Parece indiscutible que el bajo rendimiento de gran parte de nuestros estudiantes se debe a que suelen enfrentarse a un nivel de exigencia mucho menor de lo que se precisa para que una persona se esfuerce y aprenda. He hablado de ello muchas veces, sobre todo, para denunciar tres vicios que parasitan nuestro sistema causándole grave perjuicio: el excesivo recorte de los contenidos, la presión sobre la nota y el aprobado regalado. Resulta de una lógica aplastante, ya que la inmensa mayoría de los niños y adolescentes van a los centros por obligación, no por amor a la cultura (¿habrá psicopedagogo que se atreva a negarme que ellos preferirían estar jugando o divirtiéndose? Seguro que sí: estos señores rayan muy alto en materia de hipocresía), y por lo tanto solo estudian para conseguir ese aprobado que contente a sus familias y les libre de problemas, independientemente de que pueda haber materias que les gusten. Pero la enseñanza debe constituir un reto, así que, si queremos que funcione, cuando el alumno no tenga la motivación de aprender por sí misma una cosa que le atraiga, deberemos ponerle la motivación de conseguir o no el aprobado. Por esto es tan letal lo que entre los políticos, determinados padres y los pedagogos han conseguido que ocurra en los centros, pues los alumnos a los que solo les interesa aprobar, cuando descubren que eso lo van a lograr de todas formas, pierden todo interés y se desentienden del estudio, con la consecuencia de que no aprenden nada (¡y, para colmo, aun así, a menudo terminan aprobando!): de ahí han venido las pobrezas en los rendimientos del sistema que lamentamos hoy.
Sería interesante seguir con esto de los retos y la motivación. Si bien dos grandes enemigos suyos como la presión sobre el profesor o el aprobado regalado no son en rigor factores inherentes al sistema, hay otro mal que es también muy pernicioso y que sí pertenece plenamente a él: la escasez de filtros a que el alumno debe enfrentarse, gravísima carencia cuyos daños se han hecho especialmente patentes en la primaria o, para ser más exactos, en el balance entre la primaria y la secundaria. Uno de los cambios de la LOGSE que más prevenciones y críticas suscitaron fue la reducción de la primaria. En el anterior sistema, terminaba en 8º de EGB y cuando el alumno cumplía catorce años, mientras que en el actual termina en 6º de Primaria y cuando los alumnos tienen doce. Lo que en su día fueron 7º y 8º de EGB, últimos cursos de la primaria, con la LOGSE pasaron a ser 1º y 2º de ESO, es decir, los primeros cursos de la secundaria. Este cambio, que fue uno de los más drásticos del paso de la LGE a la LOGSE, tuvo una serie de consecuencias que ya el tiempo y la larga experiencia han demostrado efectiva e incontrovertiblemente que han sido negativas, dejo aquí las principales:
-Desubicación. Recuerdo que, cuando se iba a implantar la LOGSE, incluso desde sectores de la inspección, se advirtió que los niños que salieran con doce años de un centro de primaria para ir a otro de secundaria llegarían a un entorno que todavía no era el suyo. Algo de esto ha habido, con consecuencias tan paradójicas o inesperadas como que los segundos de ESO acabasen resultando de los cursos más conflictivos. Dificultades han existido en los dos sistemas, pero, desde luego, hay una cosa que todos los que hayamos trabajado en EGB y en la ESO sostenemos de manera prácticamente unánime: esos chicos de entre 12 y 14 años estaban más centrados y mejor controlados en los centros de EGB.
-Primaria pobre, inacabada. Los contenidos, los hábitos de trabajo e incluso los modales mínimos que se deben adquirir en una etapa primaria todavía no están suficientemente madurados en 6º. Con la EGB, los alumnos estaban hasta 5º en un sistema generalista y luego hacían 6º, 7º y 8º con división en asignaturas, pero todavía en primaria, mientras que ahora dan un salto demasiado abrupto de la primaria a la secundaria. Ese prematuro primer ciclo de ESO, complicado a pesar de que sus contenidos no son más duros que los de 7º y 8º, en el que además el paso del sistema generalista al de asignaturas específicas se da unido al cambio de centro, se sustancia en una especie de tierra de nadie que no es ni la primaria en que el alumno debería estar ni la secundaria para la que aún es pronto: un ámbito tremendamente confuso. La actual primaria es una etapa que se corta cuando aún está a medio hacer: ni la etapa ha madurado ni aporta a la siguiente alumnos con la adecuada maduración.
