A los que estaban convencidos de que nada es para siempre, empezaban a tambaleárseles los principios gracias a Rosa María Mateo, pero el drama no se ha consumado, ya que la señora Mateo, que transmitía la impresión de ir a eternizarse en el cargo, acaba de ser relevada. Esta profesional deja un balance lamentable de manipulación, servilismo ante el Gobierno o los partidos afines y tendenciosidad, vicios en los que, para encontrar comportamientos parecidos a los de la RTVE que ella ha dirigido, tengo que retrotraerme a los telediarios de antes de 1975, y lo digo con conocimiento de causa porque en su día los vi. Para colmo, llegó al punto de adornarse con algo imperdonable en un sello televisivo estatal: la grosería, cuyo más aquilatado ejemplo fue aquello de asestarle a una niña una venganza tan indecente como el cartelito aquel de Leonor se va de España, como su abuelo, obra de Bernat Barrachina, uno de esos independentistas (¿del PSC?) asilvestrados que inexplicablemente pastan en el pesebre de la odiosa televisión española. Otra muestra de lo bajo que ha caído RTVE con Mateo: programas como el de Mónica López o Jesús Cintora.
¿Los suprimirá José Manuel Pérez Tornero, sustituto de Mateo? Sería un acierto, ya que en una democracia los medios públicos no deben ser partidistas. Habrá que esperar, pero los comienzos de Pérez Tornero son poco alentadores, pues se presenta en una operación con un reparto de candidatos a consejeros con demasiadas sombras. Pérez Tornero tiene mucha experiencia en televisión y cuenta entre sus méritos con haber sido el responsable de un programa de la categoría de La aventura del saber, y es que es un personaje tan vinculado al mundo de la comunicación como al de la educación. A propósito de este último, buscando información sobre él, encontré un documento titulado Las escuelas y la enseñanza en la sociedad de la información. Leyéndolo he visto algunas cosas que merecen ser comentadas.
La tesis principal que mantiene Tornero es que en el mundo de hoy los centros educativos ya no son los únicos que controlan la distribución del saber social, así que "su capital-conocimiento tiene que competir con el capital-conocimiento generado autónomamente por el sistema industrial, financiero y militar -que ha desarrollado sus propios centros de investigación y de divulgación- y con el que producen y mantienen los media. Especialmente, estos últimos se han convertido progresivamente en el nuevo soporte del conocimiento público". Esto ha supuesto un cataclismo para la escuela, pues debido a ello su capacidad de "mantener a los niños en un ámbito controlado de educación y aprendizaje resistente al mundo exterior ha declinado mucho", tanto es así que sus muros se están cayendo, como advirtió McLuhan en 1960 (se equivocan los muros de millones de colegios e institutos que siguen en pie: si McLuhan dijo hace 61 años que se están cayendo, es que andan por los suelos, a ver si va a saber más una pared de ladrillo que un sabio como McLuhan). Y remacha Tornero: "La sociedad se está quedando sin aulas, es decir, sin esos espacios cerrados, controlados y reservados en los que el saber fluía verticalmente del maestro a los alumnos". La escuela es una antigualla "escriturocentrista" tradicional, con profesores que ignoran que ya no son los depositarios del saber y que transmite unos conocimientos que no son nada prácticos. Menos mal que el señor Tornero está al quite y tiene un buen manojo de soluciones: "apuesta por la renovación", "participación de la comunidad entera en la educación", "superación del modelo fabril", "renovación tecnológica de la escuela", "redefinición del rol del profesorado"... Sí, exactamente esas cosas y con esas palabras. Lo habéis pillao: el nuevo director general de RTVE es un experto en educación.
Y, como buen experto, tropieza en las piedras favoritas de este colectivo: pontificar sobre la escuela con todo desparpajo sin tener ni p _ _ _ idea de lo que es ni para qué sirve, ir de renovador y basarse en dogmas de los tiempos del cuplé, aparentar que intenta mejorar la escuela cuando lo que quiere hacer es favorecer sus intereses y, por último y aunque hay más cosas, partir de un retrato falso de la escuela para fundamentar sus propuestas o, dicho en otras palabras, crear un falso problema para sacarse de la manga soluciones innecesarias que solo van en su propio beneficio.
Si las propuestas del innovacionismo educativo ya eran en general absurdas y nada innovadoras en el año 2000 (año en que Tornero escribió su artículo y en el cual los heraldos de la aniquilación de la escuela a manos de las nuevas tecnologías se pusieron especialmente milenaristas), el baño de realidad que supuso el obligado cierre de las aulas de 2020 ha dejado al descubierto su penosa falsedad: leído hoy, lo que dice Tornero resulta patético; hoy en día, quien no reconozca la solidez de la escuela y la supremacía de la enseñanza presencial, de la figura del profesor y de su contacto directo con el alumno, o es muy ignorante o es muy cínico.
