Libros que he publicado

-LA ESCUELA INSUSTANCIAL. Sobre la urgente necesidad de derogar la LOMLOE. -EL CAZADOR EMBOSCADO. Novela. ¿Es posible reinsertar a un violador asesino? -EL VIENTO DEL OLVIDO. Una historia real sobre dos asesinados en la retaguardia republicana. -JUNTA FINAL. Un relato breve que disecciona el mercadeo de las juntas de evaluación (ACCESO GRATUITO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA). -CRÓNICAS DE LAS TINIEBLAS. Tres novelas breves de terror. -LO QUE ESTAMOS CONSTRUYENDO. Conflictividad, vaciado de contenidos y otros males de la enseñanza actual. -EL MOLINO DE LA BARBOLLA. Novela juvenil. Una historia de terror en un marco rural. -LA REPÚBLICA MEJOR. Para que no olvidemos a los cientos de jóvenes a los que destrozó la mili. -EL ÁNGULO OSCURO. Novela juvenil. Dos chicos investigan la muerte de una compañera de instituto. PULSANDO LAS CUBIERTAS (en la columna de la derecha), se accede a información más amplia. Si os interesan, mandadme un correo a esta dirección:
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martes, 22 de septiembre de 2020

Hit

    Tenía curiosidad por ver el primer capítulo de Hit, la serie que acaba de estrenarse en TV-1, porque se presentaba como una incursión en los problemas de la enseñanza, pero ya desde este momento señalo que no me parece así: en el episodio que he visto, ocurren cosas que pasan en los centros educativos (algunas, y otras que no), pero, desde luego, ni nuestros centros ni nuestra enseñanza tienen nada que ver con la historia que ahí se contaba. Cierto que los hechos de Hit se desarrollan en un instituto, pero tan peculiar que no creo que haya ninguno así, porque el comportamiento de sus alumnos y las cosas que ocurren son excesivos para un centro normal, pero, por el contrario, esos chicos, que hacen cosas de delincuentes que deberían estar en centros de reforma, no son ni de lejos tan cínicos, malvados y peligrosos como son los verdaderos jóvenes de centros de reforma. Ni tanto ni tan calvo, vamos. Así pues, pienso que quien se asome a esta serie debería hacerlo teniendo claro que va a presenciar una ficción, un espectáculo que podrá gustarle o no, pero no una dramatización de algo parecido a nuestra realidad escolar. 

     Esto no lo digo como condena, sino para aclarar la confusión que podrían generar la publicidad de la serie o algunas cosas que se han dicho en el debate posterior, en el cual, por cierto, también se ha señalado lo que yo digo: tanto Daniel Grao (el actor protagonista) como Carolina Fernández del Pino (vicepresidenta de ANPE), han dicho que en un solo capítulo se han visto juntas cosas que pasan en muchos centros y en mucho tiempo. La señora Del Pino ha subrayado además lo referido a la violencia, que en la serie ha sido abundante, pero que en la realidad de nuestra enseñanza, aunque existe, ni es extrema ni se produce en exceso. Estoy totalmente de acuerdo, con lo que tendremos que desechar el realismo en una serie que empieza con la quema de cuatro coches en el patio del instituto: esto, por fortuna, no es Medellín, ni Kabul. 

    Es muy lícito que una serie busque elementos espectaculares con los que entretener y atraer a sus espectadores, y la realidad de nuestras aulas no da para eso, aun teniendo algunos importantes problemas, que los tiene. Se acabaría aburriendo a la audiencia, y las series no están para eso. La única película que he visto que retrata una realidad auténtica de las aulas sin aderezos dramáticos, espectaculares o morbosos para hacerla más atractiva es La clase, de François Bégaudeau. Dicho esto, creo que a los productores de Hit les convendría descargarse de pretensiones, porque su serie no va a aportar claves ni soluciones para los problemas de la enseñanza, pero parece que ellos creen o quieren hacer creer que sí, como podría desprenderse de esta frase pronunciada en el debate: "Hacía falta una serie que nos abriera los ojos". Ni Hit es esa serie, ni esa es función de las series, por no hablar de que, sobre los problemas de la enseñanza, es muchísima la gente que tiene ya los ojos bien abiertos. Más aún: se nos ha desvelado que Hugo Ibarra Toledo (o sea, HIT), el profesor protagonista de la serie, en algún momento va a usar un recurso tan rompedor como llevar a actores porno a que hablen con sus alumnos: cuidado con los experimentos en el ámbito educativo: si va a ser esa la apertura de ojos que piensa llevar a cabo Hit, mal asunto.

