor de un grupo de 3º de ESO de resultados muy malos y en una clase tuve la torpeza de poner como ejemplo de posible repetidor a un alumno que llevaba cinco suspensas en las dos primeras evaluaciones. Entonces él, muy convencido, me dijo que no iba a repetir, y hasta me explicó el camino: de las cinco que tenía, dos eran difíciles y tres fáciles, así que, esforzándose un poco, sacaría en junio las tres fáciles y, como se podía pasar con dos (era aquella dorada época en que ni siquiera había exámenes de septiembre), no repetiría. Esto ocurrió en abril; en junio, en efecto, le di el boletín con solo una suspensa: la mía. Fue entonces cuando asumí eso que digo tantas veces de que la LOGSE ha fomentado un lamentable tipo de alumno: el alumno especulador; a base de aplicar el falso refuerzo positivo de hacer ver a los alumnos que se haría todo lo posible por ayudarles a aprobar, el sistema acabó muy pronto logrando que muchos de ellos dejaran de esforzarse, porque entendieron que en realidad podrían aprobar por caminos distintos al estudio, caminos tales como la especulación, la dosificación al máximo del esfuerzo, la observación de quién exigía más y quién menos para descartar desde el principio las asignaturas difíciles (total, podían pasar y hasta titular con ellas suspensas...), el esforzarse solo un poquitín y solo al final o el simular que lo hacían, el mandar a los papás a presionar o, en último caso, la reclamación, aunque uno hubiese sacado un 2 en el examen reclamado. Resulta así muy comprensible que la falta de estudio esté hoy tan generalizada: la planificación nada casual y muy deliberada de aquel alumno mío es hoy moneda muy común: ¿quién va a esforzarse en estudiar si puede aprobar pegándose la gran vida?
   2.- Pero aún hubo más -vuelvo a mi amigo-: con algunos alumnos que suspendían más de dos y, por tanto, después de pasarse un año zanganeando, debían repetir curso y no titulaban, de entre el propio profesorado, surgió la iniciativa para salvarlos a los pobrecillos, lo que se acabó haciendo mediante el procedimiento de que algún profesor se aviniese a aprobarle gratis et amore lo que le había suspendido. Esto tampoco es extraño: que un alumno entre a una junta con tres, cuatro o cinco suspensos y salga solo con dos, uno o ninguno es cosa habitual, lo que constituye un nuevo acicate para el no estudio: ¿quién va a tomarse las cosas mínimamente en serio si sabe que hay alguien dispuesto a arreglar sus estropicios?
   3.- El delirio ya llegó con uno de estos últimos alumnos. Suspendía tres, por lo que no obtenía el título de ESO. Alguien señaló entonces que, además, por tener ya 18 años, ese chico no podía repetir y otro alguien dijo que qué pena, porque tenía pensado ir a la universidad. Gran consternación en la sala, que mi amigo rompió haciendo notar que, si ese alumno estaba en esas circunstancias, debería haberse esforzado mucho más de lo poquísimo que lo había hecho, así que era absurdo que sus profesores se sintieran culpables, porque el único responsable, con -repito- dieciocho años, era él. Aun así, no hubo problema: alguien le aprobó su asignatura y lo dejó con solo dos suspensos, así que estamos de suerte: el pobre chaval obtendrá su título de graduado en ESO. Pero la cosa no se paró aquí. Entre los papelotes inútiles que hay que hacer en nuestro oficio, existe uno llamado consejo orientador, que es lo que la junta de evaluación recomienda a los alumnos que obtienen el título de ESO. Pues bien, a este chico se le aconsejó ¡ir a bachillerato!, a pesar de las observaciones de mi amigo acerca de que se le había regalado el título en ESO y de que, en realidad, por sus propios rendimientos, había sido incapaz de obtenerlo en los plazos previstos, que son generosos: ¿cómo, pues, el equipo de profesores de 4º de ESO le recomendaba hacer bachillerato? Era una flagrante incongruencia.
