Once días después del trágico suceso que costó la vida a Abel Martínez Oliva, me decido a exponer mi punto de vista acerca del hecho. Si me he demorado tanto, ha sido porque, en casos tan graves y complejos como este, creo lo más conveniente -siempre que sea posible- dejar pasar algún tiempo para pensar con mayor frialdad y con una información más amplia y fiable que la que se suele tener en los momentos inmediatos a cualquier acontecimiento. Aun haciéndolo así, los casos tan complejos y espinosos se prestan a cometer equivocaciones; allá van las mías, con el deseo de que estén mezcladas con aciertos que las superen en número y envergadura.
1. Un brote psicótico dudoso
Según el relato que el propio autor de los hechos hizo nada más perpetrarlos, llevaba semanas oyendo voces que le animaban a matar a los profesores y a sus compañeros de clase, declaración de la cual se dedujo a botepronto que su acción había sido producto de un brote psicótico. No soy quien para determinar si mentía o no, ni tampoco soy psiquiatra, por lo que no puedo dictaminar el índice de probabilidades de que tal brote psicótico se produjera en realidad, pero sí soy un ciudadano que, con su nivel de concimientos y su derecho a pensar y opinar, puede formarse un juicio acerca de este como de cualquier otro asunto y he de decir que, desde el principio, me pareció muy dudosa esa declaración del brote psicótico. ¿Por qué razón? Porque me pareció algo muy premeditado: una persona mata a otra y deja malheridas a algunas más, tras lo cual comienza a preparar un cóctel molotov -sería de oligofrénicos pensar que con buenas intenciones-, pero entonces alguien consigue detenerla, y, justo en ese instante, ¡plaf!, lo primero de lo que habla el autor de tal rosario de atrocidades son esas voces que le estaban empujando a matar. Me dio la impresión de que este muchacho ya traía la coartada preparada en el bolsillo; yo, que, miren por dónde, soy muy aficionado a las historias y el cine de terror, estoy al corriente de que en matanzas reales o ficticias cometidas por sujetos que un buen día se lanzan a eliminar a todo el que se les cruza, la explicación posterior han sido a menudo esas famosas voces que impulsaban a matar; aún más: en algún caso real, ese argumento ha sido el punto crucial de los pertinentes juicios posteriores, ya que de demostrar si existía o no la patología mental que implicaban esas voces dependía que la condena para el criminal fuera mayor o menor. ¿Sabía el chico que mató a Abel Martínez este tipo de cosas? Desde luego, por lo que se conoce ya de sus aficiones, bien pudiera ser que sí.
Otra cosa que hace que me parezca dudoso esto del brote psicótico, que entiendo como un mal con un cierto grado de espontaneidad, como ese trastorno mental transitorio que se define como algo que aparece de forma brusca e inesperada, es precisamente que en este caso ya está claro que no hubo tal brusquedad ni prontitud. También he visto, es verdad, explicaciones que aseguran que, aunque se le llama brote, es algo que se puede ir gestando durante días. No sé, pero, en todo caso, se sabe que este chico llevaba bastante tiempo -tal vez un par de meses- diciendo que iba a hacer lo que hizo; que ha resultado ser cierto lo de que tenía un plano del instituto y una lista de personas que iban a ser sus objetivos, además de haber ido contando lo fácil que resultaba asaltar el instituto; que tenía las armas preparadas, incluso llevaba los materiales para confeccionar in situ un cóctel molotov...: tengo que decir que a mí esto me suena más a premeditación que a arrebato transitorio de ningún tipo.
Para finalizar, si la consejera Irene Rigau, quizás con el cuerpo de Abel Martínez todavía en el instituto, se decantó por atribuir la conducta del agresor a un brote psicótico, lo hizo acudiendo a la opinión de expertos, aunque no dijo cuáles, pero sucede que posteriormente han salido otros expertos que sí se han identificado -y lo han hecho presentándose como psiquiatras- y que han puesto en duda la posibilidad del brote psicótico, aduciendo entre otras la razón de que es muy improbable en personas de trece años. Incluso ha aparecido a última hora el sorpendente testimonio espontáneo de otro menor que asegura que había planeado el ataque en colaboración con su autor, testimonio que abundaría en contra de la tesis del brote psicótico.
2. Reacciones desafortunadas
Lo dicho hasta aquí nos lleva al asunto de las posturas, declaraciones y reacciones que provocó el ataque al instituto "Joan Fuster", las cuales, dada la gravedad del caso, fueron numerosas y referidas a múltiples aspectos: al asunto en sí, a la conflictividad escolar, a la violencia en la sociedad, a las causas de esa violencia, a la situación legal de los menores que cometen delitos... En la sociedad actual, se demanda de manera continua el pronunciamiento inmediato ante cualquier hecho, sin tener en cuenta la particularidad de que, a veces, se producen algunos que hacen muy desaconsejable la valoración o el pronunciamiento inmediatos, de ahí que sea forzoso que juzguemos de manera benevolente a quienes, por la razón que sea, en ese tipo de circunstancias, se ven obligados a tomar la palabra y dicen cosas faltas de acierto o de sensibilidad. Aun así, quizás por mi condición de profesor, no puedo dejar de hacer referencia a algunas reacciones que se produjeron tras este lamentable hecho y que me parecen inadmisibles, ya sea por su falta de consideración hacia las víctimas o por el mal lugar en que dejan al mundo educativo. Como ya dije en otro artículo, lo que más aberrante me ha parecido en este capítulo es que, sobre todo en los primeros momentos, algunas de las reacciones se volcaran misericordiosas hacia el agresor, lo que sin duda fue ultrajante para las víctimas, especialmente, para la mortal. Esa hipocresía y esa estupidez buenista que existe en España consistente en el trato conmiseratorio hacia los culpables -aunque sea de los actos más aberrantes- ni nos favorece ni nos retrata bien como sociedad.
