Libros que he publicado

-LA ESCUELA INSUSTANCIAL. Sobre la urgente necesidad de derogar la LOMLOE. -EL CAZADOR EMBOSCADO. Novela. ¿Es posible reinsertar a un violador asesino? -EL VIENTO DEL OLVIDO. Una historia real sobre dos asesinados en la retaguardia republicana. -JUNTA FINAL. Un relato breve que disecciona el mercadeo de las juntas de evaluación (ACCESO GRATUITO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA). -CRÓNICAS DE LAS TINIEBLAS. Tres novelas breves de terror. -LO QUE ESTAMOS CONSTRUYENDO. Conflictividad, vaciado de contenidos y otros males de la enseñanza actual. -EL MOLINO DE LA BARBOLLA. Novela juvenil. Una historia de terror en un marco rural. -LA REPÚBLICA MEJOR. Para que no olvidemos a los cientos de jóvenes a los que destrozó la mili. -EL ÁNGULO OSCURO. Novela juvenil. Dos chicos investigan la muerte de una compañera de instituto. PULSANDO LAS CUBIERTAS (en la columna de la derecha), se accede a información más amplia. Si os interesan, mandadme un correo a esta dirección:
repmejor@gmail.com

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jueves, 23 de febrero de 2017

La hipocresía "progre": en el Reino Unido, también

    En todos los países de nuestro pelaje, con mayor o menor intensidad, se ha producido el fenómeno de la implantación de unos sistemas educativos que hacían extensiva la enseñanza a toda la población hasta más o menos los dieciséis años, pero con una escandalosa bajada en la calidad, los niveles de aprendizaje y de exigencia y la disciplina. Todo ello se imponía en nombre de un perverso sentido de la igualdad y de la libertad, que parecía partir de la convicción de que, para que un enseñanza fuera democrática, tenía que ser vacía y que consideraba represivo poner coto a la holgazanería, la grosería, el desacato a las normas e incluso la violencia. Este catecismo "progre", que aquí conocemos muy bien, es en realidad tremendamente clasista, porque arrebata a los que no son ricos el instrumento de ascenso social más útil que tienen a su alcance: la educación. Se ha señalado miles de veces la hipocresía y la incongruencia de esos voceros que, autodenominándose progresistas, izquierdistas y tal, defienden a capa y espada estos sistemas públicos ruinosos, y más aún cuando muchos de ellos tienen a sus hijos en centros privados. Mi amigo Ricardo Moreno me envía la traducción de un artículo titulado How hypocritical of the privileged elite to tell us that gramar schools are a bada idea, en el cual su autora, Allison Pearson, con el típico hablar claro de los británicos, nos muestra el estado de esta cuestión en su país. Aquí lo tenéis:

