Decía en cierta ocasión aquel gran
parlamentario que fue Miquel Roca Junyent, a propósito de la forma en que la
clase política estaba afrontando los problemas del momento, unas palabras parecidas
a estas, o tal vez estas mismas: “Hemos estado tan preocupados por lo urgente
que nos hemos olvidado de lo importante”. Es cosa que suele ocurrir, para algo
las urgencias son urgencias, y, de hecho, en el momento actual, está ocurriendo
con muchos asuntos, entre ellos, la educación. Pronunciamientos acerca de la
crucial importancia de la educación los hemos oído a centenares y en bocas de
toda variedad, desde las de ciudadanos de a pie hasta las de personajes
públicos, y entre estos últimos, que son los que a última hora gozan del
privilegio de tener más audiencia y por tanto más oportunidad de influjo social,
los han emitido no solo políticos o intelectuales, sino también cantantes,
deportistas, grandes chefs,
empresarios o actores, es decir, personas a las que el asunto les tocaba más
bien como inquietud personal. En fin, creo que ha quedado claro lo que quiero
decir: a TODOS nos parece que la educación es una cosa importantísima para que
el país funcione.
Eso
está muy bien y podemos sentirnos orgullosos de lo concienciados que estamos
todos, pero ¿se corresponden nuestros actos con la preocupación que
demostramos? Soy de la opinión de que está muy lejos de ser así y me preocupa
particularmente la postura de los partidos políticos, que son los que, en
definitiva, dado que de ellos salen nuestros gobernantes y legisladores, tienen
en su mano decidir el rumbo que tome nuestra enseñanza en cada momento y el
trato que reciba desde la sociedad y desde el poder. En el nivel de las
proclamas, como hemos podido ver en la reciente campaña electoral y en el
periodo de maniobras poselectorales que se ha abierto, sí que se ha mantenido
el ritual de señalar que la educación va a ser importantísima, sí que se ha
hablado mucho de cambiar las cosas y de mejorarlas, sí que se ha hablado mucho
de la necesidad de grandes pactos y consensos, pero, en el terreno de las
concreciones, todo se ha reducido a lo de siempre: tópicos altisonantes,
posiciones de trinchera, un desconocimiento y hasta un desprecio de la realidad
educativa no muy alentadores y un hipócrita silenciamiento de lo que se piensa
hacer en torno a algunas cuestiones espinosas y polémicas, pero, miren por
dónde, tan importantes que ningún partido que pretenda ser creíble puede dejar
de contarnos qué piensa hacer en lo referido a ellas, he aquí algunas: una
verdadera diversificación del sistema, los abusos lingüísticos de los
nacionalistas, el fraude del bilingüismo, la conflictividad en algunos centros,
la concertada, la presión sobre el aprobado… (1).
El
pasado 9 de febrero, el Instituto de España hizo público un documento titulado Un pacto de Estado para la educación
(2), título que desde el principio deja poco lugar para las dudas. El Instituto
de España es un organismo que agrupa a las ocho Reales Academias españolas, así
que nos hallamos ante el documento de una voz muy autorizada, la de
instituciones punteras en el mundo del conocimiento y del saber, cuyos miembros
son personas de demostrada valía en la cultura y en la ciencia: algo sabrán
estas personas de educación y conocimiento; alguna sabiduría hemos de
concederles para examinar una situación dada sobre tales materias, para
establecer un diagnóstico, para emitir una demanda adecuada.
Conocedores
de lo que hay, empiezan reclamando un pacto para todos los niveles educativos, al
que califican de “verdadero”: ¿será que están, como estamos muchos, hartos de pactos
falsos, hartos de que se les dé gato por liebre en esta como en otras materias?