Está claro que en este apartado la primera persona que debe aparecer es Irene Rigau, que desde el primer instante pareció hacer abstracción de las víctimas verdaderas y se fue derecha a abrir su maternal regazo para acoger a quien, según ella, era la gran víctima: el agresor. Sus palabras, cuando quizás no había transcurrido ni una hora del trágico suceso, arrojan de ella un retrato abominable: "Ha mort un professor, però hi ha una gran víctima, qué es el nen". Unidas al ya mencionado pronunciamiento sobre el diagnóstico (brote psicótico) revelan un inequívoco afán de proteger al culpable. ¿A qué se debe? No tendré más remedio que simplificar: a mi juicio, es sobre todo a tres razones: el ya mencionado papanatismo hipócrita que afecta a la sociedad española en su empeño de inveretir la consideración debida a agresores y víctimas; la aberrante demagogia que padecen buena parte de nuestros políticos (sin duda, quería suscitar entre los ciudada-, perdón, entre los votantes, sentimientos del tipo: "¡Qué sensible es Irene Rigau, cómo, sobrevolando la ceguera que padecen las almas insensibles, su purísimo corazón se preocupa por quien de verdad lo necesita en estos momentos!"), y, por último, la versión que en la educación tiene esa mezcla de la hipocresía y la demagogia antedichas: el paidocentrismo chachiguay, la defensa a ultranza del niño, ese ser ideal incapaz de maldad alguna y al que hay que proteger de todo mal, incluida la responsabilidad de sus actos. Ojo con esto, que no es ninguna broma y no afecta solo a la escuela, sino que se extiende a toda la sociedad española y, lejos de hacer de nosotros ese modelo de bondad y piedad que los hipócritas que lo defienden quieren hacernos ver, produce unos modelos de justicia aberrantes, crea confusión entre los jóvenes, los maleduca y está, pienso yo y pensamos muchos, produciendo un importante daño en nuestra sociedad.
Sin duda, otra víctima de este mal es el profesor David Jurado, el que contuvo al alumno autor de la tragedia, el cual, ese mismo día, con su compañero de centro recién asesinado, pronunció frases como estas, referidas a quien lo acababa de matar: "Fuera del brote, es un alumno fantástico"; "Entonces se derrumbó, lo abracé y empezó a llorar como el niño que es y como el niño al que yo daba clases". Este compañero es muy dueño de adoptar tan optimistas miras hacia el autor de semejantes hechos, como yo lo soy de no compartir su postura; no obstante, se me ocurre una cosa: ¿Sería capaz de plantarse con ese discurso delante de los familiares y amigos de Abel Martínez? Mucho me temo que no, lo que representa que algo falla en sus planteamientos.
Por último, a través de un artículo de Alberto Royo, me llegan algunas otras posturas que no apruebo, de las que, por razones de espacio, me fijaré solo en la de COPOE, una asociación de psicopedagogos y orientadores que me era desconocida y que ha emitido un comunicado, que me parece particularmente lamentable, porque aprovecha la ocasión de este trágico suceso para subrayar que harían falta más profesionales de la orientación en los centros españoles, o sea, para reclamar más plazas para su colectivo, lea el inaudito documento quien no me crea. Esta deplorable muestra de oportunismo deja en muy mal lugar a la tal COPOE y no me parece aventurado pensar que muchos orientadores, pertenezcan o no a esta organización, se sentirán molestos con ella, ya que su iniciativa también puede perjudicar a su imagen.
3. No es un problema escolar
Porque además, ¿quién puede afirmar que la presencia de más orientadores en el centro hubiera podido evitar este hecho? Yo, desde luego, lo niego rotundamente, ya que pienso que este asunto, aunque ha sucedido en un instituto, no está inscrito dentro de la problemática escolar. Como demuestran los diversos testimonios acerca de la falta de conflictividad del autor de los hechos, estos no pueden atribuirse a motivaciones generadas por la convivencia escolar, sino que obedecen a una desmesurada actuación individual, a algo fuera de las previsiones de cualquier planificación de la vida colectiva. No estoy de acuerdo, por lo tanto, con quienes lo ponen en relación con la conflictividad escolar, basándome en el hecho de que, con la información de que disponemos, este chico podría haber actuado tanto en un centro ingobernable como en uno de convivencia modélica, no hay datos que hagan pensar que esta circunstancia influyera para nada en su plan, el cual, voy más lejos, podría perfectamente haber llevado a cabo en cualquier otro escenario, de modo que considero estéril toda controversia, propuesta o reflexión que intente interpretar el asunto en el marco de la vida escolar o especule con que podría haberse evitado con recursos procedentes de la escuela.
4. Es un problema personal, aunque...
Que alguien planee actos tan tremendos como los vividos en el "Joan Fuster" es sin duda y por suerte un hecho poco común; que alguien los lleve a cabo, lo es aún más. Por ello, este tipo de actos ni pueden contar con dispositivos eficaces de prevención ni pueden atribuirse -al menos, al cien por cien- a unas causas generalizables. Se dice que a este chico le gustaban las armas: hay cientos de miles de españoles a los que les gustan, las poseen y/o las coleccionan y, sin embargo, los crímenes en que son usadas son, ciertamente, escasísimos en nuestro país, y, de esta índole, más aún; se dice que era aficionado al cine de terror y un seguidor de la serie "The walking dead": si todos los aficionados al cine de terror y seguidores de "The walking dead" (colectivos ambos entre los que me cuento) hicieran este tipo de cosas, este sería un mundo muchísimo más peligroso de lo que ya es. Qué decir de eso de que el alumno últimamente se distraía en clase. Hay muchas cosas aún por aclarar y una de las principales es esta: ¿por qué un niño de trece años entró en su instituto con intención de matar? ¿Es un individuo sano y normal, pero muy malvado? ¿Es un enfermo? ¿Cuál es, en este caso, su enfermedad? Son cosas que tendrán importantes consecuencias en el ámbito personal, tales como estas: qué decisión tomarán con respecto a él quienes tengan la nada envidiable obligación de hacerlo, cuál será la carga que sus actos dejen sobre su conciencia (algo de lo que se ha hablado mucho, pero que no será lo mismo si el perfil de ese chico es el de un monstruo que si es el de un enfermo), cómo va a ser de rechazado o aceptado después de esto (valga el paréntesis anterior), cómo va a ser su vida de aquí en adelante...
