No me cansaré de repetir que uno de los principales motivos del éxito de las mentiras y/o disparates de los renovadores educativos es la fidelidad de que gozan en los medios de comunicación. Ponga usted una propuesta discutible o directamente absurda en las páginas de un medio poderoso que le dé prestigio, enúnciela con convicción de profeta y atribúyasela a alguien que se presenta como experto, y la mayoría de los lectores o, al menos, una buena porción de ellos, que no tienen por qué disponer de mecanismos para desenmascarar estos engaños, la tomará como una verdad universal. En esta cruzada, se bate con machacona insistencia "El País".
Ayer publicó un artículo firmado por Ana Torres Menárguez, el cual se ocupaba del asunto de la repetición de curso, como queda claro en su titular: "Los alumnos pobres repiten cuatro veces más que los de familias con más recursos". Es ya un clásico la teoría sostenida por los sectores innovadores de que repetir curso no sirve para nada, pues las estadísticas demuestran que la mayoría de los alumnos que repiten vuelven a suspender, por lo cual, habría que sustituir este procedimiento por otros más eficaces. Curiosamente, las alternativas que proponen siempre consisten en pasar al alumno de curso sin conceder importancia a las carencias que arrastra del anterior -que, en los candidatos a repetir, siempre son profundas y amplias-, parcheándolas a lo más con algún apoyo simultáneo. Por el contrario, quienes creemos que lo más importante de la educación es la adquisición de unos conocimientos entendemos que un alumno que muestra graves lagunas no puede ser aprobado en un curso y pasar desabrigado al siguiente, sino que debe suspender e intentarlo de nuevo las veces que por ley se determine para intentar resolver esas carencias.
Sofismas...
En este asunto se parte siempre de un problema cuyo diagnóstico es difícil de discutir cuando el mal se detecta: un alumno termina un curso sin haber obtenido los objetivos mínimos. Este problema es bastante serio y merece por tanto una solución sustanciosa y responsable: al contrario que todas o la mayoría de sus alternativas, la repetición lo es. Se debe admitir, no obstante, que es cierto que un gran número de los alumnos que repiten vuelven a suspender, ahora, bien, creo que es precipitado y demagógico deducir de eso que la repetición es una mala solución, pues sería como atribuir al hecho de repetir la razón de ese suspenso, cuando las razones suelen ser otras. Fijémonos en el artículo del que parto y veremos una cosa muy curiosa. Se señala en él que en España los alumnos tienen un alto porcentaje de repetición: un 28'7%, cuando la media de la OCDE es de un 11'4%. La autora comete un sofisma de manual: empieza constatando el problema de un alto índice de repetición, para luego decantar su artículo hacia una rotunda descalificación de la repetición como sistema. Pero que en España repitan muchos más estudiantes que en otros países no significa que la repetición sea mala, sino que nuestros jóvenes estudian menos de lo que debieran, o, en puridad, menos que otros. Nos hallamos ante algo muy habitual en los innovadores educativos: la argumentación tramposa, aunque esta vez, sin quererlo, la señora Torres nos da una pista del verdadero fondo del problema: ¿por qué es tan ineficaz la repetición? ¿Por qué hay en España tantos alumnos que suspenden un curso y, al repetirlo, lo vuelven a suspender? Sencillamente, porque en la inmensa mayoría de los casos esos alumnos pertenecen a ese conjunto (más voluminoso de lo que a todos nos gustaría) de chicos que no están dispuestos a estudiar por nada del mundo, por lo que les da lo mismo suspender un curso un año y volver a suspenderlo al siguiente. De este modo se explica, por ejemplo, que en España tengamos un 28'7% de repetidores y en Finlandia tengan solo un 3'3%: está claro que en aquel país los alumnos que no estudian son menos que en el nuestro. El problema no es la repetición, sino la falta de esfuerzo, un mal que es grave de por sí y que en España se hace más agudo y extenso por el hecho de que el sistema educativo lo favorece.
