Hace algo más de dos meses, escribí un artículo en el que señalaba que nuestra actual ministra de Educación apuntaba maneras en el arte de sostener disparates pedagógicos, y esta misma semana, con ocasión de la aprobación definitiva de las anunciadas aberraciones en materia de evaluación (tanto en la calificación y titulación como en la recuperación), ha confirmado aquellos asomos. Lo ha hecho con una serie de afirmaciones que me gustaría puntualizar, veámoslas:
-No hay mejor fórmula para estimular el esfuerzo de los estudiantes que dándole mucha más importancia a la motivación que al castigo. Empezaré por decir que estimular el esfuerzo de los alumnos es algo que da para más que una frasecita de línea y media. Esta sorprende además por la cantidad de engaños implícitos que encierra en tan poca extensión. El primero: la ministra parece presuponer que solo se estimula mediante motivación o mediante castigo, cosa que es falsa y absurda. El segundo: quiere dar a entender que convertir la evaluación en una tómbola (que es lo que ha hecho la ley que ella defiende) es motivar, cuando es simplemente regalar. Es mentira también el meollo de su mensaje: que el aprobado gratuito estimula el esfuerzo, y tengo dos razones muy poderosas para sostener que no es así: el haberme pasado treinta y cinco años viendo cómo sucedía exactamente lo contrario con compañeros que los ponían y lo que dicta el puro sentido común: ¿en qué cabeza cabe que nadie se vaya a esforzar lo más mínimo para conseguir algo que se le va a regalar? Cuarta mentira: al formular esa antítesis, está claro que quiere dar a entender que hay unos malvados (naturalmente, los disconformes con el despropósito que ella estaba presentando) que pretenden estimular el esfuerzo mediante castigos: no es así, que no se crea la señora Alegría que es la Juana de Arco de la enseñanza, porque no existen esos desaforados ogros que nos quiere colar. Lo que ocurre es que sí existen docentes que creen que el suspenso (al que ella llama castigo, quinta y última mentira) es imprescindible en un sistema de evaluación decente y útil, y, claro, como en el suyo lo han eliminado por la vía de hacerlo inoperante, había que inventar algo para tapar el desmán, así que nuestra ministra no se ha andado por las ramas: los que regalan aprobados son buenísimos y estimulan y los que suspenden a quien lo merece son malísimos y castigan.
-El modelo que se implanta pretende adecuarse a estándares europeos. Mentira. Promocionar o titular con un número indeterminado de suspensos es algo que no está exigido por ningún estándar europeo, como tampoco lo están arbitrariedades como cargarse las evaluaciones extraordinarias (esas de junio o septiembre, a las que ahora, no sé por qué, están llamando recuperaciones, que son otra cosa) o permitir que el bachillerito bachillerato se apruebe con una asignatura suspensa.
-La cultura del esfuerzo no corre ningún riesgo. ¡Ja, ja, ja, ja! Mentira hilarante, pero de risa amarga: esa cultura estaba ya muy zarandeada en nuestra enseñanza, pero ahora está llamada a desaparecer, y si no, al tiempo. Pasará con la LOMLOE lo que pasó con la LOGSE: a los que vaticinaron cuando se implantó que iba a ser un desastre, el tiempo, por desgracia, acabó dándoles la razón. Hace falta tener una faz de hormigón armado para establecer unos criterios de evaluación como los que se acaban de aprobar y afirmar que la cultura del esfuerzo no está en peligro.
-Suprimir las pruebas extraordinarias representa acabar con la incongruencia que supone recapitular nueve meses de trabajo en una prueba única. Esto va a ser un poco largo de explicar. No me cansaré de decir que el punto caliente de la LOGSE y sus leyes derivadas (que son todas las posteriores a ella salvo la LOCE, a la que hay que conceder el beneficio de la duda porque casi ni se aplicó) es la evaluación, a causa de una tara de origen: lo que políticos y pedagogos logsianos han pretendido siempre ha sido que aprobase todo el mundo, objetivo muy problemático que había de tropezar inevitablemente con el rechazo de todo profesor que tuviera la sensatez y la honestidad intelectual de evaluar y calificar a sus alumnos de acuerdo con el aprovechamiento demostrado. Entre los múltiples instrumentos que los logsianos han utilizado para obtener ese aprobado general sistemático que ellos pretenden sistémico, se encuentra la evaluación continua, pero según ellos la entienden, porque es necesario aclarar que de este concepto tan pantanoso hay multitud de versiones. ¿Y cómo entienden los logsianos la evaluación continua? Pues, simplificando un poco, como un seguimiento constante de la evolución del alumno, el cual, combinado con su principio de que lo que hay que valorar no es la respuesta a retos objetivos (tipo exámenes) sino la progresión particular, arrojará siempre como resultado el aprobado. Es aquella falacia tan suya de que a un alumno que empezó sacando unos habría que aprobarle si acaba en el 3'5, porque ha mejorado notablemente, e incluso te toparás con colegas capaces de decirte que lo merece incluso más que el que ha sacado siempre sobresalientes o que alguien cuyo "logro" es un 3'5 se ha esforzado. Con esta falsificación como sistema, al implantarse la LOGSE en los años 90, época en la que se suprimieron, como de nuevo se ha hecho ahora, las pruebas extraordinarias de septiembre, lo que se pretendió fue el seguro efecto de unos porcentajes de aprobados cercanos al cien por cien, pero lo que se obtuvo en Secundaria fue el derrumbe en los porcentajes de aprobados lógico y esperable que aún padecemos, porque ya desde el minuto uno los alumnos entendieron que el nuevo sistema estaba diseñado para no estudiar, pero los profesores que no cedieron al chantaje del sistema se vieron obligados a suspender a mucha gente. Si el desastre no fue mayor, fue porque al menos se mantuvieron las suficiencias de junio.
