Hoy ha sido rechazada en el parlamento una propuesta de IU que solicitaba que nuestras Cortes reprobarán las palabras de Benedicto XVI en las que el Pontífice, durante su último viaje a África, sostuvo que el uso de preservativos no solo no contribuía a frenar el SIDA, sino que además, hacía que se incrementara. No entraré en las razones que los diversos grupos han manejado para su negativa o su abstención, aunque sí diré que creo que, mal que nos pese, no es función del Parlamento español como institución dedicarse a ese tipo de condenas.
Lo cual no representa, por supuesto, que lo dicho por el Papa no sea condenable. La propuesta de IU tachaba de inadmisibles las palabras del Sucesor de Pedro por ser una radical mentira, una negación de lo que ha demostrado la experiencia empírica: que el uso de preservativos es un recurso muy eficaz para prevenir el contagio del SIDA. Luego el Papa miente. Pues mentir es pecado. Y no solo eso, sino que yo voy más lejos (como habrán hecho otros); dado que esa mentira puede inducir a muchos a no usar preservativo y, en consecuencia, arriesgarse a contraer el SIDA, puesto que esta enfermedad produce aún -sobre todo, en África, mire usted por dónde- una elevada mortalidad, ¿sería el Vicario de Dios en la Tierra responsable de las muertes de quienes fallecieran por haberle hecho caso? Yo solo lo pregunto, ¿eh?, no soy moralista ni teólogo, pero debe además tenerse en cuenta que África, con unos treinta millones de infectados por SIDA (el 70% de los totales en el mundo), es el continente más afectado por esta pandemia, o sea, que tal vez el Pescador fue a elegir un sitio muy poco apropiado para decir, precisamente, esa mentira. Porque, además, miren ustedes, si esa trola, que es por otra parte una memez propia de beatas o de vejestorios ignorantes, la hubiese soltado el Papa, por ejemplo, en la universidad de Roma (que la tiene al ladito, por cierto), dado el nivel de formación del país, la cosa habría dado para unas risas y nada más, pero dicha en África... En África, la ignorancia y la credulidad hacia cualquier doctrina que lleve el envoltorio de religiosa pueden ser letales. Por ejemplo: en Suráfrica -país con millones de infectados- y tal vez en más sitios, el SIDA se extendió dramáticamente entre las jovencitas porque existía la creencia de que la enfermedad se curaba manteniendo relaciones con una mujer pura, es decir, virgen. Esta estupidez tan gigantesca como criminal se extendió y llevó a miles de hombres infectados a violar a jóvenes y adolescentes para curarse, con el resultado de que ellos no se curaron, pero a ellas las contagiaron. No sé si esta monstruosidad sigue produciéndose, pero sí sé quiénes fueron sus responsables: los sacerdotes de las doctrinas animistas africanas, fabricantes de la mentira. Pues bien, en estas condiciones, si en África hay miles de hombres dispuestos a creer tamaña estupidez porque la digan unos personajes tan cutres como los sacerdotes animistas, ¿cuántas personas no estarán dispuestas a creerse lo del condón si lo dice Ratzinger, a quien allí muchísimos verán poco menos que como a un dios? Mi propuesta es la siguiente: o este hombre deja de decir mentiras, o Dios debería cambiar urgentmente de Vicario, porque, sobre todo en sitios como África, la palabra del Sumo Pontífice sigue siendo para algunos palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
Obsolescencia programada y medio ambiente
Hace 1 día
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