De mi dilatada experiencia docente, obtengo la misma constatación: de los que yo he tenido, la totalidad de esos alumnos que suspendían un curso, lo repetían y lo volvían a suspender eran chicos que estudiaron poco o nada en la primera ocasión y lo mismo o menos estudiaron en la segunda, porque no es infrecuente el caso de alumnos que repiten con cuatro suspensas y en su segunda oportunidad van y suspenden siete. Supongo que más de uno, al leer esto, pensará que el problema era que lo que se les ofrecía no les interesaba, que a lo mejor si se les hubiese ofrecido otra cosa... A eso responderé, primero, que estoy de acuerdo con que en la Secundaria debería haber una oferta más diversa, lo cual sin duda daría mejores oportunidades a muchos chicos que no estudian porque no encuentran lo que quieren; segundo, que, aun así, hay cursos en los que no se puede diversificar la oferta (pensad, por ejemplo, en un 1º de ESO o en la Primaria en su totalidad, aunque el asunto de las repeticiones en Primaria no es exactamente como lo pinto aquí), por lo que en esos casos al alumno le tocará siempre amoldarse y hacer frente a lo que hay; tercero, que, aun con todo lo anterior, seguiría habiendo chicos que no estudiarían ni con la oferta más variada del mundo, tampoco dejemos esto de lado. Nada de lo dicho, como veis, descalifica a la repetición ni oscurece una gran verdad: que es el alumno el que tiene que hacer frente a sus obligaciones. Y no perdamos de vista este otro importantísimo detalle: que los alumnos que repiten no lo hacen nunca por motivos banales, sino por profundas carencias cuyos criterios de detección se marcan en las leyes y por decisión de una junta de evaluación, es decir, de un equipo de profesores que los conocen a fondo. He estado en decenas de juntas que han tenido que adoptar esta decisión y os aseguro que nunca se toma a la ligera.
...y mentiras
Pues bien, aun en este contexto, que retrata la repetición de curso en el terreno de la realidad, es decir, de los alumnos reales, los profesores reales y el proceso educativo real, el pedagogismo tampoco la ha dispensado de hacerla objeto de sus delirantes ensoñaciones, faltaría más, y en general lo ha hecho fundamentándolas en los inexcusables rosarios de mentiras, inexcusables por el hecho de que las fantasías del pedagogismo son tan absurdas que es imposible colarlas sin falsificaciones. El artículo del que hablo hoy se recrea en este vicio, como paso a demostrar. La milonga que se nos entona esta vez es la vieja tesis de que la repetición no está motivada por la falta de estudio, sino por la clase social: cuanto más pobres son los alumnos, más se da entre ellos la repetición: ¡qué clasista es el perro sistema educativo español! Una vez más, la experiencia desmiente esto, primero, porque directamente no es tanta la diferencia que hay, ya que los alumnos repetidores que no son pobres son más de los que quienes argumentan esto quieren hacernos creer; segundo, porque hay muchos alumnos pobres que ni repiten ni son malos estudiantes. En España, los alumnos pobres o de familias desestructuradas que quieran estudiar pueden hacerlo: quienes de entre ellos repiten no lo hacen porque sean pobres, o no lo hacen solo por eso. La primera gran mentira del artículo es a este respecto y viene firmada por el experto Álvaro Ferrer (conocidísimo en su barrio), de Save the Children, quien afirma: "La repetición de curso en España es socialmente injusta, a igual rendimiento escolar el sistema castiga más al alumno pobre porque no solo se mide su nota, sino otros elementos como su comportamiento o su absentismo". Que alguien que sostiene disparates como estos firme estudios sobre educación es aberrante, pues es un alarde de ruindad y de ignorancia decir que en los centros educativos españoles se proceda así. La repetición de curso se decide por factores únicamente académicos: si se dan en un alumno una serie de circunstancias que tienen que ver exclusivamente con los conocimientos que demuestra, el alumno repite curso, sea un pobretón o un ricachón y se porte como se porte, y no hay más consideraciones, se digan en este artículo las mentiras delirantes que se digan a este respecto. En cuanto al absentismo, lógicamente, habrá de influir en que un alumno aprenda menos y por tanto suspenda, pero nunca, repito NUNCA, se suspende ni se hace repetir a un alumno por faltar o por portarse mal. Y, por cierto, este señor que lanza contra la escuela infames acusaciones de clasismo se muestra muy clasista cuando presupone que solo se portan mal los alumnos de bajo nivel económico.
