Para este artículo voy a basarme en datos sacados de ABC, pero no de la edición digital (al 100%), sino de la publicada en papel esta mañana, al 99'94%, sobre todo, por este cuadrito:
Formación |
Julio de 2023 |
Noviembre de 2019 |
ERC |
7 (1’89%) |
13 (3’61%) |
Junts |
7 (1’60%) |
8 (2’19%) |
PNV |
5 (1’12%) |
6 (1’57%) |
EH
Bildu |
6 (1’36%) |
5 (1’15%) |
CUP |
-- |
2 (1’01%) |
CC |
1 (0’46%) |
2 (0’51%) |
Navarra
Suma |
-- |
2 (0’41%) |
BNG |
1 (0’62%) |
1 (0’50%) |
PRC |
-- |
1 (0’28%) |
Teruel
Existe |
-- |
1 (0’08%) |
TOTAL |
27 (7’01%) |
41 (11’31%) |
Se trata, como veis, de una comparativa entre lo obtenido por el bloque que llamaré cantonalista en las elecciones de ayer y las del 10 de noviembre de 2019. En términos absolutos, hemos pasado de diez formaciones a seis, de 41 escaños a 27 y de un porcentaje del 11'31 a otro del 7'01. Me perdonaréis que no os ponga el número de votos, dato que sería muy interesante, pero me llevaría bastante tiempo buscarlos, y aun dudo de que pudiera encontrar los de 2019. De cualquier forma, esta comparación es muy elocuente, porque, aunque está claro que los resultados de estas elecciones han sido buenos para Sánchez, con el tremendo trancazo al cantonalismo que refleja este cuadro y algunas otras cifras que vamos a ver a continuación, hay que concluir que no lo han sido tanto, que su retroceso ha sido muy importante y que la euforia desatada en Frankenstein debería atemperarse, ya que es absurdo olvidar que, aunque don Pedro sostenga extravagancias como esa de que él no ha gobernado con Bildu, hasta las moscas saben que sin ese engendro no habría durado ni un año.
Y con la formidable y terrorífica criatura alumbrada por Mary Shelley vamos ahora. Aunque supongo que si leyeran lo que voy a poner Aitor Esteban o la señora Oramas empezarían a emitir quejidos remilgados, los miembros de esta santa compaña en la anterior legislatura fueron estos: el PSOE (120 diputados), Podemos (38) y los cuarenta y un diputados de las diez formaciones de hace cuatro años, pues todas en algún momento sucumbieron a los afamados encantos de Pedro Sánchez. Esto arroja para el proceloso ser ese tablero de 199 peones en el que tan cómodo se ha movido el señor presidente en los últimos cuatro años. ¿Y cómo han quedado las cosas desde ayer? Pues así: PSOE, 122 escaños; Sumar, 31; bloque cantonalista, 27, es decir, 180 diputados.
En resumen: cuantitativamente, Frankenstein ha desmejorado mucho, ya que ha perdido 19 diputados, que no son pocos (un 5'42% de la cámara) y ha pasado de representar el 56'86% de los escaños a ser el 51'43%. Si alguien piensa que no es para tanto, porque sigue representando una mayoría absoluta y es una diferencia no demasiado grande -de algo más de un cinco por ciento-, se está equivocando, porque la distancia con la mayoría absoluta es lo suficientemente escasa como para que el monstruo haya quedado muy debilitado.
Ahora bien, comparada con lo que va a ser en lo cualitativo, me da la impresión de que esta debilidad cuantitativa acabará resultando una minucia, porque va a representar inevitablemente una guerra entre clanes, y las guerras debilitan mucho. Nuestro Frankenstein parlamentario, más que un monstruo hecho a base de retales cosidos, es un engendro construido por agregación de otros menores muy predispuestos a liarse a bocados entre sí, como hemos visto en la anterior legislatura, en que la mayoría de las grandes aberraciones cometidas por el Gobierno (ley trans, ley sisí, acercamiento de etarras, indultos, desactivación de las penas por sedición o malversación...) han sido el fruto de dentelladas arreadas por alguno de los monstruos ensamblados de esta curiosa alianza comensalista. Cada uno de ellos, en su momento, se ha llevado entre las fauces algún botín concedido por Sánchez, el gran desmembrador de las víctimas de este banquete, o sea, España, la democracia, nuestra prosperidad, nuestras libertades, porque no olvidemos que ese señor paga de nuestro patrimonio los favores que le hacen a él. Paradójicamente, en el plano cualitativo, aunque cuantitativamente haya decrecido, la bestia cantonalista será mucho más feroz, despiadada e insaciable, como durante toda la campaña han venido anunciando ERC, el PNV o Bildu, con unas peticiones que eran más bien aterradoras amenazas. Pensemos, además, que en ese minimonstruo articulado que es Sumar hay también componentes cantonalistas y unamos a ello la gran novedad: que ya se está señalando que Sánchez podría depender de la panda de Puigdemont, y pudiendo, ¿que hará sino hacello?, que diría Garcilaso de la Vega. ¡Qué guerras de bandas van a montar, qué débil va a ser Frankenstein II de España!