Suprimir septiembre fue un gravísimo error, porque es mentira lo que dice la señora Alegría de que las convocatorias extraordinarias sean una incongruente recapitulación, pues en realidad son y han sido siempre convocatorias de gracia, es decir, segundas (junio) y hasta terceras (septiembre) oportunidades para aprobar el curso haciendo frente a pruebas de mínimos. Eso fue lo que se cargó la LOGSE en 1992, con gran perjuicio para los alumnos, y lo que se tuvo que reponer años después. La verdadera incongruencia (que se ha ido implantando gradualmente con esa farsa de juniembre) es volver al desastre de la supuesta evaluación continua: fíjense si será incongruente la LOMLOE que suprime las convocatorias extraordinarias en la ESO, pero las mantiene en Bachillerato. ¿Por qué se hace tal cosa? Lo voy a decir sin ambages, porque, además, lo sabemos todos: porque la LOMLOE es un demencial intento de retornar a los delirios de la LOGSE primigenia y de conseguir a toda costa el cien por cien de aprobados en la secundaria obligatoria. Intento demencial y un tanto criminal, habida cuenta de que se sabe que ese plan y la supresión de septiembre (ahora se suprimirá también junio) fueron rotundos fracasos. ¿A qué viene ese empeño con el cien por cien de aprobados? ¿Qué se gana con él? Nada, e incluso además se pierde, la prueba más contundente la tenemos en nuestra Primaria, en la que la LOGSE sí lo ha conseguido, entre otras cosas, suprimiendo todo tipo de retos para el alumno, con los resultados hoy a la vista. Y en lugar de modificarla, que es lo que se debería hacer, se profundiza en los errores. Precisamente hace un par de días Gregorio Luri hablaba sobre estas cosas en "El Mundo".
-Debemos confiar más en el criterio de nuestros profesores y profesoras, que son por otro lado quienes más conocen el desarrollo y competencias de nuestros estudiantes. Esto lo dice la ministra a propósito de esa barbaridad que acaba de implantarse con la LOMLOE, la de promocionar de curso en ESO e incluso obtener el título de Graduado sin un límite expreso de asignaturas suspensas. Nuevamente está intentando engañarnos, pues pretende despistarnos hablando de confianza en los profesores cuando en realidad esta aberración se ha implantado para lo mismo que todo lo demás: dejar más expedita la vía para el aprobado general, cosa que resulta de una obviedad palmaria: ¿no representa un sustancial abaratamiento pasar de tener que aprobar todas las asignaturas para graduarse en ESO a poder conseguirlo con uno, dos, tres o siete suspensos? Hasta ahora, cuando un alumno tenía suspensos al acabar cuarto no había nada que discutir (al menos en teoría, porque todos sabemos lo que han sido las juntas finales), pero desde hoy ya se podrá discutir hasta cuando se hable de alumnos con ocho suspensas, así que tiemblo al pensar en lo que van a ser las juntas de aquí en adelante: van a ser el rastro, un rastro en el que los especialistas en presionar y chantajear van a ser unos amos más absolutos de lo que ya eran. Así pues, ¿a quién pretende engañar la señora alegría con ese discursito de la confianza hacia los profesores? El sistema que ella ha sancionado ha suprimido la sólida referencia fija que constituía el número de suspensos y lo ha cambiado por una gavilla de vaguedades que serán terreno abonado para la duda, la subjetividad, la inconsistencia, los consensos imposibles o la arbitrariedad. En esas condiciones tan movedizas, a menudo será difícil hacer un trabajo digno de confianza. Y me temo que es exactamente eso lo que se pretende: que, en unas condiciones tan inseguras, los profesores opten por evitarse problemas y aprobar a todo el mundo. La señora Alegría habla de confianza, pero lo que va a reinar de verdad en la evaluación va a ser el miedo, y ella lo sabe, o sea, que miente a conciencia. No creo que tardemos ni tres años en comprobar los resultados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario