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domingo, 29 de septiembre de 2019

País, estado, nación y otras trampas de la terminología política

    No hará ni una semana, se presentó en sociedad la formación política que encabeza Íñigo Errejón, cuyo nombre, Más país, me hizo pensar si no estaría financiada por el grupo PRISA. Chistes malos aparte, está claro que la denominación elegida por el exnotable de Podemos es muy poco afortunada, ya que la palabra "país", al ser un hiperónimo que tanto serviría para España como para Alemania, Venezuela, Haití, Corea del Norte o Suecia, carece de fuerza expresiva y del contenido semántico suficiente como para constituir la seña de identidad que el nombre de un partido político debe ser.
    -¿Estás seguro de que es así, guachimancito?
    -¿Y tú presumes de ser licenciado en filología?
   Ya, ya sé que los 500.000 componentes del sector crítico de mis seguidores tenéis en la yema de los dedos estos insidiosos comentarios u otros parecidos, pero os los vais a tener que guardar, porque paso a matizar y explicar mi postura. 
    A poco que se mire con detenimiento, es muy difícil (por no decir imposible) que exista un término que, lanzado a un contexto discursivo, no signifique nada y, si este contexto es el político, lo normal será que todo término esté a reventar de significados, ya sea por lo que dice o por lo que omite, caso este último que es el que afecta al nombre que Errejón le ha puesto a su partido, como se comprende muy bien si nos fijamos en que es la elevación a nacional de la iniciativa que encabeza a nivel autonómico: si esta se llama Más Madrid, la que se crea ahora debería lógicamente llamarse Más España, pero... ¿dónde va un chico tan progre y tan de izquierdas como Errejón con eso de España? Sin duda iría al desastre, pues, para el segmento del electorado al que intenta atraerse, España es sinónimo de facha, franquista, reaccionario y viejuno, así que ha preferido presentarse con esa etiqueta insípida y vacía de Más país, la cual, por cierto, no es lo único insípido y vacío que nos ha ofrecido.
    Y es que no cabe duda de que la palabra "España" es en España una palabra incómoda, un auténtico tabú político, lo cual da idea de lo profundo que es el aberrante abismo de estupidez y confusión en que estamos sumidos los españoles desde hace más de cuarenta años, los mismos que llevamos en democracia, esa democracia que es claro y meridiano que hoy se quieren cargar algunos que, casualmente, también quieren cargarse España. Como no viene muy a cuento retrotraerme más allá de los años 70, diré de forma sucinta que fue entonces cuando a la palabra empezó a caerle el tabú que hoy padece, forjado desde la izquierda y el nacionalismo. En aquella época se empezó a imponer la pureza de sangre progresista que ha llegado hasta hoy y que por fortuna parece que cada vez somos más los que empezamos a combatir, y no era nada progre una palabra que tanto había enaltecido el franquismo y que era la losa de opresión que aplastaba las "legítimas" aspiraciones de independencia de los pueblos vasco y catalán (y algún otro menos escandaloso). Estas cosas las he presenciado, las he vivido y las he practicado, así que sé de qué hablo: decir España era de fachas y se evitaba en las conversaciones y en los medios de comunicación, con sustitutos como "este país", "el Estado", "el Estado español" (cuando no había más remedio que precisar) o el simple adverbio "aquí". Y esto duró y sigue durando; puede que alguno piense que me paso de suspicaz, pero estoy seguro de que se halla detrás de esa estúpida moda de llamar la roja a la selección española de fútbol o a la de baloncesto, o los hispanos a la de balonmano, modas ambas que quizás estén decayendo, lo cual me alegra.
