Circula por las redes un vídeo -que me he hecho el firme propósito de no ver- en el que aparece una lamentable escena ocurrida en Colmenar Viejo hace unos días: en una calle solitaria, una horda de diez o doce energúmenos golpean y humillan con saña a una pobre chica. No contentos con esta canallada, ellos mismos la engordan grabándola con un móvil y subiéndola a la red. Por desgracia, alguno de los agresores es alumno de mi instituto, de manera que nos hemos visto envueltos en tan lamentable suceso, que, en lo que se refiere a la esfera escolar, va a acarrear sanciones que me temo que no van a ser suaves. En mi instituto nos tomamos muy en serio la lucha contra el acoso y las conductas violentas, de manera que algunos de mis compañeros, un tanto desolados, se preguntan si estos chicos no serán idiotas, a la vista de que sabían muy bien lo condenables que son esos actos, las duras sanciones que los castigan y lo inevitable que es que te descubran cuando tienes la brillante idea de colgar una fechoría en las redes.
Pero no, no es que sean idiotas, es que han alcanzado la convicción de que, hagan lo que hagan, nunca van a pagar por ello. Después de años y años percibiendo que en la calle, en la escuela y en la familia, muy a menudo las faltas que cometen quedan sin el correspondiente castigo y después de años viendo lo fácil que -gracias a esa sobreprotección bobalicona de que gozan los menores en nuestra sociedad-, les resulta doblegar a supuestas autoridades como los padres o los profesores, nuestros jóvenes tienen muy interiorizada la idea de que poseen el don de la inmunidad y el de la impunidad. Como en la canción de Maldito duende, se sienten tan fuertes que piensan que nadie les puede tocar. Y por eso llegan a menudo malas consecuencias, en los estudios y en las hazañas.
Nos toca desprogramar: llevamos demasiado tiempo en el pésimo camino de la permisividad, producida por modas sociales y leyes que vamos a tener que replantearnos. No estará de más que hagamos caso al juez Calatayud cuando nos recomienda ejercer nuestra autoridad de adultos con firmeza. Otra cosa que señala este juez es que los móviles son un peligro para los jóvenes, lo cual, en realidad, no es necesario que nos lo diga alguien tan experimentado en lo que se ve en los juzgados, porque casos como este del que hablo hoy hay por centenares, pero ahí seguimos: con ocho smartphones por cada diez españoles: ¿cuántos de ellos estarán en manos de menores que los están usando muy mal?
Pero ¿podemos pedir prudencia a esos menores que cuelgan alegremente vídeos atroces o insensatos en internet cuando los medios de comunicación son luego tan imprudentes de reproducirlos en sus telediarios? El vídeo de Colmenar apareció en algunos, lo que me lleva a preguntarme: ¿de verdad era eso una noticia de interés general? ¿Nadie en esas cadenas se paró a pensar que sacar en la televisión vídeos en los que unos trogloditas publican vanidosamente sus burradas es animar a otros asnos a que los imiten? Uno o dos días después del suceso, a la puerta de mi instituto, había cámaras y reporteros poniéndole el micrófono delante al primer crío que se les cruzase para que les hablase del asunto. Es repugnante el nivel al que algunos han llevado la labor de informar.
Leyendo ahora esto tuyo de la permisividad extrema (unida a la impunidad absoluta), y repetidamente sobre el problema del progresivo deterioro educativo, lo decido juntar a lo que vivo y leo en otros espacios: el deterioro de la Sanidad Pública (el debate de ayer en "No es un día cualquiera" de RNE vuelve a incidir en un problema de décadas), los dramas de la despoblación rural, la emigración de jóvenes preparados, la difícil (o imposible) sostenibilidad de las pensiones... Y concluyo que el deterioro de la Justicia, la Educación, la Sanidad y otros ámbitos, por efecto de una Política nefasta también en lo social y económico, en esta Hispania que ya no la conoce ni la madre que la parió, es tal en este tiempo que hay que hacerlo ver desde una óptica internacional, pues desde dentro no parece haber solución (todo queda en bla, bla, bla). Analizando nuestra Historia, acaso precisemos de una nueva invasión reformadora, sin el deseo de que nos lleve al otro extremo (de “mano dura”, pérdida de derechos y ausencia de libertades). No es visión pesimista, Pablo, sino un clamor por el hartazgo de estupidez política.
ResponderEliminarTenemos muchas cosas buenas, Pepe, y eso siempre da un recurso a los cínicos para pretender hacer callar al que censura las mala, pero lo cierto es que las hay, por eso no creo que tu comentario sea pesimista, sino realista, ya que habla de cosas muy reales. Estoy contigo en que en España necesitamos poner en su sitio muchas cosas: necesitamos expulsar el cinismo y la mentira de la política (el que mienta, robe o incumpla, a la calle, por esto, considero importantísimo lo que esta sucediendo en Murcia entre el PP y C's: es esencial que no gane el PP, que empecemos a ver que incumplir hoy lo que se pactó ayer ya no vale); necesitamos que se clarifique el concepto de derecho (el derecho a montarle un pollo al médico o al "profe" porque no se pliegan a nuestros caprichos no existe), necesitamos comprometernos todos más, necesitamos que quien la haga la pague, necesitamos que se persiga de verdad la corrupción, necesitamos una reforma a fondo de la agrietada Justicia que tenemos... En efecto, hay mucho que reformar, lo que ha hecho cundir el desencanto, y ahí surge ese peligro que dices tú, el de que surjan "salvadores" del otro extremo. Candidatos no nos faltan: Podemos o lo que se ha montado en Cataluña son un ejemplo de esto. Si los políticos que mandan no empiezan a hacerse más creíbles, es posible que no acabemos bien.
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