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jueves, 27 de noviembre de 2014

Como una lengua extranjera o invasora

   En el número 237 de la revista Claves de razón práctica (correspondiente a noviembre y diciembre de 2014), publica Javier Orrico un artículo que se titula La Lengua y la literatura españolas en la España de la LOGSE, el cual es una excelente síntesis de los desmanes que ha sufrido el español en los últimos años en el terreno educativo e incluso en un ámbito general, procedentes de dos formidables enemigos: el odio de los nacionalismos que pretenden arrinconarlo (ya que el verdadero deseo de algunos, destruirlo, es tarea imposible) y la estupidez empobrecedora de la filosofía educativa que ha dominado durante lustros en nuestro país, a través de la LOGSE y la LOE, pero con inequívocos signos de persistir en la LOMCE. El artículo de Orrico, cuya lectura recomiendo, es un retrato fiel de lo que ha pasado, por qué ha pasado y por culpa de quiénes, en el cual no se olvida ni de un solo detalle, y eso, en tan solo ocho páginas. Clarito y al grano, así que yo no tengo nada que añadir o apostillar. Lo que sí voy a hacer va a ser entresacar una frase y hacer una  reflexión sobre ella:
   En España, la lengua española es enseñada en la práctica como una lengua extranjera en al menos seis comunidades autónomas. Y, en alguna otra, como lengua de los invasores que exterminaron a la población autóctona o expulsaron a sus legítimos dueños.
   Incontestable, como todo el artículo.  ¡Y qué terrible verdad!
   En las comunidades donde los políticos -nacionalistas o no- pueden utilizar una lengua autóctona como instrumento de medro, incluso se puede decir que el español debería envidiar la suerte de las lenguas extranjeras, ya que en ellas ha sufrido persecuciones como ser retirado de facto del debate político, ser convertido en determinados contextos en una lengua sospechosa, ser prohibido en los recreos, ser señalado como algo consustancial a figuras o movimientos históricos execrables, ser prohibido en las aulas, ser prohibido en la rotulación de los comercios, ser tachado en los carteles de las carreteras, ser ridiculizado por esbirros periodísticos, ser marginado en ferias del libro o ser arrinconado en los programas educativos mediante el procedimiento de hacer muy difícil que los alumnos lo tengan como lengua vehicular.
   En otras (con o sin lengua autóctona), vemos cómo gobiernos sin conocimiento, responsabilidad ni escrúpulos implantan absurdos y perjudiciales programas bilingües -¡o trilingües!- que lo expulsan de importantes asignaturas y durante periodos largos y cruciales de la educación de una persona, para sustituirlo por un inglés o un francés mal enseñados. Es necesario recalcar que esto se está haciendo con una complicidad activa o de hipócrita silencio por parte de los demás partidos y de los sindicatos de la educacion. Los resultados de esta gran estafa se verán a la larga: se ganará poco o nada en el aprendizaje de esa lengua extranjera, pero se perderá mucho en el de la propia. Pero no importa: para cuando esto se vea, el verdadero objetivo de estos programas, que es ganar votos para sus impulsores, ya se habrá cumplido.
   Este es el trato que estamos dando en nuestro propio país a algo tan importante como nuestras propia lengua. Solo me queda un consuelo: que es tan fuerte que sales a la calle, ves los medios de información o entras en una librería y compruebas, que, por lo que parece, aguanta bien las coces y los mordiscos. Es verdad, pero no deja de ser triste que se vea obligada a recibirlos. 

7 comentarios:

  1. El fenómeno lingüístico parece forma parte de la creciente endofobia, junto a la discriminación de muchos ciudadanos frente a otros que llegan del exterior, puede acabar con la autodestrucción de lo que, otrora, fue una nación culturalmente rica y diversa. Tal vez exagere, Pablo, pero es lo que palpo en derredor.

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  2. o creo que exageres, Pepe. Somos muchos los que percibimos con preocupación eso mismo, ese tirar piedras contra el propio tejado en el que están embarcados desde hace mucho tiempo cofradías de insensatos de diverso pelaje.