Cosas personales, sí, pero...
Luego están otras que afectan a distintas esferas sociales. Están, en primer lugar, las víctimas de este suceso, que van desde Abel Martínez, para quien ya no hay reparación posible, hasta las de reparación más fácil, tales como esos alumnos que ni siquiera vieron nada de lo que ocurrió, pasando por otras de situación más problemática, como los heridos o la familia de Abel. Aquí, sí; aquí sí que una sociedad avanzada puede y debe tener y usar sin reparos los medios para ocuparse de estas personas, empezando por el reconocimiento hacia Abel Martínez, quien no dejaré de insistir en que murió en un acto de entrega hacia los demás.
Está, en segundo lugar, la familia del niño, de la que poco sabemos, pero muy raro será que no haya recibido este suceso como un golpe demoledor. No cuesta imaginar que los padres y la hermana de ese chico estarán hoy sofocados bajo el peso de cosas como el sentimiento de culpa propia y de uno de los suyos o el dolor y la incertidumbre ante los actos del menor de ellos y el futuro que le espera, o atribulados ante el reto de tratar de recuperarlo y rehabilitarlo, y de cómo hacerlo, y de si lo conseguirán. Debe de ser terrible, también ellos pueden ser considerados víctimas, y no es despreciable el hecho de que muy probablemente esto lo arrastrarán de por vida.
Finalmente, está el conjunto de la sociedad. Un hecho como este, como ya he dicho antes, suscita debates sobre sus repercusiones generales, sobre asuntos como las causas, sobre cómo prevenirlas o erradicarlas, sobre cómo proteger a la sociedad, sobre la justicia, en este caso, de las penas que afrontan los menores. ¡Qué complicado! Acerca de las causas... Hace ya bastantes años, a pocos metros de donde yo vivía, un chico de veinte años se sentó una mañana en una parada de autobús. Segundos después, un tipo que estaba ya sentado allí, que era un loco, sacó una navaja y lo mató sin mediar palabra. Se montaron asambleas, manifestaciones, protestas..., para pedir, al principio, seguridad ciudadana y, al final, viviendas gratuitas, en otras palabras: la escasamente sostenible reacción ciudadana degeneró en un circo que los propios padres de la víctima pidieron que cesara. ¿Qué se puede hacer contra los locos? Tener encerrados a los que se sabe que son peligrosos, poco más, pero resulta que muchos siguen siéndolo sin que lo parezca, por no hablar de los miles de cuerdos que cometen inesperadas locuras, tal vez el chico del "Joan Fuster" sea uno de ellos. Luego se habla de aficiones, hoy son los zombis, hace unos años fueron los rituales pseudosatánicos que al parecer realizaron las chicas gaditanas que mataron a Clara; o de los objetos, las armas, la katana que usó uno o la ballesta que usó el otro, el de hace muchos años, el que mató a su padre. Ya me he pronunciado acerca de los zombis, y ahora digo que a Clara la mataron por motivos bien ajenos a rituales, que katanas las hay a cientos desde que se pusieron de moda allá por los años setenta y que nadie salvo aquel consentido las ha usado para matar a su familia, que las ballestas son sin duda un arma peligrosa, sí, pero solo cuando a un desequilibrado se le ocurre usarlas contra alguien... De nuevo sale el factor personal; a mí me parece que armas, aficiones y rituales son meros instrumentos que nada determinan, que es la voluntad de hacer daño lo que cuenta, que el que está dispuesto a matar, si le falla la katana, lo hace con una piedra, así que poco vamos a conseguir controlando series o katanas, aun reconociendo la potencial peligrosidad de estas últimas.
Más importancia, a mi juicio, tiene el factor educativo. En todos o en gran parte de los jóvenes (puesto que ahora hablamos de ellos) que han cometido graves crímenes se observa un egoísmo brutal, una apetencia tal de sus caprichos o ensoñaciones que les lleva hasta extremos tan tremendos como despreciar la vida humana. Del asesino de la katana se llegó a decir que su padre, aunque no era rico y el chico tan solo tenía no sé si 15 o 17 años, le daba cien mil pesetas al mes; al Rafita y sus colegas no se les puso nada por delante para hacer las atrocidades que le hicieron a Sandra Palo, la chica a la que mataron; los que acosan en el aula o el patio de la escuela no paran mientes en que están haciendo sufrir -y mucho- solo por echarse unas risas o sacarle a un infeliz 20 euros; el energúmeno que no para de mandarle mensajes amenazadores y/o controladores a su novia está persuadido de que tiene todo el derecho, porque es suya, subrayado, si es preciso y las veces que haga falta... La sociedad y la escuela actuales tienen en nuestro país una lamentable tendencia a mimar a nuestros niños y jóvenes: no se les puede contrariar, no se les puede negar nada, no se les pueden exigir esfuerzos y responsabilidades, se les lanzan estúpidos mensajes del tipo: "Todo lo que te propongas, lo puedes conseguir". De esto sabemos mucho los profesores. La protección al menor ha llegado a uno límites esperpénticos y a menudo perversos. De esto sabemos mucho los profesores, es lo que está detrás de que tengamos que cuidarnos cada vez más si supendemos a un niño, de que sea cada vez más complicado detener la grosería de muchos, porque se da la circunstancia de que en su apoyo van a salir padres, ¡profesores!, directivos, inspectores o consejeros, que los van a defender hagan lo que hagan, porque, por convicción o conveniencia, han decidido ponerse del lado de esa demagógica defensa a ultranza del niño que han hecho tan popular, aun sabiendo que no es beneficiosa y, en realidad, en la sociedad, son muchísimos los que la rechazan, porque una cosa es lo que piense la gente sensata (que es la mayoría) y otra los tópicos vacíos con que a veces deciden los demagogos despeñar a las sociedades. Desde luego, esa ultraprotección está detrás de muchos de los males relacionados con los jóvenes que hoy nos aquejan, desde el fracaso escolar o la insolencia hasta cosas peores, como las agresiones a padres, el acoso escolar o esa violencia de género cuyas numerosas manifestaciones tempranas empiezan a preocuparnos. ¿Está también detrás de esos otros asuntos de violencia homicida? Yo diría que, al menos de algunos de ellos, lo está sin duda alguna. Y es lógico: ¿a qué otro fin puede llevar la inmunidad exagerada? A que el inmune se sienta impune, lo cual conlleva múltiples riesgos, algunos de ellos, de alta peligrosidad.
