Para ser sincero, confesaré que, a pesar de la notoriedad que en su momento alcanzó el profesor Yván Pozuelo por calificar a todos sus alumnos con un diez y el expediente sancionador a que ello le condujo, había tomado la decisión de no pronunciarme sobre este asunto, pero la entrevista que ayer lunes le hicieron en "El Mundo" me ha hecho cambiar de parecer, esencialmente, por un motivo: las razones sobre las que sustenta su dadivoso sistema de evaluación son tan coherentes con el espíritu y la letra de nuestras leyes educativas que se puede afirmar con rotundidad que, al sancionar a Yván Pozuelo, el sistema educativo español se está sancionando a sí mismo. Si este profesor está llevando a cabo una práctica docente digna de condena, esa condena debe inexcusablemente hacerse extensiva al tinglado que nuestros mandamases educativos llevan treinta años imponiendo en la enseñanza con sus leyes disparatadas. El señor Pozuelo se ampara en el argumento de que él se limita a seguir las normas, y no lo hace a la buena de Dios, sino con concreciones muy precisas, paso a reproducir algunas:
-La LOE y la LOMLOE me avalan, porque hablan de distintos aprendizajes y distintos ritmos; hasta la LOMCE dice que todos los alumnos tienen talento. No entiendo que se pueda dar el título con suspensos y a mí se me expediente por poner dieces. Los suspensos no tienen sentido en un aprendizaje competencial: un alumno puede tener un 4'5 en un examen tradicional pero un 10 en competencias.
-El estrés no incentiva el progreso del alumno. [...] La nota es un freno para el aprendizaje.
Al acabar la entrevista, declara casi con solemnidad que no va a hacer otra cosa que ponerles dieces a sus alumnos, por lo menos hasta que la ley educativa cambie para indicar expresamente que el aprendizaje es una competición.
Estas últimas palabras son de una ortodoxia absoluta con respecto a lo que ya desde hace mucho la izquierda y los pedagogos vienen predicando y finalmente han fijado negro sobre blanco en la LOMLOE: lo que más importa en la educación es la dimensión emocional del alumno y su felicidad, así que sería un crimen meter al pobrecito en la Arcadia escolar para someterlo a la inhumana presión de una tortura tan competitiva y facha como la nota. Por otra parte, ¿podría alguien negar que llevamos décadas con un sistema en el que el suspenso está oficiosamente mal visto y se considera injusto, desmotivador y de malos profesores? ¡Qué decir de los distintos ritmos, por favor! En la doctrina logsiana que llevamos treinta años padeciendo, es pecado valorar al alumno con arreglo a unos referentes objetivos iguales para todos y sobre los que gravitará siempre el riesgo del suspenso: lo que hay que hacer es una evaluación subjetiva atendiendo a las capacidades de cada uno (arréglese cada cual para determinarlas), lo cual deja la puerta abierta de par en par a poner un 5 a un examen de 2 o un 10 a uno de 4'5. Y sí, señor Pozuelo: calificar por competencias y por proyectos, que es lo que se nos propone/impone, es tan vaporoso y tan holístico -por citarle a usted- que permite con todas las de la ley cascarle un diez (un cero, nunca: este sistema está pensado para que todos aprueben) a quien se nos antoje. ¡Y qué gran verdad dice usted cuando afirma que los suspensos no tienen sentido en un aprendizaje competencial, cómo retrata las intenciones de quienes han impuesto ese gran engaño! También tiene toda la razón en lo de titular con suspensas: es de un enorme cinismo montar un sistema de titulaciones que comete la enormidad de cargarse de hecho la diferencia entre el aprobado y el suspenso, entre demostrar aprovechamiento y demostrar holgazanería o ignorancia, y luego hacerse los estrechos con un docente que, como usted, tan solo ha llevado esta atrocidad a sus últimas consecuencias y se ha dicho: si de regalar aprobados se trata, sobresaliente general, ¿para qué andarse con remilgos?
Si alguien ha pensado que estoy haciendo leña del árbol caído con Yván Pozuelo, se está equivocando, porque lo que he hecho hasta aquí ha sido manifestar mi desaprobación de sus prácticas docentes, como no podría ser de otro modo, pues no es ningún secreto que yo desapruebo los dogmas educativos de los que son aplicación fiel. En lo personal, no le deseo ningún daño, aunque pienso que es merecedor de una sanción, reprobación, escarmiento o lo que sea (no soy yo quien deba decidir la concreción exacta), porque es innegable, incluso para los hipócritas que ahora le castigan por llevar hasta su más alta expresión el demencial sistema que ellos mantienen, que ponerles a todos los alumnos un diez es un disparate, que alcanza dimensiones brutales si se considera que el señor Pozuelo lleva cometiéndolo más de una década, como él mismo no se recata en desvelar.
Si el sueño de la razón engendra monstruos, vaya usted a saber lo que podrá engendrar el de la sinrazón, con lo que resulta muy comprensible que a la calamidad logsiana le haya venido una severa descalificación -me temo que involuntaria- desde el flanco de la extravagancia cometida por uno de sus incondicionales. Lo que ha perdido a Yván Pozuelo ha sido pasarse de rosca: no le habría ocurrido nada si se hubiese limitado a aprobar a todo el mundo, poniendo su 5, su 7 o su 10 a los que lo merecían y luego regalando un cinquillo a quienes hubieran debido suspender. Eso llevan décadas haciéndolo millares de profesores bajo la complaciente tolerancia de quienes le han sancionado a él, unos cuantos por estar convencidos de que nadie debe suspender y la mayoría por evitarse líos, entre otros y principalmente, con esos mismos sancionadores, a los cuales he visto caer en el abuso de cebarse con profesores que ponían suspensos justos, pero jamás en treinta y cinco años he visto que emprendieran la menor indagación sobre índices de aprobados altamente sospechosos. El sistema logsiano ha impuesto su perniciosa mentira de que un aprobado inmerecido no tiene importancia o incluso es beneficioso, cuando en realidad es altamente perjudicial para la educación, como se entiende cuando se reflexiona sobre los males de la nuestra. Creo que una de las causas por las que se ha procedido contra Yván Pozuelo -¡después de una década!-, quizás la principal, es que había empezado a poner demasiado en evidencia la estafa del aprobado regalado.
Entre los centenares o quizás miles de alumnos a los que ha puesto dieces, habrá sin duda muchos que los merecían de verdad: ¿qué pensarían en su momento del hecho de que se hubiera calificado igual a otros que no sabían ni la mitad que ellos o incluso eran unos vagos? Por muchas fabulillas enternecedoras que cuente él, me temo que, salvo algunos a los que hubiese conseguido liar, se sentirían injustamente tratados, cosa muy lógica, porque ese sistema suyo es de una radical y abyecta injusticia. Y, sin embargo, él está tan convencido y autosatisfecho como podréis ver en la entrevista que enlazo, en la que muestra retazos de mesianismo. Una pregunta que me hago es si tendrá hijos. Si acaso los tiene, es posible que algún día le lleguen a casa con boletines de notas en los que resplandezcan uno o varios dieces. ¿Qué pensará entonces? ¿Se preguntará al verlos si esos dieces son como los suyos, que se los pone a cualquiera? ¿Llegará así a comprender por fin que su forma de evaluar y calificar es un completo disparate? Un disparate, no lo olvidemos, que ha florecido al calor de un sistema disparatado.
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