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martes, 12 de enero de 2021

Los restos de Manuel Azaña

     Confieso que, si me preguntasen acerca de la memoria democrática, solo sabría decir que es un empeño de Carmen Calvo para reformar y dar un nuevo rumbo a la Ley de Memoria Histórica. Sé también que es un proyecto discutido, aunque no he entrado a fondo en la polémica, ahora bien, hay algunos elementos de esta que me inquietan, como el propósito de la vicepresidenta de, en el marco de este plan, repatriar los restos de algunas personalidades como Manuel Azaña, lo que en el caso del político y escritor alcalaíno cuenta con la reiterada y explícita oposición de la familia, desde su viuda hasta (ayer mismo) su sobrina nieta

    Soy absolutamente contrario a las repatriaciones de grandes personalidades fallecidas en el exilio, porque me produce una enorme suspicacia el pensar con qué intenciones piensan montar la ceremonia los gobiernos y políticos que la planeen y me asustan mucho las posibles consecuencias de la manipulación que sin duda se construiría en torno a esos personajes y el retorno de sus restos. Hay mil razones que justificarían mi postura, pero voy a ilustrarla con solo un par de anécdotas. 

    Otra de las personalidades que sin duda estarán en la lista de repatriables de la señora Calvo es Antonio Machado y a él y a Azaña se refiere la primera de ellas, extraída de Todo lo que era sólido, un libro del año 2013 en el que Antonio Muñoz Molina reflexionó acerca de la demencial megalomanía que nos llevó a la crisis de 2010. En el capítulo 12, relata un encuentro con Rodríguez Zapatero en 2004, en el que este le comentó su propósito de exhumar a Azaña y al gran poeta sevillano para traerlos a España, o sea, que el plan no es de anteayer. Transcribo el final del episodio: 

    Fijó en mí sus ojos muy claros con un gesto de impasible extrañeza cuando le dije que no estaba de acuerdo: que una parte de la memoria indeleble de Manuel Azaña y de la de Antonio Machado es que murieron en el destierro y que haya que cruzar la frontera para visitar sus tumbas. Cité un verso terminante de Antonio Machado: "Sólo la tierra en que se muere es nuestra". Entre unos y otros cambiamos de conversación. 

    La segunda es más reciente, pero, vista la anterior, nos da testimonio de la fuerte continuidad que hay entre José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez. Hablé de ella ya en su momento, en mi artículo titulado Dos graves excesos de Pedro Sánchez, uno de los cuales fueron ciertas palabras que pronunció en una de esas exhibiciones de propaganda y mediático autobombo que tanto le gustan, la que montó en febrero de 2019 cuando fue, precisamente, a visitar las tumbas de Machado y Azaña, las reproduzco:

    Machado y Azaña se vieron obligados a abandonar España. Uno de los mejores poetas que ha dado la literatura española de todos los tiempos y el presidente de la República. Dos personas dialogantes, cultas, creativas, pacíficas y sensatas. Es tarde, muy tarde. Han pasado muchos años desde que tuvieron que marcharse. España tendría que haberles pedido perdón mucho antes por la infamia. Lo hace hoy, a deshora, pero lo hace con el orgullo de recuperarles para siempre.

    ¿Hacen falta explicaciones? Como dije en aquel artículo, España no tiene por qué pedirles perdón a Machado y Azaña por la infamia de su exilio, porque esa infamia no fue culpa de España, sino del golpe de Estado de Franco, catástrofe de la que España fue tan víctima como ellos, así que quien quizás tendría un día que pedirle perdón a España sería Pedro Sánchez, por injuriarla con su discursito demagógico, porque nadie debe pensar que esta criminalización de nuestra patria fue inocente o descuidada (¿hace nuestro presidente alguna vez algo inocente o descuidado?), sino que fue sin duda un guiño hacia Torra y sus compinches, una gavilla de fanáticos que profesan un odio eterno a España con la que Sánchez andaba por aquellas fechas mandándose notitas. Pero esto es otra bochornosa manipulación, porque se da la circunstancia de que, como muy bien puntualiza  hoy en ABC Andrés Amorós, Azaña era un patriota español (y Machado, otro tanto, como todos sabemos), que, como recuerda Amorós en el artículo que enlazo, comprobó una y otra vez 

    los excesos y desmanes... las muchas y muy enormes y escandalosas que han sido las pruebas de insolidaridad y despego, de hostilidad, de chantajismo, que la política catalana de estos meses ha dado frente al Gobierno de la República... Usurparon todas las funciones del Estado, en Cataluña... No en vano había asistido yo en Barcelona al desarrollo de la más desatinada aventura que se puede imaginar... No se han privado de ninguna transgresión, de ninguna invasión de funciones.

    Todas estas fueron palabras literales de Azaña, y continúa Amorós:

    Y, entre las extralimitaciones y abusos que denunció, mencionó algo que ahora mismo sigue existiendo y que se sigue tolerando: las Delegaciones de la Generalidad en el extranjero.

    La palabras de esta última cita que van en negrita son de Azaña, sirva esta aclaración además para que notemos que él, como era uso habitual en su época, llamaba Generalidad a la Generalidad; lo de Generalitat se dejaba para cuando se hablase en catalán: tomemos nota de que para ser progresista no hace falta arrinconar a nuestra propia lengua.

    En conclusión, en términos generales, soy partidario de dejar los huesos de Azaña, Machado y tantos otros donde están, por las sólidas razones que tan sucinta y acertadamente formuló Muñoz Molina, pero, para el caso concreto de que fueran a traerlos Pedro Sánchez y Carmen Calvo, a la vista de lo expuesto hasta aquí, mi posición se refuerza por la convicción de que quieren desenterrar esos huesos con fines poco confesables, uno de ellos, el contarnos que en la historia de España reciente hay una isla de luz progresista que fue la República de 1931 y otra que es el pedripablato de 2019 en adelante, y, en medio, el tenebroso piélago del franquismo, compuesto del franquismo propiamente dicho y ese sucedáneo suyo que es el sistema constitucional del 78, lo cual es ya el colmo de la desvergüenza y la tergiversación. Los muertos no se tocan, ya sean humildes o ilustres, y, para estos jueguecitos, menos todavía.  

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