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  3. Apreciado Guachimán: desde la simpatía con que siempre leo su bitácora, y desde la concordancia en muchas de nuestras visiones sobre la educación en España, me permito esribirle una cierta réplica a algunas de las ideas que expone en esta entrada.

    Personalmente, como profesor de inglés en la comunidad autónoma gallega, y este año, impartiendo lengua castellana como afín, el escenario lingüístico que percibo en nuestra comunidad (una de las que tiene lengua propia) está en las antípodas de lo aquí descrito. El castellano no es enseñado como lengua extranjera, siendo lengua vehicular de como mínimo, la mitad de las materias, y lengua habitual de muchos de nuestros alumnos.

    por lo menos en la comunidad gallega, si alguna lengua se presenta como 'instrumento de medro' es precisamente la lengua castellana, percibida por amplios sectores de la población como 'superior' a la gallega, lengua 'urbana' y mecanismo de ascenso social. Unas visiones que vienen del pasado y no se han subsanado en la democracia, y que llevan a que muy frecuentemente, los padres, gallegohablantes, se dirigan a sus hijos sólo en castellano. Las consecuencias lingüísticas de estos hechos se pueden comprobar de modo objetivo en todas las estadísticas lingüísticas que se recogen en la comunidad, atestiguando a un descenso de gallegohablantes entre los menores de 18 años a porcentajes del 10% (frente al 60/70% de sus padres).

    Algún cínico hablaría en este caso de las libres fuerzas del mercado, y de la voluntad de la sociedad gallega de abandonar progresivamente uno de sus idiomas propios. Sin embargo, estos mismos liberales son los mismos que seguramente se llevarían las manos a la cabeza por lo que toca a la progresiva desaparición del español en Puerto Rico o al mismo fenómeno que acabo de describir (abuelo hablante monolíngue de lengua A; hijo que habla lengua A y se dirige a sus descendientes en B; nieto que habla sólo la lengua B) y que también se da, por ejemplo, entre los estadounidenses de origen latino que van abandonando el español por el inglés.

    Temo que, desde la periferia de un gallegohablante, los asuntos lingüísticos y la diversidad lingüística de España son siempre percibidos desde el centro desde una lógica de problema y de peligro, y con una actitud por veces paternalista y condescendiente en el mejor de los casos, de un modo no disimilar a como muchos hombres reaccionan frente a los discursos feministas. La diversidad linguïstica de España debería enfocarse por las dos partes (centro y periferia) de modo diferente: en el centro, tal diversidad debería ser apreciada, respetada y apoyada. Todos los españoles deberían tener a orgullo el que existan varias lenguas en este país, querer que existan y seguramente estudiar alguna de estas en la educación obligatoria a nivel de estado. En la periferia, la constatación de que tal actitud existiese por parte del centro seguramente llevaría a que muchos de los discursos nacionalistas que defiende las lenguas de sus territorios y que creen que su supervivencia es sólo posible mediante la equiparación lengua-territorio-nación pudiesen encontrar encaje en una España diversa que no busca la mera homogeneización y uniformidad (incluída la lingüística) a cualquier precio.

    Un saludo.

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  4. Por lo que toca a la enseñanza de lenguas extranjeras y a los programas bilíngües, poco que añadir aparte de manifestar mi concordancia. Actualmente, la finalidad real con que se usan esos programas por parte del profesorado es la de saltarse indirectamente la aborrecida comprensividad de la ESO (los alumnos de las secciones bilíngües están 'seleccionados' de entre los mejores de su edad) y para conseguir reducciones horarias, o acceso en concursos de traslados a centros 'plurilíngües' que con ello criban en parte al alumnado.

