En el año 1989, pasamos las vacaciones en Galicia y recuerdo una anécdota muy significativa. Una tarde, hablando con un amigo que pertenecía a uno de esos cuerpos nacionales que garantizan una legalidad sólida y que por eso los separatistas se los quieren cargar, me dijo que estaba haciendo un curso de gallego, lengua que ni necesitaba para su trabajo ni valoraba tanto como para meterse en profundizaciones, aunque la había hablado toda la vida. ¿Por qué lo hacía entonces? Porque ya por aquellos años se empezaba a ver, incluso en esa Galicia donde creíamos que el indepedentismo no era un peligro, que los peajes identitarios había que tomárselos muy muy en serio.
Ni por asomo sospechábamos la verdadera magnitud de la amenaza: si en aquella época nos hubiera dado por pronosticar trayectorias, nadie habría pintado un futuro que se aproximase lo más mínimo al penoso y desalentador presente que vivimos hoy; nadie se habría creído que en España llegaría un momento en que hubiera millones de niños y adolescentes a los que se les impidiera escolarizarse en español, y no porque desconociéramos las abyecciones de las que eran capaces los nacionalistas, sino porque creíamos vivir en un país con leyes que jamás permitirían una cosa así: ¿no habíamos alcanzado en 1978 una democracia que había abierto la puerta a los derechos de todos y al respeto a todas las lenguas de España? ¿No habíamos creado un sistema en el que el gallego, el vasco y el catalán tenían garantizado pleno reconocimiento cultural y político, en convivencia con el español, en las regiones donde se hablaban? ¿Cómo íbamos a sospechar que aquellos que tanto graznaban por la persecución y arrinconamiento que sus lenguas habían sufrido durante el franquismo iban a hacer con el español cosas iguales que las que aseguraban haber padecido, o incluso peores? Si hasta eso, aun habiéndose quitado ya la careta Jordi Pujol y otros de su calaña, era difícil de creer, lo que ya resultaba inconcebible, repito, era que tal cosa la fueran a permitir las leyes.
Pero nos equivocamos: en la España del siglo XXI, hemos llegado a la aberración kafkiana, a la demencial incongruencia, al despótico atropello de que a millones de personas se les impida estudiar en la lengua oficial del país, el español. Esto se debe a dos causas: que ciertos gobernantes regionales han retorcido hasta la infamia las potestades que les concede el Estado autonómico y que los gobernantes nacionales se lo han permitido con una pasividad que los hace cómplices del crimen, porque nadie en su sano juicio puede dudar de que esto es un crimen, así que espero que algún día sus autores lo paguen.
La situación es sencillamente esta: en España vivimos hoy una guerra de lenguas cuyo objetivo es borrar el español de extensas regiones del país. Actuando de facto como déspotas de las regiones en que solo son administradores, ciertos gobernantes están incumpliendo las leyes, aplicando normas para las que no tienen potestad y pisotenado los derechos de millones de ciudadanos. Esto es gravísimo, una quiebra sistemática y ya muy prolongada del Estado de derecho que, al no ser atajada por quienes debieran hacerlo y no lo hacen, nos convierte en un Estado fallido en el que los ciudadanos carecen de amparo legal. No es ninguna exageración decir que, si esta deriva no se frena y se desmonta, vamos de cabeza al despedazamiento del país, lo cual, a la postre, es el objetivo de quienes han declarado esta guerra, entre los que no están solo los furibundos separatistas de toda la vida (1), sino que se encuentran también extraños compañeros de viaje, como el pepero Alberto Núñez Feijoo, quien, a la chita callando, ha impuesto en Galicia una inmersión lingüística radical (2). Teniendo en cuenta que este señor aparece como el más que probable próximo presidente del gobierno y que asegura que acabará con el problema de las lenguas con una filfa que él llama "bilingüismo cordial", la lectura del artículo de la nota 2 produce algo más que inquietud; a mí personalmente me hace pensar que Núñez Feijoo pretende engañarnos, y sería catastrófico para España que a un mentiroso enfermizo como Pedro Sánchez le sucediera otro aficionado a mentir. Por lo demás, la guerra de lenguas en que estamos metidos es un asunto gravísimo (mirad cómo llaman los nacionalistas a sus adversarios en ella: ñordos) que ya no admite bromas ni enjuagues.
