En la misma noche electoral, tuvo un detalle Pablo Iglesias que ni me gustó -lo cual, a última hora, afecta solo a mi persona-, ni le retrata bien, ni favorece a su formación. Cuando ya estaban prácticamente asegurados los resultados de las elecciones, salió a hacer la valoración que en tales circunstancias hacen siempre los líderes de los partidos. Además de transmitir el lógico mensaje de satisfacción por los buenos resultados obtenidos por Podemos, el señor Iglesias hizo algo totalmente fuera de lugar y que jamás antes había yo visto en ese tipo de valoraciones: atacar -y con bastante saña- a un adversario, concretamente, al PSOE. No sé si Pablo Iglesias tendrá algo en particular contra el PSOE o contra Pedro Sánchez, pero lo que sí sé es que demuestra muy mal estilo tomarla con un adversario en la misma noche electoral, llegando incluso -como hizo- a aludir a sus no muy satisfactorios resultados.
Ayer mismo, empezó el señor Iglesias a dar otra muestra -y esta vez, ya muy importante y hasta preocupante- de que le conviene serenarse y no perder los papeles: su absurda pretensión de que se celebre inexcusablemente un referéndum en Cataluña. Habría que empezar por hacerle unas preguntas: ¿es el señor Iglesias uno de los pocos españoles que no se han dado cuenta aún de que esa guerra del referéndum y la subsiguiente de la segregación ya están resueltas y perdidas por quienes las declararon? ¿Tampoco se ha dado cuenta de que se declararon con propósitos inicuos y que han sembrado únicamente una gran discordia y a ratos crispación en las sociedades española y catalana? ¿Todo un diputado europeo y líder de un partido ya grande no se ha dado cuenta de que un referéndum de tales características es un inadmisible e injustificado privilegio que persiguen algunas élites políticas catalanas para obtener ventajas igualmente inadmisibles e injustificadas?
Pues debería darse cuenta. Y también debería darse cuenta de lo siguiente: de que Podemos ha obtenido en España 5.189.333 votos, de los cuales solo 927.940 proceden de Cataluña, y aun de esos, estaría por ver que sean todos favorables al referéndum, como seguro que tampoco lo son todos los que se le dieron en otras comunidades con ínfulas independentistas, pero lo que sí tiene que tener muy claro es que la inmensa mayoría de los 750.477 votantes que le respaldaron en Madrid, o de los 749.081 de Andalucía, o de los 135.763 de Aragón, etc., etc., etc., tienen que ser contrarios por completo a la celebración de ese referéndum y a que sus millones de votos sirvan para que quienes los dieron acaben haciendo de tontos útiles de Mas, Junqueras, Munté, Romeva y compañía.
Sería una pena que Podemos acabase estrellándose contra el mismo árbol de la cháchara independentista en el que históricamente se han estrellado tantos ingenuismos "progres" en España. Voy a dar un dato: en las generales de 2008, ese PSOE que tanto parece obsesionar a Pablo Iglesias obtuvo en Cataluña 1.689.911 votos; en las de hace dos días, ha sacado 589.021, o sea, ha perdido de unas a otras 1.100.890 votos, casi dos tercios de los que tenía. ¿Qué ha pasado en esos ocho años? Está claro: José Montilla, Zapatero, los coqueteos serviles con el nacionalismo, el inicial apoyo al referéndum de todo el PSC o parte al menos... No hay lugar para la duda: un partido de izquierdas de ámbito nacional no puede travestirse de nacionalista, porque lo acaba pagando y acaba haciendo mucho daño a sus potenciales votantes, como sucede en Cataluña, donde los delirios del PSOE han sembrado la confusión entre millones de ciudadanos que se sienten a la vez de izquierdas, catalanes y españoles. ¿Quiere reproducir este guión Pablo Iglesias? Él sabrá.
Pablo Iglesias debería entender que ya dejó hace mucho tiempo de ser un tertuliano: ya es un político activo y, en las circunstancias actuales, de gran peso, ya que es el líder de una formación con muchos votos y escaños. No puede permitirse alegrías. El voto mayoritario de Podemos es de gente que quiere verle haciendo política de izquierdas y luchando contra la corrupción, no haciendo de títere del independentismo. Si es para lo primero, sí que podrá ser útil en la tarea de forjar entre todos lo que podría ser un nuevo tiempo; lo segundo, aparte de ser una política ya vieja, desastrosa y podrida, le va a llevar tarde o temprano a la marginalidad y luego, al olvido.
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