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sábado, 11 de febrero de 2023

No te pagan para que aguantes a cafres, Marc

     Hace algo más de una semana, tuvo bastante difusión en los medios un mensaje publicado en Twitter (1) por un profesor que ejerce en un centro de Secundaria de Barcelona que mostraba su desaliento por su situación profesional, en la que sentía que su dignidad había llegado a la completa anulación. El mensaje, que muchos conoceréis, está originalmente transmitido en catalán, así que me voy a permitir reproducirlo aquí traducido al castellano:

    Hoy en una clase de 2º de ESO totalmente fuera de control, asustados, gritando, a pesar de que éramos dos profesores. Le digo a un alumno, esto es una locura, me contesta: calla te pagan para que nos aguantes. 

    Tengo claro que quiero dejar este trabajo. Hasta aquí he llegado. Dignidad 0.

    Lo primero que haré será mandarle a Marc el saludo, la comprensión y el apoyo de un colega ya jubilado que sigue viendo un profesor cuando se mira al espejo. Por lo que he leído en las noticias, además, él tenía un buen trabajo que dejó porque sentía una vocación por la enseñanza, en la que entró porque "quería ayudar a personas de verdad", así que debe de sentirse muy decepcionado al ver cómo le pagan las "personas de verdad" el sacrificio que ha hecho. Es terrible que esa decepción le lleve a querer dejar una profesión en la que entró con la ilusión que debemos suponer, y más terrible aún que la causa sea algo tan grave como sentir que su dignidad está siendo pisoteada. 

    Todos sabemos que el que algunas aulas sean lamentables junglas en miniatura obedece a muchas causas, de las que, unos por otros, han hablado el propio Marc, los periodistas y las personas que le han manifestado su apoyo. Está, en primer lugar, la grosería de los que se portan como salvajes, y la sitúo en cabeza porque las culpas de los actos reprobables hay que atribuírselas antes que a nadie a quienes los cometen y, además, en este caso concreto, lo afirmo de forma rotunda, como rechazo a esa conducta pusilánime que les perdona a los niños todo lo que hagan por el hecho de ser niños. No y mil veces no: si un niño ha hecho algo mal adrede, no se lo debemos pasar, sino que tendremos que afeárselo de manera proporcionada al hecho y a su edad, precisamente porque una de las tareas más imprescindibles y beneficiosas de la educación es corregir lo que está mal, y, a su vez, uno de los mayores daños que nos han hecho ciertas memeces pseudoeducativas ha sido la criminalización de la corrección, el engañar a la sociedad convenciéndola de que ejercerla era un horrible castigo que frustraba al niño. Llevamos décadas sufriendo en las familias y en la escuela las supercherías de quienes sostienen que, por ejemplo, si un niño se lía a patadas con los muebles o insulta a un profesor, lo que hay que hacer es darle comprensión: ¿cómo nos extrañamos entonces de estar como estamos, de que haya clases como la que menciona Marc o cada vez más niños y adolescentes que zumban a sus padres? Estas doctrinas disparatadas e hipócritas bien se merecen que las sitúe como segunda causa de que existan aulas canibalescas, y con todo merecimiento, pues nadie puede negar que los desafueros inconcebibles empezaron a proliferar cuando tales doctrinas prosperaron.

    Por lo demás, desempolvando uno de mis más firmes principios de cuando fui profesor, he de ponerme rotundamente a favor de los niños educados y respetuosos. ¿Habría alguno en la clase de Marc? Si lo había, ese fue la primera víctima del alboroto, porque no había ido al circo a ver payasadas, sino al instituto para aprender, pero tiene además en esta historia otro valor muy importante: el de confirmar que los primeros culpables de ese alboroto fueron los propios chicos que lo producían, ya que podrían haberse portado como los millares de niños que sí saben estar. Pensemos, por otra parte, que en una clase de segundo de ESO el niño más joven tendrá doce años, y podrá haberlos hasta de quince (yo los he tenido): a esas edades, uno ya es responsable y muy consciente de sus gamberradas, que se lo pregunten al bocazas insolente que se encaró con Marc.

    Luego vienen los padres, amplísimo colectivo en el que figuran personas que cumplen bien su delicada función y otras que no tanto. Desde luego, en lo tocante al comportamiento escolar de los niños, todo padre que no eduque a sus hijos en el respeto está fallando y debe asumir una cuota proporcional de culpabilidad en la conflicitividad escolar, y más aún, esos que fomentan en sus hijos el desprecio por los profesores o las ínfulas de señorito: esos son muy muy culpables. Algo que pasa también con los equipos directivos, pues los hay comprometidos en la lucha contra ese importante problema educativo que es hoy la conflicitividad en los centros y los hay que la refuerzan inhibiéndose o, mucho peor aún, yendo de amiguetes de los gamberros. Estos son particularmente odiosos, además de perjudiciales, lo sé muy bien porque los conozco, porque he padecido a algún que otro jefe de estudios de esos gilipollas que, cuando ha entrado en su despacho algún gañán que acababa de hacer una pirula, en lugar de recibirlo con la pertinente severidad, se ha puesto a hacerle carantoñas. Quienes me conozcáis, sabéis la importancia que doy en este asunto a la labor de los equipos directivos, así como la pesimista convicción que tengo de que los que lo hacen mal son más de los que debieran, quizás mayoría, a juzgar por el alto número de profesores que se quejan de la falta de ese amparo que ellos les deberían garantizar.