   ¿Entendéis ahora por qué digo que somos nosotros los culpables de lo que está pasando? En las juntas de evaluación de las que nos habló mi amigo, se dio el título de ESO a muchos alumnos que ni siquiera habían aprobado todas las asignaturas y a algunos, incluso, para conseguir esto, se les hubo de aprobar asignaturas que en realidad tenían suspensas. Y esto es una práctica generalizada. No solo es que, a poco que un grupo flojee, se le bajen los niveles; no solo es que, con respaldo legal, se pueda obtener el título de ESO con dos asignaturas suspensas: es que además, para muchos que aun así suspendan tres o incluso más, ya están ahí los profesores para poner el parche de regalarle un aprobadillo o los que haga falta para que titule. En tales circunstancias: ¿qué valor tendrá el título de graduado en ESO? Ninguno. ¿Qué podrá esperarse de la preparación con que salgan al mundo los así titulados? Poca cosa. Y todo eso en gran parte se deberá a decisiones equivocadas del profesorado.
   La evaluación y su resultado, que es la nota, son unas cosas muy importantes, por lo que tienen que ser muy trabajadas, muy ponderadas y muy certeras; suspender a un alumno que no lo merece es una grave injusticia, pero aprobar a un alumno que tampoco lo merece es una grave frivolidad. Nos guste o no nos guste, la nota es la piedra de toque de nuestro sistema educativo y lo que realmente interesa a los alumnos, ya que desde el más zángano al más aplicado lo que quieren todos es aprobar (aunque unos cuantos quieran además aprender), por lo que es una tremenda irresponsabilidad no administrar con justicia el aprobado y el suspenso. Por otra parte, que nadie piense que esos aprobados "caritativos" favorecen a nadie: no lo hacen ni siquiera con sus supuestos beneficiarios, porque les engañan al asegurarles que poseen una capacitación de la que carecen, lo cual les pasará factura más tarde o más temprano, y son además un fraude a la sociedad y un descrédito para el sistema. Y si podemos decir esto acerca de un aprobado regalado, ¿qué no se podrá decir acerca de un título? Es una responsabilidad muy grande la que manejamos en las juntas de evaluación, debemos administrarla muy en serio, y esto alcanza también a directores e inspectores, quienes deberían protegernos contra la presión por el aprobado, lo cual no es precisamente lo que suelen hacer.
   Otra gravísima consecuencia de estas prácticas, como ya he apuntado, es la degradación y devaluación de la enseñanza, porque lo que cuesta poco y es fácil de conseguir se valora poco y se acaba despreciando. Si el título de ESO se consigue sin hacer nada, el título de ESO se convierte en una porquería; si el sistema educativo es una farsa en la que da igual esforzarse que no hacer nada, porque al final todos obtienen el mismo título, el sistema educativo se percibe como una birria; si los profesores se menosprecian tanto a sí mismos y a sus calificaciones que son capaces de regalar alegremente cosas tan importantes como un aprobado o un título a alumnos que no han demostrado merecerlos o incluso han despreciado a enseñanzas y enseñantes, estos se acaban convirtiendo en unos peleles irrisorios. Nos quejamos de que los alumnos no respetan a los profesores; nos quejamos de que los alumnos no estudian; nos quejamos del bajo nivel de nuestros estudiantes, que alcanza ya a los escalones superiores del sistema, pero sucede que el respeto y la excelencia se ganan con rigor y quizás ni los profesores ni las autoridades educativas estén poniendo todo el que debieran, por no hablar de la sociedad, que exige una enseñanza de calidad, pero luego está más dispuesta a censurar al profesor que suspende a quien tiene que suspender que al padre que va a un instituto a presionar para que le den a su hijo un aprobado que no merece: ¿dónde queremos llegar en estas condiciones?
   Sé que he hablado muchas veces de esto, pero sigo haciéndolo porque es importante: quizás el mal más grave de nuestro sistema educativo, por ser el que le está quitando la eficacia y la credibilidad, sea el aprobado regalado, que siempre se complementa con la presión que se ejerce en su busca por parte de alumnos, padres, Administración y hasta sectores del profesorado. Pero que nadie se engañe: mientras los profesores cedan a esta presión y concedan aprobados inmerecidos, por muchas excusas y pamplinas en las que quieran ampararse, serán tan culpables del desastre como el que más.