Libros que he publicado

-LA ESCUELA INSUSTANCIAL. Sobre la urgente necesidad de derogar la LOMLOE. -EL CAZADOR EMBOSCADO. Novela. ¿Es posible reinsertar a un violador asesino? -EL VIENTO DEL OLVIDO. Una historia real sobre dos asesinados en la retaguardia republicana. -JUNTA FINAL. Un relato breve que disecciona el mercadeo de las juntas de evaluación (ACCESO GRATUITO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA). -CRÓNICAS DE LAS TINIEBLAS. Tres novelas breves de terror. -LO QUE ESTAMOS CONSTRUYENDO. Conflictividad, vaciado de contenidos y otros males de la enseñanza actual. -EL MOLINO DE LA BARBOLLA. Novela juvenil. Una historia de terror en un marco rural. -LA REPÚBLICA MEJOR. Para que no olvidemos a los cientos de jóvenes a los que destrozó la mili. -EL ÁNGULO OSCURO. Novela juvenil. Dos chicos investigan la muerte de una compañera de instituto. PULSANDO LAS CUBIERTAS (en la columna de la derecha), se accede a información más amplia. Si os interesan, mandadme un correo a esta dirección:
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lunes, 21 de octubre de 2024

"El anhelo intelectual", de Alberto Royo

     Termino de leer El anhelo intelectual, último libro de Alberto Royo, y descubro que no salta la sorpresa en Las Gaunas: el tipo sigue estando convencido de que el conocimieno es algo maravilloso y de que la enseñanza es esencial e inexcusablmente la transmisión de concimiento desde alguien que lo posee, o sea, el profesor, hacia alguien que carece de él y debe (y a veces incluso quiere) recibirlo, es decir, el alumno. Cuando verdades tan grandes y provechosas pueden expresarse en tres líneas, nos hallamos ante la áurea sencillez de los clásicos. Y la verdad es que Alberto no intenta engañar a nadie (no le sugiero, por tanto, apuntarse al equipo de cierto importantísimo personaje), porque alguien que le pone ese título a un libro no nos deja dudas de que piensa que el conocimiento es un bien supremo.

    Puesto que comparto esas convicciones, celebro que Alberto haya escrito un libro donde las defiende y las razona, un libro que, como todos los suyos, además de atesorar unos contenidos sólidos e interesantes, es agradable de leer, tanto por la claridad expresiva como por esos golpes de humor con que el autor suele alegrar sus escritos.

    Comienza el libro con un breve prólogo de Albert Boadella que gira en torno a una puntualización muy relevante: que el desastre educativo que padecemos hoy es un fruto indigesto de aquella siembra de mayo del 68 que, buscando destruir los caducos pilares de la opresiva sociedad burguesa, se llevó por delante cosas muy valiosas, al menos, una: la autoridad que en toda cadena educativa (familiar, docente o de cualquie otro ámbito) le corresponde a quien posee el conocimiento sobre quien carece de él (1).

    De esa fuente nacen esos niños que son uno de los grandes problemas de la enseñanza de hoy, esos alumnos montaraces que no reconocen ninguna regla. Curiosamente, la primera de las dieciséis partes del libro de Alberto se ocupa de los alumnos, pero de los otros, los buenos, los que quieren aprender, los que, como él dice, tienen afán de conocimiento, pues debemos hacer todo lo posible por protegerlos, por no desmoralizarlos. Ya que son los grandes damnificados de un sistema penosamente paternalista y con un concepto perverso de la inclusión que explota las carencias reales, supuestas o inventadas del alumno, esforcémonos al menos los profesores en cuidar a los verdaderamente interesados en aprender, con el fin de que mantengan su ilusión y su motivación. A Alberto, profesor de raza, le importan mucho los alumnos, por eso se preocupa de minucias como esta, o de otra que parece obsesionarle: la del ascensor social, es decir, la de que la escuela sirva, mediante la mejora del conocimiento de los alumnos, para que los menos favorecidos económicamente adquieran herramientas para prosperar en la vida, dignísima aspiración (la de prosperar en la vida y la de que la escuela facilite a sus alumnos instrumentos para ello). Alberto cree que nuestro actual sistema educativo, enemigo del conocimiento y del esfuerzo, perjudica enormemente a los alumnos más pobres, pues les arrebata el que quizás vaya a ser en sus vidas el único ámbito que pueda prepararle para la lucha por la vida. ¿Va a ser que este hombre es uno de esos monstruos que no aprecian el gran valor de la educación emocional y con perspectiva de género? Capaz.

Pero bueno, no es cuestión de que les cuente el libro completo, cómprenlo, ¡no sean ratas!, que además está muy bien. O, al menos, vayan a la biblioteca, que allí se culturiza mucho uno. Según Alberto, ¿qué tiene que hacer un profesor que se ve atrapado en un sistema que prefiere las caricias en el lomo a la excelencia, un profesor como ese que hemos visto en el primer párrafo del artículo? Lo han adivinado: esconderse en el váter para llorar sin que le vean. O quizás no proponga eso, a ver cómo interpretan ustedes estas palabras de la página 117:

    No tenemos la mejor enseñanza ni la mejor ley ni los mejores políticos. Pero nosotros, precisamente nosotros no podemos permitirnos que la situación nos supere. Tenemos la obligación de enseñar.

