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sábado, 28 de octubre de 2017

Revolución desmontable

    Sabéis que, desde el principio, en todo este asunto de la asonada independentista de Cataluña, tuve claro que era una cuestión muy grave, por lo que siempre emití las valoraciones más pesimistas, las cuales, por cierto, se han ido cumpliendo casi en su totalidad, o sin casi. Paradójicamente, ahora, cuando muchos de los que a mi alrededor han estado años llamándome exagerado y agorero se ponen pesimistas, yo me inclino hacia el optimismo y pienso que toda esta revolución de apariencia gigantesca es en realidad una amenaza desmontable y que es el momento de ponerse manos a la obra, aunque supongo que no va a ser fácil desactivarla. Las principales razones que me llevan a ello son, primero, que la enérgica aplicación del  155, con las inexcusables destituciones de una banda de golpistas y el esperable enjaulamiento de más de un pajarraco que lo ha estado pidiendo a gritos, ayudará a poner claridad, orden y racionalidad; segundo, que confío enormemente en que el manguerazo de realidad despierte a los sectores sensatos de la sociedad catalana y los impulse a reconducir las cosas hacia el abandono y olvido de la orgía de disparates del último lustro; tercero, que, quien más quien menos, todos habrán visto que los desafíos desmesurados e inviables conducen como mínimo a la ruina, detrás de la cual puede haber incluso cosas mucho peores, como ulsterizaciones o guerras civiles: ¿tan oprimida está Cataluña que merece la pena explorar esa vía? No sé, a lo mejor no es para tanto. Hay además otra serie de factores que quiero desglosar.  
1. Desprestigio
    La trayectoria de la revolución independentista y, sobre todo, su patético final, han dejado tan en evidencia la pobreza de sus planteamientos y la inconsistencia de sus artífices que es imposible que esto haya pasado desapercibido a cualquier observador de mediana inteligencia; siendo así, cuesta creer que no vaya a cundir un gran desencanto entre los que les creyeron y un importante abandono de sus filas. ¿Quién puede creer en un Puigdemont o un Junqueras después de la penosa imagen de cinismo, cobardía, deserción, mezquindad y falta de entereza que han dado? ¿Quién puede creer en una Forcadell que solo ha demostrado histeria, desenfreno y un autoritarismo algo más que pasado de vueltas? Un Gobierno y unos parlamentarios que han proclamado una independencia pretendiendo escurrir el bulto con el pueril pretexto de la votación secreta o el declaro/suspendo de Puigdemont han demostrado carecer de dignidad y de credibilidad, credibilidad que ni ellos mismos han demostrado hacia sus propios actos. No hablemos ya del principal artífice de todo esto, que no es otro que Artur Mas, el cual se ha limitado a instigar sin dar la cara, a creerse el más astuto, a intentar eludir el pago de una multa o pretender que la pagasen otros.  ¿De verdad van a seguir creyendo los catalanes que eran nobles los proyectos promovidos por gente tan miserable e indigna? ¿De verdad se han creído que un sueño valioso se puede conseguir con las herramientas del engaño y la supuesta astucia? ¿De verdad hay una sola persona en el catalanismo que crea que una charlotada como el referéndum del 1-O puede legitimar nada? Medios como esos solo pueden conducir a falsedades y miserias, me niego a creer que no se le vaya a caer la venda de los ojos a más de uno.
2. No hay tal mayoría abrumadora
    Otra razón, y quizás la más importante, es esta: desmembrar un país es un acto tremendo, por lo que tiene que tener unas razones poderosísimas, las cuales están a años luz de existir en Cataluña, no es necesario perder el tiempo en absurdos debates y estudios (que, cuando están bien hechos, acaban llegando a esa conclusión), porque las cosas evidentes y que se caen por su propio peso es contraproducente andar razonándolas. Y dentro de esa carencia de razones, la más grande es la de la mayoría de partidarios de la independencia: es más que dudoso que sean mayoría, por no hablar de que, si lo fueran, para justificar una segregación tendrían que serlo en un porcentaje que jamás ha existido ni existirá en Cataluña, basta pasearse una mañana por Barcelona para verlo muy claro. Y el próximo día 29, habrá una manifestación antiindependencia que lo volverá demostrar. Lo único que ha pasado es que, tras años de acoso asfixiante, de propaganda televisiva, de manipulación educativa y de manifestaciones programadas desde el poder, se ha creado una apariencia de mayoría abrumadora que ni aun así se ha conseguido. Lo que sí se ha conseguido es crear la división entre los catalanes, ¿para qué? Para luego no ser ni capaces de declarar la independencia con claridad, otro cargo en el debe del independentismo. 