Y, como todos sabemos, las bestias y los monstruos, cuando están debilitados, son mucho más peligrosos, pues se ven urgidos por el miedo y la ansiedad, así pues, siendo en la legislatura que vamos a estrenar nuestro viejo Frankenstein un monstruo debilitado, asusta pensar en los terrores a los que no va a vacilar en someternos, teniendo en cuenta los que ya ha perpetrado, de cuya descomunal envergadura no hace falta hablar. Que Dios nos pille confesados, es para echarse a temblar, y estoy hablando completamente en serio.
Desde hace mucho tiempo, estoy realmente decepcionado con la miopía y frivolidad de nuestros medios de comunicación y este estado se ha visto muy empeorado con la vergonzosa tendenciosidad que han exhibido durante la reciente campaña electoral, particularmente, en un asunto: el descarado linchamiento de Vox, una tarea que ha dejado muy en entredicho su ética profesional y que sin duda ha perjudicado a esa formación, la cual también ha pagado algunos errores propios sobre los que tendrá que reflexionar. Se han celebrado las elecciones y los medios siguen dando motivos para la decepción, uno de ellos, precisamente, el no haber subrayado con la relevancia que merece el hecho de que Frankenstein ha perdido diecinueve diputados, un nada despreciable 9'55% de sus efectivos. Lo usual ha sido que presentasen la derrota de Sánchez casi como una victoria (demasiado sospechosamente en la línea de lo que él mismo ha exteriorizado) y que insistiesen en que la victoria de Feijoo (con el no despreciable dato de que el PP pasa de 89 a 136 escaños, es decir, que crece un 52'8%) ha sido indiscutible, pero será inútil, cosa que solo el tiempo dirá si es cierta o no. No critico esto, sino que a su lado no se haya destacado también lo que yo señalo, pues representa un retroceso de quienes de verdad han mandado desde 2019 que inexcusablemente hubiera debido ser un gran titular.
Bien es verdad, en lo referido a Feijoo, que se ha hecho muy acreedor a las críticas que está recibiendo, porque ha efectuado una campaña desatrosa. Su pasividad de los últimos días, culminada con la incomparecencia en el debate del jueves 20, ha sido un error monumental y, aunque la prensa (¡otra vez!) nos quiso vender de forma abrumadora la estupidez de que había ganado ese debate sin molestarse en asistir, es una verdad proverbial e indiscutible que quien abandona el campo pierde la batalla. El desafío separatista es un asunto que preocupa a muchísimos españoles, por lo que estoy seguro de que le habrá hecho perder no pocos votos, pues su enfoque ha consistido en frivolidades como esa del bilingüismo cordial, o lo de hacerles la pelota a los empresarios catalanistas y a "La Vanguardia" con chistecitos que menospreciaban implícitamente al español, nada menos, ¡qué torpeza!, ha sido como echar sal en la herida, o la de lanzarle guiños al PNV, es decir, al partido que hundió al PP y a Rajoy en 2018 con una traición repugnante. Y, por último, su entusiasta colaboración en el cordón sanitario que ha ahorcado a Vox ha sido un patinazo suicida, porque ha representado desarbolar al partido que estaba cantado que podía ser su único y utilísimo apoyo. Cooperar con esta demonización al mismo tiempo que blanqueaba a Frankenstein con sus risitas ante el separatismo y sus papelitos firmados a Sánchez ha sido una irresponsabilidad espantosa, la clave de un giro electoral que podrá acarrear consecuencias gravísimas para los españoles. Vox ha perdido 19 escaños y yo estoy convencido de que a estas horas don Alberto le estará dando vueltas al hecho de que, si hubiera perdido solo diez (que ya son muchos), tendría 42, que con sus 136 sumarían 178, lo cual supondría que hoy, en lugar de encontrarse los periódicos llenos de artículos hablando de la insuficiencia de su victoria y hasta de su fracaso, estaría viéndolos hablar de su éxito y del fin de Pedro Sánchez. Y que millones de españoles, incluidos muchos socialistas, respiraríamos con alivio, en lugar de estar temblando ante la posible repetición de Frankenstein, con Sumar pidiendo herencias de 20.000 euros para adolescentes pagadas por todos, el refuerzo de la LOMLOE, la ley sisí y la ley trans o la jauría conformada por el PNV, ERC, Bildu y Junts aullando por la amnistía, el referéndum, la independencia, los fueros, los desafueros y quién sabe qué aberraciones más que ni se me pasan por la cabeza.
Asusta. ¿Habría podido evitarse si el repulido señor Feijoo no se hubiese obsesionado con demostrar al mundo que no tiene nada que ver con esos fachas de Vox y con creer que el centrismo mola mucho y consiste en pactar con un sujeto como Sánchez?
Ya veremos en qué para todo esto.