Quiero terminar haciendo una breve consideración acerca de las penas a los menores que cometen delitos. Soy de los que se indignan ante la levedad con que a veces se penalizan actos muy graves, pero este es un terreno en el que conviene ser muy cautos. Rechazo de plano la impunidad, pero medidas como la rebaja de la edad penal son muy delicadas y deben dejarse en manos de gente que sepa de verdad. En cierta ocasión, asistí a una conferencia impartida por el juez Emilio Calatayud, que en estas cuestiones es un verdadero experto. Fue ante una nutrida asistencia de profesores, lo que implica que no tenía al público ganado de antemano, pero he de decir que, con una profusión de ejemplos sacados de su larga experiencia, unas explicaciones muy creíbles y una notable habilidad comunicativa, nos convenció de que la Ley del Menor tampoco es tan blanda, de que existen mecanismos que permiten castigar educativa y proporcionadamente las infracciones leves y de que, para las cosas graves, hay penas que, para un menor, son suficientemente duras. Sé que esto seguramente no convencería a quienes hayan padecido agravios cometidos por menores, pero a mí me dejó con la idea de que, como mínimo, hay que contemplar este asunto con prudencia.
1. Un brote psicótico dudoso
Según el relato que el propio autor de los hechos hizo nada más perpetrarlos, llevaba semanas oyendo voces que le animaban a matar a los profesores y a sus compañeros de clase, declaración de la cual se dedujo a botepronto que su acción había sido producto de un brote psicótico. No soy quien para determinar si mentía o no, ni tampoco soy psiquiatra, por lo que no puedo dictaminar el índice de probabilidades de que tal brote psicótico se produjera en realidad, pero sí soy un ciudadano que, con su nivel de concimientos y su derecho a pensar y opinar, puede formarse un juicio acerca de este como de cualquier otro asunto y he de decir que, desde el principio, me pareció muy dudosa esa declaración del brote psicótico. ¿Por qué razón? Porque me pareció algo muy premeditado: una persona mata a otra y deja malheridas a algunas más, tras lo cual comienza a preparar un cóctel molotov -sería de oligofrénicos pensar que con buenas intenciones-, pero entonces alguien consigue detenerla, y, justo en ese instante, ¡plaf!, lo primero de lo que habla el autor de tal rosario de atrocidades son esas voces que le estaban empujando a matar. Me dio la impresión de que este muchacho ya traía la coartada preparada en el bolsillo; yo, que, miren por dónde, soy muy aficionado a las historias y el cine de terror, estoy al corriente de que en matanzas reales o ficticias cometidas por sujetos que un buen día se lanzan a eliminar a todo el que se les cruza, la explicación posterior han sido a menudo esas famosas voces que impulsaban a matar; aún más: en algún caso real, ese argumento ha sido el punto crucial de los pertinentes juicios posteriores, ya que de demostrar si existía o no la patología mental que implicaban esas voces dependía que la condena para el criminal fuera mayor o menor. ¿Sabía el chico que mató a Abel Martínez este tipo de cosas? Desde luego, por lo que se conoce ya de sus aficiones, bien pudiera ser que sí.
Otra cosa que hace que me parezca dudoso esto del brote psicótico, que entiendo como un mal con un cierto grado de espontaneidad, como ese trastorno mental transitorio que se define como algo que aparece de forma brusca e inesperada, es precisamente que en este caso ya está claro que no hubo tal brusquedad ni prontitud. También he visto, es verdad, explicaciones que aseguran que, aunque se le llama brote, es algo que se puede ir gestando durante días. No sé, pero, en todo caso, se sabe que este chico llevaba bastante tiempo -tal vez un par de meses- diciendo que iba a hacer lo que hizo; que ha resultado ser cierto lo de que tenía un plano del instituto y una lista de personas que iban a ser sus objetivos, además de haber ido contando lo fácil que resultaba asaltar el instituto; que tenía las armas preparadas, incluso llevaba los materiales para confeccionar in situ un cóctel molotov...: tengo que decir que a mí esto me suena más a premeditación que a arrebato transitorio de ningún tipo.
Para finalizar, si la consejera Irene Rigau, quizás con el cuerpo de Abel Martínez todavía en el instituto, se decantó por atribuir la conducta del agresor a un brote psicótico, lo hizo acudiendo a la opinión de expertos, aunque no dijo cuáles, pero sucede que posteriormente han salido otros expertos que sí se han identificado -y lo han hecho presentándose como psiquiatras- y que han puesto en duda la posibilidad del brote psicótico, aduciendo entre otras la razón de que es muy improbable en personas de trece años. Incluso ha aparecido a última hora el sorpendente testimonio espontáneo de otro menor que asegura que había planeado el ataque en colaboración con su autor, testimonio que abundaría en contra de la tesis del brote psicótico.