     Es innegable la buena intención de los productores de Hit, pero no tengo más remedio que terminar mencionando algo que desapruebo y me hace ponerme en guardia. En el debate posterior, había varios grados de participación de invitados y uno de ellos era la telemática. A través de esta vía, iba a intervenir David Jurado. Para quien no lo recuerde, este profesor fue el que detuvo o contuvo a Max Porta, el alumno de un instituto de Barcelona que el 20 de abril de 2015 asesinó al profesor Abel Martínez Oliva. Ha sido presentado por una colaboradora del programa como "el único que fue capaz de detener" al autor del crimen. En aquella ocasión, escribí un artículo titulado El auténtico héroe, que para mí no fue otro que el fallecido Abel Martínez, y lo hice entre otras cosas porque empezaba a verse ya el maltrato a su figura y que les estaban colgando a otros medallas que a lo mejor no merecían. Así ocurrió concretamente con el señor Jurado, a quien no niego méritos, pero que quizás no fue tan heroico. Otra cosa que no me gustó de él fue que fuese uno más de los que se montaron al carro de la compasión excesiva con alguien que había asesinado a una persona y no mató a más porque le fallaron los planes, por mucho que se tratase de un niño. Hablé de todo eso aquí. Con toda sinceridad, no creo que el señor Jurado merezca estar en lo alto de ningún pedestal, así que, si Hit va a servir para esto (que espero que no), flaco favor va a hacerle a la enseñanza.  

miércoles, 16 de septiembre de 2020

El hundimiento o la okupa de Leganés

   Supongo que todos recordaréis "El hundimiento", aquella  excelente película en que descubrimos cómo encajó Hitler que a Sergio Ramos se le cayera una copa de la Champions que había ganado el Real Madrid y la chafara el autobús en que el equipo iba celebrándolo. Hasta entonces, ese hito histórico había quedado en la sombra, por lo que merece la pena que reproduzca el documento:


   Todas las etapas históricas tienen un ocaso, un momento crítico en el que todo se hunde, pero lo que conviene no perder de vista es que, antes de que ese hundimiento acaezca, por regla general se producen síntomas, a veces clamorosos y a veces sutiles, que lo anuncian. Sean de la envergadura que sean, el mensaje de esos síntomas es siempre el mismo: las cosas que deberían funcionar no funcionan, las leyes no protegen a quien las cumple, los infames campean como señores. Olvidémonos de Hitler y su búnker y vengamos a la España de hoy, un país en el que tenemos un inconfundible síntoma de hundimiento: el asunto de los okupas, pues difícilmente encontraremos aberraciones y desafueros más grandes que en este campo, donde la historia consiste en que a cualquier propietario de una vivienda se la puede arrebatar cualquier desaprensivo por el simple procedimiento de colarse en ella: basta con eso para que, mientan lo que mientan ciertos medios ¿progresistas?, el usurpador pase a ser el propietario con todos los derechos ante las leyes españolas.

    Este cáncer tiene décadas, pero en los últimos meses ha arreciado. Y no solo eso, sino que día a día los medios que no lo ocultan nos traen algún nuevo episodio indignante. El último ha sido el de Rosa, una mujer que, el pasado mes de marzo, cuando murió Pilar González, la mujer a la que supuestamente estaba cuidando, hizo que la incineraran sin avisar a la familia y, acto seguido, se apropió de su vivienda, cambio de cerradura mediante, como requieren los cánones. Cuando la familia de Pilar se enteró de este despropósito, se quejó airadamente del descuido de las autoridades policiales y sanitarias, a las que se les coló el tremendo abuso de la cuidadora, autora incuestionablemente de delitos (en mi ignorancia jurídica, los llamaré así) como estos: apropiarse de una casa que no es suya, omitir el deber de avisar a la familia de la muerte de Pilar y suplantarla en la toma de la decisión de enterrarla. Gravita además la sospecha, que muchos compartimos con la familia de Pilar, de si esta murió por razones no inducidas o si fue asesinada por Rosa con el fin de apropiarse de su vivienda. No es, naturalmente, ninguna broma, y menos, si se añade a todo lo anterior. Pues bien, qué queréis que os diga, para este reaccionario guachimán, si con estos mimbres Rosa no entró ipso facto en la cárcel, es que España presenta hoy síntomas de amenaza de hundimiento.