A mí particularmente siempre me ha molestado mucho el cinismo con que los innovadores basan sus disparates en caricaturas de la escuela. La que utiliza el señor Tornero consiste en presentarla como una decrépita fortaleza que se cae a cachos, anticuada, dogmática, cerrada en sí misma y peleada con toda fuente de saber que no sea ella misma. La escuela de su artículo se parece enormemente a un tétrico hospicio dickensiano en el que unos monjes necios y cerriles encadenan a los pobres niños en su cárcel de ignorancia. Frente a eso, ¡hale hop!, se saca de la chistera sus milagrosas propuestas, y, claro, no hay color: ¿quién no iba a preferirlas? Pero su problema es que la escuela de hoy no es ese espectro que él pinta; la escuela de hoy no está reñida con otras fuentes de saber, sino que las respeta, colabora con ellas y hasta les abre sus puertas e incluso es plataforma hacia ellas; la escuela de hoy no está reñida con las nuevas tecnologías, sino que se sirve de ellas: televisión, vídeo, pizarra digital, ordenador, cañón de proyecciones...: todos se utilizan o se han utilizado en la escuela, quizás el problema que tienen algunos es que les cuesta admitir que esos cacharros no son los amos y señores, sino que les toca aceptar el papel de simples auxiliares, al lado de doña pizarra o de don pupitre, es más: las ínfulas que tenían los ordenadores han quedado muy rebajadas cuando se ha visto que, como sustitutos de la enseñanza presencial, han dejado mucho que desear; la escuela no es un penal de paredes infranqueables, ni a la cultura ni a las personas, sino que está abierta a todo conocimiento y a transmitir los que sean apropiados a su ámbito y al nivel de sus alumnos; las aulas no son mazmorras, sino espacios donde el saber se transmite y se trabaja con él, los más apropiados para ello; en la escuela, los chicos no están amarrados al duro banco, porque es muy polivalente y en ella se abordan conocimientos múltiples, con metodologías múltiples y en espacios muy diversos; los profesores no son druidas ni sumos sacerdotes depositarios del saber sagrado, sino personas normales que tienen una formación especializada y un conocimiento amplio de distintas áreas del saber y lo transmiten a sus alumnos en las complejas facetas de cada uno de esos saberes, así que pecan de una enorme soberbia los enteraos como el señor Tornero que se permiten desde fuera disponer cómo debería ser el oficio y el desempeño profesional de otras personas; la escuela no les disputa espacios educativos a la industria, las finanzas o el ejército, porque tiene el suyo propio, muy amplio, importante y fecundo, y con las particularidades y sutileza suficientes para que en él solo puedan trabajar quienes están capacitados para ello, no la sociedad en comandita ni el primer aficionado que llegue, y creo que esto es un aspecto muy importante, porque la educación no es ninguna broma, sino una interacción humana que implica mucho para quien la recibe y debe, por tanto, ser respetada y ejercida con conocimiento.
El problema que tiene el señor Tornero quizás sea que nos atribuye a otros actitudes que son suyas. Cuando dice eso de que el capital-conocimiento de la escuela tiene que competir con el capital-conocimiento de no sé quién, me quedo con la boca abierta: me he pasado treinta y cinco años trabajando en la escuela y ni yo, ni los centenares de colegas que he tenido, ni los centros en que he trabajado tomados como institución hemos tenido jamás el posicionamiento de ir a competir con nadie ni de que nuestro conocimiento fuera un capital: la nuestra era otra onda, la de instruir, la de educar, la de prestar un servicio a la sociedad. Por esto decía antes que el señor Tornero no tiene ni p _ _ _ idea de lo que es esa escuela sobre la que se ha montado tan florido artículo, ni de lo que se hace en ella, ni de la intención y objetivos con que se hace. Así no hay manera de que nos entendamos, de verdad, y con los tecnócratas que meten el cucharón en el mundo de la escuela siempre pasa lo mismo: entran pensando en balances, dividendos y cosas así, sin entender que no se trata de eso. Si miramos el currículum de José Manuel Pérez Tornero (colaboración con Planeta, desempeño en el mundo de lo digital y lo audiovisual...), a lo mejor es esto lo que ocurre: cuando habla de educación, en realidad está pensando en negocio. Tiene todo el derecho del mundo a pensar en sus negocios, pero a lo que no lo tiene es a falsear la imagen de la escuela.
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