2. Reacciones desafortunadas
Lo dicho hasta aquí nos lleva al asunto de las posturas, declaraciones y reacciones que provocó el ataque al instituto "Joan Fuster", las cuales, dada la gravedad del caso, fueron numerosas y referidas a múltiples aspectos: al asunto en sí, a la conflictividad escolar, a la violencia en la sociedad, a las causas de esa violencia, a la situación legal de los menores que cometen delitos... En la sociedad actual, se demanda de manera continua el pronunciamiento inmediato ante cualquier hecho, sin tener en cuenta la particularidad de que, a veces, se producen algunos que hacen muy desaconsejable la valoración o el pronunciamiento inmediatos, de ahí que sea forzoso que juzguemos de manera benevolente a quienes, por la razón que sea, en ese tipo de circunstancias, se ven obligados a tomar la palabra y dicen cosas faltas de acierto o de sensibilidad. Aun así, quizás por mi condición de profesor, no puedo dejar de hacer referencia a algunas reacciones que se produjeron tras este lamentable hecho y que me parecen inadmisibles, ya sea por su falta de consideración hacia las víctimas o por el mal lugar en que dejan al mundo educativo. Como ya dije en otro artículo, lo que más aberrante me ha parecido en este capítulo es que, sobre todo en los primeros momentos, algunas de las reacciones se volcaran misericordiosas hacia el agresor, lo que sin duda fue ultrajante para las víctimas, especialmente, para la mortal. Esa hipocresía y esa estupidez buenista que existe en España consistente en el trato conmiseratorio hacia los culpables -aunque sea de los actos más aberrantes- ni nos favorece ni nos retrata bien como sociedad.
Está claro que en este apartado la primera persona que debe aparecer es Irene Rigau, que desde el primer instante pareció hacer abstracción de las víctimas verdaderas y se fue derecha a abrir su maternal regazo para acoger a quien, según ella, era la gran víctima: el agresor. Sus palabras, cuando quizás no había transcurrido ni una hora del trágico suceso, arrojan de ella un retrato abominable: "Ha mort un professor, però hi ha una gran víctima, qué es el nen". Unidas al ya mencionado pronunciamiento sobre el diagnóstico (brote psicótico) revelan un inequívoco afán de proteger al culpable. ¿A qué se debe? No tendré más remedio que simplificar: a mi juicio, es sobre todo a tres razones: el ya mencionado papanatismo hipócrita que afecta a la sociedad española en su empeño de inveretir la consideración debida a agresores y víctimas; la aberrante demagogia que padecen buena parte de nuestros políticos (sin duda, quería suscitar entre los ciudada-, perdón, entre los votantes, sentimientos del tipo: "¡Qué sensible es Irene Rigau, cómo, sobrevolando la ceguera que padecen las almas insensibles, su purísimo corazón se preocupa por quien de verdad lo necesita en estos momentos!"), y, por último, la versión que en la educación tiene esa mezcla de la hipocresía y la demagogia antedichas: el paidocentrismo chachiguay, la defensa a ultranza del niño, ese ser ideal incapaz de maldad alguna y al que hay que proteger de todo mal, incluida la responsabilidad de sus actos. Ojo con esto, que no es ninguna broma y no afecta solo a la escuela, sino que se extiende a toda la sociedad española y, lejos de hacer de nosotros ese modelo de bondad y piedad que los hipócritas que lo defienden quieren hacernos ver, produce unos modelos de justicia aberrantes, crea confusión entre los jóvenes, los maleduca y está, pienso yo y pensamos muchos, produciendo un importante daño en nuestra sociedad.
Sin duda, otra víctima de este mal es el profesor David Jurado, el que contuvo al alumno autor de la tragedia, el cual, ese mismo día, con su compañero de centro recién asesinado, pronunció frases como estas, referidas a quien lo acababa de matar: "Fuera del brote, es un alumno fantástico"; "Entonces se derrumbó, lo abracé y empezó a llorar como el niño que es y como el niño al que yo daba clases". Este compañero es muy dueño de adoptar tan optimistas miras hacia el autor de semejantes hechos, como yo lo soy de no compartir su postura; no obstante, se me ocurre una cosa: ¿Sería capaz de plantarse con ese discurso delante de los familiares y amigos de Abel Martínez? Mucho me temo que no, lo que representa que algo falla en sus planteamientos.
Por último, a través de un artículo de Alberto Royo, me llegan algunas otras posturas que no apruebo, de las que, por razones de espacio, me fijaré solo en la de COPOE, una asociación de psicopedagogos y orientadores que me era desconocida y que ha emitido un comunicado, que me parece particularmente lamentable, porque aprovecha la ocasión de este trágico suceso para subrayar que harían falta más profesionales de la orientación en los centros españoles, o sea, para reclamar más plazas para su colectivo, lea el inaudito documento quien no me crea. Esta deplorable muestra de oportunismo deja en muy mal lugar a la tal COPOE y no me parece aventurado pensar que muchos orientadores, pertenezcan o no a esta organización, se sentirán molestos con ella, ya que su iniciativa también puede perjudicar a su imagen.