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  5. Querido Fra Vernero:
    Me alegro mucho de recibir sus comentarios. Creo que no debería haber enfrentamientos entre las lenguas de España y, de hecho, la mayoría de los españoles, al menos, de los que tenemos cierta cultura y cierta inquietud por las cosas, miramos con respeto y con aprecio todas esas lenguas: castellano, catalán, gallego y vasco, citadas por orden de cantidad de hablantes. Lo que ha sucedido en España con esto de las lenguas de unos 25 años a esta parte es una mezcla de pesadilla y esperpento. Creo que usted, como yo, debió de vivir los años de la Transición, así que estará de acuerdo conmigo en que en aquella especie de borrón y cuenta nueva una de las cosas buenas que se produjeron fue un intento de valoración de todas las manifestaciones culturales del país, con un especial interés sobre las lenguas que el franquismo llamó "vernáculas" y, sin lugar a dudas, marginó. Eso se produjo en las esferas políticas y culturales y la ciudadanía, en general, lo aceptó. Yo -que me he pasado años ejerciendo de catalán fuera de Cataluña y observando como se valoraba lo catalán- siempre he dicho que aquella época fue la que marcó el nivel más alto de simpatía que recibió. Pero, allá por los años 90 y por la definitiva intensificación antiespañola de los nacionalistas catalanes y vascos, este panorama desapareció. Soy una persona que está de acuerdo al cien por cien con sus planteamientos acerca de la necesidad de que las lenguas que no son el castellano se valoren y se potencien. Y de que convivan con naturalidad y armonía con el castellano. Me consta que en Cataluña y en Galicia (donde hice la mili y tengo muchos amigos) fue así durante mucho tiempo, hasta que la política empezó a envenenar. Yo he hablado con mis amigos en castellano y ellos en gallego. "Non o fala, pero o entende", decían, y todos tan amigos y entendiéndonos. Su blog, por ejemplo, lo leo con escasos problemas y encantado. No quiero extenderme demasiado, así que iré a lo concreto: lo que reflejo en mi artículo, en Cataluña y el País Vasco, ha sido una realidad, porque allí, sin lugar a dudas, las lenguas propias se han usado como arma arrojadiza, y diré que conozco a gente que me cuenta que en Valencia está empezando a ocurrir algo parecido: que te pueden echar del trabajo o hasta de la comunidad con el catalán (al que allí absurdamente llaman valenciano) en la mano. Esa guerra inicua la empezaron los nacionalistas catalanes y vascos que, con una repugnante premeditación, han echado por ese conducto del acoso y hasta de la amenaza (y esa amenaza, en los años ochenta y en el País Vasco, era terrorífica) a miles de personas, yo conozco a unas cuantas de ambas comunidades. A esto nos referíamos Orrico y yo -él lo ha vivido en sus propias carnes-, y es una hidra que ha ido creciendo y tiene una recámara oscura de puro despotismo. Es mucha la gente que amaba a Cataluña o al País Vasco y ahora, gracias a esta situación, está resentida contra esas tierras. Nos enfrentamos a unos planteamientos que han sembrado discordia y tienen unos objetivos inadmisibles. Esto no puede ser. La convivencia fértil y respetuosa entre las lenguas, que no matan a nadie, ni echan a nadie y son en esencia sistemas de comunicación, es decir de unión, es la situación ideal y seguro que no es tan difícil. Parece mentira que haya gente dispuesta a complicarla.
    Por supuesto, en lo referido a la chifladura esa del bilingüismo, veo lo que usted: si un día alguien pudiera hacer una encuesta en la que los defensores de ese programa no pudieran sino manifestar las verdaderas razones por las que lo defienden, los resultados serían bochornosos. Un saludo.

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  6. En general, sabes como pienso y como coincidimos muchas veces. Tengo que buscar el artículo que citas, aunque sé que no me dirá nada nuevo.
    Sé que tengo pendiente un correo, pero haber comenzado las clases el día 3 de septiembre (y tener casi 100 alumnos de 1ª ESO que solo cubren 9 horas lectivas) pasa factura.
    Por cierto, si nada se tuerce (que hay bastantes cosas) el 12 estoy en Madrid, eso sí, con alumnos.

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  7. Más que por lo novedoso, el artículo es bueno por lo bien que sintetiza y conecta los males que aquejan a la lengua española en los ámbitos político y educativo. Me da la impresión, de todos modos, de que solo debe de estar publicado en la edición en papel.

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