Se defendió bien Zelenski, y eso que todo estaba en su contra en el bochornoso recibimiento que le preparó el Gobierno norteamericano -que, a juzgar por el espectáculo, parece no saber muy bien lo que es la diplomacia-, desde el hecho de que el encuentro no se desarrollara en su lengua hasta la presencia de hooligans desvergonzados que tuvieron la grosería de afearle su vestimenta, dignísima y de causas muy razonables y por todos conocidas, pasando por los inadmisibles modales de Trump y Vance. Les dijo que él no había empezado la guerra y que esta no podía cerrarse premiando al agresor, les advirtió que se arrepentirían si impulsaban la victoria de Putin y les dio a entender que no aceptaría acuerdos que perjudicasen a su país. Estuvo sólido, a pesar de que casi ni le dejaron hablar.
El frustrante final de esta reunión ha provocado mayoritarias reacciones de apoyo a Ucrania y diversas reflexiones, las más acertadas de las cuales sugieren una reconstrucción del diálogo, particularmente, entre Europa y Estados Unidos, pero, en todo caso, el fiasco se veía venir, a juzgar por los resultados de la conversación previa mantenida entre Trump y Putin (CP1, CP2), que, en lo referente a las expectativas del mandatario norteamericano, se podrían resumir en que el acuerdo de paz que pondría fin a la guerra representará que: la recuperación por parte de Ucrania de territorios invadidos por Rusia es poco probable (o sea, una quimera); Ucrania no se adherirá a la OTAN, pues no tendría sentido; habrá una fuerza que velará por la pacificación, pero de eso se tiene que ocupar Europa, no los Estados Unidos; este país y Ucrania firmarán un acuerdo por el que los ucranianos le cederán el derecho a explotar recursos naturales de su territorio hasta un beneficio (para los yanquis, claro) de 500.000 millones de dólares, derecho cuya compensación sería la ayuda que los EEUU ya han prestado a Ucrania (o sea, que ya está pagao), la cual Trump ha llegado a estimar en 300.000 millones de dólares y la mayor de todos los cooperantes, pero parece que más bien se reduce a 115.000 millones y está por detrás de la de la UE, que ha sido de 138.000. Cuando uno ve la película que se ha montado Trump después de sus arreglos con Putin, se acuerda de Le gateau des rois, aquel cuadrito que salía en los libros de historia cuando llegábamos al siglo XVIII:
Y por eso se entiende lo que pasa: que Trump tiene prisa: ¡menudo negocio se ha motado el tío: el lío se acaba, el fregao se lo deja a otros y el negociazo, para su país! ¿El Zelenski ese que va vestido de soldadito? ¡Qué tío más plasta! ¡Firma y calla, joder! ¿Que Ucrania pierde un tercio de su territorio después de una invasión brutal y la pérdida de miles de vidas humanas? ¡Que les den! ¿Que a los países limítrofes con Rusia y a Europa en general se les queda al lado una escalofriante amenaza permanente? ¡Es su problema!
Esta es la razón de sus modales groseros y apremiantes ayer con Zelenski, aunque tampoco es que sean raros en él: ¡apurando, que voy con la saca! ¿Es su posición auténtica o ha salido pisando fuerte por cálculo y para intimidar? Eso solo lo sabe él, pero ni para Zelenski ni para Ucrania ni para Europa esto es un juego, así que todos esos actores han visto que ni la cosa se puede quedar así ni las ensoñaciones de Trump (y quizás también de Putin) pueden cumplirse, porque para ellos sería la claudicación y el desastre, de manera que ahora ocurrirá lo único que puede ocurrir: que les pondrán las cosas claras a EEUU y su presidente para que entren en razón. Y lo más acorde al sentido común -expresión que el propio Trump ha usado mucho en torno a este asunto- será que lo hagan. Lo que se alcance al final ya es otra cuestión, porque en esta guerra -en sentido literal y figurado- también participa Putin, y de este no podemos esperar nada bueno. Muchos especulan con que, en realidad, Trump a lo que aspira es a un entendimiento y alianza permanente con él, pero otros aseguran que no llegaría a eso ni aunque fuera su propósito, porque sería desastroso para todos, incluidos los Estados Unidos. Esperemos que sean estos últimos los que estén en lo cierto.