3. No es un problema escolar
Porque además, ¿quién puede afirmar que la presencia de más orientadores en el centro hubiera podido evitar este hecho? Yo, desde luego, lo niego rotundamente, ya que pienso que este asunto, aunque ha sucedido en un instituto, no está inscrito dentro de la problemática escolar. Como demuestran los diversos testimonios acerca de la falta de conflictividad del autor de los hechos, estos no pueden atribuirse a motivaciones generadas por la convivencia escolar, sino que obedecen a una desmesurada actuación individual, a algo fuera de las previsiones de cualquier planificación de la vida colectiva. No estoy de acuerdo, por lo tanto, con quienes lo ponen en relación con la conflictividad escolar, basándome en el hecho de que, con la información de que disponemos, este chico podría haber actuado tanto en un centro ingobernable como en uno de convivencia modélica, no hay datos que hagan pensar que esta circunstancia influyera para nada en su plan, el cual, voy más lejos, podría perfectamente haber llevado a cabo en cualquier otro escenario, de modo que considero estéril toda controversia, propuesta o reflexión que intente interpretar el asunto en el marco de la vida escolar o especule con que podría haberse evitado con recursos procedentes de la escuela.
4. Es un problema personal, aunque...
Que alguien planee actos tan tremendos como los vividos en el "Joan Fuster" es sin duda y por suerte un hecho poco común; que alguien los lleve a cabo, lo es aún más. Por ello, este tipo de actos ni pueden contar con dispositivos eficaces de prevención ni pueden atribuirse -al menos, al cien por cien- a unas causas generalizables. Se dice que a este chico le gustaban las armas: hay cientos de miles de españoles a los que les gustan, las poseen y/o las coleccionan y, sin embargo, los crímenes en que son usadas son, ciertamente, escasísimos en nuestro país, y, de esta índole, más aún; se dice que era aficionado al cine de terror y un seguidor de la serie "The walking dead": si todos los aficionados al cine de terror y seguidores de "The walking dead" (colectivos ambos entre los que me cuento) hicieran este tipo de cosas, este sería un mundo muchísimo más peligroso de lo que ya es. Qué decir de eso de que el alumno últimamente se distraía en clase. Hay muchas cosas aún por aclarar y una de las principales es esta: ¿por qué un niño de trece años entró en su instituto con intención de matar? ¿Es un individuo sano y normal, pero muy malvado? ¿Es un enfermo? ¿Cuál es, en este caso, su enfermedad? Son cosas que tendrán importantes consecuencias en el ámbito personal, tales como estas: qué decisión tomarán con respecto a él quienes tengan la nada envidiable obligación de hacerlo, cuál será la carga que sus actos dejen sobre su conciencia (algo de lo que se ha hablado mucho, pero que no será lo mismo si el perfil de ese chico es el de un monstruo que si es el de un enfermo), cómo va a ser de rechazado o aceptado después de esto (valga el paréntesis anterior), cómo va a ser su vida de aquí en adelante...
Cosas personales, sí, pero...
Luego están otras que afectan a distintas esferas sociales. Están, en primer lugar, las víctimas de este suceso, que van desde Abel Martínez, para quien ya no hay reparación posible, hasta las de reparación más fácil, tales como esos alumnos que ni siquiera vieron nada de lo que ocurrió, pasando por otras de situación más problemática, como los heridos o la familia de Abel. Aquí, sí; aquí sí que una sociedad avanzada puede y debe tener y usar sin reparos los medios para ocuparse de estas personas, empezando por el reconocimiento hacia Abel Martínez, quien no dejaré de insistir en que murió en un acto de entrega hacia los demás.
Está, en segundo lugar, la familia del niño, de la que poco sabemos, pero muy raro será que no haya recibido este suceso como un golpe demoledor. No cuesta imaginar que los padres y la hermana de ese chico estarán hoy sofocados bajo el peso de cosas como el sentimiento de culpa propia y de uno de los suyos o el dolor y la incertidumbre ante los actos del menor de ellos y el futuro que le espera, o atribulados ante el reto de tratar de recuperarlo y rehabilitarlo, y de cómo hacerlo, y de si lo conseguirán. Debe de ser terrible, también ellos pueden ser considerados víctimas, y no es despreciable el hecho de que muy probablemente esto lo arrastrarán de por vida.
Finalmente, está el conjunto de la sociedad. Un hecho como este, como ya he dicho antes, suscita debates sobre sus repercusiones generales, sobre asuntos como las causas, sobre cómo prevenirlas o erradicarlas, sobre cómo proteger a la sociedad, sobre la justicia, en este caso, de las penas que afrontan los menores. ¡Qué complicado! Acerca de las causas... Hace ya bastantes años, a pocos metros de donde yo vivía, un chico de veinte años se sentó una mañana en una parada de autobús. Segundos después, un tipo que estaba ya sentado allí, que era un loco, sacó una navaja y lo mató sin mediar palabra. Se montaron asambleas, manifestaciones, protestas..., para pedir, al principio, seguridad ciudadana y, al final, viviendas gratuitas, en otras palabras: la escasamente sostenible reacción ciudadana degeneró en un circo que los propios padres de la víctima pidieron que cesara. ¿Qué se puede hacer contra los locos? Tener encerrados a los que se sabe que son peligrosos, poco más, pero resulta que muchos siguen siéndolo sin que lo parezca, por no hablar de los miles de cuerdos que cometen inesperadas locuras, tal vez el chico del "Joan Fuster" sea uno de ellos. Luego se habla de aficiones, hoy son los zombis, hace unos años fueron los rituales pseudosatánicos que al parecer realizaron las chicas gaditanas que mataron a Clara; o de los objetos, las armas, la katana que usó uno o la ballesta que usó el otro, el de hace muchos años, el que mató a su padre. Ya me he pronunciado acerca de los zombis, y ahora digo que a Clara la mataron por motivos bien ajenos a rituales, que katanas las hay a cientos desde que se pusieron de moda allá por los años setenta y que nadie salvo aquel consentido las ha usado para matar a su familia, que las ballestas son sin duda un arma peligrosa, sí, pero solo cuando a un desequilibrado se le ocurre usarlas contra alguien... De nuevo sale el factor personal; a mí me parece que armas, aficiones y rituales son meros instrumentos que nada determinan, que es la voluntad de hacer daño lo que cuenta, que el que está dispuesto a matar, si le falla la katana, lo hace con una piedra, así que poco vamos a conseguir controlando series o katanas, aun reconociendo la potencial peligrosidad de estas últimas.
