Este año, doy clase a dos grupos de 2º de ESO, entre los cuales suman 46 alumnos. Poco antes de mediados de octubre, les hice el primer examen, que arrojó el resultado de 11 alumnos aprobados, es decir, algo menos del 25%. Esta misma semana, les he hecho el segundo, el cual ha sido aprobado por 23 alumnos, es decir, el 50% justo, o sea, hemos subido 25 puntos, hemos multiplicado por dos el número de aprobados...: cualquiera de las fórmulas triunfales que suelen utilizarse para presentar los datos cuando son buenos. Como os decía en el título, no todo van a ser malas noticias.
Pero quizás lo mejor no sea este extraordinario salto, sino la manera como se ha producido. Ante el penoso resultado del primer examen, yo podría haber recurrido a trampas como hacer una inmediata recuperación superfácil para que aprobase el 80%, o haber bajado drásticamente el nivel del segundo examen con la misma finalidad, pero lo que hice fue lo contrario: tener un serio intercambio de pareceres con mis alumnos para advertirles que, si no trabajaban, no iban a aprobar. Recuerdo que, incluso, en uno de los grupos, cuando di el primer examen, había un corrillo haciendo un jocoso desafío para ver quién había sacado peor nota: detuve de inmediato la estúpida broma y aproveché para hacerles ver a ellos y a todos que un estudiante, cuando suspende, tiene que estar disgustado y preguntándose dónde ha fallado, en lugar de estar felicitándose por ser un burro. Ahí se acabó la broma.
Otra cosa que ha influido es que, entre uno y otro examen, los padres recibieron la información de la evaluación inicial, la cual, en general, llevaba muy malos resultados. Parece que los padres, con lo que está cayendo, ya se van dando cuenta de lo que realmente importa y tampoco se lo tomaron a broma.
En resumen: en un breve lapso de tiempo, se ha producido una sustancial mejora en unos resultados catastróficos y ha sido porque alumnos y padres se han puesto el mono de trabajo, no por haber recurrido a la fácil e inadmisible bajada del listón o a la protesta exigiendo laxitud. Una muy buena noticia, esperemos que se mantenga, porque el camino es este. Si el profesor exige, el alumno estudia y aprende; si el profesor cede y regala... 25% de alumnos sin obtener el título de graduado en ESO.
Es que amigo Pablo has sabido reconducir la situación y llegar a los alumnos, porque te preocupa tu profesión, que es ni más ni menos que la educación de los jóvenes que te han encomendado. Te aseguro como padre, que hay pocos que sean capaces de reconocer su "fracaso" como profesores y eso a mi me costó que suspendiesen a dos de mis hijos en todas sus asignaturas. Lamentable pero totalmente cierto, te lo aseguro.
ResponderEliminar¡Enhorabuena! tanto para los alumnos como para su Profesor Pablo.
Gracias, Paco. La de profesor es una profesión que tiene una responsabilidad muy alta, así que hay que hacer las cosas muy en serio. Lo que más me satisface de este episodio que cuento aquí es que ha habido una reacción muy positiva por parte de los chicos, cosa que no siempre se da; en los dos últimos años, he tenido algunos grupos que empezaron mal y terminaron tan mal como empezaron. Mis esfuerzos fueron los mismos que cuento aquí y que he hecho siempre, pero no dieron resultado, porque sus destinatarios no fueron receptivos. El elemento esencial en la educación es el alumno y los resultados dependerán de lo que haga o quiera hacer. Otra cosa valiosa que quiero apuntar aquí es que la solución ante los malos resultados no es la que rutinariamente aplica y aconseja el pedagogismo, es decir, bajar los niveles, sino, muy al contrario, atraer al alumno hacia la asunción de la responsabilidad que le toca. Lo de bajar los niveles, como repito machaconamente, lejos de resolver problemas, lo que ha hecho ha sido traer los más graves que hoy nos aquejan.
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