    ¡Qué decir de la Administración, de sus leyes, de su hipócrita absentismo, de ciertos inspectores dispépticos que persiguen al profesorado con saña de cazarrecompensas! ¡El delirio! Habla Marc del Departament de Ensañament de la Generalidad, de cuyas hazañas tengo noticia, uno de los más tiránicos de España, contra los profesores, claro. ¿Y la LOMLOE? Si ya era difícil ser profesor antes de esta plaga bíblica, no quiero pensar lo que será trabajar bajo su pezuña, porque, como muy bien apunta Marc, el temor al suspenso es uno de los instrumentos que se pueden usar contra la indisciplina, así que ¿qué temor van a tener los alumnos cuando padecemos una ley educativa en que se puede obtener el Graduado en ESO con ocho suspensas? La LOMLOE es un engendro contrario a la buena educación por todos sus poros y costuras, así que, como educador que soy, rezo por que llegue pronto el día en que se derogue. Sí: la Adminsitración y las leyes que hoy en día nos han echado encima también son culpables de que haya clases como la que parece haber colmado el vaso de la paciencia de Marc. 

     No obstante, habría que hacer una puntualización. Entre los mensajes de apoyo a Marc, he visto alguno que afirmaba que estas cosas antes no pasaban, algo con lo que no estoy de acuerdo. No me remontaré a aquellos lejanos años 60 y 70 en los que yo ocupaba silla de alumno, de los que recuerdo algún caso de docente del que se reían los más atrevidos de mis compañeros, aunque no eran tan frecuentes como llegaron a ser después, ni presencié jamás escena alguna que se pareciese ni de lejos a la que cuenta Marc, pero, de mi etapa como profesor, que empezó en 1983, sí que recuerdo ya bastantes casos. Desde 1983 a 2018, trabajé en catorce centros y pasé por la EGB, la FP y el Bachillerato de la LGE y por la Secundaria de la LOGSE, en todos sus cursos. Salvo en uno de los seis centros de EGB que conocí y en los dos años en que di clase a BUP y COU, siempre supe de problemas con grupos o alumnos aislados; si lo mido por centros, eso sucedió en doce de los catorce, lo cual es muy significativo y desolador. Así pues, la conflictividad ha existido siempre, pero es innegable que la varita mágica de la LOGSE fue arrasadora, pues logró milagros como el de que a Bachillerato llegasen auténticos gañanes, y no en cantidad testimonial. 

    En todos los años en que trabajé con la ESO y en cinco de los de EGB, tropecé personalmente con gallos de pelea o con grupos montaraces como el de Marc y, para mi satisfacción y orgullo, domé a todos los gallos y romanicé a todas las tribus bárbaras, así que nadie puede presumir de haberme dinamitado ni una sola de las miles de clases que he dado, y eso que algunos de los gallos (incluso en EGB) eran gente realmente complicada. No lo digo por pavonearme, porque además, en los centros en que sucedió, nunca fui ni de lejos el único profesor que lo lograba, sino por llegar a la cuestión a la que acabamos de llegar: las dificultades procedentes de los alumnos, de los padres o del poder, en aquellos centros, eran las mismas para todos los profesores, pero sucedía que con unos se daban clases normales y con otros se producía el caos, aunque entre estos ha existido siempre el gracioso subgrupo de los que fingen que todo va como la seda. En tal situación, quienes tenían problemas estaban obligados a preguntarse cuál era el motivo y si quizás estaban haciendo algo mal, a pedir ayuda, a buscar soluciones. Unos lo hacían y otros no, y a los primeros solía darles buen resultado.

    En las últimas líneas del artículo de "La Vanguardia", se reproducen estas palabras de Marc:

        La culpa es del Deparamento de Educación, las familias y los propios docentes, que estamos agachando la cabeza. Yo me planto.

    Esta breve cita da importantes claves. Si os fijáis, Marc señala tres culpables, pero no menciona otros dos que yo cito, y además, en primer lugar: esos niños que se portan como no deben y esa tonta, pringosa, hipócrita y perjudicial presuposición de que los niños nunca son culpables, en la que él mismo parece caer, cosa nada sorprendente, pues es una trampa que lleva décadas atrapando a miles de profesores, para perjuicio suyo, de su labor y de sus alumnos, porque con ello le hacen el juego al enemigo. Tampoco dice nada Marc de los equipos directivos, cosa que quizás se deba a su corta experiencia.

