Vi El buen patrón hará un par de semanas y tendré que confesar que no me gustó, sobre todo, por una razón: es una película tremendamente sectaria y muy lastrada por los tópicos de la corrección política. Como muestra, un botón, aunque bien voluminoso y que me dejó perplejo ya desde el primer instante, porque constituye el inicio de la película: en una plácida noche, vemos a tres veinteañeros magrebíes charlando en un banco de un parque; de repente, aparecen por allí unos españolitos que les atacan furiosamente. El episodio acaba cuando llega la policía, pone en fuga a los agresores y detiene a un par de ellos. A esto le llamo yo recibir a puerta gayola y comenzar a lo grande: ¡unos zagalotes magrebíes siendo atacados en un parque! ¿De verdad es una escena habitual en la España de hoy o lo que sucede con más frecuencia de la que nos gustaría es justamente lo contrario? ¿En qué mundo vive el señor León de Aranoa? ¿Es que solo lee "El País"? ¿De qué nos quiere convencer, de que el problema hoy son las bandas de ultraderechistas descerebrados que cometen agresiones racistas? No voy a decir que eso no se dé, pero haría falta ser muy cínico para sostener que abunde. Por fortuna, los guerrilleros de Cristo Rey pasaron a la historia hace ya décadas, aunque parece que algunos "progres" sienten nostalgia de ellos, que los necesitan para montarse sus ensoñaciones épicas. En conclusión, por esto no me ha gustado El buen patrón: porque está de principio a fin barnizada de maniqueísmo "progre".
En los años 70, era yo un mozalbete que odiaba el cine comercial de la época, aquel cine integrado, casposo, servil con el poder, de tías en bikini, catetos de boina e infelices reprimidos, rijosos y machistas, un cine que falsificaba la realidad española, carente de inteligencia y con un sentido del humor antediluviano, pobre y -lo imperdonable- sin ninguna gracia, en suma: el cine del régimen; pues bien, héteme aquí que ahora, cincuenta años después y en una España que hace mucho que superó el subdesarrollo, me veo odiando el cine integrado de hoy, el cine servil con el poder de hoy, el cine que falsifica la realidad de hoy, el cine que hoy ha renunciado a la inteligencia y se ha acomodado a un humor fácil, previsible y oportunista, porque, para colmo, voy a ejercer mi derecho a decir que El buen patrón es una comedia con muy poca gracia, da todo lo más para alguna que otra sonrisilla, lo cual es una pena si se piensa que hablamos de una película de Fernando León de Aranoa. O sea: héteme aquí odiando el cine del régimen de hoy, porque, culturalmente, lo que hoy tenemos es algo muy parecido al régimen de hace cincuenta años, solo que de signo contrario. Eso sí: donde antes había bikinis, boinas y tipos reprimidos, ahora hay gente que folla a destajo, porque en el cine español de treinta o cuarenta años a esta parte se folla muchísmo, ¿no lo han notado?, ¡venga a follar! En el cine español actual, rara es la película en la que no sale alguien follando, yo creo que, si se hiciera una versión actual de Marcelino, pan y vino o de Fray Escoba, se las arrglarían para meter en ambas dos o tres escenas de cama. ¡Qué avanzados somos!
