Sí, amigos: otra que cae. La clandestina era un librería muy pequeña que estaba en el número 49 de la calle de la Palma. Era un establecimiento que hacía honor a su nombre y al barrio en que se encontraba, Malasaña, lo digo porque su línea era independiente y abierta a lo marginal, a lo que no tenía lugar en los circuitos de la gran distribución comercial. Esto a mí me benefició, porque fue lo que permitió que La clandestina fuese una de las tres librerías en Madrid capital que se avinieron a poner en venta La república mejor. Con su cierre y el de La librería de Lavapiés hace unos meses, ya solo me queda la vallecana Muga, a la que parece que le va algo mejor, porque ayer estuve en la Feria del Libro y me encontré con que tienen caseta, la número 92. A todos estos libreros vocacionales y un tanto románticos, los que andamos en el limbo de la autopublicación, les debemos un inmenso agradecimiento por no volvernos la espalda. Ya podéis ver que ellos, lo de abrir todos los días, no lo tienen fácil.
Me dejaba caer a veces por La clandestina y charlaba un rato con su dueño, Mariano Vega, que es también editor y novelista, o sea, un gran conocedor y amante de los libros. Solíamos hablar de literatura y de cómo anda el mundo de la publicación y de los libros. Si en general es hoy en día complicado sacar adelante una librería, los últimos dos o tres años han sido más duros aún, pero él ha estado allí aguantando hasta el final. Sé que sigue adelante con la editorial que tiene, ya os hablaré algún día de ella.
La clandestina era la típica librería de barrio: ese sitio pequeño y acogedor donde un librero que conoce por lo general a sus clientes habla de libros con ellos y les da el consejo que a menudo le piden. El rumbo que va tomando el sector me hace no ser muy optimista acerca de la pervivencia de este modelo.
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