Pero no vayamos a creer que se para aquí. Más adelante dice: "Los profesores reservan puntos para el buen comportamiento". ¡Pero cómo se puede tener la desfachatez de mentir tan clamorosamente! Esa penosa estupidez que dicen algunos profesores de que suben nota por buen comportamiento es un puro cuento que al final nunca se aplica, y con toda la razón del mundo: no se puede transmutar el portarse bien en un punto más en Ciencias o 0'75 en Historia. Se haga o no, es una mala práctica y ajena a los procedimientos regulares de evaluación, de modo que no puede concedérsele valor en ningún estudio, por no hablar de que está muchísimo menos extendida de lo que podría deducirse de la afirmación del señor Ferrer. Y, desde luego, hay que ser categórico en una cosa: no habrá habido jamás un solo alumno que haya repetido por estos fantasmales puntos por buen comportamiento, pues, si lo miramos, en todo caso podrían servir para salvar del suspenso, pero no para hundir en él a nadie, pues la práctica contraria, la de bajar puntos por mal comportamiento, esa sí que no se da, por ser contraria a toda deontología y porque conduciría a quien lo hiciese a serios problemas. Pensar que este punto de gracia salva de repetir a los ricos y el no darlo condena a los pobres es una colosal estupidez. Nótese además que de nuevo el señor Ferrer presupone que solo se portan mal los chicos de bajo nivel económico, ¿quién es aquí el clasista?
Y además de ser clasista, resulta que la repetición desmotiva al alumno y lo separa de sus amigos, según afirma doña Socorro Pérez, directora de instituto, que añade que al final a ese alumno desmotivado habrá que pasarlo de curso "por imperativo legal", pero calla que ese imperativo se fundamenta en la aplastante lógica de que no vamos a tener a un alumno haciendo 3º de ESO hasta los veintisiete años. También calla otra cosa: que, cuando la obstinación en no estudiar cierra al alumno puertas que él podría haber abierto si hubiera querido (¡esa obsesión de los pedagogistas por tratar a los chicos como si fueran seres inertes!), la edad termina abriéndole otras (pues el sistema es bastante generoso), que unos aprovechan y otros siguen despreciando. Concluye el artículo con una frase de don Julio Carabaña, quien, a pesar de su implicación con la LOGSE, no condena tajantemente la repetición: "Igual hay que pensar más en la cohesión social del alumno que en la académica, pero hace falta más evidencia científica para desterrar la repetición".
Lo que en conclusión defiende el artículo es que se sustituya la repetición por un difuso sistema en el que se haga lo que parecen sugerir Socorro Pérez y Julio Carabaña: que el alumno que haya suspendido todo un curso promocione a pesar de ello con su grupo de compañeros, por el bien de su felicidad. Para llegar a este punto, previamente se ha desprestigiado a la repetición de curso con sandeces y embustes sobre su carácter clasista, con acusaciones vanas como la de que desmotiva a los alumnos (¿no será esa desmotivación fruto del desinterés y la desidia del propio alumno? Eso ha sido lo que yo he visto en la mayoría de los que acababan repitiendo) o con una sorprendente preferencia de la "cohesión social" del alumno sobre el aprendizaje. Y, como siempre, se deja de lado un molesto factor: el de esos alumnos que, cuando repiten, aprueban. ¿Por qué nunca se habla de ellos? Por una razón muy sencilla: porque, en su año bueno, aplican la rebuscada fórmula que habían despreciado en el malo, la de trabajar, y eso les funciona, pero, claro, semejante ordinariez no pueden tenerla en cuenta los eternos defensores de quimeras.