ARGUMENTO DE LA PELÍCULA (POR SI USTED NO LA HA VISTO)
Volviendo a El buen patrón, voy a intentar hacer esta crítica tomando como hilo conductor a los personajes. Resulta que uno de los dos agresores detenidos en el parque es el hijo de Fortuna, un viejo empleado de la empresa de Julio Blanco (el buen patrón) que desempeña un empleo ínfimo y en pésimas condiciones, pero, como es un pobre diablo servil y siempre a las órdenes de su amo, le pide al jefe que haga uso de sus influencias para que liberen a su hijo. ¡Hecho!: en la siguiente escena, tenemos a padre e hijo en el coche de Julio, que acaba colocando al joven en la tienda de su mujer (Adela) e insinuando al agradecido Fortuna que los favores se pagan. Cuando llega a su empresa, se encuentra con que frente a ella está montando una escandalera un tal Rubio, un despedido que quiere ser readmitido, un personaje del que pienso que León de Aranoa ha querido trazar una trayectoria de lo cómico a lo trágico, pero que resulta patético y sin gracia ya desde el principio. Igual de fallido y soso es Román, el vigilante de la barrera, un perfecto inútil que no sirve ni para desalojar a Rubio y ni tan siquiera para espantar a un pajarillo que ha anidado en una balanza ornamental que hay en la entrada de la factoría, para contrariedad de Julio, que es que al final tendrá la crueldad de echar al bicho. Dentro hay un buen follón, porque resulta que Miralles, el jefe de logística, aún no ha aparecido, pues lleva unos días desquiciado sin que se sepa muy bien por qué. Julio toma parte en un pequeño acto de despedida de tres jóvenes becarias, una de las cuales, cuando el jefe le pone una medallita, se da media vuelta y se va a escape llorando. Uyuyuy, piensa el espectador, a ver si va a ser que...
Khaled, una especie de autónomo al mando de la flota de transporte, se pone chulito con Miralles, que ya ha aparecido. Después averiguamos lo que le pasa a este, ya que se lo cuenta a Julio, pues son amigos desde hace años: su mujer, Inés, le ha dicho que quiere divorciarse y, además, él sospecha que está liada con alguno. Julio va a verla para tratar de aplacarla, pero ella no le hace ni caso (más adelante, hasta le dará una bofetada). Al día siguiente, aparecen por la empresa tres nuevas becarias y, en efecto, era que: Julio le echa el ojo a una de ellas, Liliana, y esa misma noche o a la siguiente ya está follando con ella, pese a ser como treinta años más viejo. Miralles sigue atacado y convence a Julio para que le acomapañe a espiar a su mujer usando las señales del móvil. Descubren así (lo descubre solo Julio, más bien) que Inés está follando con alguno (lo descubren por los pitiditos continuos que da el móvil de Miralles, que está conectado con el de su mujer, ¡queda graciosísimo, me acorde de las "pelis" de Alfredo Landa!). A la noche siguiente, para animar a Miralles, Julio se lo lleva de ligue a un sitio que parece más un puticlub que una discoteca, donde se encuentran a Liliana y Merche, otra de las becarias. Lo de Julio y Liliana progresa adecuadamente, pero lo de Miralles y Merche acaba en numerito histérico de esta última.
Unos días después, Adela le dice a Julio que van a ir a su casa a cenar unos amigos de toda la vida acompañados de su hija. Cuando esa noche él vuelve a su casa, se encuentra con que... ¡la hija es Liliana! Él era el único que no lo sabía y entre ella y Adela le habían preparado una sorpresa. Al día siguiente, descubre que el amante de Inés es Khaled y va a hablar con él para que la deje por el bien de la empresa, pero el marroquí le para los pies, ¡pues menudo es él! A él no lo gobierna como a todos esos españoles, porque él no es empleado suyo, es un colaborador independiente. Julio está dispuesto a echar a Liliana, porque es mucho compromiso tenerla en la empresa, y empieza a fatidiarla, así que la pobre no tiene más remedio que buscarse otro, y acaba follando con Khaled. Al fin, Julio echa a Liliana y ella se lía más en serio con Khaled. Harto de no poder quitarse de encima al pelma de Rubio, Julio traza un plan que consiste en que el hijo de Fortuna y sus amigos vayan una noche a darle un escarmiento. Así lo hacen: le dan una paliza y le queman el coche en el que dormía, pero él mata al hijo de Fortuna de un golpe con el antirrobo.