Pero, si os molestáis en ver el vídeo de la nota 1, que muy acertadamente se titula Operación Babel, encontraréis entre la abundante información que facilita mucha relativa a los intentos de elevar al rango de cooficiales en diversas zonas de España a una abundante serie de hablas (presentando algunas con pretensiones de lenguas) que hace muy lícito pensar que, además de una guerra de lenguas, España está padeciendo un motín de dialectos. A mi modo de ver, detrás de todo esto hay sobre todo dos propósitos: primero, aumentar el número de rivales de esa sólida lengua común y única oficial en todo el país, el español, para debilitarla y crear así una mayor división no solo lingüística, sino también política, porque no podemos perder de vista que el objetivo último que persiguen los principales promotores de este plan -los que quieren independizarse, como los separatistas vascos o catalanes; los que hablan de ocho naciones, como Iceta; los que creen que España es una nación de naciones, como Pedro Sánchez...- es la destrucción política de España tal y como hoy la conocemos. Segundo, la pesca en el río revuelto de la diversidad: la creación de chiringuitos lingüísticos o culturales y la exhibición de identidades nacionales ha demostrado ser un excelente negocio económico y político, así que ¿por qué iban solo a disfrutarlo los catalanes, los vascos o los gallegos? En todo caso, esto nos abocaría a un sindiós de lenguas oficiales, porque, al elevar los dialectos al rango de lenguas, nos podrían salir decenas y, de hecho, suenan por ahí un buen puñado de cooficializables: el aragonés, el bable, el extremeño, el murciano, el leonés... ¿Dónde iríamos con tanta "lengua" cooficial? Esto sería una locura, detrás de la cual están el nacionalismo y la izquierda, que parecen empeñados en llevarnos a la ruina, como intentaré demostrar con algunas consideraciones.
Una de las "lenguas" que se pretende cooficializar es el dariya, por su presencia en Ceuta. Pero ¿qué es el dariya? Pues ni más ni menos que el árabe dialectal marroquí (no voy a aburriros explicando las relaciones entre el árabe culto y sus numerosísimas variantes dialectales), con lo que sería realmente chusco que le diéramos aquí el rango de oficialidad que seguro que no tiene en su país, parece que hemos perdido el sentido de lo que nos conviene y hasta del ridículo. Otra "lengua" que anda en esta feria es el aranés, pero esta reliquia posee ya el rango de cooficial, concedido por la Generalidad catalana, ¿por qué? Muy sencillo, porque los catalanistas, que están acosando al español y a sus hablantes en Cataluña, Valencia y Baleares, le conceden mayor rango a esta "lengua" de ¡2.785 hablantes! por dos razones: humillar al español y presentarse como una gente abierta a la convivencia con otras lenguas, ambas, como se ve, a la altura de la indecencia del separatismo. ¿Qué decir del bable, el aragonés, el leonés, el andaluz, el extremeño, etc.? Sin entrar en el prolijo asunto de diferenciar entre lengua y dialecto, señalaré que ninguna merece el rango de la cooficilidad, por el simple hecho de que son dialectos, es decir, sistemas (o, más bien, subsistemas) sin los rasgos y la entidad que poseen las lenguas, y no lo digo yo, sino autoridades indiscutibles de la dialectología hispana, tales como Alonso Zamora Vicente o Manuel Alvar, quienes en sus obras las clasifican y las estudian a todas como dialectos, y mucho me temo que estos lingüistas saben de estas cosas más que Adrián Barbón. Ya que cito a este señor, empezaré con el bable, que es ni más ni menos que un dialecto de una lengua en retroceso (y, por tanto, dialecto a su vez), el leonés, y que además, incluso en su limitadísimo alcance, resulta que tiene tres variantes: ¿cuál de ellas piensa colarnos el señor Barbón como una "lengua" cooficial? En cuanto al leonés, el aragonés, el murciano o el extremeño, además de compartir con el bable ese rasgo tan dialectal de la atomización, le acompañan en otros, muy señaladamente, la fijación en ámbitos dispersos y poco poblados y el no acreditar una producción cultural y literaria de la menor entidad.
El separatismo y cierta izquierda disolvente quieren sembrar confusión, dispersión y retroceso por procedimientos espurios, como la guerra de las lenguas y el artificioso motín de los dialectos, y, de paso, beneficiar sus intereses más prosaicos. No tienen el menor miramiento en hacerlo aun en perjuicio de la unidad, la convivencia y la prosperidad de la nación, porque para ellos lo primero es su medro, así que sería muy conveniente que empezásemos cuanto antes a poner freno a esta ofensiva inicua.
1.- En este vídeo de la organización Hablamos Español, se da un repaso general a lo que se está haciendo en materia de lenguas en las distintas comunidades autónomas y de los planes que tienen algunas en materia de oficialización de lenguas y dialectos:
Operación Babel. Lo que no te contaron. #HablamosEspañol - YouTube
Aunque aparecen algunas informaciones que son un tanto inexactas, en general aporta datos creíbles, importantes y muy inquietantes.
2.- En esta noticia se retrata con abundancia de datos el cordial trato que en la Galicia presidida por Núñez Feijoo se le está dando al español:
Feijóo impuso el gallego en Galicia con medidas a las que nunca se atrevió Cataluña (Castilla-La Mancha, Atrapados en la Red) (dclm.es)