Por supuesto, lo de decantarse por la cohesión social está muy en la línea de la felicidad, lo emocional y otras paparruchas tan del gusto de los innovadores y los políticos hoy en día, pero ciertos aguafiestas no podemos dejar de lanzar esta pregunta: ¿a qué se va a la escuela, a aprender o a ser feliz? Es indiscutible que se va a aprender y esos que hoy en día quieren arrebatarle este fin y vaciarla de esta esencial misión son unos irresponsables y unos embaucadores que, si terminan por imponer sus insensateces, harán mucho daño a millones de jóvenes y niños, daño que los perjudicados solo entenderán cuando, siendo unos adultos, descubran que esa escuela que tantos momentos de dicha les proporcionó les escamoteó lo que tenía que haberles dado: la formación y el conocimiento necesarios para progresar en la vida. Esto, en el mejor de los casos, porque en el peor (para nada descartable) es muy posible que las personas que hayan sido formadas en la escuela de la felicidad y la alegría, como de supuestas alegría y felicidad era la isla en que Pinocho y sus amigos se convertían en burros, lleguen a la edad adulta sin madurar, y por ello no estén ni siquiera capacitadas para reflexionar sobre sí mismas. Si queremos sustituir la adusta escuela en la que están presentes la responsabilidad, el suspenso o el repetir curso por la colorida feria de la felicidad y la permanencia con los amiguetes, meditemos antes si no estaremos sembrando el desastre y el engaño.
...y mentiras
Pues bien, aun en este contexto, que retrata la repetición de curso en el terreno de la realidad, es decir, de los alumnos reales, los profesores reales y el proceso educativo real, el pedagogismo tampoco la ha dispensado de hacerla objeto de sus delirantes ensoñaciones, faltaría más, y en general lo ha hecho fundamentándolas en los inexcusables rosarios de mentiras, inexcusables por el hecho de que las fantasías del pedagogismo son tan absurdas que es imposible colarlas sin falsificaciones. El artículo del que hablo hoy se recrea en este vicio, como paso a demostrar. La milonga que se nos entona esta vez es la vieja tesis de que la repetición no está motivada por la falta de estudio, sino por la clase social: cuanto más pobres son los alumnos, más se da entre ellos la repetición: ¡qué clasista es el perro sistema educativo español! Una vez más, la experiencia desmiente esto, primero, porque directamente no es tanta la diferencia que hay, ya que los alumnos repetidores que no son pobres son más de los que quienes argumentan esto quieren hacernos creer; segundo, porque hay muchos alumnos pobres que ni repiten ni son malos estudiantes. En España, los alumnos pobres o de familias desestructuradas que quieran estudiar pueden hacerlo: quienes de entre ellos repiten no lo hacen porque sean pobres, o no lo hacen solo por eso. La primera gran mentira del artículo es a este respecto y viene firmada por el experto Álvaro Ferrer (conocidísimo en su barrio), de Save the Children, quien afirma: "La repetición de curso en España es socialmente injusta, a igual rendimiento escolar el sistema castiga más al alumno pobre porque no solo se mide su nota, sino otros elementos como su comportamiento o su absentismo". Que alguien que sostiene disparates como estos firme estudios sobre educación es aberrante, pues es un alarde de ruindad y de ignorancia decir que en los centros educativos españoles se proceda así. La repetición de curso se decide por factores únicamente académicos: si se dan en un alumno una serie de circunstancias que tienen que ver exclusivamente con los conocimientos que demuestra, el alumno repite curso, sea un pobretón o un ricachón y se porte como se porte, y no hay más consideraciones, se digan en este artículo las mentiras delirantes que se digan a este respecto. En cuanto al absentismo, lógicamente, habrá de influir en que un alumno aprenda menos y por tanto suspenda, pero nunca, repito NUNCA, se suspende ni se hace repetir a un alumno por faltar o por portarse mal. Y, por cierto, este señor que lanza contra la escuela infames acusaciones de clasismo se muestra muy clasista cuando presupone que solo se portan mal los alumnos de bajo nivel económico.