3. El factor engaño
    Y es que todo ha sido un inmenso montaje, planeado con determinación y sin temor a mentir. Los medios de comunicación y el secuestro de la enseñanza han sido cruciales y se han manejado sin el menor escrúpulo. El pasado 24 de septiembre, publicó "El País" un artículo titulado Mitos y falsedades del independentismo, que es un acertado y celebrado compendio y desmontaje de las más notorias mentiras en que se ha sustentado esta conspiración, habría que preguntarles a los responsables de "El País" por qué han tardado tanto en publicar tan esclarecedor documento. Y si alguien quiere una muestra de los demenciales extremos a que se ha llegado en la falsificación, que vea este vídeo con los disparates de un supuesto profesor de historia que ha sido subvencionado con dinero público por multitud de instituciones regidas por independentistas:
4. Inconsistencia
    La CUP ha anunciado que va a organizar una paella insumisa masiva el día 21 de diciembre, como respuesta a la convocatoria de elecciones. Ya el mero hecho de haber tenido a este particular grupo como soporte para nada menos que sacar adelante un plan de independencia es cuando menos una decisión poco sostenible, pero la verdad es que su activismo callejero no desmerece nada a la política de permanente búsqueda de imágenes de masas enfervorizadas pensadas para la televisión que han demostrado los artífices del procés. No es consistente una independencia sustentada en manifestaciones festivas y mareas de banderas, como no es consistente una paella masiva como contraprograma de unas elecciones en una comunidad que necesita urgentemente centrarse.   
5. Ciertas claves inconfesables del nacionalismo
    Para entender la mentalidad, los planteamientos y los objetivos de los nacionalistas, sería muy útil leer en La Vanguardia este artículo: Urkullu, el mediador que llegó del norte. Su autora es Lola García, directora adjunta del medio y nos cuenta el proceso de lo que ella presenta como intentos de mediación para conseguir un acercamiento entre Puigdemont y Rajoy cuando se hacía cada vez más evidente que iba a haber una respuesta firme del Gobierno de la nación. Es curioso ver como la práctica totalidad de los supuestos mediadores eran de simpatías nacionalistas, lo que automáticamente los desmentía como mediadores por su falta de imparcialidad. Puede verse muy bien en el que la autora presenta como modelo ejemplar, nada menos que Íñigo Urkullu, un político que en todo este proceso no ha podido ocultar sus preferencias y que incluso ha intentado sacar tajada para sus propias reivindicaciones nacionalistas. Así son los nacionalistas (Lola García lo es): tan solipsistas que no son capaces de traspasar los cortos límites de su mundo ni para buscar mediadores. Otro dato muy revelador se encuentra al final del artículo, cuando se cuenta que Urkullu, al comprobar la cerrazón de Puigdemont, se sintió liberado para seguir con lo que le interesaba: sacar tajada de una negociación con Rajoy en los presupuestos: cuando se trata de barrer para casa, no hay inconveniente en cambiar de chaqueta. ¡Ya me imagino el suspiro de alivio que daría el altruista Íñigo! 
