Hállome en estas horas de madrugada pegado al ordenata y me encuentro con dos noticias sobre importantes medidas en educación: los requisitos para conservar las becas universitarias y el establecimiento de reválidas en primaria, ESO y bachillerato. En lo que se refiere a la conservación de las becas, lo que propone el Gobierno es un endurecimiento de las condiciones en general, con una medida puntera: la obligación de devolver el importe de la beca salario para los alumnos que no aprueben al menos el 50% de las asignaturas. En lo concerniente a las reválidas, vienen acompañadas de otras medidas, como el adelantamiento a 3º de ESO del itinerario que orienta hacia la FP y la diferenciación en 4º de dos reválidas: la que abre la puerta a la FP y la que conduce al bachillerato. Sabéis que no soy un admirador del PP, y menos, con los guantazos e injusticias que últimamente está repartiendo este partido, pero voy a decir que estoy muy de acuerdo con estas dos medidas, porque son, por primera vez en muchos años, planes concretos que pueden resultar eficaces de cara al famoso esfuerzo, tan cacareado por muchos y tan pedorreteado casi por los mismos, y además, porque tal vez con políticas así podamos llegar un día a dejar de ser el país hecho a la medida de los mediocres en que últimamente nos hemos convertido. Señores: a esforzarse todos, y a recibir cada cual frutos sanos o podridos según la medida de su esfuerzo.
En lo referido al endurecimiento para conservar las becas, me ha parecido lo natural desde que era pequeñito, tal vez sea porque estudié mis cuatro últimos años de bachillerato becado en universidades laborales (uno en Cheste y tres en Córdoba), y allí a nadie se le pasaba por la imaginación que pudiera ser de otro modo: al que suspendía una, se le echaba, y lo único que hacíamos quienes continuábamos era añorar a un compañero, jamás quejarnos melindrosamente de falsas injusticias: las reglas del juego eran así y había que cumplirlas. Quiero decir de todo corazón una cosa: cuando veo ahora a alguno de estos alumnos fulleros y/o quejicas que tanto abundan hoy en nuestros centros, siempre pienso lo mismo: ¡qué mal lo habrías llevado tú en la laboral! ¡Los primeros en despreciarte habrían sido tus propios compañeros! Aclararé también que se me caen los dientes de la risa cuando alguien esgrime ese embuste de que estas medidas perjudican a las clases más desfavorecidas: "¡Ah, oh, ah, horror, CLASISMO!", claman los demagogos que han hundido a la enseñanza desde acartonados y supuestos púlpitos progresistas; lo digo porque yo soy hijo de un camarero, y ya podéis imaginaros que mis compañeros de la laboral eran potentados y marqueses de similar vitola. Pues bien; este hijo de camarero se hizo los cinco años de su primera carrera también con esa beca y sin suspender jamás una asignatura en junio: no tenía coche ni lo añoraba, su beca le daba para muy poco y a menudo salía a pasear con las ocho pesetas para el billete de vuelta del metro, pero ni una vez se le ocurrió clamar contra la perversa sociedad injusta por no permitirle tirarse a dos años por curso: estos planteamientos son ridículas perversiones y aún diré que veinte años de LOGSE nos han demostrado todo lo contrario: que en educación, no hay nada más clasista que la molicie. Puede que haya alguno que piense: "Claro, pero, mientras hacías esa carrera, ¿trabajabas?" a esto responderé, primero, que una beca se da precisamente para librarte de la servidumbre del trabajo (la beca-salario son 6.000 euros, ya te vale); segundo, que no, que, en efecto, entonces no trabajaba, pero después, ya sin becas ni becos, me saqué una oposición de EGB, me hice una segunda carrera (me bastó con hacer los dos cursos de segundo ciclo, a curso por año) y me saqué una segunda oposición para pasar a secundaria, todo esto, trabajando, colaborando en la atención de mi casa y mis hijos y sin una sola concesión por parte de mis empresas. Supongo que los que hayáis leído esto de manera sana habréis entendido muy bien que, aunque me muestre orgulloso, mi intención no ha sido la de colgarme medallas, sino la de refutar esa estupidez de que la exigencia en las becas es clasista, desde una perspectiva que considero muy valiosa: la de la propia experiencia. Solo espero que, en esta España de la picaresca, la administración sepa proteger a los profesores de las presiones de los alumnos que vean peligrar sus becas por haber suspendido, presión que estoy convencido de que se dará, porque ya existe, aunque, de momento, como chantaje moral.
¿Qué decir acerca de las reválidas? Si esto se hace bien, por fin tendremos un elemento que ponga orden en la enseñanza y que acabe con la aberración del aprobado regalado, una de las causas más activas del fracaso escolar y de los malos resultados que a menudo obtiene España en las pruebas internacionales. Esta es quizás la mayor lacra que ha traído la filosofía LOGSE, con los nefastos resultados ya comentados, pues se ha enseñoreado de los centros durante años. El profesorado se ha acostumbrado a aprobar por sus méritos a los alumnos que estudiaban y a regalar el aprobado a los que no, para no alcanzar unas estadísticas de suspensos demasiado feas, no fuera a haber problemas; el alumnado, conocedor de este miedo de quienes debían evaluarles (y evaluar es valorar los conocimientos alcanzados, no poner notas sin demasiado criterio), se ha acostumbrado a la comodidad, a no estudiar mucho, a no preocuparse por merecer el aprobado, convencido de que muchos profesores, ante la proliferación de suspensos, ya bajarían las pruebas hasta niveles sonrojantes o, simplemente, al final convertirían en cincos lo que eran cuatros, treses y hasta doses, que mucho podría decirse acerca de esto. ¡Qué guays se han ido haciendo a medida que la LOGSE iba calando una parte demasiado amplia de los profesores! ¡Qué fascistas hijos de puta hemos pasado a ser los que corregíamos mirando los exámenes y el trabajo, y no las estadísticas o las memeces que se segregaban desde los departamentos de orientación y los equipos directivos, cada vez más aficionados al cómodo buen rollito! Y todavía más: ¿a qué no sabéis a por quiénes van preferentemente los miembros de la autodenominada Inspección Técnica Educativa cuando trincan la espingarda y salen de caza? ¡Justamente, a por los fascistas hijos de puta, que colgar en el salón una de estas cabezas parece que engrandece el currículum! Y mientras, todos los marcadores señalando durante años que la enseñanza se hundía y se hundía. Ahora que he mencionado a los inefables departamentos de orientación: ¿Habéis visto la sandez que se marca en el artículo enlazado José Gimeno Sacristán, cuya página en Wikipedia está borrada por él mismo? ¿Pero todavía está este señor con el rollo de la segregación? ¿Cómo puede decir que no se gana nada con estas medidas (y sin siquiera haberse puesto en marcha), acaso se ganó mucho con su LOGSE? Concluyo: lo bueno que tendrán las reválidas es que, como pruebas externas que son, nos van a obligar a ponernos las pilas a los centros y a los profesores: se acabó el perder el tiempo y el regalar aprobados, porque luego vendrá la reválida y podrá ponerte en evidencia; se acabó el no dar el programa o darlo de aquella manera: a tomarse las cosas en serio todo el mundo. Y se acabó también eso de la selectividad, que tampoco se sostenía mucho.
Resumiendo en un par de líneas: la primera de estas medidas obligará a los universitarios a espabilar y evitará que entre todos paguemos carreras inviables; la segunda acabará con el aprobado regalado y nos obligará a hilar fino a profesores y centros. Proyectos así no pueden sino ser aplaudidos.