    Parece claro que él sí ha hecho su reflexión y lo habrá valorado todo: los sinsabores de su trabajo, el poderío de los adversarios que a su juicio los provocan, su decepción y hartazgo (que deben de ser abismales), el altísimo valor de la dignidad, el tener, al contrario que otros, campos distintos a la enseñanza en los que ganarse la vida... Lo ha valorado todo y ha dicho: se acabó. Una decisión completamente libre y, si juzgamos por el penoso estado al que se ha llevado a la docencia, muy razonable.

    La dignidad es importantísima y, cuando sufre ataques, hay que defenderla con firmeza, como ha hecho Marc. Yo, por mi parte, creo que, para quienes no tengan la opción de dejar la enseñanza, es posible que haya otras vías. Mi punto de partida es el del título del artículo: a los profesores no se les paga para aguantar a cafres, sino para educar, así que estaba completamente equivocado el listillo ese que se insolentó con Marc, cosa nada sorprendente. No hablaré a partir de aquí de él en particular, sino de cualquier profesor que se encuentre en una situación parecida, en la que veo un puñado de cosas que me dejan un tanto perplejo. En primer lugar, está eso de que fueran dos los profesores presentes. ¿Por qué era así? ¿Fue una casualidad puntual o era lo habitual y formaba parte de la organización de las enseñanzas en el centro? Si, como parece y en consonancia con algunas propuestas de hoy en día, era lo segundo, ya puede verse que esta "innovación" es una estupidez inútil, una más de las ensoñaciones con que llevan lustros mareando los pedagogistas y que para lo único que sirve es para disparar los gastos de personal. Luego está la situación: una clase fuera de control y dos profesores asustados y gritando para conseguir este resultado: que a uno de ellos un alumno le lanzase a la cara su desprecio. Entiendo que en un caso así el receptor se sintiese muy humillado, pero yo también veo ahí una serie de problemas para los que habría inexcusablemente que buscar soluciones: 

    ¿Por qué estaba la clase fuera de control? Está clara la razón: los profesores que debían evitarlo eran impotentes. ¿Por qué? ¿Porque los padres y el Departamento de Educación los tienen maniatados? Entonces, mi sugerencia sería que los profesores de Cataluña protestasen contra este último por impedirles realizar la actividad por la que se les paga (poner orden y dar clase, actos educativos ambas cosas), con el resultado de que no se da clase, el centro es un antro y la dignidad de los profesores está por los suelos. Y debería ser una protesta muy dura, porque los motivos son potentes. Pero ¿y si era por la tercera razón que Marc apuntaba, es decir, porque los profesores agacharon la cabeza? Resulta muy probable, a juzgar por su propio relato: asustados los dos (¿tan terribles eran los mocosos?), gritando (la forma menos indicada de intentar reducir un alboroto, a no ser que se disponga de una voz intimidadora, lo que no parecía ser el caso) y recibiendo desplantes sin que conste que los replicaran. Entonces, lo que les tocaría a esos profesores sería reflexionar, hacerse preguntas: ¿por qué ocurre esto? ¿Podría yo pararlo y no lo hago? Si es así, la culpa es mía, pero, en caso contrario, ¿quién debería ayudarme? ¿Me va a ayudar o no? ¿Por qué? ¿Hay en este centro profesores a los que esto no les pasa? Según cuales fueran las respuestas, las soluciones serían diversas, desde la movilización ante Educación hasta la reconducción del propio trabajo, pasando por pedir apoyo a la directiva, pero nunca, jamás, el final puede ser que la clase no se da, que se sustituye por un aquelarre ante la mirada impotente de dos profesores aterrados y que uno de ellos termina con la dignidad por los suelos y sin poner en su sitio al insolente que le ha ofendido. No, de ningún modo, eso es la quiebra de la educación y no se nos paga para eso ni para aguantar a ninguna manada de gamberros mientras la perpetra alegremente

    Como llevo ya cinco años retirado, no sé si en la actual situación es imposible poner orden en una clase que se ha convertido en una verbena. Supongo que, dado el empeoramiento brutal del aspecto didáctico, el del comportamiento habrá corrido una suerte pareja, pero quiero creer que todavía es posible evitarlo. Sea como sea, está claro que la situación de la enseñanza es hoy cercana a lo catastrófico, así que a toda la sociedad, y no solo a los padres de hijos que no van a ser bien educados o a los profesores que ya están viendo en peligro su dignidad, nos correspondería ponernos en pie contra este ataque a uno de los pilares esenciales de la convivencia y el progreso.


1.- Dejo aquí el relato de la noticia en dos periódicos, ya que así os facilito más datos:

-La Vanguardia: El relato de un profesor.  El Español: Marc, el profesor viral.