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sábado, 21 de septiembre de 2019

Praxis educativa. 31: dar clase por la tarde en los institutos: ¿el siguiente gol que nos quieren colar?

   Publicaba hace unos días la sección DE MAMAS Y DE PAPAS de "El País" un artículo (1) cuyo autor se llama Adrián Cordellat y que ya desde el título denunciaba el último desmán que se ha demostrado que cometemos en los institutos: somos los culpables de que nuestros adolescentes anden como zombis. ¿Por qué? Por esos monstruosos horarios que comienzan tan pronto que, a decir de los expertos, están descompensados con sus ciclos naturales de sueño, con los que forzamos a los pobres a no enterarse de lo que se dice en las dos primeras horas, portarse mal, engordar hasta límites mórbidos y enfermar de diabetes: todo esto está en el artículo, os lo juro. Interpretar en favor propio estudios de origen a menudo incierto y elevar a generales resultados parciales es una manipulación habitual en la prensa que realiza el señor Cordellat en este artículo, cuya tendenciosidad empieza en el título y se completa con lo dicho hasta aquí más alguna que otra mentira pequeña pero importante; señalo, por su relevancia para la tesis que el artículo nos quiere vender, esta:  dice al principio que las clases en los institutos empiezan a las ocho, cuando en realidad lo más generalizado es que sea a las ocho y media. Parece una bobada esa media horita, pero no lo es en absoluto, ya lo veréis. 
   Aunque el señor Cordellat parezca presuponer que en los centros educativos no nos preocupamos acerca del sueño de nuestros alumnos, lo hacemos, y mucho, de ahí que la mayoría de los profesores tengamos un considerable caudal de observaciones e información que nos hacen conocer muy bien el asunto, y de aquí vienen las primeras suspicacias que levanta su artículo: los planteamientos en que basa su propuesta (presentada en términos vagos por el simple hecho de que la quiere colar con disimulo, ya que es el objetivo oculto del artículo) chocan seriamente con la experiencia. Esa propuesta para la que "El País" está preparando el terreno es la de que hay que modificar la jornada de los institutos, y lo hace de forma ladina por una razón: de llevarse a cabo en los términos que plantean, implicaría ineludiblemente trabajar mañana y tarde, cosa perjudicial y muy impopular, por lo cual no se menciona: resulta curioso que un artículo prolijo en exceso en bastantes tramos al final racanee y no se moleste en poner en cuatro palabras a qué hora terminarían las clases si se aceptasen sus premisas. Es muy sospechoso, pero espero que no me llaméis conspiranoico, pues en tal caso tendría que recordaros que todas mis advertencias acerca del proyecto de cargarse los exámenes de septiembre acabaron cumpliéndose, y todos hemos comprobado que ese cambio no ha traído más que importantes perjuicios. Tampoco es ocioso recordar la proyección que le dio "El País" al consejero cántabro Ramón Ruiz, paladín de esta medida (2).
    Un cambio tan drástico no se puede sustentar en el capricho, por eso el artículo se extiende en esos planteamientos cuya veracidad pongo en duda por su choque con la experiencia. En primer lugar, si fuesen verdaderos, ese "jet lag" que señala afectaría a todos o la mayoría de los alumnos, cosa que no he percibido en décadas, sino más bien al contrario, por la objeción que sitúo en segundo lugar: dice el artículo que los alumnos están que no se enteran en las dos primeras clases, mientras que lo que la experiencia de todo profesor muestra es lo opuesto: las dos primeras horas de la jornada son las más provechosas. En tercer lugar, otra vez lo mismo: si la falta de sueño provocada por los horarios incidiera en la conflictividad, todos los alumnos tendrían que ser conflictivos en mayor o menor medida, pues todos tienen el mismo horario, pero lo que demuestra la práctica docente es que la conflictividad se reduce solo a una parte de ellos. En lo de la obesidad y la diabetes supongo que entenderéis que ni me moleste en entrar. Llama también la atención el hecho de que el artículo parta de la presuposición de que este problema no existe en primaria, donde por supuesto que existe y es más delicado aún que en secundaria, pero se ha resuelto de una forma muy simple: entrar una hora después y trabajar por las tardes; en lo primero se extiende, mientras que lo segundo lo elude, curioso, ¿no? Para terminar, el asunto de los alumnos zombis lleva siendo una preocupación escolar ya bastanes años, pero centrado en los que efectivamente dan muestras de dormir poco o mal, de los cuales, unos cuantos son personas que tienen patologías de insomnio que se tratan médicamente y el resto son los que nos alarman, es decir, esos que sabemos que duermen poco no por la hora a la que se levantan, sino porque se acuestan a las tantas por estar enganchados a la televisión, el móvil, el ordenador o la consola: que un artículo que habla del "jet lag" de los estudiantes no les dedique ni una línea resulta incomprensible. 
