Como sabréis todos los que tengáis la sana costumbre de diversificar vuestras fuentes informativas, la diputada de Vox Rocío de Meer recibió el pasado viernes una pedrada en el transcurso de un mitin de su partido que fue boicoteado por una horda de energúmenos, como puede verse en este enlace de "El Mundo". Os dejo a continuación una imagen de la piedra que le produjo la herida:
El argumento que los "antifascistas" vascos usaron para rebatir a Rocío de Meer
Esta noticia, que está siendo tratada como un asunto casi trivial, es a mi juicio gravísima. En España tenemos un régimen democrático desde 1978, el cual, con los defectos e imperfecciones que queramos, no solo constituye una auténtica democracia, sino que, si hemos de creer las valoraciones internacionales que se realizan, es uno de los de mayor calidad del mundo en eso de hacer efectivo el Estado de derecho. Ahora bien, ante hechos como el que ahora nos ocupa, cabe hacerse estas preguntas: ¿es igual la calidad democrática en toda España? ¿Lo que ha habido en la comunidad vasca desde el 6 de diciembre de 1978 ha sido de verdad una democracia plena? Está claro que no, como está clara la razón: la violencia de ciertas facciones del separatismo ha impuesto en aquella región un régimen de brutal mutilación de los derechos. De las 854 víctimas mortales de ETA, 715 fueron posteriores a ese año y a ellas hay que añadir los miles de heridos, lesionados y aterrados, más los no pequeños daños materiales. No paso por alto, naturalmente, que esto en buena parte afectó al resto de España, pero en este artículo me refiero solo a lo ocurrido en la comunidad vasca. Y luego está el azote de la kale borroka, más otro dato importantísimo: los exiliados de la violencia política vasca, cuya cifra, en la que no hay acuerdo, establecen en 100.000 los cálculos más razonables de los muchos que andan por ahí dispersos, aunque quizás sean bastantes más. Aparte de la bestial muestra de totalitarismo que representa, este factor tiene otra importante repercusión: si el terror de ETA y su entorno (contemplado con pasividad por el PNV) no hubiese expulsado de su tierra a toda esas personas, no hay duda de que la hegemonía electoral del nacionalismo en aquella región no habría existido jamás.
Está clarísimo, pues, a pesar de las idílicas fabulaciones de los peneuvistas, que en la comunidad vasca la permanente violencia ha hecho imposible no solo el divino paraíso que ellos pintan a base de omitirla en sus discursos, sino también la humana democracia. Que esa violencia persiste, pero larvada y contenida solo porque los trogloditas que la ejercen ya no son tan poderosos, queda demostrado por testimonios como los sucesos de Alsasua, los homenajes a terroristas asesinos o los recibimientos violentos a partidos non gratos.
Y ahora viene lo de la pedrada a Rocío de Meer, condenada por el tartufo de Urkullu de un modo que en realidad la aplaude, lo que hace que me ratifique: es un hecho gravísimo, una noticia de envergadura, porque revela algo tan escandaloso como que en una región de la democrática España unos energúmenos totalitarios siguen cargándose a cantazo limpio el pluralismo político, la libertad de expresión y la propia democracia. Llevamos así desde 1978: ¿cuándo cesará esta situación? No podemos ser optimistas, a la vista de su persistencia en la comunidad vasca y de su gravísima intensificación y extensión en Cataluña. ¿Cuándo querremos darnos cuenta de que el totalitarismo separatista es una amenaza cada vez más agresiva para la democracia?
Para remate, tenemos a algunos que están encantados con ello, como el entorno podemita, que se está dedicando a segregar porquería en las redes acerca de la agresión a De Meer, porquería que sostiene que no hubo tal pedrada y que es todo un montaje de Vox. Esto es lo que dice Pablo Echenique (que nadie olvide que este envenenador es diputado de uno de los partidos que gobiernan hoy en España): "Solo hizo falta un poco de ketchup para que se tragaran un bulo como una catedral". Resulta genial lo de la izquierda y sus amigos separatistas: si un partido que no les gusta obtiene un buen resultado, se le estigmatiza con una alerta antifascista; si los que incendian Barcelona son partidarios de la independencia, no es violencia, es libertad de expresión; si le endiñan una pedrada a una candidata de un partido que les estorba, es un montaje de la receptora del cantazo. En la época de Franco, cuando moría alguien de un disparo en una protesta, las fuentes oficiales y sus esbirros periodísticos hablaban de tiros al aire... que desdichadamente acababan matando a algún manifestante volador: ¡cómo me lo han recordado estas indecencias de Echenique! Sabíamos que la izquierda del siglo XXI tenía una especie de fijación con el franquismo, y ahora empieza a entenderse por qué: es el modelo que copia, con que se mide y al que aspira.
Para remate, tenemos a algunos que están encantados con ello, como el entorno podemita, que se está dedicando a segregar porquería en las redes acerca de la agresión a De Meer, porquería que sostiene que no hubo tal pedrada y que es todo un montaje de Vox. Esto es lo que dice Pablo Echenique (que nadie olvide que este envenenador es diputado de uno de los partidos que gobiernan hoy en España): "Solo hizo falta un poco de ketchup para que se tragaran un bulo como una catedral". Resulta genial lo de la izquierda y sus amigos separatistas: si un partido que no les gusta obtiene un buen resultado, se le estigmatiza con una alerta antifascista; si los que incendian Barcelona son partidarios de la independencia, no es violencia, es libertad de expresión; si le endiñan una pedrada a una candidata de un partido que les estorba, es un montaje de la receptora del cantazo. En la época de Franco, cuando moría alguien de un disparo en una protesta, las fuentes oficiales y sus esbirros periodísticos hablaban de tiros al aire... que desdichadamente acababan matando a algún manifestante volador: ¡cómo me lo han recordado estas indecencias de Echenique! Sabíamos que la izquierda del siglo XXI tenía una especie de fijación con el franquismo, y ahora empieza a entenderse por qué: es el modelo que copia, con que se mide y al que aspira.