Tengo por ahí escrito, aunque no he logrado encontrar dónde, que en cierta ocasión, hablando con mi hijo, que tenía entonces catorce o quince años, salió el tema de los alumnos de diversificación, y él me dijo:
-¿Esos quiénes son, los que se llevan la ESO sin dar un palo al agua?
Esta es la visión -expresada en términos reduccionistas y un tanto crudos- que todos los alumnos, sean o no de diversificación, tienen de este programa desde que fue implantado, hace ya de ello un buen pico de años. Y, si nos atenemos a los hechos, razón no les falta. Desconozco si existen cifras de los porcentajes de aprobados de los programas de diversificación, pero puedo decir que en los centros en los que he estado son prácticamente del cien por cien; en los centros en que yo he estado, solo han dejado de obtener el título de ESO en diversificación alumnos que, o habían optado por el abandono en cualquiera de sus múltiples formas, o -recuerdo exactamente un caso- se habían comportado de una forma tan grosera y conflictiva que, para los profesores, aprobarlos hubiera supuesto una suprema autohumillación. Es necesario hacer algo muy gordo para que te suspendan la ESO en diversificación y no pocos la aprueban simplemente por asistir, incluso sin portarse excesivamente bien.
Entre las muchas consecuencias negativas que esto genera, hay dos particularmente dañinas: como demuestran las palabras de mi hijo, para los alumnos que no entran en el juego, tanto la propia diversificación como el sistema en general se desprestigian, ya que se crea una imagen de estafa, de privilegio, de doble rasero; para los que están dispuestos a aprobar como sea, aun haciendo el zángano y sin torturarse con enojosos planteamientos acerca de la ética o la justicia, se genera un nada edificante impulso de entrar en diversificación a cualquier precio, ya que van a ganar el premio sin molestarse lo más mínimo. Esta última postura contagia incluso a algunos padres, naturalmente, de los más insensatos. En cierta ocasión, la madre de una alumna mía que no era de diversificación vino poco menos que a pedirme cuentas por el hecho de que su hija se pasaba todas las tardes estudiando (cosa que era mentira, por cierto) y suspendía en algunas asignaturas, mientras que la de la vecina, que sí era de diversificación, salía todas las tardes y lo aprobaba todo. Lo que aquella señora reclamaba no era que se racionalizase la feria de la diversificación, sino que los demás empezásemos a hacer lo mismo. Cuando el propio sistema no se recata en perseguir el aprobado a cualquier precio, no debe extrañarnos que hagan lo mismo padres y alumnos.
Sin embargo, si se contempla teniendo en cuenta sus planteamientos teóricos, la diversificación no es una mala idea. Este programa pretende mantener en el sistema a alumnos que, por su escasa capacidad, un ambiente sociofamiliar adverso o unas grandes carencias educativas, tienen elevadas perspectivas de salir del instituto sin el título de ESO y quedar en riesgo de exclusión social, pero que podrían tener éxito si se les introdujera en un programa que fuera menos exigente que el regular, aunque mantuviera los mínimos educativos. Añádanle a esto unos grupos reducidos y un seguimiento más atento a la trayectoria del alumno y nos sale la diversificación. ¿Quién podría poner objeciones a un plan así? Nadie, siempre, naturalmente, que se llevase a cabo bien y sin trampas. Mi amigo Aquiles (nombre claramente falso, aunque no el personaje y su historia) suele hablarme de que en su instituto, hace algunos años, llegaron al departamento de Orientación, que es el que tiene a su cargo los programas de diversificación, dos profesoras nuevas y muy comprometidas con su oficio que tomaron a su cargo la diversificación, con la advertencia desde el principio de que la iban a llevar en serio y no iban a regalar el título a vagos. Así lo hicieron: en ese instituto, entrar en diversificación no es sinónimo de tumbarse a holgazanear y sacarse la ESO seguro y por la linda cara, sino que, al que no estudia, le hacen lo lógico: suspenderlo, y el programa funciona muy bien. Debo señalar, no obstante, que mi amigo me habla de lo de su instituto como de una notable excepción y subraya que estas profesoras, para llevar a cabo esa expulsión de los mercaderes del templo, debieron actuar con decisión, firmeza y hasta un poco de bravura.
Habrá centros así, no lo dudo, pero, insisto: lo apabullantemente normal es lo otro, lo que me contaba mi amiga Rosaura (otro nombre falso). El curso pasado, se incorporó tarde a su instituto y allí le asignaron una plaza en el departamento de Orientación. Gran parte de la semana se la pasaba como profesora de compensatoria, dando clases de refuerzo a dos niñas que, durante algunas horas, se separaban del resto de su grupo para ir con ella, lo cual le producía una gran sensación de pérdida de tiempo y despilfarro, ya que veía sin poder hacer nada que aquella profesora semiparticular ni era lo que necesitaban esas niñas ni lo agradecían con otra cosa que una notoria dejadez. Una de ellas, llamada Cleopatra (nombre también falso, como ya suponían), además de no hacer nada, faltaba mucho y el último trimestre se lo pasó casi sin asistir. Llegó la evaluación final y a Rosaura le tocó asistir a un curioso espectáculo: la orientadora del centro propuso que Cleopatra entrase en diversificación, a lo que se negaron rotundamente los profesores del grupo, argumentando que había estado todo el curso vagueando y había faltado mucho: ¿cómo se la iba a premiar poniéndola en diversificación? Además de ser una aberración, resultaría un despilfarro, ya que las plazas de diversificación, como todas las de los programas especiales, son más caras. Pues bien: hace no muchos días, Rosaura me contaba bastante desolada que, en este curso, el departamento de Orientación ha incluido a Cleopatra en un grupo de diversificación, despreciando el dictamen de sus profesores, y no solo a ella, sino a unos cuantos compañeros suyos de parecido perfil.
¿Por qué suceden estas cosas? La razón está en quién es responsable de los programas de diversificación y compensatoria, que están en manos de los departamentos de Orientación. Para que la diversificación funcione, debe seguirse a rajatabla una regla oficiosa: incluir en los grupos solo a alumnos que hayan demostrado interés y esfuerzo, a alumnos que, si no aprueban, no es por su dejadez y por su vagancia, sino por otros factores. Con esos sí se puede trabajar y se obtienen unos resultados muy gratificantes, lo sé porque fui porfesor de diversificación hace algunos años. Di clases de Ámbito Sociolingüístico a dos grupos de catorce alumnos, de tercero de ESO, con una curiosa característica: de manera casi matemática, en cada grupo tenía siete alumnos que tenían interés y se esforzaban y otros siete que eran unos completos gandules, y no solo eso, sino que, con aquellos profesores que se lo permitían, se comportaban muy mal y de manera irrespetuosa. Como ya os imaginaréis, ese año tuve un resultado de 14 aprobados y 14 suspensos, fifty fifty. En la junta final, me tocó, como tutor que era de uno de los grupos, defender los siete suspensos que había puesto la profesora de Música, que ya estaba ausente y a la que un miembro del equipo y secretario del centro pretendía hacer volver para que convirtiera esos suspensos en aprobados, así, a lo crudo, pero la cosa no pasó a más porque yo le hice saber que esos niños se habían pasado el curso presentándole exámenes en blanco y algunos de ellos, incluso, tratándola de forma despectiva. Alguien me dijo después una cosa: si yo hubiera estado en cuarto, curso en que se dan los títulos, no me habrían dejado hacer nada de lo que hice. Me lo creo.
Supongo que ya vais entendiendo: el problema de la diversificación es que los departamentos de Orientación la tratan de manera clientelar y en beneficio propio. Defienden la presencia de los alumnos y que se les apruebe hagan lo que hagan, hasta el punto de que los chicos pronto lo captan y los peores se crecen y acaban perdiendo el respeto a los profesores; acaban metiendo en los grupos a cualquiera, con tal de que ocupe una plaza. La razón es de supervivencia: resulta curioso ver cómo los departamentos de Orientación, que son los que atienden a menos alumnos, son sin embargo de los que más profesores tienen, y eso es en parte porque tienen la facultad de determinar ellos mismos su alumnado. Si os habéis fijado, en el centro en el que yo di diversificación, en realidad sobraban la mitad de los alumnos, pero el departamento que elaboró los grupos, siguiendo una práctica muy extendida, metió al doble de los que debía, lo que tiene una importante consecuencia: más profesores para el departamento. Algo parecido pasaba con Cleopatra, su compañera y un buen montón de niños de compensatoria: la compensatoria les sirve de bien poco, pero en cambio genera unas cuantas plazas de profesores para los departamentos de Orientación, que tienen cierta potestad para determinar que un alumno vaya a compensatoria. En lo referido a que apruebe todo el mundo la ESO, poco hay que decir, es la medida más clientelar de todas: la que atrae como moscas a interesados en aprobar sin estudiar, la que permite exhibir lo que hoy se llama éxito de un programa educativo: un cien por cien de aprobados, o casi, sin importar demasiado en qué condiciones. Muchos de los chicos que van a diversificación, en realidad estarían mejor en otras opciones que existen o han existido: las antiguas garantía social o PCPI, o la actual FPB, opciones de formación profesional que siempre han sido saboteadas por determinados sectores educativos aduciendo increíbles razones de discriminación, aunque quizás haya otras menos confesables.
En conclusión, como con algunas otras cosas de nuestro actual sistema educativo, la diversificación es una buena idea que ha acabado fracasando por culpa de ciertas prácticas viciadas. Se ha convertido en algo antieducativo: no se motiva a sus alumnos para el aprendizaje y representa para todos un referente negativo, una prueba de que se puede obtener los títulos sin hacer demasiado por ganárselos. El daño producido es grande, ya que afecta no solo al programa en sí y a los alumnos que deberían ser sus beneficiarios, sino que va incluso más lejos, ya que sus incongruencias repercuten en el desprestigio del sistema educativo.