    Pero en materia de okupaciones no es extraño que a cualquier abuso exasperante al día siguiente se añada una fuente más de exasperación. A Rosa no solo no le ha pedido cuentas la justicia, sino que además ella, en virtud de los derechos automáticamente adquiridos por quedarse con una casa que no era suya, se encastilló allí y, no sin chulería, empezó a poner condiciones para marcharse, una de ellas, la imposición de que la vivienda la dejaría el lunes 14. Casualmente, me he enterado de que al final la abandonó el pasado viernes 11 con nocturna discreción. Merece la pena reproducir los elementos más reseñables de este esperpento: ¡se ha dignado a renunciar por escrito a la posesión de la casa, de la casa que pertenecía a la mujer cuyo cadáver incineró sin derecho alguno!, y recibió presiones para irse de la empresa Desokupa, lo que hace que me pregunte: ¿en qué lugar deja esto a la policía y a los jueces? Y otra pegunta: ¿no es este episodio un síntoma de hundimiento de unas instituciones que solo han servido para llevarle el botijo a la infractora?

    Terminada esta feria, la familia de Pilar sigue adelante con las acciones que ha emprendido contra Rosa, entre ellas, una investigación por el fallecimiento de Pilar. Desde luego, si un día Rosa no acaba entre rejas, es que este país despide un cierto aroma a hundimiento. Y me temo que no acabará, entre otras cosas, porque tengo serias dudas de que, en el momento en que escribo estas líneas, esta señora (que me perdonen las señoras) siga en España.

domingo, 6 de septiembre de 2020

¿Estamos yendo para atrás en seguridad ciudadana?

