Me entero a través de ABC de que la universidad de Northampton ha calificado de perturbadora y ofensiva a 1984, la excelente novela de George Orwell. Ello ha ocurrido en el ámbito de un curso, módulo o como se le quiera llamar que tiene el título de "Identidad en construcción", cuyo tufillo a posmodernidad agrava la carga surrealista de un episodio en el que la novela que profetizó un futuro de censura, control de las ideas y policía del pensamiento se ha visto afectada por un remedo de censura: eso se llama profecía autocumplida, sí señor, ya puede presumir Orwell de haber acertado en el centro de la diana. Nos hallamos ante otra manifestación -cierto que quizás no muy grave, pero no por ello debemos pasarla por alto- de las ínfulas cada vez más demenciales de la corrección política y de la cultura de la cancelación, esa peligrosa corriente político-cultural que tenemos el deber de combatir no ya por la buena salud de la libertad, sino incluso de la racionalidad y el conocimiento, atributos que son previos a lo político y más esenciales, pues pueden darse incluso en sociedades tiranizadas, con lo que ya podemos darnos cuenta de la gravedad de los delirios posmodernos, ya que atacan a nuestras propias raíces humanas.
Es necesario que rechacemos esto de forma rotunda, porque es ya viejo y goza de una inquietante buena salud. En su libro Morderse la lengua, un encomiable alegato contra la corrección política y sus diversos capítulos, cuenta Darío Villanueva que, ¡ya a finales de los ochenta!, tuvo en la universidad de Colorado una incidencia de este pelaje cuando, durante un curso sobre novela picaresca, leyó unos pasajes del Buscón, con los cuales dos alumnos judíos se sintieron no sé si perturbados u ofendidos. Por fortuna, la cosa no acabó con nuestro académico sentado en la picota -inquisitorial escena que sin duda habría sido muy enriquecedora para el curso-, pues las autoridades académicas se pusieron de su lado, defendieron su libertad de cátedra y vinieron a decirles a los alumnos -aunque supongo que con otras palabras- que, si se habían metido en un curso sobre literatura del XVII y con Quevedo por ahí, ¿qué cosas esperaban que iban a oír sus cándidas orejitas? Pero esto ocurrió en aquella ocasión de hace más de treinta años; seguramente ahora el final no habría sido tan feliz, que se lo pregunten a Lidia Falcón, J. K. Rowling, Antonio Calvo o cualquiera de los ya demasiados que han padecido en sus carnes los ataques de las diversas jaurías de la cultura woke.
Un rasgo que no falla en los ataques de estos censores es la mezcla de irracionalidad y estupidez. Es irracional y estúpido condenar a Colón, a Ponce de León o a Jefferson con retroactividad y criterios anacrónicos, como es cobarde por los diversos responsables públicos permitirlo o incluso hacerlo; es irracional y estúpido que un universitario se asuste o escandalice por lo que se lee en 1984: ¿qué clase de adulto -todo universitario debe comportarse como tal- puede actuar así?; es irracional o estúpido sentirse ofendido por las barbaridades que decía Quevedo en el siglo XVII sobre los judíos: ¡era el siglo XVII, por Dios!, si usted no entiende que hay que aproximarse a una época teniendo en cuenta sus propias pautas, ¿qué hace estudiando ni filología ni ninguna disciplina con perspectiva histórica? ¡Y nada menos que con Quevedo! ¿Se imaginan la lista de agraviados? Aquí va una aproximación: los judíos, los negros, los sastres, los médicos, los sacamuelas, las mujeres, las viejas, las suegras, los moros, los pasteleros, los maricones (no habrían esperado que Quevedo les llamara gays, ¿verdad?), los clérigos, los ríos, los alguaciles, los tacaños, las prostitutas, los poetas con nariz normal o descomunal, el mismo diablo y, naturalmente, los buscones. Quevedo no dejaba títere con cabeza y en su época sus humoradas tenían un éxito brutal, el siglo XVII era así, qué le vamos a hacer.
Los censores, los que aspiran a prohibir libros, funcionan así: con absoluto desprecio de la inteligencia. Tengo una anécdota personal que lo ejemplifica bien y, aunque no puede enmarcarse en esta corriente de la corrección política, se le parece bastante. Huelga decir que no quiero ponerme a la altura de Orwell, Quevedo o Darío Villanueva, pero, como creo que es bastante ilustrativa, la voy a contar. Mi novela El ángulo oscuro es un relato juvenil con elementos detectivescos y de misterio, con intervención de un fantasma. Hace unos años, la teníamos programada como lectura obligatoria en un instituto y un día vino a hablar conmigo la madre de un alumno para decirme que ella pertenecía a cierto culto religioso que es radicalmente contrario al espiritismo, por lo cual su hijo no podía leer El ángulo oscuro, pues era un libro espiritista. Yo me quedé realmente perplejo y le respondí que esa novela era una simple ficción juvenil y que no podía por tanto considerarse espiritista, ya que para nada defendía estas creencias, sino que simplemente usaba un fantasma como parte de un argumento literario. Añadí además que este tipo de historias resultaban muy atractivas para los lectores de esas edades, por lo cual yo les sacaba mucho provecho como recurso motivador. Así pues, concluí diciéndole que por esas razones, por formar la novela parte del programa y porque de ningún modo podíamos cometer el error de permitir que los alumnos se elaborasen el plan lector a la carta, me era imposible acceder a su demanda.
No voy a aburriros detallando la batalla de quejas a otras instancias, reuniones y escritos que se desató a partir de aquí, pero sí os diré que llegó a la inspección, la cual dictaminó que no había razón para cambiar el libro. Vuelvo a lo de la irracionalidad: quejarse de la presencia de fantasmas en El ángulo oscuro fue como criticar a Dumbo porque los elefantes no vuelan. ¡Son ficciones, y además, fantásticas!, no podemos tratarlas como si pretendiesen hacernos creer lo que cuentan. Lo peor de todo este asunto fue que arrastró al alumno, con quien me había llevado bien hasta aquel momento, pero que desde entonces cambió a una actitud distante, aunque siempre respetuosa.
El sectarismo intolerante de aquella mujer ante un libro que condenaba sin motivos es igual que el del transexual que ataca a J. K. Rowling; la indignación de los alumnos de Darío Villanueva no es menos irracional que la que ella mostró. La respuesta que esa irracionalidad y ese sectarismo recibieron en ambos casos es la justa y adecuada: no ceder. Ahora que los ofendiditos están cada vez más cargados de razón, es cuando más urge mantenerla.
Lo criticable es que lo obliguen a uno a leer subliteratura. Por ejemplo aquí en Catetonia,se lleva obligando a los educandos a tragarse las cositas " más duras que peñas" de Pedrolo, Martí i Pol, Carner y otros de ese jaez. En Galicia a Ribas y otros pesados de O Bloque y en Vasconia, ni me imagino que basura pueda ser. Poesías de Fermín Muguruza como mínimo.... A Baroja o Unamuno? Por supuesto que no!
ResponderEliminarMe imagino que en las comunidades en las que el adoctrinamiento y la invasión de las lenguas cooficiales han convertido la enseñanza en un campo de batalla el capítulo de las lecturas recomendadas u obligatorias será sin duda un terreno secuestrado por los nacionalistas, un museo de los horrores. La pugna no es del todo ajena al resto de sitios, pero, naturalmente, sin virulencia, porque no es lo mismo poner a García Márquez que a Vargas Llosa, aunque luego hay otro factor que ha sido mucho más grave: el descenso de los niveles y la eliminación de la asignatura de Literatura, al unirla en una sola con Lengua, pero eso sería asunto para otro artículo. En el curso 94-95, último o penúltimo en el que se dio COU aquí en Madrid, con cuatro horas de Lengua y otras cuatro de Literatura (para los de Letras), para selectividad tuvieron un listado de diez lecturas obligatorias interesante y a la vez razonable; a partir de entonces, con la fusión de ambas asignaturas, a las que al principio se dejaron solo ¡tres horas semanales!, todo ha sido una sucesión de abominaciones y hoy en día las lecturas obligatorias en 2º de Bachillerato se han reducido a cuatro. Luego, por si fuera poco la LOGSE, desde los últimos años hizo su entrada triunfal el teléfono inteligente. Complicado asunto el de las lecturas.
EliminarSin lecturas no hay cultura...
ResponderEliminarAmén.
EliminarEs que 1984, como otras obras, es perturbadora para ciertas mentes. No se equivocan. En estos tiempos woke, pseudoprogres, políticamente correctos o como se les quiera llamar, todo lo que les haga replantearse sus dogmas y sus consignas los perturba. Cierta gente no acepta que se ponga en cuestión el orden que ellos han establecido o quieran establecer. Si no quieren pensar ni sentirse perturbados, que vean los sábados o los domingos una de esas películas alemanas. Planas. Planas.
ResponderEliminar¡Y cuánto y a quiénes perturba Orwell! Acabo de leerme un libro de Benjamín Prado titulado "Mala gente que camina" -algo inenarrable, ya te contaré-, que toma como rehenes a las mujeres que fueron asesinadas o brutalmente represaliadas en las cárceles del franquismo para montarse el panfleto esperable en él. Refiriéndose a Orwell, dice que llegó a España como revolucionario para salir simplemente como anticomunista. Él, desde su púlpito de sectario envenenado, lo dice como crítica, pero sin darse cuenta lo que hace es revelar lo sensato que fue Orwell, porque, en efecto, su paso por nuestra guerra civil y su conocimiento en ella de la verdad de ciertas idealizadas revoluciones y de cómo las gastaban los comunistas -como sabes, fue no solo testigo muy directo sino además potencial víctima de los sucesos de mayo del 37 en Barcelona- le hicieron desengañarse de las primeras y calar a fondo a los segundos. Lo cuenta con detalle en "Homenaje a Cataluña", que no sé si por fin e habrás decidido a leer, un libro que Benjamín Prado, si lo ha leído, habrá encontrado perturbador al máximo. Para él, naturalmente, Orwell será un "facha" abominable sobre el que hay que lanzar advertencias y anatemas. Los inquisidores del siglo XXI (y finales del XX) cada vez son más feroces, esperemos no ver el día en que empiecen a celebrar autos de fe.
Eliminar