    Una frase pa enmarcar. Vean esta otra, que está en la página 40: 

    Necesitamos que se prestigie el saber. Que se defienda el conocimiento. Que se ampare el derecho de los alumnos a ser instruidos y no solo a permanecer escolarizados. Que se entienda que la enseñanza no puede estar a expensas ni de los políticos ni de las modas. Que se deje de escuchar a quienes desconocen lo que ocurre dentro de un aula. Que se nos deje enseñar. Que se nos deje educar. Necesitamos un Día del Orgullo Intelectual

    Toda una declaración de principios, casi un programa, que, se lo digo en serio, a pesar de constar solo de cinco líneas, sería mucho más provechoso que la LOMLOE en su totalidad. Aunque eso del Día del Orgullo Intelectual... Yo sé que Alberto lo dice con retranca, pero, amigo mío, tal y como están hoy las cosas, hay que tener cuidado hasta con la retranca. ¿Me aceptas proponer que convirtamos todos los días del año en días del orgullo intelectual? 

    Aparecen en la frase algunos de los demonios de siempre: los políticos, los expertos y pedagogos, el vaciado de contenidos... Sobre ellos se habla bastante en el libro, y también sobre otros, como, Isabel Celaa (no estoy de acuerdo en que sea peor que Pilar Alegría; vamos a dejarlo en iguales, ni pa ti ni pa mí), lo emocional, la enseñanza como terapia, la burocracia inútil... Veo aquí a Alberto más pesimista que hace unos años y supongo que puede haber muchas razones, pero estoy seguro de que la principal se llama LOMLOE. Hablaré  en concreto de la burocracia, a la que le sobraría el adjetivo de inútil, porque lo que podríamos llamar burocracia útil, no es burocracia, sino unas inevitables gestiones de carácter administrativo, útiles, necesarias y que se han hecho toda la vida, cosas como una memoria de fin de curso. ¡Cómo será lo de la burocracia con la infecta, vomitiva, adoctrinadora, sectaria, emburrecedora y manipuladora LOMLOE! No me lo quiero ni imaginar, porque el hecho es que no hay un solo profesor en activo con el que hable que no se queje amargamente de ella. No solo es mala porque aburre al docente, sino también porque perjudica a la calidad de la enseñanza: a fin de cuentas, los profesores también tienen derecho a la vida y que nadie sea tan ingenuo o tan retorcido de pensar que, si les meten una sobrecarga horaria para rellenar papeles, no habrá ocasiones en que parte de ese tiempo sea retraído del destinado a preparar clases: esa leyenda de que el docente tiene que ser un apóstol dispuesto a echar más horas que un reloj es una aberración que, para más inri, la mayoría de las veces se la oyes a gente que defiende con uñas y dientes los derechos de los trabajadores. En fin, no entremos en esto. 

    Termina el propio Alberto su libro retomando un deseo expresado por Boadella en el prólogo: el de que exista una exigua minoría, un puñado de gladiadores que traten con la correspondiente ferocidad a los males que aquejan a nuestra enseñanza con el fin de atajarlos. Sé que existen, sé que estáis ahí. Uno de ellos es Alberto, a quien felicito por este libro.


1.- Boadella atribuye esta "culpa" a su generación, es decir, la que se rebeló a finales de los sesenta. Los nacidos como él en los años 40 serían los mayorzotes (¡fumaban todos! Y nos daban algún cigarrito) de aquella armada iconoclasta, a la que los que nacimos de 1955 en adelante nos agregaríamos en calidad de chavalillos del grupo. Lo digo porque yo también soy testigo -y partícipe-, aunque más tardío, de aquella militancia en contra del principio de autoridad, de aquella moda de ponerlo en duda más a menudo de lo razonable. Boadella sostiene con toda la razón que el producto más lamentable de este experimento fue "el rey de la casa", es decir, esas hornadas y hornadas de niños endiosados porque sus padres, enemigos de la autoridad, no la ejercían con ellos, niños que, de adultos, si no lograban corregirse, devenían en energúmenos soberbios. No todos los hijos de esos padres "progres" fueron así, porque a la mayoría la realidad nos recondujo, pero quienes ejercemos la docencia sabemos que fueron los suficientes para que el problema resultase grave. Hay además otra cuestión -que recibe cumplida atención en este libro-: el odio a la autoridad anidó en legisladores y docentes -esos artífices de la LOGSE y sus hijuelas, esos profes amiguetes- que han agigantado el problema hasta traernos al desastre actual. Pidiendo perdón a Alberto, voy a permitirme enlazar aquí un artículo mío sobre El libro rojo del cole, porque nos permitirá ver cómo desde hace en torno a cincuenta años el pedagogismo y la izquierda política han construido una alianza letal para la escuela, la enseñanza, la cultura y la transmisión del conocimiento. 



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