En todos los países de nuestro pelaje, con mayor o menor intensidad, se ha producido el fenómeno de la implantación de unos sistemas educativos que hacían extensiva la enseñanza a toda la población hasta más o menos los dieciséis años, pero con una escandalosa bajada en la calidad, los niveles de aprendizaje y de exigencia y la disciplina. Todo ello se imponía en nombre de un perverso sentido de la igualdad y de la libertad, que parecía partir de la convicción de que, para que un enseñanza fuera democrática, tenía que ser vacía y que consideraba represivo poner coto a la holgazanería, la grosería, el desacato a las normas e incluso la violencia. Este catecismo "progre", que aquí conocemos muy bien, es en realidad tremendamente clasista, porque arrebata a los que no son ricos el instrumento de ascenso social más útil que tienen a su alcance: la educación. Se ha señalado miles de veces la hipocresía y la incongruencia de esos voceros que, autodenominándose progresistas, izquierdistas y tal, defienden a capa y espada estos sistemas públicos ruinosos, y más aún cuando muchos de ellos tienen a sus hijos en centros privados. Mi amigo Ricardo Moreno me envía la traducción de un artículo titulado How hypocritical of the privileged elite to tell us that gramar schools are a bada idea, en el cual su autora, Allison Pearson, con el típico hablar claro de los británicos, nos muestra el estado de esta cuestión en su país. Aquí lo tenéis:
Qué hipócrita por parte de la élite privilegiada criticar las grammar
schools
Tendrán
que perdonarme, pero debo volver sobre el tema de las grammar schools. ¿Por qué? Porque la absoluta hipocresía que rodea
este tema ya apesta, por eso. Al abrir The Guardian el
lunes (lo sé, lo sé, puede producir alergia) encontré un columnista (educado en
la privada, como tantos socialistas) imaginando a Theresa May intentando explicar a la
“inteligente, escéptica y entrañable actriz Emma Thompson por qué se necesitaban grammar schools”. La clara imputación era que quienes son
inteligentes y entrañables (no como nuestra primera ministra, claro) deben
oponerse a la educación segregadora.
El
único problema es que Emma Thompson enviaba a su hijo a una de las escuelas
privadas más exclusivas del norte de Londres,
donde compartía clase con la hija de una amiga mía. Para que tu hijo
pueda asistir a semejante sitio necesitas entregar más del sueldo medio
nacional. Selección por talonario, en otras palabras. Y sin embargo, si eres lo
bastante rico, lo bastante bien relacionado y lo bastante izquierdista, pareces
disfrutar de algún tipo de extraña excepción a las reglas que quieres imponer a
los padres que no pueden financiar la educación de sus hijos.
Realmente, hay un universo moral paralelo
en Gran Bretaña donde una persona puede sostener apasionadamente que las grammar schools son socialmente
discriminatorias mientras envía a sus propios bebés a Westminster, esa cuna de
tantos de nuestros formadores de opinión progresistas. Es increíble que a
comienzos del siglo XXI el número de columnistas de periódico que fueron a
Westminster, Eton u
otras escuelas privadas sea más numeroso que el de los que fueron a comprehensive
schools. ¿Cómo es
posible que el tipo de escuela que da servicio al 93% de la población esté
infra-representada entre las filas de aquellos que pontifican sobre una
educación estatal acerca de la cual, para ser perfectamente justos, no saben
una mierda?
A nadie le preocupa el periodismo,
pero esa misma pésima discrepancia de clase se encuentra en todas las
profesiones, en la política y en todo el firmamento de las estrellas del
entretenimiento. Si miramos a los portavoces de la oposición, nos encontramos
con el cómico espectáculo de un grupo de políticos laboristas que todavía creen
en el sistema comprensivo, igual que el hombre primitivo creía que la tierra
era plana. Personas como Jeremy Corbyn, John
McDonnell y Diane Abbott se oponen violentamente a la revitalización de las grammar schools de la Sra. May, aunque no se atreven a decirlo
porque (¿lo adivinan?) ellos fueron a grammar
schools, las cuales les condujeron a donde están hoy. Y no me entiendan
mal. Millonarios como Emma Thompson tienen perfecto derecho a dar a sus hijos
la mejor educación posible. Mis descendientes han asistido también a escuelas
privadas. Llámenme una loca Madre Tigre, pero preferiría que a la Hija y el
Hijo, a diferencia de a su mami, les enseñara matemáticas alguien que no sea el
profesor de educación física.