-Carencia de filtros. He aquí la gran incongruencia estructural que demuestra que la primaria logsiana es un engendro truncado: ¿cómo es posible que un final de etapa se produzca sin una seria evaluación que represente una ruptura de la continuidad, algo que obligue al alumno a esforzarse para obtener la sensación de que ha subido un escalón o asegurarse una elección a su gusto? Aquí es donde cobra importancia la imperiosa necesidad de retos de la que antes hablaba. El alumno que terminaba 8º de EGB, si aprobaba, obtenía un título que le permitía optar entre el BUP o la FP, mientras que el que suspendía tenía cerradas las puertas al BUP, eso, como mínimo. En el sistema actual, en cambio, todos los alumnos, tengan el expediente que tengan, la edad que tengan y los rendimientos que tengan, una vez acabada la Primaria, acceden exactamente al mismo 1º de ESO. Por no tener, no tienen tampoco ni que demostrar grandes cosas, ni siquiera en lo que deberían ser destrezas mínimas: ¡cuántos alumnos de 1º y hasta 2º de ESO me habré encontrado que leían peor que muchos niños de nueve y diez años! Han sido demasiados, y es que, aunque me caigan mil palos, voy a tener que decir que desde hace demasiado tiempo nuestros centros de Primaria se han convertido en felices Arcadias donde se ha impuesto el no incomodar a los niños y el no frustrarlos, terreno abonado para que, a aquel que no esté dispuesto a aprender a leer, a escribir, a sumar o a lo que sea, se le deje "seguir su ritmo madurativo propio", no se le suspenda, no se le haga repetir salvo hecatombe y se le vaya pasando con su cinco curso tras curso, más aún, si se porta bien o sus padres son inclinados a dar problemas. Las consecuencias de esta práctica docente, en demasiados casos, son catastróficas, pero no hará falta que repita que está en plena consonancia con la filosofía educativa que se transmite a los futuros profesores en las escuelas de Magisterio y con la falta de exigencia que tanto parece agradar a la inspección educativa. Esto es letal para conseguir cualquier aprendizaje, incluidos los mínimos: a nuestra Primaria le ha resultado tremendamente perjudicial el que ni los niños ni los profesores hayan estado sometidos a presión alguna en cuanto a la adquisición de conocimientos.
Y esto afecta también a la Secundaria. Retomemos algo que he dicho antes: en 8º de EGB, el alumno se enfrentaba ya a una crucial diferencia según aprobase la etapa o no: nada menos que la posibilidad o imposibilidad de hacer bachillerato, un reto muy importante que le obligaba a tomarse las cosas muy en serio para superarlo y que era realmente benéfico de cara a los aprendizajes. Ahora bien: ¿cuál es el reto a que están sometidos los chicos que hoy en día tienen la misma edad que aquellos de octavo, es decir, los de 2º de ESO? Sencillamente, ninguno, salvo los que les imponga su propia responsabilidad, pues, hagan lo que hagan, más tarde o más temprano, acabarán todos en la misma estación: 3º de ESO (no hablo de casos extremos ni de la cuestión de que los que no se esmeren pasarán con asignaturas pendientes, asunto que... mejor dejaré para otro día). Resultado: el interés por el estudio solo se mantiene en los más responsables, bien sea por el deseo de aprender o el de aprobar; entre los restantes, muchos de los que hubieran podido sacar provecho en caso de haber tenido ante sí un reto explícito, se acabarán dejando llevar por la apatía.
De todo lo que he dicho hasta aquí, se obtiene de forma contundente una conclusión: sería muy beneficioso para nuestra enseñanza que se reestructurase la etapa de Primaria, lo que inevitablemente llevaría a modificar también la de Secundaria. Cuando me decidí a escribir este artículo, no tuve más remedio que acordarme del Manifiesto de Maestros y Profesores, el cual, aunque es de 2010, mantiene intacta su vigencia (podéis verlo aquí: MMP), pues en aquel documento se decía ya negro sobre blanco que la Primaria es el escalón más importante del sistema educativo (mirad el punto 6). Como siempre he creído que la propuesta de aquel documento acerca del asunto del que trato aquí era muy acertada, voy a hacerla mía a través de una formulación que intentaré sucinta. Todo parte de conceptos que los deseducativos hemos defendido siempre como los ejes óptimos para una buena enseñanza: esfuerzo, mérito, motivación, conocimiento, superación de retos.