     Está circulando estos días la espeluznante noticia de la muerte de un menor en Getafe, que fue apuñalado por una banda de atacantes que al parecer procedían de Villaverde. Según la información disponible, la víctima y sus amigos habían tenido una discusión con los agresores o parte de ellos en un botellón y días después estos fueron a su lugar de residencia para asesinarla. Escandaliza una conducta tan salvaje y criminal y produce perplejidad el hecho de que se desplazaran desde Villaverde hasta Getafe y buscaran por allí al pobre muchacho para matarlo. Mucha sed de venganza hay que tener, muy soberbio y sanguinario hay que ser, y muy sensible a la ofensa también, para tomarse tanta molestia y llegar a tan trágicos extremos por tan inconsistentes motivos: todo esto, además de indignación, produce perplejidad. Llamo la atención sobre el escenario en que brotó la chispa: uno de esos botellones, abominables por tantos motivos y que nuestros gobernantes no han podido o no han querido extinguir; solo faltaba que ahora fueran el germen de asesinatos. Por cierto: ¿no estaban prohibidos por motivos epidemiológicos? Y subrayo, por supuesto, la palabra que más alarma: banda. Banda supongo que juvenil responsable de actos criminales, incluidos asesinatos: muy mal asunto.
    Por otra parte, durante todo el verano, con el ominoso y esperable silencio de los medios complacientes con el Gobierno y/o (aunque más y que o) "progresistas", se han estado produciendo en la Casa de Campo de Madrid y zonas cercanas, tales como Batán y la ribera del Manzanares, una serie de actos delictivos que incluían robos, abusos sexuales y agresiones físicas, algunas, muy graves, como botellazos, mataleones (que te pueden matar de verdad aunque no seas un león) y palizas en grupo. La inmensa mayoría, por no decir todos, procedían de los acogidos en un albergue de la fundación Diagrama. Han salido multitud de noticias en los medios, porque los ataques se cuentan por decenas. Os dejo aquí unas cuantas a elegir, de ABC, El Mundo, Mediterráneo, La Razón o eldiario.es
     Venciendo mi miedo a que me llamen facha, os diré algo que los más sagaces habréis descubierto: los asesinos de la primera noticia, según circula por los medios, podrían pertenecer a bandas latinas, mientras que los maleantes de la segunda son con toda seguridad menas. Siento decirlo aunque atraiga sobre mi cabeza la sospecha de xenofobia, pero es que es la verdad. 
     Violencia, delincuencia y agresiones ha habido siempre, pero yo llevo cincuenta y cinco (55) años en Madrid y me siento en condiciones de afirmar que este panorama me recuerda lamentablemente a un estado de cosas de hace décadas que yo, iluso de mí, creí que habíamos superado hace bastantes años, pero observo con inquietud que está volviendo. Y no me gusta, creedme, porque lo he vivido y sé lo malo y dañino que es. No hablo solo de lo más grave, es decir, de los actos delictivos que real y efectivamente cometen las bandas grandes o los delincuentes callejeros que actúan solos o en pequeños grupos, sino del miedo y la sensación de inseguridad, que es algo que estropea mucho la vida diaria. Sé lo que es andar con temor hacia ese que se acerca y que te da mala espina, o ponerte en guardia (o dar media vuelta, o cambiarte de acera) porque no vas a tener más remedio que pasar por delante de aquellos tres que ya te están mirando de un modo que no te gusta, o llegar a tu casa y que tu madre te diga que un energúmeno le ha arrancado el monedero de la mano, o enterarte de que a un amigo le han atracado a punta de navaja. Sé lo que es y no tiene gracia, por mucho que pontifiquen cuatro imbéciles hipócritas que se las dan de redentores sociales. 
      En los años sesenta, viví en un barrio donde la sola mención de los chicos del por fortuna desaparecido núcleo de la Cruz del Cura nos ponía la piel de gallina; en los setenta, viví en otro donde producía pavor la banda de un sujeto apodado el Chocolate; a finales de esa década y principios de la siguiente se produjo el esplendor (y también la traca final, por suerte) de las pandillas callejeras de los extrarradios de Madrid, a cuyos jefecillos ciertos cineastas oportunistas y ciertos músicos que iban de rompedores convirtieron o quisieron convertir en una especie de mitos, cuando no eran más que unos miserables violentos y sin escrúpulos. También sé lo que inspiraban estos en la gente normal, en la gente buena como usted o como yo que lo único que quiere es vivir tranquila y sin meterse con nadie (que, por cierto, es la que mayoritariamente padece las gracias de este rebaño): miedo, lo sé porque trabajé en un centro pegado a Villaverde, el barrio del que procedían algunos de los más floridos, y lo pude ver con mis propios ojos. Unos familiares míos vivían en un barrio donde abundaban las pandillas de macarras setenteros (fauna de cuyo trato era mejor mantenerse alejado); en cierta ocasión, en el año 72 o 73, vi desde su terraza pasar una banda de al menos cincuenta moteros: os aseguro que no hubiera querido estar en el sitio donde finalmente se les ocurriese aterrizar. En ese mismo barrio tenía yo algunos amigos. Un día, uno de ellos, a la salida de un cine, vio una pelea ente dos miembros de la misma pandilla o de pandillas distintas, ya no lo recuerdo, y cómo uno quedaba por encima del otro y lo tenía sujeto. Como conocía al que llevaba la peor parte, fue a separarlos, y entonces el otro se revolvió y lo mató de un navajazo. Allí quedó muerto un chico extraordinario, a manos de un descerebrado hijo de _ _ _ _. Añado, para colmo, una cosa: el otro gallito, el que ese día llevó la peor parte en la riña, no era mucho mejor que el que le estaba zumbando, lo sé porque lo conocía. 
    ¿Pandillas? ¿Delincuentes juveniles cometiendo sus desmanes callejeros? No, gracias. Tengo el gusto de conocerlos y no los quiero para nada, son una hierba que tenemos que hacer todo lo posible por que no rebrote: no es que sea mala, es que es destructiva, así que hay que buscar soluciones efectivas contra ella. El poder andar tranquilos por la calle es un bien muy valioso, así que nuestros gobernantes deberían esmerarse en cumplir su obligación de protegerlo.