Más importancia, a mi juicio, tiene el factor educativo. En todos o en gran parte de los jóvenes (puesto que ahora hablamos de ellos) que han cometido graves crímenes se observa un egoísmo brutal, una apetencia tal de sus caprichos o ensoñaciones que les lleva hasta extremos tan tremendos como despreciar la vida humana. Del asesino de la katana se llegó a decir que su padre, aunque no era rico y el chico tan solo tenía no sé si 15 o 17 años, le daba cien mil pesetas al mes; al Rafita y sus colegas no se les puso nada por delante para hacer las atrocidades que le hicieron a Sandra Palo, la chica a la que mataron; los que acosan en el aula o el patio de la escuela no paran mientes en que están haciendo sufrir -y mucho- solo por echarse unas risas o sacarle a un infeliz 20 euros; el energúmeno que no para de mandarle mensajes amenazadores y/o controladores a su novia está persuadido de que tiene todo el derecho, porque es suya, subrayado, si es preciso y las veces que haga falta... La sociedad y la escuela actuales tienen en nuestro país una lamentable tendencia a mimar a nuestros niños y jóvenes: no se les puede contrariar, no se les puede negar nada, no se les pueden exigir esfuerzos y responsabilidades, se les lanzan estúpidos mensajes del tipo: "Todo lo que te propongas, lo puedes conseguir". De esto sabemos mucho los profesores. La protección al menor ha llegado a uno límites esperpénticos y a menudo perversos. De esto sabemos mucho los profesores, es lo que está detrás de que tengamos que cuidarnos cada vez más si supendemos a un niño, de que sea cada vez más complicado detener la grosería de muchos, porque se da la circunstancia de que en su apoyo van a salir padres, ¡profesores!, directivos, inspectores o consejeros, que los van a defender hagan lo que hagan, porque, por convicción o conveniencia, han decidido ponerse del lado de esa demagógica defensa a ultranza del niño que han hecho tan popular, aun sabiendo que no es beneficiosa y, en realidad, en la sociedad, son muchísimos los que la rechazan, porque una cosa es lo que piense la gente sensata (que es la mayoría) y otra los tópicos vacíos con que a veces deciden los demagogos despeñar a las sociedades. Desde luego, esa ultraprotección está detrás de muchos de los males relacionados con los jóvenes que hoy nos aquejan, desde el fracaso escolar o la insolencia hasta cosas peores, como las agresiones a padres, el acoso escolar o esa violencia de género cuyas numerosas manifestaciones tempranas empiezan a preocuparnos. ¿Está también detrás de esos otros asuntos de violencia homicida? Yo diría que, al menos de algunos de ellos, lo está sin duda alguna. Y es lógico: ¿a qué otro fin puede llevar la inmunidad exagerada? A que el inmune se sienta impune, lo cual conlleva múltiples riesgos, algunos de ellos, de alta peligrosidad.
Quiero terminar haciendo una breve consideración acerca de las penas a los menores que cometen delitos. Soy de los que se indignan ante la levedad con que a veces se penalizan actos muy graves, pero este es un terreno en el que conviene ser muy cautos. Rechazo de plano la impunidad, pero medidas como la rebaja de la edad penal son muy delicadas y deben dejarse en manos de gente que sepa de verdad. En cierta ocasión, asistí a una conferencia impartida por el juez Emilio Calatayud, que en estas cuestiones es un verdadero experto. Fue ante una nutrida asistencia de profesores, lo que implica que no tenía al público ganado de antemano, pero he de decir que, con una profusión de ejemplos sacados de su larga experiencia, unas explicaciones muy creíbles y una notable habilidad comunicativa, nos convenció de que la Ley del Menor tampoco es tan blanda, de que existen mecanismos que permiten castigar educativa y proporcionadamente las infracciones leves y de que, para las cosas graves, hay penas que, para un menor, son suficientemente duras. Sé que esto seguramente no convencería a quienes hayan padecido agravios cometidos por menores, pero a mí me dejó con la idea de que, como mínimo, hay que contemplar este asunto con prudencia.
Cualquiera que lea textos de divulgación biológica conoce que nuestros primos primates, los chimpancés, cuando invaden el territorio de otros grupos apiolan sin género de dudas a los machos rivales. O sea, que la crueldad está en los genes. Pero para el buenismo rousseauniano, encantado de haberse conocido, el ser humano es la especie angélica. Hasta Adolf Hitler debía ser un buen chico.
ResponderEliminarEmpeñarse en no ver la realidad acaba siendo siempre perjudicial. En el ámbito escolar, los ingenuos planteamientos de los movimientos de renovación pedagógica de los años setenta se elevaban sobre idealizaciones muy disociadas de lo que luego es la realidad de las aulas. Una de ellas era la concepción del alumno: se contaba siempre con que era un ser inocente y angelical que jamás iba a plantear problemas o a realizar malas acciones, o con que todos estudiaban, o con que todos eran inteligentísimos, o con que a todos les interesaba muchísimo lo que se decía en la escuela. Y, como es natural, no todos son así. Dado que nuestro sistema educativo nace de la filosofía de aquellos movimientos, estamos donde estamos. En el terreno de la convivencia y la disciplina, esa idealización, sostenida obcecadamente por el pedagogismo, ha sido funesta, porque es lo que está en el origen de las normas, las políticas y las prácticas que han fomentado la impunidad de los infractores. Parece mentira que una actividad como la educación, que persigue la extensión del conocimiento, se organice dando la espalda a lo que la experiencia enseña.