Pero no vayamos a creer que se para aquí. Más adelante dice: "Los profesores reservan puntos para el buen comportamiento". ¡Pero cómo se puede tener la desfachatez de mentir tan clamorosamente! Esa penosa estupidez que dicen algunos profesores de que suben nota por buen comportamiento es un puro cuento que al final nunca se aplica, y con toda la razón del mundo: no se puede transmutar el portarse bien en un punto más en Ciencias o 0'75 en Historia. Se haga o no, es una mala práctica y ajena a los procedimientos regulares de evaluación, de modo que no puede concedérsele valor en ningún estudio, por no hablar de que está muchísimo menos extendida de lo que podría deducirse de la afirmación del señor Ferrer. Y, desde luego, hay que ser categórico en una cosa: no habrá habido jamás un solo alumno que haya repetido por estos fantasmales puntos por buen comportamiento, pues, si lo miramos, en todo caso podrían servir para salvar del suspenso, pero no para hundir en él a nadie, pues la práctica contraria, la de bajar puntos por mal comportamiento, esa sí que no se da, por ser contraria a toda deontología y porque conduciría a quien lo hiciese a serios problemas. Pensar que este punto de gracia salva de repetir a los ricos y el no darlo condena a los pobres es una colosal estupidez. Nótese además que de nuevo el señor Ferrer presupone que solo se portan mal los chicos de bajo nivel económico, ¿quién es aquí el clasista?
Y además de ser clasista, resulta que la repetición desmotiva al alumno y lo separa de sus amigos, según afirma doña Socorro Pérez, directora de instituto, que añade que al final a ese alumno desmotivado habrá que pasarlo de curso "por imperativo legal", pero calla que ese imperativo se fundamenta en la aplastante lógica de que no vamos a tener a un alumno haciendo 3º de ESO hasta los veintisiete años. También calla otra cosa: que, cuando la obstinación en no estudiar cierra al alumno puertas que él podría haber abierto si hubiera querido (¡esa obsesión de los pedagogistas por tratar a los chicos como si fueran seres inertes!), la edad termina abriéndole otras (pues el sistema es bastante generoso), que unos aprovechan y otros siguen despreciando. Concluye el artículo con una frase de don Julio Carabaña, quien, a pesar de su implicación con la LOGSE, no condena tajantemente la repetición: "Igual hay que pensar más en la cohesión social del alumno que en la académica, pero hace falta más evidencia científica para desterrar la repetición".
Lo que en conclusión defiende el artículo es que se sustituya la repetición por un difuso sistema en el que se haga lo que parecen sugerir Socorro Pérez y Julio Carabaña: que el alumno que haya suspendido todo un curso promocione a pesar de ello con su grupo de compañeros, por el bien de su felicidad. Para llegar a este punto, previamente se ha desprestigiado a la repetición de curso con sandeces y embustes sobre su carácter clasista, con acusaciones vanas como la de que desmotiva a los alumnos (¿no será esa desmotivación fruto del desinterés y la desidia del propio alumno? Eso ha sido lo que yo he visto en la mayoría de los que acababan repitiendo) o con una sorprendente preferencia de la "cohesión social" del alumno sobre el aprendizaje. Y, como siempre, se deja de lado un molesto factor: el de esos alumnos que, cuando repiten, aprueban. ¿Por qué nunca se habla de ellos? Por una razón muy sencilla: porque, en su año bueno, aplican la rebuscada fórmula que habían despreciado en el malo, la de trabajar, y eso les funciona, pero, claro, semejante ordinariez no pueden tenerla en cuenta los eternos defensores de quimeras.
Por supuesto, lo de decantarse por la cohesión social está muy en la línea de la felicidad, lo emocional y otras paparruchas tan del gusto de los innovadores y los políticos hoy en día, pero ciertos aguafiestas no podemos dejar de lanzar esta pregunta: ¿a qué se va a la escuela, a aprender o a ser feliz? Es indiscutible que se va a aprender y esos que hoy en día quieren arrebatarle este fin y vaciarla de esta esencial misión son unos irresponsables y unos embaucadores que, si terminan por imponer sus insensateces, harán mucho daño a millones de jóvenes y niños, daño que los perjudicados solo entenderán cuando, siendo unos adultos, descubran que esa escuela que tantos momentos de dicha les proporcionó les escamoteó lo que tenía que haberles dado: la formación y el conocimiento necesarios para progresar en la vida. Esto, en el mejor de los casos, porque en el peor (para nada descartable) es muy posible que las personas que hayan sido formadas en la escuela de la felicidad y la alegría, como de supuestas alegría y felicidad era la isla en que Pinocho y sus amigos se convertían en burros, lleguen a la edad adulta sin madurar, y por ello no estén ni siquiera capacitadas para reflexionar sobre sí mismas. Si queremos sustituir la adusta escuela en la que están presentes la responsabilidad, el suspenso o el repetir curso por la colorida feria de la felicidad y la permanencia con los amiguetes, meditemos antes si no estaremos sembrando el desastre y el engaño.
Pobres de verdad éramos los hijos de obreros de antes, en época de absoluta sequía financiera, de economía de subsistencia absoluta; después de pagarte libros y resto de material escolar, no podías permitirte ningún extra, pues no quedaba ni para pipas. Nunca ha habido tantas oportunidades para estudiar como ahora, con financiaciones de libros, exenciones de pagos, servicios de apoyo, etc. Pero hay un repetido mantra de la pobreza —aunque ningún pobre actual parece privarse de móvil de última generación ni de otros lujos—, con añadidos de exclusión, fragilidad, vulnerabilidad, desestructuración... que me hace dudar de la llamada sociedad del bienestar. Aunque le achacarán todo este mal al capitalismo feroz, como excusa para reorientarse hacia un neocomunismo salvador, que todo lo anterior se reduce a una mala aplicación de la teoría socialista. Eso sí, sin privarse de lujos transformados en necesidades cuando interesa, por el bien propio, claro, no de la masa social. Creo que muchos de estos iluminados habrían repetido académicamente, con causa justificada, si se les aplicase la santa vara de medir del sentido común.
ResponderEliminarPepe, la demagogia con conceptos como exclusión, pobreza, desestructuración familiar y otras de matiz social es hoy en día en la enseñanza tan excesiva como repugnante. Al alumno que pueda ponérsele cualquiera de esos sellos, se le envuelve en una red de caridad con tufo parroquial que, en realidad, es el factor más clasista de la escuela de hoy. El alumno "económicamente desfavorecido" no necesita mimitos y aprobados falsos, eso le dejará pobre para siempre, pero lo malo es que quienes lo reciben lo aceptan encantados, porque la cultura del esfuerzo y el amor propio que tú retratas se ha sustituido por el chantaje del todo regalado. ¿Qué clase de sistema es este que malacostumbra al alumnado?
EliminarEl que pretende su eterna dependencia....
EliminarEso es, Paco: un sistema educativo no puede fomentar en el alumno la autocompasión y la convicción de que todo se le tiene que regalar. Eso no es educar, eso es corromper. Son demasiados los chicos que, si se les suspende aunque ni hayan trabajado ni sepan nada, piensan que se está vulnerando sus derechos. Esto no sé si es de la escuela o de la sociedad española en su conjunto.
EliminarLa entera sociedad occidental... Nosotros también...
ResponderEliminarCierto. Mucho de lo que nos pasa ocurre también en otros sitios o tiene sus raíces en males generalizados en países como el nuestro.
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