Qué hipócrita por parte de la élite privilegiada criticar las grammar schools
Allison Pearson (The Telegraph, 14 September 2016)
Tendrán que perdonarme, pero debo volver sobre el tema de las grammar schools. ¿Por qué? Porque la absoluta hipocresía que rodea este tema ya apesta, por eso. Al abrir The Guardian el lunes (lo sé, lo sé, puede producir alergia) encontré un columnista (educado en la privada, como tantos socialistas) imaginando a Theresa May intentando explicar a la “inteligente, escéptica y entrañable actriz Emma Thompson  por qué se necesitaban grammar schools”. La clara imputación era que quienes son inteligentes y entrañables (no como nuestra primera ministra, claro) deben oponerse a la educación segregadora.
     El único problema es que Emma Thompson enviaba a su hijo a una de las escuelas privadas más exclusivas del norte de Londres,  donde compartía clase con la hija de una amiga mía. Para que tu hijo pueda asistir a semejante sitio necesitas entregar más del sueldo medio nacional. Selección por talonario, en otras palabras. Y sin embargo, si eres lo bastante rico, lo bastante bien relacionado y lo bastante izquierdista, pareces disfrutar de algún tipo de extraña excepción a las reglas que quieres imponer a los padres que no pueden financiar la educación de sus hijos. 
      Realmente, hay un universo moral paralelo en Gran Bretaña donde una persona puede sostener apasionadamente que las grammar schools son socialmente discriminatorias mientras envía a sus propios bebés a Westminster, esa cuna de tantos de nuestros formadores de opinión progresistas. Es increíble que a comienzos del siglo XXI el número de columnistas de periódico que fueron a Westminster, Eton u otras escuelas privadas sea más numeroso que el de los que fueron a comprehensive schools. ¿Cómo es posible que el tipo de escuela que da servicio al 93% de la población esté infra-representada entre las filas de aquellos que pontifican sobre una educación estatal acerca de la cual, para ser perfectamente justos, no saben una mierda?
      A nadie le preocupa el periodismo, pero esa misma pésima discrepancia de clase se encuentra en todas las profesiones, en la política y en todo el firmamento de las estrellas del entretenimiento. Si miramos a los portavoces de la oposición, nos encontramos con el cómico espectáculo de un grupo de políticos laboristas que todavía creen en el sistema comprensivo, igual que el hombre primitivo creía que la tierra era plana. Personas como Jeremy Corbyn, John McDonnell y Diane Abbott se oponen violentamente a la revitalización de las grammar schools de la Sra. May, aunque no se atreven a decirlo porque (¿lo adivinan?) ellos fueron a grammar schools, las cuales les condujeron a donde están hoy. Y no me entiendan mal. Millonarios como Emma Thompson tienen perfecto derecho a dar a sus hijos la mejor educación posible. Mis descendientes han asistido también a escuelas privadas. Llámenme una loca Madre Tigre, pero preferiría que a la Hija y el Hijo, a diferencia de a su mami, les enseñara matemáticas alguien que no sea el profesor de educación física.
     Expertos que no saben de qué están hablando (véase arriba) dicen que el resultado de la grammar school se podría conseguir en una comprehensive si separas a los niños más adelantados. Lo siento, no se puede. Ethos lo es todo. Simplemente miren la inmundicia lanzada contra Matthew Tate, ese estupendo director de Margate que envió a cincuenta alumnos a casa por vestir el uniforme incorrecto. Por tratar de crear una atmósfera de autodisciplina y altos estándares, al Sr. Tate se le comparó con la Gestapo, un grupo no conocido principalmente por su línea dura con respecto a las zapatillas deportivas.
      Por eso los profesores están en aprietos todos los días en las comprehensive schools. Y no solo los padres protestones impiden el camino a la excelencia. Un amigo confesaba que su brillante niño había tenido horribles notas de ciencias en secundaria que podrían haber obstaculizado su futuro universitario. Luke había ido a la escuela comprensiva local donde le enseñó química el mismo zopenco que había enseñado a su hermana mayor al otro lado de la ciudad. El profesor en cuestión había sido despedido de la escuela de su hermana por incompetencia, para ser luego contratado en la escuela de Luke porque los tipos bien cualificados en ciencias y matemáticas no están precisamente haciendo cola para trabajar en las mediocres comprehensive.
      ¿No habría sido mejor si nuestra ciudad tuviera una grammar school donde a Luke y a otros chicos capaces de familias menos acomodadas pudiera enseñarles ciencia pura y dura alguien que no fuese un completo imbécil? Por supuesto que sí. Mejor para Luke, mejor para la sociedad en su conjunto, cuyos cuadros directivos se enriquecerían por una mezcla social más amplia, como acostumbraba a ser cuando millones de niños afortunados iban a las grammars. Demasiados chicos dotados como Luke son condenados a progresar sin hacerse notar en clases perniciosas, en las cuales entregar tus deberes te convierte en blanco de burlas, y padres descerebrados insisten en que vestir una falda tan escueta como un mensaje de texto es un derecho humano básico.
      En este punto, algunos expertos muy humanitarios, educados en escuelas privadas, señalan que las grammar schools hacen descender el estándar en otras escuelas de su área, y que menos del 3% de los alumnos que van a grammar schools tienen derecho a comidas escolares gratis. Ambas cosas son ciertas, pero el efecto en los logros de las non-grammars es en realidad muy pequeño. En cuanto a poner el foco en los alumnos con derecho a comidas escolares, es poner el listón demasiado bajo. Sólo alguien educado en Westminster, como Nick Clegg, puede estar tan fuera de onda como para pensar que los colegas de Oxbridge pueden ser metidos en el mismo saco que los hijos de desempleados analfabetos. Nick, dedica una semana intentando enseñar a alguno de ellos, y mira cuánto tiempo pasa antes de que te digan “¡Que te j…, pijo de m…!”
      Nuestro tiempo se emplearía mejor si nos preocupamos por los chicos de clase media-baja, que están sorprendentemente infra-educados en el presente sistema y que podrían realmente beneficiarse de una grammar school donde buenos profesores no tengan miedo de enseñar. Por supuesto, necesitas alguien que haya ido a (o enseñado en) una escuela estatal  para que te diga estas crudas verdades. Tristemente, no hay muchos de nosotros en posición de denunciarlo. Ya saben, todos los trabajos importantes han ido a parar a personas educadas en la privada. Gracias a Dios, nuestra nueva primera ministra ha visto a través de la asquerosa hipocresía y se ha presentado con un camino hacia adelante. ¡Es la grammar school, estúpido!