ResponderEliminarImpecable artículo, Pablo. Solo tengo dudas sobre algo que has dicho: que esto lo "pensamos muchos". No lo tengo tan claro. A ver si va a ser que lo pensamos unos pocos...un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Alberto. Y tienes razón: aunque me parece fuera de toda duda que somos muchos los que creemos que es un grave error el descargar a niños y jóvenes del sentido y las consecuencias de la responsabilidad, a lo mejor me equivoco, a lo mejor no somos tantos. Y tampoco sé exactamente el porcentaje que representamos en la sociedad: podemos ser un porcentaje respetable o una porción testimonial, vete a saber.
EliminarTambién puede ocurrir otra cosa, Pablo: que, como dices, seamos muchos los que opinamos de esta forma pero sean más los que, coincidiendo en lo esencial con nosotros, prefieran aparentar lo contrario, por estética, por progresismo bobo o por cualquier otra razón.
EliminarEn la atmósfera inquisitorial impuesta por la corrección política, eso sería más que probable.
EliminarEs aquello de "no dejes que la realidad te estropee una buena noticia" pero aplicado a la educación. Dicho de modo menos fino: meter la mierda debajo de la alfombra.
ResponderEliminarMe parece todo esto muy lamentable. No tengo elementos de valor para enjuiciar a nadie y aunque los tuviera no soy quien, pero sí tengo claro que, al margen de sucesos extremos como el que ocupa esta entrada, la educación hoy en día deja mucho que desear. Veo niños de 8 o 9 años a los que ya los maestros no "les sacan punta" y casualmente coincide con aquellos de los que sus padres, cuando estaban en la guardería ya decían aquello de "es que no puedo con él/ella". Esperan simplemente a que el tiempo les haga madurar, razonar, discernir entre lo bueno y lo malo, etc., y no se dan cuenta de que para eso es imprescindible la intervención de unos padres cumpliendo con sus funciones (bueno, creo que sí se dan cuenta, pero les da pereza ponerse a educar de verdad porque desde luego no es nada fácil). Mal vamos, muy mal.
ResponderEliminarNi los males se resuelven solos ni los niños se educan solos, Vega, está claro. Ahora bien, quiero decir algo en defensa de esos padres a los que se les van los niños de la mano: los mensajes de esa ideología dominante que convierte al niño en un ser ultraprotegido y de sagrada libertad y las normas que criminalizan a padres que dan azotes o bofetadas superjustificadas (que solo los grandísimos hipócritas podrían negar que las hay) y los ponen a la altura del maltratador, los confunden y les restan recursos. No dejaré de decir una cosa que podrían respaldar miles de experiencias: ¡cuántas trayectorias torcidas se podrían haber evitado por una o dos bofetadas dadas a tiempo por un padre o una madre sensatos y responsables! Hace años -uno de tantos casos-, a una buena madre la condenaron a seis meses de alejamiento porque le había dado una aislada bofetada a su niño de no más de doce años porque se había puesto como un verraco y este, al caer hacia atrás, se había dado con el lavabo y había sangrado, con el consiguiente disgusto para la pobre mujer. ¿Quién es más indeseable, la ley que propició la condena, el resabiado infante que denunció a su madre o la pervertida y maltratadora mujer? Un sistema que lleva a la judicialización de casos así y a condenas como esa es, sencillamente, el fruto perverso de sacar de quicio la indiscutible necesidad de proteger a la infancia.
EliminarUf, guachimán, no sé que decirte. Entiendo que haya padres que se corten de dar una bofetada por las consecuencias que indicas. También te digo que yo a mis hijos no he necesitado darles tortazos para enseñarles buenas conductas y no son niños "fáciles" precisamente, que tienen mucho carácter, pero... yo tengo más (necesariamente he de tener más) y si digo no, es no (y además les explico porqué es no). Solo deben entender que me deben un respeto, igual que yo se lo tengo a ellos, y a sus maestros también; y si hay que discutir, se discute, si no estamos de acuerdo, se habla, dialogamos todo y razonamos, pero faltas de respeto, ni una. Lo que no se puede hacer es que el niño te dé una patada en la espinilla y tú te lo lleves al kiosko a comprarle golosinas. Esto no es cuestión del qué dirán, es cuestión de aguantarle las rabietas cuando tiene dos años y no ceder a todos sus caprichos. Es que estas cosas las veo a diario, de verdad.
ResponderEliminarDe modo que pienso que habrá padres que respondan a tu diagnóstico (temor ante normas sociales, civiles e incluso penales) y habrá otros que respondan al mío (tiramos por el camino que el niño decida). No digo yo que mis hijos no se puedan torcer el día de mañana, porque serán personas autónomas e independientes y decidirán sus caminos, pero por dejadez de sus padres desde luego que no.
Educar es muy complicado y los padres hacemos lo que pensamos que es mejor para ellos y nos equivocamos muchas veces. Si nos dejásemos de tanta escuela de padres y tanta pedagogía y nos guiáramos un poco más por el instinto y el sentido común, igual la cosa mejoraba. No sé, lo mismo me he pasado... o no llego..., yo a los míos les doy mucho cariño pero también disciplina razonada, tampoco me gusta el "porque lo digo yo", aunque a veces..., jajaja, pues también. El tiempo lo dirá.
Un placer seguir tu blog y aprender de vosotros. Saludos.
Lo suscribo al cien por cien, Vega. Es difícil educar, como profesor o como padre, pero lo que no vale es rendirse o conceder capricho o consentir comportamientos despóticos, que eso trae muy malos resultados. Tienes que querer y atender a tus hijos, ser razonable, hablar, lo que sea, pero el que manda es el padre. Yo, guantazos no he dado, pero algún azote cuando eran pequeños, sí. Y de pequeño también me tocó recibir alguna vez, pero entonces estas cosas no se dramatizaban tanto. Y, desde luego, he tenido bastantes alumnos que se han beneficiado de la confusión actual para comportarse como energúmenos o como caciques (no en mis clases, por supuesto). Esto no es plan.
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