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martes, 21 de diciembre de 2010

Jamón Jáuregui y el ramón de Cádiz

   La noticia es ya tan sobradamente conocida -sábéis que el guachimán tiene la fea costumbre de llegar a la candente actualidad con tres días de retraso- que me limitaré prácticamente a enunciarla: en un instituto de La Línea de la Concepción, una familia musulmana ha denunciado a un profesor de su hijo bajo la acusación de haber mencionado el jamón en clase. Por lo visto, esto ofendió las tiernas y devotas orejitas del retoño, que estudia 1º de ESO, y debió de hacerlo de forma tan cruda -y sin tomate- que fue él mismo quien se levantó en clase e hizo notar al docente la inconveniencia de nombrar tan pecaminoso producto en presencia de un musulmán.
   Cuando pienso que, de la simple mención del jamón en un ejemplo de clase, este episodio ha desembocado en denuncias, intervención de autoridades varias y hasta unas declaraciones de Ramón Jáuregui, ministro de la presidencia, me pregunto: ¿a qué disparate de país hemos llegado? Y, forzosamente, cuando uno reflexiona sobre un punto de llegada, acaba también parándose a pensar en torno al camino que ha llevado hasta él. Si se lee la noticia, parece claro que ni el nene ni su familia están jugando de forma bienintencionada y limpia, al tiempo que poco hay que decir del profesor, hasta tanto no se demuestre que decir "jamón" sea delito. Viendo el apoyo que el propio Jáuregui y el consejero de educación andaluz le han dado, podríamos caer en la tentación de decir que también han estado en su sitio, salvo si nos parásemos de nuevo a reflexionar en torno al camino y al punto de llegada, porque entonces veríamos que sí, que es cierto que en este grotesco episodio al que hemos llegado se ha apoyado al profesor, ¡faltaría más!, el caso es tan flagrante que negar ese apoyo hubiera sido cosa de puros imbéciles, pero ¿qué hay en lo que se refiere al camino? El camino hasta una conducta tan arrogante, provocativa y disparatada como la de ese niño y los  hechos que desencadenó está trazado y jalonado por una ingeniería: la de la LOGSE y su permisividad irresponsable, la del considerar a los padres como clientes y atender a cualquier demanda suya por inapropiada que fuera, la del paidocentrismo inapelable que ha sido el caldo de cultivo de monstruos caprichosos. Y en esa ingeniería, ¿está seguro el señor Jáuregui de que su partido no ha sido la escuela técnica superior? ¿Se atrevería a decir que se ha dado a los profesores el apoyo que se merecían? ¿No será más bien que se les ha ido negando hasta dejarlo en nada por culpa de un inicuo y demagógico clientelismo sustentado en la creencia de que unas leyes educativas blanditas daban muchos votos? Y mejor no hablar de don Francisco Álvarez de la Chica; que un consejero de educación andaluz diga cosas como "si no apoyamos a los profesores en el desempeño de su tarea, no nos irá bien" es un reconocimiento tan torpe como involuntario de por qué las cosas van tan desastrosamente en la educación andaluza. La rápida respuesta tanto de Álvarez como de Jáuregui es producto del complejo de culpa y el reconocimiento de que el camino que ha traído hasta este tipo de episodios han sido una leyes y unas políticas educativas grotescas.
   Una última reflexión, esta acerca del mozalbete. En mi larga experiencia docente, me he encontrado con unos cuantos alumnos cínicos y retorcidos, o con gamberros prepotentes empeñados en poner la clase a sus pies, pero nunca había visto a uno como este, que pretendía nada menos que decidir lo que se decía o no se decía en clase con arreglo a unos supuestos agravios que él había fabulado a partir de la permisividad y del tonto exceso en el respeto a la diferencia que impera en nuestro país. El resultado de estos vicios es patente: son el coladero para desaprensivos como esta criatura, que reúne otro factor de inquietud: el fondo de radicalismo islámico intolerante que hay en su conducta. Mucho ojo con este asunto, porque el radicalismo islámico intolerante no es ninguna broma en el mundo de hoy.  

4 comentarios:

  1. Poco o nada puedo añadir a lo que ya has dicho tú, Pablo. Todo es grotesco, tanto como las negras de Goya. Ya he dicho muchas veces que esto se me antoja el cabo de nuestra historia como civilización. Estamos en plena decadencia, en caída libre. Es ley de vida: unos suben y otros bajan. Nos toca bajar. Ojalá me equivoque, Pablo, pero yo creo que de ésta no salimos. Se diga lo que se diga, no veo signos de cambio favorables. En fin, quisiera equivocarme.
    Toda esa reverencia a los particularismos culturales y, en definitiva, a las morales personales, és contrario al progreso y la civilización.

    Saludos, amigo.
    Raus.

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  2. Saludos para ti, Antonio. La verdad es q ue los tiempos que corren no dan para optimismos. A mí, particularmente, las cosas que más me sublevan son las que, como en esta historia del jamón, hemos traído nosotros solitos a base de pura estupidez. ¿Hacía falta dejar la puerta abierta a cualquier abuso o dislate para demostrar al mundo que somos los más demócratas? Me temo que no. Un saludo.

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  3. Eso es. Decía Einstein que "tendremos el destino que nos merecemos". Nosotros nos lo hemos ganado a pulso. Hemos convertido en sinónimos democracia y estupidez. Saludos.
    Raus.

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  4. A lo mejor, Pablo, no quiso decir jamón, sino "mon-ja-mon-ja-mon-ja-mon..."

    En medio de la estulticia, que no nos falte al menos el cervantino humor.

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