En fin, que la película termina con el servil Fortuna ayudando a Julio a colocar una placa de no sé qué, Miralles despedido, Khaled ocupando su lugar y Liliana readmitida como segunda de a bordo de la empresa, ya que tiene a Julio bien agarrado con el secreto de su breve relación.
SECTARISMO RAMPLÓN
Tras este sucinto relato, vayamos a la interpretación en clave progresista. En la película es criticado el racismo, a través de esos vándalos que atacan a los pobres magrebíes que están en el parque; el antiecologismo, a través de ese malvado que le quita su nido a un pajarillo; el machismo, en ese jefe depredador y ese Miralles que se va de ligue pero está celoso de su mujer; el capitalismo, en ese patrón hipócrita, que despide, que se entromete en las vidas de sus empleados, que los utiliza, que los explota...; la corrupción, por supuesto, de esos empresarios que manejan el tráfico de influencias.
Quedan, por su parte, muy bien parados el feminismo, representado en esa Liliana capaz al final de doblarle el pulso al malvado capitalista, o en esa Inés, que hasta le da un guantazo, o en Merche, dueña de su sexualidad, igual que las otras dos... Alguien podrá decirme que esto lo desmiente el personaje de Adela, pero es que Adela es tonta y no se entera porque es una burguesa y está además del lado del capitalismo. También salen bien libradas las minorías raciales, representadas por esos pobrecitos magrebíes víctimas de la violencia fascista, y, sobre todo, por el victorioso Khaled, que no permite que el jefe le gobierne y además le pone los cuernos a Miralles, se acuesta también con Liliana y acaba muy bien situado en la empresa. Si se le compara con el resto de personajes masculinos, hay para pensar que León de Aranoa practica una especie de racismo a la inversa o de antiespañolismo, no sé qué será, pero miren si hay o no algo de lo que digo: Julio: explotador, hipócrita, malvado, infiel...; Miralles: débil, cornudo, histérico...; Fortuna: servil hasta el punto de tragarse sin rechistar la manipulación que lleva a su hijo a la muerte; el hijo: violento, descerebrado, racista...; Román: un tonto de concurso; Rubio: un chalado patético...: ¿tengo razón o no? En El buen patrón, el único hombre como Dios manda es un inmigrante. ¡Qué mierda de España o qué España de mierda! ¡Qué perspicaz, qué valiente y, sobre todo, qué "progre" es el señor León de Aranoa al denunciarlo!
Todo este despliegue de la moralina y los tópicos del progresismo me parece un auténtico exceso. El arte panfletario nunca es bueno y, como catecismo de la doctrina correcta embutido en una historia, El buen patrón está a la altura de aquellas películas con curita virtuoso que nos asestaban durante el nacionalcatolicismo, por lo que insisto en decir que es un lamentable producto cultural del régimen de la izquierda, tan lamentable como eran los de la derecha. Es significativo del estado de sumisión en que actualmente se encuentra nuestra cultura lo mucho que esta cinta ha sido premiada. Por si alguien piensa que esto es un delirio mío, dejo aquí un enlace a su ficha en Filmaffinity, la excelente página de información cinematográfica. Ahí se ve que son muchos los espectadores que le dan una bajísima calificación, en general, por razones muy parecidas a las mías. Se ven también otras dos cosas muy curiosas: lo polarizadas que están las críticas -o la ponen de muy deficiente o de sobresaliente- y lo inservibles que son los juicios de los críticos profesionales, pues ninguno de los que ahí aparecen menciona un solo defecto de esta película, que creo que tiene unos cuantos. Fíjense, por ejemplo, en lo que dice Javier Zurro en "El español": "Una sátira lúcida, brillante e inmisericorde del empresariado español". ¿Pero en qué siglo vive el señor Zurro? Julio Blanco se parece a los empresarios del siglo XXI como se parecían aquellos catetos de Martínez Soria y de Esteso a la gente de los pueblos de su época. Lo que dije antes: una falsificación de la realidad, lo que invalida a la película como sátira.