miércoles, 22 de febrero de 2017

Decálogo para un pacto de Estado por la educación

   
Desde el blog de mi amigo Xavier Massó e impulsado por la revista Catalunya Vanguardista, me llega un Decálogo para un pacto de Estado por la educación que viene avalado por las firmas de personas muy comprometidas con la dignidad y la calidad de la enseñanza. Acabo de firmar este documento, cuyo texto íntegro podéis encontrar en el enlace de dos líneas más arriba. Si os animáis a firmarlo vosotros también, podéis hacerlo en ese mismo artículo o directamente en este enlace:
     Ante los anuncios de cambios y grandes acuerdos que se reiteran, bueno será que se tengan muy presentes propuestas no complacientes, realistas y críticas como la de este decálogo.


lunes, 20 de febrero de 2017

Con todos mis respetos

   Veo en "El País" una noticia que se presenta con el titular "Hay que acabar con el formato de clases de 50 minutos", la cual consiste en una entrevista al neurólogo Francisco Mora, autor de esa afirmación. No voy a tener la osadía de quitar o poner una coma a lo que este especialista dice en lo tocante a su disciplina, pero sí señalaré que, cuando extrapola sus palabras al terreno educativo, dice cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que no. Entre estas últimas, están precisamente las palabras del titular y su contexto, lo reproduzco:
   Nos estamos dando cuenta, por ejemplo, de que la atención no puede mantenerse durante 50 minutos, por eso hay que romper con el formato actual de las clases. Más vale asistir a 50 clases de 10 minutos que a 10 clases de 50 minutos. En la práctica, puesto que esos formatos no se van a modificar de forma inminente, los profesores deben romper cada 15 minutos con un elemento disruptor: una anécdota sobre un investigador, una pregunta, un vídeo que plantee un tema distinto…
   No quisiera ser descortés con el señor Mora, pero de eso de que la atención no puede mantenerse durante 50 minutos, la inmensa mayoría de los profesores nos habíamos dado cuenta ya hace muchísimo tiempo, por eso, aunque se lo agradezco, el consejo de introducir elementos disruptores, no lo necesito, porque desde siempre yo -como la inmensa mayoría de los profesores, al menos, de infantil, primaria y secundaria- planteo unas clases con la suficiente multiplicidad de actividades e informaciones como para que la atención del alumno no decaiga. El formato actual de las clases está muy bien con 50 minutos, ya que es un tiempo no tan largo como para que se cansen ni el alumno ni el profesor pero suficiente como para integrar las diversas facetas que tiene o puede tener un acto educativo, cuyo desarrollo a menudo necesita esos cincuenta minutos. Presuponer que el profesor pretende mantener la atención del alumno fija en una sola cosa durante ese tiempo es desconocer cómo se trabaja en la enseñanza: que no se preocupen "El País" ni el señor Mora: conocemos nuestro oficio y sabemos desempeñarlo, no en vano somos profesionales. Por el contrario, debo suponer que eso de las cincuenta clases de 10 minutos es una exageración deliberada, una especie de licencia poética, porque, si esta dicho en serio, es un sinsentido que prefiero no comentar.
   Terminaré haciendo una observación acerca de la edad para empezar a leer. No entraré en el campo del señor Mora ni discutiré lo que dice acerca de los circuitos neuronales y su desarrollo, que le lleva a concluir que la edad ideal para empezar a leer son los seis años, pero sí quiero comentar algo acerca de estas palabras:
    Si se empieza a los seis, en poquísimo tiempo se aprenderá, mientras que si se hace a los cuatro, igual se consigue pero con un enorme sufrimiento. Todo lo que es doloroso tiendes a escupirlo, no lo quieres, mientras que lo que es placentero tratas de repetirlo.
   Empezando por mí mismo y por mis hijos, he visto a muchos niños que han empezado a leer antes de los seis años sin dolor, sin sufrimiento y sin escupir nada, como también debo decirle que la experiencia escolar registra no pocos niños que empiezan a leer a los seis años y tardan en aprender. Esta parte de su discurso, por lo tanto, ya que choca con la realidad, no me la creo, es probable que no esté lo suficientemente contrastada o que esté formulada con una simplicidad un tanto tendenciosa.   