Expertos que no saben de qué están
hablando (véase arriba) dicen que el resultado de la grammar school se podría conseguir en una comprehensive si separas a los
niños más adelantados. Lo siento, no se puede. Ethos lo
es todo. Simplemente miren la inmundicia lanzada contra Matthew Tate, ese estupendo director de Margate que envió a cincuenta alumnos a
casa por vestir el uniforme incorrecto. Por tratar de crear una atmósfera de
autodisciplina y altos estándares, al Sr. Tate se le comparó con la Gestapo, un
grupo no conocido principalmente por su línea dura con respecto a las
zapatillas deportivas.
Por eso los profesores están en aprietos
todos los días en las comprehensive
schools. Y no solo los padres protestones impiden el
camino a la excelencia. Un amigo confesaba que su brillante niño había tenido
horribles notas de ciencias en secundaria que podrían haber obstaculizado su
futuro universitario. Luke había
ido a la escuela comprensiva local donde le enseñó química el mismo zopenco que
había enseñado a su hermana mayor al otro lado de la ciudad. El
profesor en cuestión había sido despedido de la escuela de su hermana por
incompetencia, para ser luego contratado en la escuela de Luke porque los tipos bien cualificados
en ciencias y matemáticas no están precisamente haciendo cola para trabajar en
las mediocres comprehensive.
¿No habría sido mejor si nuestra ciudad
tuviera una grammar school
donde a Luke y a
otros chicos capaces de familias menos acomodadas pudiera enseñarles ciencia
pura y dura alguien que no fuese un completo imbécil? Por supuesto que sí.
Mejor para Luke,
mejor para la sociedad en su conjunto, cuyos cuadros directivos se
enriquecerían por una mezcla social más amplia, como acostumbraba a ser cuando
millones de niños afortunados iban a las grammars. Demasiados
chicos dotados como Luke
son condenados a progresar sin hacerse notar en clases perniciosas, en las
cuales entregar tus deberes te convierte en blanco de burlas, y padres
descerebrados insisten en que vestir una falda tan escueta como un mensaje de
texto es un derecho humano básico.
En este punto, algunos expertos muy
humanitarios, educados en escuelas privadas, señalan que las grammar schools hacen descender el
estándar en otras escuelas de su área, y que menos del 3% de los alumnos que
van a grammar schools tienen derecho
a comidas escolares gratis. Ambas cosas son ciertas, pero el efecto en los
logros de las non-grammars es en realidad
muy pequeño. En cuanto a poner el foco en los alumnos con derecho a comidas
escolares, es poner el listón demasiado bajo. Sólo alguien educado en
Westminster, como Nick Clegg, puede estar
tan fuera de onda como para pensar que los colegas de Oxbridge
pueden ser metidos en el mismo saco que los hijos de desempleados analfabetos.
Nick, dedica una semana intentando enseñar a alguno de ellos, y mira cuánto
tiempo pasa antes de que te digan “¡Que te j…, pijo de m…!”
Nuestro tiempo se emplearía mejor si nos preocupamos
por los chicos de clase media-baja, que están sorprendentemente infra-educados
en el presente sistema y que podrían realmente beneficiarse de una grammar school donde buenos profesores no tengan
miedo de enseñar. Por supuesto, necesitas alguien que haya ido a (o enseñado
en) una escuela estatal para que te diga
estas crudas verdades. Tristemente, no hay muchos de nosotros en posición de
denunciarlo. Ya saben, todos los trabajos importantes han ido a parar a personas
educadas en la privada. Gracias a Dios, nuestra nueva primera ministra ha visto
a través de la asquerosa hipocresía y se ha presentado con un camino hacia
adelante. ¡Es la grammar school,
estúpido!
Creyendo que es correcto el fondo del asunto (haz lo que yo diga, no lo que yo haga), respecto al progresismo pedagógico, tira un poco para atrás (las formas, cuánto se pierde por ellas) el lenguaje insultante de la columnista. O sea, el incompetente profesor de Química. ¿Un completo imbécil? Y luego, que para su padre Luke tiene que ser brillantísimo, y los demás nos lo tenemos que creer.
ResponderEliminarImpecable objeción, Martín. Salta a la vista (por esto que dices tú y por otras cosas) que ni el artículo es superobjetivo ni la articulista es ingenua, así que hay que desbrozar. Me quedo más con los horrendos paralelismos entre lo de allí y lo de aquí y el innegable hecho de que los sostenedores de la educación actual (tanto "progres" como "retro", tanto en España como en otros países) están perjudicando gravemente al principio de igualdad de oportunidades. Un saludo.
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