La etapa de Primaria debería abarcar hasta los catorce años, por razones sobradamente expuestas. Los alumnos que la aprobasen, podrían elegir cualquiera de las tres vías que el sistema debería ofrecer: Bachillerato, Formación Profesional o una a la que llamaré Educación Secundaria Básica. Los alumnos que no aprobasen solo podrían acceder a la última, que sería obviamente menos exigente, pero también abriría puertas menos prometedoras. Es importante que las vías más atractivas, que requieren más conocimiento, estudio y preparación, tengan, en coherencia, un acceso más difícil, que no resulte que al final pueda conseguirlas tanto el que demuestra lo suficiente como el que no demuestra nada. Eso las hace realmente interesantes y ayuda a que el alumno y la sociedad las valoren como de verdad merecen, aparte de que es muy motivador para un estudiante el entender que ese valioso objetivo al que aspira tendrá que ganárselo con su esfuerzo. Aparte de esto, debo no obstante señalar que este sistema no sería bueno si no fuera flexible, por lo que debería contar con una adecuada red de pasarelas que permitiese, bajo las condiciones adecuadas, saltar de una opción a otra. Si se compara esto con la ausencia total de incentivos y el café para todos que ofrece el sistema actual para los alumnos de estos niveles, creo que, como mínimo, la propuesta que presento merecería siquiera algo de atención.
¿Qué vendría después? En lo referido al Bachillerato y la FP, por lo pronto, deberían dividirse en dos ciclos, el primero de los cuales se acabaría con dieciséis años y tendría el valor de Graduado en Educación Secundaria Básica, más las particulares diferenciaciones específicas (relativas a la FP o Bachillerato que se hubiera cursado) a que hubiera lugar. Por otra parte, otro de los inconvenientes que embutió la LOGSE en nuestra enseñanza fue que, al poner muy lejos el primer título obtenido (el Graduado en ESO, a los 16 años) por la injustificada hipertrofia de la ESO, retrasó perjudicialmente algunas cosas, como la decantación por el tipo de estudios a los que el alumno optaba o el comienzo del Bachillerato. En lo referido a este, en los últimos tiempos son muchas las voces que se quejan de que su duración de dos años es insuficiente, cosa que el sistema que propongo resolvería al permitir que durase cuatro. Algo similar ocurriría con la FP, que podría extenderse esos cuatro años, o, si se considerase oportuno, los cinco que duraba en el anterior sistema. Otra ventaja que tendría la presente propuesta para la FP es que, a pesar de los avances tecnológicos, en muchas de sus especialidades sigue teniendo bastante importancia lo manipulativo, y este tipo de aprendizajes se adquiere mejor cuanto antes se aborda.
En cuanto a la Educación Secundaria Básica, duraría dos años y terminaría a los dieciséis, es decir, a la edad en que acaba la escolarización obligatoria. Si algo he aprendido en los muchos años que he pasado con alumnos de Compensatoria, o de Diversificación, o de esos matriculados en enseñanzas regulares pero estrellándose durante años contra unos programas que les aburrían y/o les resultaban abstrusos, ha sido que es estéril por completo intentar hacerles tragar con calzador contenidos que se salgan de lo esencial. Lo explicaré con un sencillo ejemplo: yo he sido el primero en ver que no tenía sentido hablarles de Quevedo a ciertos chicos que, con quince o dieciséis años, estaban metidos en un 3º de ESO que no era lo suyo, pero yo ni podía ni debía hacer otra cosa que dar el programa. De esto se deduce que creo que en esta propuesta los programas deberían ser muy fieles a su condición de básicos y ofrecer en las áreas y asignaturas que los compusieran lo más básico y práctico de las mismas. Atención: básico no tiene por qué ser sinónimo de inútil, facilón o rutinario: se pueden enseñar un montón de cosas que son básicas y resultan muy interesantes, sé lo que me digo, porque, como ya he dicho, he trabajado en EGB, en Diversificación y en Compensatoria. A última hora, los alumnos que entrasen en esta vía lo harían entre otras cosas por su falta de dominio de los contenidos básicos y fundamentales, así que el cubrir esta carencia debería ser el objetivo principal. Y, por supuesto, no sería buena idea afrontar estas enseñanzas con predisposición a la caridad y al regalo, porque eso sería una falta de respeto a unos alumnos que se merecerían, por muy básica que fuera, una enseñanza de calidad. Los objetivos de esta opción deberían ser los siguientes:
-Culminar la educación de los alumnos hasta la edad marcada como límite de la escolarización obligatoria.
-Dotar a los alumnos de los conocimientos adecuados al nivel del Graduado en Educación Secundaria Básica que obtendrían al acabar estas enseñanzas.
-Suministrarles unos conocimientos mínimos para su inserción el mundo laboral.
-Prepararlos para que pudieran afrontar con éxito las diferentes opciones educativas que se ofrecieran a su alcance, entre ellas, el acceso a la FP o al Bachillerato mediante las fórmulas que establecieran las pasarelas anteriormente mencionadas.
Esto que acabo de bosquejar puede parecer el arbitrio de un chiflado ocioso, una utopía o una pérdida de tiempo, pero puedo asegurar que, para pérdida de tiempo, la que he visto padecer a muchos alumnos prisioneros de los fallos y contradicciones de nuestro sistema actual, fallos tales como la inapropiada duración de la Primaria, la desincentivación de los alumnos hasta al menos 2º de ESO, el demencial café para todos de la Secundaria Obligatoria y el absurdo retraso en la elección de opción educativa a que obliga esa exageración de situarla en los dieciséis años, retraso que para muchos, además de absurdo, es fatídico. Todas estas cosas que acabo de enumerar deben de parecer muy inteligentes y muy cuerdas, a juzgar por el hecho de que acompañan a un organigrama que lleva implantado veintisiete años sin que a nadie con mando en plaza o con aspiraciones serias a obtenerlo se le haya ocurrido siquiera mencionar la posibilidad de cambiarlo. Pienso que la reestructuración que propongo acabaría con ellas.
-Desubicación. Recuerdo que, cuando se iba a implantar la LOGSE, incluso desde sectores de la inspección, se advirtió que los niños que salieran con doce años de un centro de primaria para ir a otro de secundaria llegarían a un entorno que todavía no era el suyo. Algo de esto ha habido, con consecuencias tan paradójicas o inesperadas como que los segundos de ESO acabasen resultando de los cursos más conflictivos. Dificultades han existido en los dos sistemas, pero, desde luego, hay una cosa que todos los que hayamos trabajado en EGB y en la ESO sostenemos de manera prácticamente unánime: esos chicos de entre 12 y 14 años estaban más centrados y mejor controlados en los centros de EGB.
-Primaria pobre, inacabada. Los contenidos, los hábitos de trabajo e incluso los modales mínimos que se deben adquirir en una etapa primaria todavía no están suficientemente madurados en 6º. Con la EGB, los alumnos estaban hasta 5º en un sistema generalista y luego hacían 6º, 7º y 8º con división en asignaturas, pero todavía en primaria, mientras que ahora dan un salto demasiado abrupto de la primaria a la secundaria. Ese prematuro primer ciclo de ESO, complicado a pesar de que sus contenidos no son más duros que los de 7º y 8º, en el que además el paso del sistema generalista al de asignaturas específicas se da unido al cambio de centro, se sustancia en una especie de tierra de nadie que no es ni la primaria en que el alumno debería estar ni la secundaria para la que aún es pronto: un ámbito tremendamente confuso. La actual primaria es una etapa que se corta cuando aún está a medio hacer: ni la etapa ha madurado ni aporta a la siguiente alumnos con la adecuada maduración.
-Carencia de filtros. He aquí la gran incongruencia estructural que demuestra que la primaria logsiana es un engendro truncado: ¿cómo es posible que un final de etapa se produzca sin una seria evaluación que represente una ruptura de la continuidad, algo que obligue al alumno a esforzarse para obtener la sensación de que ha subido un escalón o asegurarse una elección a su gusto? Aquí es donde cobra importancia la imperiosa necesidad de retos de la que antes hablaba. El alumno que terminaba 8º de EGB, si aprobaba, obtenía un título que le permitía optar entre el BUP o la FP, mientras que el que suspendía tenía cerradas las puertas al BUP, eso, como mínimo. En el sistema actual, en cambio, todos los alumnos, tengan el expediente que tengan, la edad que tengan y los rendimientos que tengan, una vez acabada la Primaria, acceden exactamente al mismo 1º de ESO. Por no tener, no tienen tampoco ni que demostrar grandes cosas, ni siquiera en lo que deberían ser destrezas mínimas: ¡cuántos alumnos de 1º y hasta 2º de ESO me habré encontrado que leían peor que muchos niños de nueve y diez años! Han sido demasiados, y es que, aunque me caigan mil palos, voy a tener que decir que desde hace demasiado tiempo nuestros centros de Primaria se han convertido en felices Arcadias donde se ha impuesto el no incomodar a los niños y el no frustrarlos, terreno abonado para que, a aquel que no esté dispuesto a aprender a leer, a escribir, a sumar o a lo que sea, se le deje "seguir su ritmo madurativo propio", no se le suspenda, no se le haga repetir salvo hecatombe y se le vaya pasando con su cinco curso tras curso, más aún, si se porta bien o sus padres son inclinados a dar problemas. Las consecuencias de esta práctica docente, en demasiados casos, son catastróficas, pero no hará falta que repita que está en plena consonancia con la filosofía educativa que se transmite a los futuros profesores en las escuelas de Magisterio y con la falta de exigencia que tanto parece agradar a la inspección educativa. Esto es letal para conseguir cualquier aprendizaje, incluidos los mínimos: a nuestra Primaria le ha resultado tremendamente perjudicial el que ni los niños ni los profesores hayan estado sometidos a presión alguna en cuanto a la adquisición de conocimientos.
Y esto afecta también a la Secundaria. Retomemos algo que he dicho antes: en 8º de EGB, el alumno se enfrentaba ya a una crucial diferencia según aprobase la etapa o no: nada menos que la posibilidad o imposibilidad de hacer bachillerato, un reto muy importante que le obligaba a tomarse las cosas muy en serio para superarlo y que era realmente benéfico de cara a los aprendizajes. Ahora bien: ¿cuál es el reto a que están sometidos los chicos que hoy en día tienen la misma edad que aquellos de octavo, es decir, los de 2º de ESO? Sencillamente, ninguno, salvo los que les imponga su propia responsabilidad, pues, hagan lo que hagan, más tarde o más temprano, acabarán todos en la misma estación: 3º de ESO (no hablo de casos extremos ni de la cuestión de que los que no se esmeren pasarán con asignaturas pendientes, asunto que... mejor dejaré para otro día). Resultado: el interés por el estudio solo se mantiene en los más responsables, bien sea por el deseo de aprender o el de aprobar; entre los restantes, muchos de los que hubieran podido sacar provecho en caso de haber tenido ante sí un reto explícito, se acabarán dejando llevar por la apatía.
De todo lo que he dicho hasta aquí, se obtiene de forma contundente una conclusión: sería muy beneficioso para nuestra enseñanza que se reestructurase la etapa de Primaria, lo que inevitablemente llevaría a modificar también la de Secundaria. Cuando me decidí a escribir este artículo, no tuve más remedio que acordarme del Manifiesto de Maestros y Profesores, el cual, aunque es de 2010, mantiene intacta su vigencia (podéis verlo aquí: MMP), pues en aquel documento se decía ya negro sobre blanco que la Primaria es el escalón más importante del sistema educativo (mirad el punto 6). Como siempre he creído que la propuesta de aquel documento acerca del asunto del que trato aquí era muy acertada, voy a hacerla mía a través de una formulación que intentaré sucinta. Todo parte de conceptos que los deseducativos hemos defendido siempre como los ejes óptimos para una buena enseñanza: esfuerzo, mérito, motivación, conocimiento, superación de retos.
La etapa de Primaria debería abarcar hasta los catorce años, por razones sobradamente expuestas. Los alumnos que la aprobasen, podrían elegir cualquiera de las tres vías que el sistema debería ofrecer: Bachillerato, Formación Profesional o una a la que llamaré Educación Secundaria Básica. Los alumnos que no aprobasen solo podrían acceder a la última, que sería obviamente menos exigente, pero también abriría puertas menos prometedoras. Es importante que las vías más atractivas, que requieren más conocimiento, estudio y preparación, tengan, en coherencia, un acceso más difícil, que no resulte que al final pueda conseguirlas tanto el que demuestra lo suficiente como el que no demuestra nada. Eso las hace realmente interesantes y ayuda a que el alumno y la sociedad las valoren como de verdad merecen, aparte de que es muy motivador para un estudiante el entender que ese valioso objetivo al que aspira tendrá que ganárselo con su esfuerzo. Aparte de esto, debo no obstante señalar que este sistema no sería bueno si no fuera flexible, por lo que debería contar con una adecuada red de pasarelas que permitiese, bajo las condiciones adecuadas, saltar de una opción a otra. Si se compara esto con la ausencia total de incentivos y el café para todos que ofrece el sistema actual para los alumnos de estos niveles, creo que, como mínimo, la propuesta que presento merecería siquiera algo de atención.
¿Qué vendría después? En lo referido al Bachillerato y la FP, por lo pronto, deberían dividirse en dos ciclos, el primero de los cuales se acabaría con dieciséis años y tendría el valor de Graduado en Educación Secundaria Básica, más las particulares diferenciaciones específicas (relativas a la FP o Bachillerato que se hubiera cursado) a que hubiera lugar. Por otra parte, otro de los inconvenientes que embutió la LOGSE en nuestra enseñanza fue que, al poner muy lejos el primer título obtenido (el Graduado en ESO, a los 16 años) por la injustificada hipertrofia de la ESO, retrasó perjudicialmente algunas cosas, como la decantación por el tipo de estudios a los que el alumno optaba o el comienzo del Bachillerato. En lo referido a este, en los últimos tiempos son muchas las voces que se quejan de que su duración de dos años es insuficiente, cosa que el sistema que propongo resolvería al permitir que durase cuatro. Algo similar ocurriría con la FP, que podría extenderse esos cuatro años, o, si se considerase oportuno, los cinco que duraba en el anterior sistema. Otra ventaja que tendría la presente propuesta para la FP es que, a pesar de los avances tecnológicos, en muchas de sus especialidades sigue teniendo bastante importancia lo manipulativo, y este tipo de aprendizajes se adquiere mejor cuanto antes se aborda.
En cuanto a la Educación Secundaria Básica, duraría dos años y terminaría a los dieciséis, es decir, a la edad en que acaba la escolarización obligatoria. Si algo he aprendido en los muchos años que he pasado con alumnos de Compensatoria, o de Diversificación, o de esos matriculados en enseñanzas regulares pero estrellándose durante años contra unos programas que les aburrían y/o les resultaban abstrusos, ha sido que es estéril por completo intentar hacerles tragar con calzador contenidos que se salgan de lo esencial. Lo explicaré con un sencillo ejemplo: yo he sido el primero en ver que no tenía sentido hablarles de Quevedo a ciertos chicos que, con quince o dieciséis años, estaban metidos en un 3º de ESO que no era lo suyo, pero yo ni podía ni debía hacer otra cosa que dar el programa. De esto se deduce que creo que en esta propuesta los programas deberían ser muy fieles a su condición de básicos y ofrecer en las áreas y asignaturas que los compusieran lo más básico y práctico de las mismas. Atención: básico no tiene por qué ser sinónimo de inútil, facilón o rutinario: se pueden enseñar un montón de cosas que son básicas y resultan muy interesantes, sé lo que me digo, porque, como ya he dicho, he trabajado en EGB, en Diversificación y en Compensatoria. A última hora, los alumnos que entrasen en esta vía lo harían entre otras cosas por su falta de dominio de los contenidos básicos y fundamentales, así que el cubrir esta carencia debería ser el objetivo principal. Y, por supuesto, no sería buena idea afrontar estas enseñanzas con predisposición a la caridad y al regalo, porque eso sería una falta de respeto a unos alumnos que se merecerían, por muy básica que fuera, una enseñanza de calidad. Los objetivos de esta opción deberían ser los siguientes:
-Culminar la educación de los alumnos hasta la edad marcada como límite de la escolarización obligatoria.
-Dotar a los alumnos de los conocimientos adecuados al nivel del Graduado en Educación Secundaria Básica que obtendrían al acabar estas enseñanzas.
-Suministrarles unos conocimientos mínimos para su inserción el mundo laboral.
-Prepararlos para que pudieran afrontar con éxito las diferentes opciones educativas que se ofrecieran a su alcance, entre ellas, el acceso a la FP o al Bachillerato mediante las fórmulas que establecieran las pasarelas anteriormente mencionadas.
Esto que acabo de bosquejar puede parecer el arbitrio de un chiflado ocioso, una utopía o una pérdida de tiempo, pero puedo asegurar que, para pérdida de tiempo, la que he visto padecer a muchos alumnos prisioneros de los fallos y contradicciones de nuestro sistema actual, fallos tales como la inapropiada duración de la Primaria, la desincentivación de los alumnos hasta al menos 2º de ESO, el demencial café para todos de la Secundaria Obligatoria y el absurdo retraso en la elección de opción educativa a que obliga esa exageración de situarla en los dieciséis años, retraso que para muchos, además de absurdo, es fatídico. Todas estas cosas que acabo de enumerar deben de parecer muy inteligentes y muy cuerdas, a juzgar por el hecho de que acompañan a un organigrama que lleva implantado veintisiete años sin que a nadie con mando en plaza o con aspiraciones serias a obtenerlo se le haya ocurrido siquiera mencionar la posibilidad de cambiarlo. Pienso que la reestructuración que propongo acabaría con ellas.
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