Ha alcanzado estos días cierta notoriedad la imagen de una profesora de Primaria llamada Verónica Duque, que se presentó en su clase de tercero con un traje de licra que reproducía el interior del cuerpo humano, con el fin de ser ella misma la figura sobre la que señalar a sus alumnos la ubicación de músculos y vísceras. Tenéis
información ampliada en Verne, un suplemento de "El País", y aquí os dejo unas fotos de Verónica con su anatómico atuendo:

Empezaré por decir que creo que esta profesora tiene absoluta libertad para elegir sus métodos didácticos, siempre que no rompa los límites de la profesionalidad, la ética o el decoro (cosa que a mi juicio no ha hecho), pero desearía hacer algunas puntualizaciones a este experimento suyo, que considero una excentricidad. Me decido a ello porque el entusiasmo que ha despertado entre sus admiradores les ha llevado a presentarlo como una acertadísima metodología didáctica, cuando a mí me parece que no va más allá de una espectacular ocurrencia escasamente productiva. De no haber mediado estos furores, yo me habría quedado calladito, pero, sinceramente, me parece el colmo que se presente como modelo algo que no lo es en absoluto.
Por lo que ella misma explica, Verónica decidió ponerse las mallas porque en ellas se ven los órganos desde atrás, cosa que afirma que en las láminas no suele ocurrir, pero a mí me parece que cualquier colección de láminas de anatomía incluye una visión delantera y otra trasera de cualquier sistema del cuerpo humano: óseo, muscular, visceral..., así que este punto de partida no tiene mucho fundamento. Por otra parte, existen unos estupendos maniquíes (ella misma dispone de uno, según nos cuenta) en los que está reproducida a la perfección la anatomía humana desde todas las perspectivas, por lo que nuevamente parece que Verónica no tenía perentoria necesidad de ponerse ella misma como soporte, con la desventaja, además, de que todo aquello que quede por la parte trasera del cuerpo sin duda lo podría haber visto, localizado y señalado mucho mejor en una lámina o en el maniquí que sobre ella misma: en este sentido, el traje de licra tiene que resultar sin duda alguna la opción más desventajosa.
¿Dónde está, entonces, la ganancia de esta? A mi juicio, en dos terrenos, uno didáctico (el factor lúdico de su sorpresa a los alumnos) y otro completamente ajeno al acto educativo: el factor publicitario, la exhibición en las redes. Empezaré por este último, con respecto al cual aparece una importante mezcla de churras con merinas: por un lado, en una parte del artículo se señala como virtud de la actuación de Verónica que prescinda de los aparatitos informáticos que tan esclavizados tienen hoy a nuestros infantes, pero, por otro, unas líneas más abajo, ella misma se declara una entusiasta de los retos virales, de los cuales este anatómico episodio es uno más: ¿en qué quedamos, la dependencia tecnológica es buena o es mala? Prescindiendo de esto, montar una clase con un fuerte componente espectacular y luego facilitar que esa clase salga de los límites escolares y se "viralice" en las redes es algo que me parece muy poco correcto: siento mucho decirlo, pero arroja sobre la iniciativa la sospecha de haber sido concebida pensando más en las redes y la publicidad que en la clase; sinceramente, pienso que el trabajo de los profesores no está para eso, no consiste en el clamoroso lucimiento en medios generales, sino en la discreta transmisión del saber desde el profesor hacia el alumno en su espacio anónimo y sereno, aunque también pudiera ser que yo me esté quedando anticuado.
Veamos ahora el aspecto didáctico, o sea, el provecho que puede aportar esta inusual y lúdica actuación de la profesora al objetivo de hacer más atractivas sus lecciones. La enseñanza lúdica es imprescindible de 0 a 3 años, está muy bien entre los 4 y los 5 (aunque ya debe ir empezando a ceder terreno) y puede tener rendimientos en Primaria, pero nadie que conozca la educación podrá negar que su presencia se debe hacer menor a medida que los alumnos se hacen mayores y los conocimientos que se les transmiten son más complejos. Entendida la sorpresa que Verónica les dio a sus alumnos como el recurso lúdico de un día, me parece inobjetable, ahora bien, lo que sin duda es un auténtico disparate es pretender (como parece desprenderse del artículo de Verne) que recursos como este sean la norma en la escuela, cuando lo más sensato es que sean algo esporádico y, ni que decir tiene, administrado con austeridad y mucha sabiduría. Dicho en pocas palabras: sería muy contraproducente una enseñanza basada en el continuo recurso a lo inusual. Entre los defensores de las metodologías innovadoras, la enseñanza lúdica es una de las propuestas más aceptadas, pero yo tengo muy claro que el elemento lúdico no tiene ni mucho menos las milagrosas virtudes que sus defensores le atribuyen, por una razón muy sencilla: con demasiada frecuencia, el alumno que es "motivado" por algún atractivo lúdico, con lo que se queda es con ese señuelo, al tiempo que desprecia la enseñanza que envolvía.
Y es que la verdadera motivación es la que consigue (por el procedimiento que sea) que el alumno se sienta atraído por lo que se le quiere enseñar y sea a eso a lo que preste atención, por lo que atraerle constantemente con caramelitos suele dar un resultado, en el mejor de los casos, nulo. Voy a poner un ejemplo. Hace unos años, en un centro en el que estuve, había un alumno tremendamente conflictivo (tendría que escribir al menos cuatro páginas para que entendierais hasta dónde llegaba eso de "tremendamente"). Todos los profesores tenían grandes problemas con él y con ninguno aprendía nada, salvo con uno, el de Matemáticas, que tenía una fórmula mágica: cuando entraba en la clase, le daba al angelito un bollo y una Coca-cola. Según él, con esto obtenía unos resultados óptimos, pero esto se vino abajo cuando, por ciertas circunstancias, tuvo que ausentarse un largo periodo y le sustituyó una profesora. Lo primero que hizo el chico en clase fue pedirle el bollo y la Coca-cola y, cuando ella le dijo que no habría nada de eso, intentó agredirla. Cuando unos meses después ese alumno abandonó el centro tras un proceso largo de contar, era patente que su ignorancia en Matemáticas era tan desalentadora como en el resto de las asignaturas.
Sé que es una comparación muy drástica, pero os aseguro que muy a menudo las "motivaciones" lúdicas consiguen lo que el bollo y la Coca-cola de aquel genio de la innovación: él aseguraba que había enganchado al niño a las Matemáticas, pero en realidad lo había enganchado al almuerzo. Y el reto del profesor es que el alumno se enganche a lo que enseña, no a engañosos señuelos. En el caso concreto del disfraz de Verónica, creo que se dan
los fallos habituales de los señuelos lúdicos: son demasiado contingentes, demasiado superficiales y demasiado particulares. El disfraz de Verónica es
efímero como el humo: a la siguiente clase, ese recurso
ya no le va a servir para nada, porque quedará patético y patente su extravagancia (lo que es en realidad): solo puede funcionar, si lo consigue, la primera vez, ayudado por el factor sorpresa, pero ¿qué valor tiene una metodología que solo sirve para una vez?, porque lo indiscutible es que Verónica va a necesitar más clases para que sus niños aprendan esa anatomía que está en el programa. Esto nos lleva a la segunda carencia: su juego de disfrazarse es un recurso
superficial, no solo porque carece de la solidez de las metodologías de alcance duradero, sino porque, como ya he señalado repetidamente, nadie le garantiza que sus alumnos no se hayan quedado sobre todo con el destello de verla vestida de tan peculiar manera y se hayan desentendido por completo de la lección anatómica. Esto vale para el disfraz de licra, para la Coca-cola del ejemplo anterior y para centenares de ocurrencias que aseguran que consiguen milagros educativos a base de juegos. Por último, está el gran inconveniente de la
particularidad: una buena metodología debe ser susceptible de ser usada, si no por todos, al menos, por una aceptable cantidad de docentes: ¿sucede esto con el disfraz de Verónica? ¿Es imaginable su uso como práctica generalizada o de una extensión significativa? Tendría el mismo recorrido que la Coca-cola y el bollo.
Creo, pues, que queda claro que la simpática actuación de Verónica, como metodología didáctica, no tiene más utilidad que la de un recurso complementario que serviría para encender una primera chispa de interés y que, sin la menor duda, debería ser muy bien dosificado, porque, de no hacerlo, de caer en el error de utilizar la sorpresa como método habitual, aparte de conseguir que las sorpresas dejasen de serlo y acabasen también por resultar aburridas, correríamos el serio peligro de trivializar la enseñanza y de confundir a los alumnos, de hacer que perdiesen la noción de qué es lo importante, si lo que tienen que aprender o la parafernalia que lo rodea. O también este otro: que, como el chico aquel de la Coca-cola y el bollo, acabasen persuadidos de que las enseñanzas solo pueden ofrecerse envueltas en fantasía y no admitiesen otro sistema.
No quisiera terminar sin unas consideraciones acerca de
la auténtica carga de profundidad del artículo de Verne, pues, contrariamente a lo que pueda parecer, la historia de Verónica no es la esencia de su mensaje, sino solo el envoltorio. Los últimos párrafos del artículo se escriben bajo el título
Innovación para enseñar mejor: esta es la moto que en realidad se nos quiere vender, lo cual, viniendo de "El País", no resulta sorprendente, como tampoco lo es que deje una andanada contra el profesorado. Lo que básicamente se hace en esa última parte es un cóctel disparatado para vendernos las excelencias de la innovación, en el cual se desliza una cosa que no viene a cuento, pero es una auténtica vileza, interesada, cómo no: una serie de cifras acerca de las bandas de edad de los docentes españoles, cuya intención es exactamente esta: señalar que nuestro profesorado está muy envejecido y que, si fuesen todos tan jovencitos como Verónica, habría menos resistencias a innovaciones tan chulas como la suya y a la extensión de lo digital. ¿Por qué estará "El País" tan interesado en estas batallitas? ¿Será porque representan para el grupo PRISA
un negocio de cientos de millones de euros? Yo me temo que sí. En todo caso, si por este motivo están dispuestos a darle al profesorado una puñalada detrás de otra, deberían al menos tener cuidado de no caer en las redes de la estupidez: los profesores de 40, 50 o 60 años no solo tienen derecho a seguir siéndolo, sino que pueden ser tan buenos como el que más, sean innovadores o no, y a nadie se le escapa que no hay ídolo más ingrato que la efebocracia: déjenles a Verónica y al resto de profesores que hoy están en la treintena (y que, por cierto, no todos son innovadores) el tiempo suficiente y, por ley de vida, se convertirán también en cuarentones, cincuentones y sesentones. "El País" y los innovadores se han apuntado al peterpanismo, lo que me quedaba por ver.