Con el título de "Destino oculto", se ha estrenado estos días una película que os recomiendo no ver, a pesar de que está protagonizada por mi admirado Matt Damon. Por sus planteamientos, a mí me recuerda un poco a "Abre los ojos", de Amenábar, pero al parecer está basada en otra fuente, una novela de Philip K. Dick, un escritor que ha suministrado ideas para numerosas y conocidas películas. Como la citada de Amenábar, "Destino oculto" versa en torno al tema de si las personas somos en realidad libres y auténticas dueñas de nuestros actos y destinos o meros y automáticos actores involuntarios de un plan de vida trazado por una mano superior que desconocemos. Tal y como está planteada la historia, esa mano superior recuerda demasiado al Dios de toda la vida, aunque se oculte de una manera a la vez chusca y un tanto ridícula bajo denominaciones como el Director, un Director-Dios a cuyas órdenes trabajan unos ángeles-funcionarios ataviados con abrigos largos que les dan apariencia de esos burócratas del departamento de estado de las "pelis" de espías. La alegoría va más allá y alcanza incluso a vehículos y oficinas, lo que arroja un cielo la mar de parecido a una multinacional americana, vaya. Si este argumento más propio de un auto sacramental calderoniano de aquellos del siglo XVII que versaban sobre cuestiones de dogma tales como la Santísima Trinidad o el libre albedrío resulta ya poco atractivo y un tanto trasnochado, la historia sobre la que se materializa no mejora las cosas, ya que constituye una sucesión de episodios que se mueven entre lo insípido, lo descabellado y lo ridículo. De los personajes, mejor no hablar; solo diré que la chica de la que se enamora el protagonista compone un modelo de mujer que haría comprensible un levantamiento del feminismo mundial.
Últimamente, veo al cine americano en un plan muy místico. Estoy pensando sobre todo en la relación que percibí entre "La carretera", basada en la novela de Cormac McCarthy, y "El libro de Eli", película de 2010 protagonizada por Denzel Washington. Mientras que la primera es una espeluznante especulación sobre lo que podría ser el apocalipsis, con una humanidad sin esperanza en la que a los que conservan la decencia les está asignado el papel de víctimas de los desalmados caníbales en que se han convertido el resto, la segunda parece ser la deliberada réplica cristiana de la anterior y en ella, a una humanidad sometida a castigos similares a los de "La carretera", le queda un rayo de esperanza: el libro de Eli, que no es otro que la Biblia. Sin ser una mala película, queda bastante lastrada por este planteamiento ideológico: los tiempos que corren no son apropiados para el cine de catequesis.
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