Pertenezco a la legión de admiradores (que estará sin duda compuesta por millones de personas a lo largo y ancho de este mundo) de Matar un ruiseñor, la extraordinaria novela que Harper Lee publicó en 1960 y con la cual ganó el premio Pulitzer, y no solo eso, sino que además obtuvo otro premio: el de que en 1962 se le hiciera una versión cinematográfica a la altura de sus méritos, con Gregory Peck como protagonista y tan memorable que en más de una ocasión la he visto citada como una de las mejores de la historia del cine, cosa que no me parece ninguna exageración. La película, a su vez, obtuvo tres premios Óscar, uno de los cuales recayó sobre ese actorazo que fue el señor Peck, pero quiero destacar que otro se lo llevó en la categoría de mejor guión adaptado Horton Foote, un escritor que fue autor de la novela La jauría humana (The chase), la cual en 1966 fue igualmente objeto de una buena adaptación cinematográfica, con Marlon Brando, Angie Dickinson, Jane Fonda y Robert Redford, ¿quién da más? También son ambas muy recomendables, hay que ver a Marlon Brando haciendo de sheriff de los de antes y poniendo en su sitio a sus conciudadanos de un poblacho de la América profunda cuando se pasan de salvajes.
Con lo que he dicho hasta aquí, si habéis leído Ve y pon un centinela, la novela de Harper Lee que se publicó en 2015 con un respetable aparato publicitario, entenderéis que hace unos días, al leerla, me llevara una gran decepción, muy en consonancia con las sospechas que despertó la edición del libro cuando se produjo originalmente. Lo diré sin rodeos: Ve y pon un centinela es una mala novela y no merece el bombo que se le dio. Tiene 269 páginas, pero la dejé en la 96, juzgando que ya era suficiente espera sin éxito para encontrar algo sustancioso, aunque he de decir que fui a ver el final y luego leí algunas páginas a saltos, tan solo para confirmar que mi decisión de abandonar la lectura había sido la acertada, porque la historia apenas reviste interés. Me sorprendió además otra cosa: el dominio del lenguaje, el estilo, la construcción de los diálogos... me parecían inferiores a los de Matar un ruiseñor, era como si la autora hubiese experimentado un viaje de la madurez literaria a la inmadurez.
Y aquí es donde está una de las claves de la cuestión: había sido al revés. Aunque de la campaña publicitaria podíamos entender que Ve y pon un centinela es un libro posterior a Matar un ruiseñor, es justamente al contrario: fue este el que se escribió después, lo que ocurre es que presenta a Scout, la protagonista, siendo una niña, en lugar de la veinteañera de la primera y primeriza novela. Esto propició la confusión. Pudimos caer en el equívoco -y nadie hizo muchos esfuerzos por sacarnos de él- de que en Ve y pon un centinela nos íbamos a encontrar a una Harper Lee más dueña de su oficio, pero lo que hay es lo contrario: una escritora inmadura que aún no había encontrado el camino para escribir la gran novela de la que luego fue capaz. La razón de que Ve y pon un centinela permaneciera durante décadas en el anonimato fue sin duda que su propia autora entendió que, después de haber publicado un libro tan brillante como Matar un ruiseñor -que además era al parecer su primera y reiteradamente rechazada versión-, no podía dar a la imprenta otro que significaba un sensible descenso, así que lo mandó a un merecido ostracismo, aunque, seguramente por razones sentimentales, no llegó con él al extremo de cumplir aquello que aconsejaba Julio Cortázar a quien quisiera ser escritor: romper mucho (junto con escribir mucho y leer mucho).
Pero la industria editorial se preocupa más del dinero que de la literatura y por eso, en 2015, se sacó de la manga toda esa fabulosa aureola del libro rescatado de una caja fuerte en la que había estado cautivo años y años y, con este ingrediente de misterio más el prestigio de la autora y el buen recuerdo de Matar un ruiseñor, tuvo de sobra para montar una gigantesca operación comercial que habrá rendido muy jugosos beneficios, operación de la que hay sólidas razones para pensar que Harper Lee estuvo al margen. Y así se llegó a este poco edificante final: se llevaron una pasta dándonos gato por liebre. Luego nos extrañaremos de que haya tanta gente que no lee.
No se haga mala sangre. Los editores han de ganarse los jurdós! Cuántas obras magníficas no han llegado a nosotros por éllo? Por otra parte Lee parece autora de una sólo obra, al contrario de otros que los son de obra sin tanta especificidad; Baroja y Simenon entre mis favoritos.... Sin embargo, Cervantes....
ResponderEliminarEstoy contigo en dos cosas: que Harper Lee fue autora de una sola obra (aunque muy buena) y tener a Baroja entre mis favoritos. Baroja es un autor que demuestra de forma indiscutible que lo importante de la novela es tener una buena historia. Qué gran capacidad de fabulación, de presentación de ambientes y de creación de personajes, aunque muchísimos de estos los tomaba de la realidad. En cambio, con respecto a Simenon y Cervantes, veo las cosas justo al contrario que tú.
EliminarEl Quijote es tan sublime, que lo demás.... Y respecto a Simenon, lo veo como un Baroja francófono tal como describes a Don Pío. Me maravilla de ambos la capacidad de observando lo que los rodea, comenzar a tejer una historia usando todo tipo de recursos narrativos, y lo mejor, nunca aburridos. Como en todo, hay mejores y peores obras, y en la variedad está el gusto. Suelo recomendar a mis amigos extranjeros, incluida mi mujer, con suficiente competencia en español, cuando me piden consejo, iniciarse con la lectura de Baroja. En especial las novelas de aventureros vascongados en general y Shanti Andía en particular. Gusta mucho. A las chicas les suelen gustar también mucho las novelas de las heroínas barojianas, en especial la trilogía de María Aracil
EliminarNo he entendido bien tus anteriores puntos suspensivos, pensé que significaban que no te gustaba Cervantes. Pienso como tú: el Quijote es sublime. Por aclarar, te diré que de Simenon no he leído nada. En cuanto a Baroja, es buena lectura para iniciarse, ciertamente, por esa claridad que algunos llaman estilo descuidado y a otros es lo que más nos gusta. Quizás lo que más me gusta a mí de él sea algo que tiene que ver con la claridad: esa costumbre de llamar a las cosas por su nombre y no andarse con hipocresías y paños calientes. Un ejemplo: en la trilogía de "La lucha por la vida", a pesar de que en conjunto puede decirse que tiene mucho de denuncia de la injusticia social, no tiene el menor reparo en señalar cuánta culpa tienen los pobres de su miseria, por su desidia o sus vicios.
EliminarAsí es. Y otra cosa, de los tres, y la más difícil de todas, el flujo del lenguaje en un registro totalmente inteligible y popular, a la par que elevadísimo sin pedantería. La maestría que acaba siendo clásica, ni sobra ni falta nada.
EliminarSencillez nada fácil de lograr, en efecto. A pesar de que no conozco a Simenon, me suena haber visto acerca de él una anécdota. En sus comienzos, presentó un original a una editora y ella se lo rechazó y le dijo el motivo: demasiada literatura. Por lo que dices, debió de captar bien el mensaje.
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