viernes, 17 de febrero de 2017

Prevaricación en la enseñanza

   En los últimos días, ha sido reflejada por varios medios la noticia de que un profesor universitario de Granada que puso sobresaliente en un examen a una alumna que ni siquiera se había presentado ha sido hallado culpable de prevaricación y condenado a siete años de inhabilitación. Si leéis la noticia, veréis los delirantes extremos a los que llegó este docente de la especialidad de Ciencias de la Educación en el ejercicio real de uno de los vicios más aberrantes que predica el pedagogismo y combate esta garita: el aprobado regalado.
   Es necesario señalar que, aunque se hayan destacado mucho, la no presentación o el sobresaliente no fueron hechos esenciales, sino solo aspectos secundarios que, por su colosal torpeza, contribuyeron a que se destapase y acabara condenándose el verdadero hecho esencial, la verdadera prevaricación: el haber aprobado a una alumna a sabiendas de que no lo merecía. Y aquí es donde está lo maravilloso de este asunto y la gran novedad, porque, en el sistema educativo español, por conveniencia, presión y dictado de políticos, pedagogos, inspectores, directores, padres y demás, hay miles de profesores que llevan lustros poniendo aprobados a alumnos que no se lo merecen, es algo así como una norma oficiosa del sistema, todos lo sabemos, seremos hipócritas, pero no somos tontos. Digo más: es sin duda la gran mentira vergonzante en que se sostiene.
    Con arreglo a la sensatísima sentencia del Supremo que ha condenado a este profesor de Pedagogía, ahora resulta que cada vez que un profesor convierte en cincos lo que deberían ser cuatros, treses y hasta unos (y esto lo hacen muchos), está prevaricando; cada vez que un profesor, con el fin de aprobar a los alumnos de un grupo de esos donde nadie hace otra cosa que zanganear, echa mano de ese eufemístico coladero que se llama "adaptación de aula" (y esto lo hacen muchos), está prevaricando; cada vez que un profesor, cediendo a presiones de padres, directores u orientadores, aprueba a un alumno que debería suspender (y esto lo hacen muchos), está prevaricando; cada vez que una junta decide regalar uno o varios aprobados a un alumno que debería suspender (y de esto he presenciado decenas de lamentables sainetes), está prevaricando: tenemos un considerable problema.
    Está muy extendido esto de dar a sabiendas aprobados inmerecidos, ya veis, y es que, como digo, es un puntal oficioso del sistema, que lo avala, y más, si el alumno reclama cuando le suspenden. Hace algunos años, tuve uno al que suspendí 18 exámenes de 22; en todo el curso, solo aprobó cuatro, y no de los más importantes. Reclamó ante la inspección y, después de un tenso proceso con fuertes presiones, en el que al menos en dos ocasiones un inspector me amenazó de sanción, la Administración lo aprobó, lo cuento por extenso en mi artículo El papel de la inspección (en Deseducativos y en este blog). A esto es a lo que nos arriesgamos quienes no ponemos aprobados inmerecidos, así que, en parte, se entiende que muchos no quieran meterse en estos líos. Recuerdo que entonces quise recurrir, porque tenía mis dudas sobre si aquella decisión no habría sido una... prevaricación. Los tres abogados con los que hablé me aconsejaron que me olvidase de eso y de recurrir, pero mis dudas permanecieron, y con esto de ahora, ya son algo más que dudas.
    Pero tampoco hay que extrañarse. A fin de cuentas, España lleva años y años alojada en la megaprevaricación de la corrupción, de la connivencia entre políticos y banqueros, de la impunidad de los poderosos (compárese lo que ha hecho este profesor y lo que ha hecho Artur Mas; compárese luego lo que se ha pedido para cada cual), de los alcaldes corruptos reelegidos por mayoría absoluta...: lo de los aprobados regalados es muy coherente con este marco, y va a seguir así mucho tiempo, ¿o alguien piensa que los pactos de los que ahora tanto se habla van a cambiar algo? A ese pacto están llamados los políticos, los gobiernos, los sindicatos, los expertos, las asociaciones empresariales y esas otras que convocan huelgas contra los deberes, la Iglesia..., o sea, los amos y beneficiarios del sistema vigente: le cambien lo que le cambien, será para dejarlo igual.