    Después de intentar demostrarnos prolijamente mediante estudios y testimonios de expertos -y cada vez se hace más necesario recordar que ni unos ni otros están en posesión de la verdad-, el señor Cordellat procede no, como ya he dicho, a presentar abiertamente la que sería su propuesta, sino a presentar modelos que la llevan implícita, particularmente, lo que se está haciendo en Cataluña bajo el paraguas del llamado Pacto por la reforma horaria (3). Esta propuesta de modificación horaria se ampara en unos planteamientos educativo-sanitarios tan respetables como discutibles, parecidos a los de Cordellat, por lo que se profundizan mis suspicacias hacia esa falsa sensación que quiere transmitir de que lo que él dice es la única cosa razonable que se puede hacer en materia de jornada educativa para secundaria; ahora bien, si se toman en consideración ciertos elementos ideológicos que la acompañan, entonces la suspicacia se convierte en pleno rechazo. En primer lugar, vemos que lo que se pretende en realidad no es modificar solo los horarios escolares, sino "un cambio sistemático en los horarios catalanes" para "recuperar las dos horas de desfase horario en relación al resto del mundo". En otras palabras: no nos hallamos ante nada sólido, sino ante otro proyecto de la Generalidad (que está detrás de este engaño) para disociar a Cataluña del resto de España. Incluso, en un apartado señalado en letras rojas se denomina a esta iniciativa Pacto Nacional para la Reforma Horaria. Eso de "nacional", en una conspiración de la Generalidad, hace innecesario que se hable más del asunto: repito, esto no es más que otro intento de desespañolizar, que no se logra ocultar ni con la retórica soporífera y pringosa del documento. 
    Para mayor concreción en lo que representaría este montaje en la vida escolar, un prolijo artículo o panfleto propagandístico de "La Vanguardia" de 2016 (4), deja sabrosas clarificaciones en este y en otros aspectos. En primer lugar, nos desvela que se trata de lo que ya sabemos: un plan que se hacía en junio de 2016 (importa la fecha) para implantar en Cataluña una europeización horaria que entraría en vigor en 2018, hemos de suponer que con la República Independiente de Cataluña ya proclamada; parece ser sin embargo que el plan horario ha seguido el mismo camino hacia el cubo de la basura que el plan separatista conocido como el procés: dos disparates que acabaron como era de esperar: estrellándose. Pero, en lo que se refiere a su valor como modelo de jornada escolar, el dato interesante que aporta "La Vanguardia" es este: proponía empezar a las 8 u 8:30 y terminar a las 16, con parada para comer entre las 12 y las 14 y una franja para extralectivas y extraescolares entre las 16 y las 19, o sea, un disparate a la altura del calendario juliano que determinaba la estancia de los alumnos en los centros entre 8 y 11 horas, ahí es nada. Algo dantesco, un delirio de pirados esperable solo en un territorio en manos de Puigdemont y fanáticos por el estilo. 
    Es necesario volver al punto de partida: un señor llamado Adrián Cordellat nos larga en "El País" un ladrillazo de artículo en el que pretende convencernos de lo malo que es que los adolescentes entren al instituto a las 8 (pero en realidad entran a las 8:30) para acabar proponiendo un modelo... en el que entran a las 8 o las 8:30: ¿se ha convertido "El País" en la revista "Mongolia"? ¿A qué juega este medio con sus lectores?
    Aparte de que queda demostrado que el artículo del señor Cordellat, las ideas (?) que desplegaba y la insostenible propuesta que nos quería colar tienen un valor nulo, podemos llegar a una serie de conclusiones bastante penosas, relativas todas ellas a la fiabilidad de los medios de comunicación. El señor Cordellat se ha extendido en una serie de argumentos de autoridad pretendidamente científica que, a la vista del fin al que llevaban, hay que poner muy en duda. Penoso. Ha querido guiarnos a un fin poco clarificado e incoherente con los argumentos que llevaban a él. Penoso. Ha intentado darnos gato por liebre. Penoso. ¿Por qué lo ha hecho? No lo sé. ¿Por abrir brecha con falsedades hacia un cambio en las jornadas lectivas a beneficio de a saber quién? ¿Porque escribe en un medio receptivo a cualquier cosa que se presente como innovación educativa y ha tratado de colar una absurda? ¿Porque es pancatalanista (cosa que ignoro) y nos ha querido vender un producto CAT? ¿Porque tenía que venderle a "El País" un artículo como fuera? Cualquiera sabe; lo que sí sé es una cosa: que, cada vez que en adelante vea un artículo suyo, me abstendré de leerlo o lo leeré con gran desconfianza, la misma que desde hace tiempo me genera "El País" por publicar demasiadas manipulaciones como la que acabo de comentar. 


NOTAS Y ENLACES
2. Podéis encontrar más información sobre Ramón Ruiz y aquel asunto en el apartado Las fantasías de los expertos, que está en la columna derecha de este blog. 
3. Tenéis información en español sobre la iniciativa en este artículo: http://institutinfancia.cat/es/blog/pacto-para-reforma-horaria-oportunidad-mejorar-vida-ninos-ninas-y-adolescentes/.
4. "La Vanguardia": Escuela hasta las 16h, comercio hasta las 20h y breve pausa para comer.

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