6. Cuidadín con los pescadores de río revuelto
    A este banquete se han apuntado un buen manojo de comensales que, francamente, uno no terminaba de creerse que estuvieran agitando la estelada por amor al pan payés y la barretina, una variopinta macedonia con ingredientes tales como Pisarello, Fachín, Podemos, Roures, La Sexta, eldiario.es, los batasunos, el PNV..., quienes, so capa de una desinteresada defensa del derecho a decidir, han ejercido con contumacia el derecho a manipular y crear confusión, cuando no desorden. Y está, por último, el inquietante invitado ruso, del que ya se han ocupado numerosos medios y cuya participación en todo lo que represente debilitar a la UE o a EEUU no es un mito  conspiranoico. Que el prusés  haya gozado de tan decidido apoyo de esta facción dice muy poco a su favor.
7. Y los socialistas ¿qué van a hacer?
    Según parece, el PSC y Miquel Iceta sí se van a dignar a asistir a la manifestación de SCC del próximo 29 de octubre, contrariamente a lo que hicieron con la del pasado día 8, que al parecer resultaba ofensiva para sus progresistas narices, ¡tanta bandera de España...! El PSOE y el PSC deberán medir muy bien sus pasos, porque su interesado postureo en este asunto, que ha resultado demasiado evidente, les puede costar un nuevo desastre electoral, y ya están encadenando demasiados. Al PSOE le convendría dejar muy claro con qué bandera se queda, y en cuanto a Iceta, habrá que ver cómo se le recibe en la manifestación del 29. Cuestión aparte es una especie de momia con remordimientos llamada Montilla, que debería hacerles a sus correligionarios el inmenso favor de esconderse y quedarse calladita.    
8. La reforma de la Constitución
    En definitiva, se abre en Cataluña un nuevo capítulo muy importante, porque hay que empezar a enfriarle los ánimos al independentismo, delicada tarea que, como se ve, no carece de argumentos y que afecta además al conjunto de España. Nada podrá ya ser igual después de lo que ha ocurrido en Cataluña, después de que hayamos comprobado cómo el separatismo no tendría el menor inconveniente en cargarse el país, después de haber visto cómo unos malvados majaderos que han resultado menos listos de lo que se creían han tenido un mes a una comunidad sumida en el desorden y sin que supiéramos quién gobernaba allí. Inevitablemente van a tener que pasar cosas, aunque solo sea por el empeño que el PSOE y su inefable secretario general van a poner en colgarse la medalla electoralista de que se abra un proceso de reforma de la Constitución. Y aquí es donde habrá que poner mucho cuidado, porque los nacionalistas son muy dados a colar las derrotas como victorias y van a pretender sacar con nuevos chantajes en la negociación lo que no han podido sacar con una rebelión en toda regla. Pero la verdad es que han perdido, así que deberían pagar por su derrota y por todo el daño que han hecho, que no es poco. Si se emprende una reforma constitucional, ¿por qué tiene que ser forzosamente en el sentido de mayor descentralización? Al hilo de este conflicto, desde numerosos ángulos se ha señalado que las comunidades españolas tienen más autonomía que nadie en el mundo, así que ¿por qué habría que darles más, cuando quizás el problema es que hay algunos con demasiados privilegios? ¿Por qué tenemos que aguantar regímenes fiscales privilegiados como el navarro y el vasco?  ¿Qué sentido tienen unas policías autonómicas caras, menos eficaces que los cuerpos nacionales y susceptibles de volverse contra la legalidad, como hemos visto que ha ocurrido con los mozos? ¿Todavía hacen falta más evidencias de que es un peligro dejar las competencias en educación en manos de las autonomías, sobre todo, de las que cuentan con problema nacionalista? Porque creo que ya se puede decir en voz alta que el problema real es el nacionalismo, así pues ¿por qué, si se reforma la Constitución, va a tener que ser forzosamente para plegarse a sus exigencias? No perdamos de vista que los que estamos por la recentralización somos cada vez más, hay quien dice que ya representamos un treinta por ciento, así que ya va siendo hora de que los partidos vayan pensando en nosotros, no vaya a ser que salga por ahí alguno nuevo que nos haga caso, se lleve un buen puñado de votos en cualquier convocatoria electoral y nos veamos sometidos al hastío de ver como la clase política lo afronta con el imaginativo recurso de llamarnos populistas y fachas.

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