sábado, 4 de febrero de 2017

Jiménez Losantos y el bilingüismo

   Rarísima vez he leído nada de Jiménez Losantos, pero hoy he visto que publicaba en "El Mundo" una columna titulada ¿Bilingües, para qué?  y me he animado, sobre todo, porque en la portada se anunciaba con esta frase: "Los odiadores del saber lo que quieren es desterrar el inglés". Me temía -y he acertado- que se refería a quienes rechazan el programa bilingüe en la escuela y, dado que pertenezco a ese colectivo, he sentido curiosidad por las razones que pueda tener el afamado columnista para incluirme en el grupo de los odiadores del saber, en el que, desde luego, no me incluyo.
   La verdad es que, leyendo el artículo, pronto se ve que Losantos a los que llama odiadores del saber es en realidad a "los comunistas de IU", no a todo aquel que esté en contra del bilingüismo escolar, pero también es verdad que lo hace a propósito de las críticas que aquellos vierten sobre este más que discutible programa. Y también es verdad que, en realidad, el asunto del bilingüismo a Losantos le importa muy poco, porque queda muy claro que lo que él quiere es atacar -de forma bastante desordenada, mezclando churras con merinas y sin otra justificación aparente que su fobia personal- a los que me da la impresión de que deben de ser algunos de los malos habituales de su película: Errejón, Podemos, los comunistas, IU, la izquierda... Por este motivo, no voy a entrar en los argumentos que toma como pretexto, porque lo que me interesa es lo que dice él.
   En primer lugar, me referiré al asunto del bilingüismo. Para Jiménez Losantos, el programa debe de ser buenísimo, ya que, según él, se imita en todas partes y es atacado por los odiadores del saber. Salta a la vista que el señor Losantos está hablando de algo de lo que no tiene ni idea y nos quiere colar sus bondades a través de unas valoraciones tan burdas como subjetivas y, por tanto, carentes por completo de validez. Si él o quien sea quiere saber que este programa no es ni de lejos tan maravilloso, hay mucho escrito por ahí. Ya solo en mi artículo titulado El verdadero objetivo del programa bilingüe, recopilo una buena cantidad de información, pero yo mismo tengo detectado y señalado aún mucho más. Está muy mal que un periodista del prestigio del señor Jiménez lance unos ataques tan tremendos basándose en cosas que desconoce por completo.
   Abordaré en segundo lugar la cuestión de la cultura. Jiménez Losantos carga contra sus adversarios acusándolos repetidamente de incultos, y lo hace sin escamotear términos insultantes, podéis verlo. Concretamente, en el segundo párrafo, dice: "La campaña parte de un larguísimo informe del Observatorio por la educación pública (que si no fuera de analfabetos sería para o de y no por) asumido por el Área de Educación de Izquierda Unida". Me parece muy fuera de lugar el calificar de analfabetas a las personas a las que critica, pero sucede además que, cuando uno tiene la soberbia de llamar analfabetos a los demás, se cae con todo el equipo si lo hace cometiendo tantas faltas como comete este señor en tan solo tres líneas. Vedlas aquí: 
   -Las palabras "educación" y "pública" deberían ir con mayúsculas, ya que forman parte del nombre de una entidad.
   -La frase "si no fuera de analfabetos" debería ir entre comas.
   -Las palabras "para", "de" y "por", al estar mencionadas y no usadas, deberían ir entre comillas.
   -Y la última y más penosa: critica como fallo de analfabetos algo que en realidad está bien: la preposición "por" encaja perfectamente en el nombre de la entidad, con el sentido de "a favor de", como se usa también, por ejemplo, en el nombre de la organización Jueces por la Democracia. Con este resbalón, Jiménez Losantos se pone en ridículo él solito de una forma un tanto patética.  
   Me referiré por último a algo que es una pésima práctica intelectual: el caer en lo que se critica, cosa que, en este caso concreto, el periodista hace en lo referido al odio y al sectarismo. No se puede calificar a los demás de odiadores cuando lo haces en un artículo rebosante de insultos, descalificaciones, desprecio y dardos envenenados. Y en cuanto al sectarismo, ¿cómo se permite acusar a nadie de tal cosa alguien que ha fundamentado su positiva valoración del bilingüismo en un subjetivo y muy discutible "Los colegios bilingües de Madrid, tan imitados en todas partes"? Si fundamentas tus posturas en una sectaria alabanza de los tuyos -que, en el caso de este periodista, son la derecha que gobierna en Madrid-, no puedes llamar sectarios a los demás.
   Me parece muy bien que Federico Jiménez Losantos tenga sus ideas y monte sus cruzadas, pero sería deseable que hablase de las cosas con conocimiento de causa y con veracidad. Y tampoco vendría mal que respetase un poquito a los demás.