Puede ser, porque en algún momento declaran: “Llevamos casi medio siglo de reformas sucesivas […] que desafortunadamente
no han dado todos los resultados positivos que sería de esperar”. A su juicio,
no ha fallado la inversión, que nunca antes había sido mayor en España, sino la
estabilidad en los objetivos, afirmación que debe sin duda tomarse como una
denuncia de lo sometida que ha estado nuestra enseñanza a propósitos políticos
partidistas. Pasan tras esto a señalar una serie de puntos clave: el desprecio
hacia el profesor que se ha instalado en nuestro sistema, la necesidad de que la
transmisión de conocimiento esté por encima de particulares técnicas
pedagógicas, la pasividad de nuestros actuales alumnos, la necesidad de que el
índice de materias sea consensuado, reducido y centrado en las esenciales… Por
si esta serie de puntos no fuera ya muy sintomática de que, como adelantaba más
arriba, estos señores saben muy bien de qué hablan, nos dejan dos apuntes que
lo confirman plenamente, los reproduzco:
-“Los
profesores que enseñan en colegios e institutos, más allá de los índices de eficacia
del sistema y de abandono escolar, nos ilustran acerca de las dificultades
internas que existen para el ejercicio de su cometido, algunas de ellas no
mensurables estadísticamente, pues tienen más que ver con las actitudes que con las aptitudes de los estudiantes.”
-“No
se trata primordialmente de producir trabajadores, sino de formar ciudadanos
instruidos, responsables y competentes.”
¡Anda
y que no saben estos señores del Instituto de España, ya se explica uno por qué
son académicos! Sin dejarse narcotizar con estadísticas, se han ido a la
realidad y se han dado cuenta de que el fallo está en algo que no detectan los
radares, no en que las normas sean buenas o malas, sino en que luego, a pie de
aula, la presión por el aprobado y otras prácticas viciadas han instaurado una
destructiva molicie que campa por sus respetos. Y, por cierto, de esto se han
enterado oyendo las voces de “los profesores que enseñan en colegios e
institutos”: ¿para cuándo un gobernante o un político que se anime a llevar a
cabo tal práctica? Igual de listos han andado en lo referente a la segunda
frase: han captado muy bien cómo ciertos sectores del poder, especialmente el
PP y la banca, se han lanzado al inicuo proyecto de empobrecer la educación, de
reducirla al objetivo de enseñar a hacer cuatro cositas destinadas a capacitar
al alumno exclusivamente como productor. Formar para el trabajo no es malo, lo
aberrante es reducir la enseñanza solo a eso (como han estado predicando en los
últimos cuatro años los fontaneros políticos del PP y algunos supuestos
expertos), porque su objetivo debe volar hacia fines más amplios, ricos y
complejos. Por eso, porque el conocimiento y la formación personal esperables
en el estado de bienestar son una riqueza impagable que “se compadece mal con
la volatilidad normativa en materia de educación”, el Instituto de España pide
para ella un urgente pacto de Estado.
¿Y
bien? El documento fue hecho público, ya he dicho, el pasado 9 de febrero. El
primer aviso nos lo dieron los medios de comunicación, que tampoco es que lo
presentaran con gran entusiasmo. La propuesta, que tiene algunos matices más,
es sencilla y seria y sería sin duda eficaz, pero requeriría esfuerzo y
compromiso por parte de todos, y eso está muy lejos de la tan brillante como vana
pirotecnia educativa que llevan ofreciendo nuestros políticos desde hace años.
¿Ha oído alguien a alguno pronunciarse en serio o simplemente pronunciarse
acerca del documento? Esto me hace ser muy pesimista, por mucho que los partidos
no paren de proclamar su voluntad de alcanzar ese gran pacto.
NOTAS Y ENLACES
(1) Entro más a fondo en esta cuestión en este artículo de mi blog:
http://papabloblog.blogspot.com.es/2015/12/elecciones-2015-3-propuestas-educativas.html
(2) El documento del Instituto de España:
http://www.raing.es/sites/default/files/Pacto_Instituto%20de%20Espa%C3%B1a.pdf
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