Como en los viejos dramas, no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. El plazo ya se ha cumplido: pasaron ya las famosas 10:00 de la mañana del jueves 19 de octubre de 2017 y, fiel a su estilo, Carles Puigdemont, en lugar de responder con la claridad nada esperable en un sujeto que ha dado sobradas muestras de inconsistencia personal, de estupidez y de fanatismo, ha intentado una vez más reírse de España entera con una serie de dislates. Así pues, ha llegado el momento de que se pague la deuda.
A eso de las 10:45, después de que el ministro portavoz anunciase que el Gobierno seguía adelante con la aplicación del 155, oigo a un tal Carles Campuzano, del PDeCAT y muy a la altura de semejante organización, proferir una serie de amenazas contra España por negarse a aceptar eso que los independentistas están llamando oferta de diálogo de Puigdemont y que no es más que un sucio chantaje burdamente maquillado.
Parece claro, ante tales muestras de fanatismo, que la mejor solución sería el camino más fácil: coger a ese golpista que preside la Generalitat y mandarlo cuanto antes a Soto del Real a hacer compañía a ese otro par de incendiarios conocidos como los Jordis. Cuanto antes se le encierre, antes dejará de conducirnos a todos a la ruina. De hecho, es lo que debió hacerse hace ya tres años, pero con Artur Mas. Y no habríamos llegado hasta aquí. Y, naturalmente, detrás de él tendrán que ir sus cómplices más señalados.
Sé que esto asusta y que va a ser complicado que el Gobierno se atreva a hacerlo, y más, si se tiene en cuenta que está obligado a pactar nada menos que con Pedro Sánchez, pero me temo que, aunque quiera demorarlo, no va a tener más remedio que hacerlo en algún momento.
Malos tiempos nos han llegado.
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