    Casi cuarenta y cuatro años después de morirse Franco, puede constatarse esta curiosidad: aun siendo de todos conocida la importancia del lenguaje en la política, solo los nacionalistas han sido capaces de valorarla y sacar provecho sistemático de ello. En todo debate que les afecte, los nacionalistas son muy celosos de imponer su terminología y sus frases emblemáticas, incluso aunque sean -como ocurre muy a menudo- ficciones emanadas de sus mitologías o puras y sonrojantes mentiras. La razón es muy sencilla: parecen ser muy conscientes de que quien marca el lenguaje marca los límites y referentes del debate, con lo que lo lleva al terreno que le conviene. Un ejemplo muy claro es todo lo que llevo dicho hasta aquí acerca del término "España": si se consigue cargarlo de tantas connotaciones negativas que hasta resulta embarazoso pronunciarlo, haremos que el mundo se trague mejor esa pildorita de que la pobre Euskadi o esos maltratados Paísos Catalans tienen el derecho irrenunciable a independizarse del yugo del abominable infierno español. Así de fácil: la idílica Euskadi o la ideal Catalunya frente a la tenebrosa España: ¿quién puede tener dudas? Otro ejemplo es aquel famoso Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV), pérfido eufemismo bajo el que se esconde el repugnante entramado de organizaciones separatistas al servicio de ETA: los esbirros de unos criminales autoetiquetándose como libertadores, ¿hace falta un ejemplo más claro? Pues bien, da un juego de mayor alcance todavía, ya que lo de famoso lo he dicho por aquella anécdota en la que el propio José María Aznar se refirió a ellos utilizando su vergonzosa denominación-trampa, pero resulta que hay mucho más: mientras escribía este artículo, he descubierto la colosal manipulación que es la página de Wikipedia que enlazo arriba sobre este engendro bélico-político, visitadla si lo queréis comprobar. Y es que, al hablar de las mentiras del nacionalismo, tiras de una y salen enganchadas otras cien: nacionalismo y mentira son consustanciales.
    Amarradas a la neolengua del nacionalismo -que en esto es idéntico a cualquier dictadura, la franquista, sin ir más lejos- muchas palabras son sometidas en ella al particular sentido que les confiere. Son notorias las que pertenecen al campo de la división territorial o administrativa, como ya hemos visto con "país", casi siempre neutra, que Errejón ha usado para no espantar votantes y que sirve también para evitar que algunos fanáticos del separatismo empiecen a echar espuma por la boca por el solo hecho de oír decir España. Antes he mencionado la palabra "Estado", que de antiguo ha sido utilizada para sustituir no solo a "España", sino también a "nación", pues debe tenerse en cuenta que, por sus aspiraciones, los independentistas consideran que sus comunidades son en realidad naciones que están integradas en la española solo por la fuerza. Conclusión: a la hora de referirse a sus relaciones con esa España secuestradora, la mencionan con el término "Estado" (que ofrece además la ventaja de poseer ciertas connotaciones negativas vinculadas con la tiranía) y sus derivados, en frases del tipo: "La Generalitat no permitirá los abusos del Estado", "el Estado debe hacer más inversiones en Euskadi" o "la educación no es una competencia estatal, sino de la Generalitat". Ahora bien, la fórmula política española recibe el nombre de Estado de las Autonomías, con lo que es una falacia (como muchas veces se ha señalado) referirse a las autonomías como si no fueran estado: lo son, pero de ámbito regional, periférico autonómico o como se quiera. Así, en la primera frase, la palabra "Estado" debería sustituirse por "Gobierno" o en todo caso "Gobierno central", pues es el homólogo nacional de "Generalitat", que es autonómico, pero ambos son estatales en el ámbito que les corresponde; en la segunda, valdrían "el Gobierno", "el Gobierno central" o hasta sería admisible "el Estado central", con lo que nos quedaría claro que no se le está reclamando pasta a la parte autonómica del Estado que puede invertirla en la región vasca. En la tercera está claro que hay una contradicción, pues si se atribuye la competencia en educación a la Generalidad, se le está atribuyendo al Estado, pero en su parte autonómica; también valdría pensar que la equivocación está en el uso del término "estatal", en cuyo caso podría tener varios sustitutos, de los que yo me inclinaría por "nacional", aunque ello disgustaría mucho a los que creen en la falsedad de que Cataluña (o Valencia, que también tiene Generalidad) es una nación, cuando es solo una región o una comunidad de España. Quizás resulte un poco largo, pero creo que queda clara una cosa: términos como "Estado" o, en menor medida, "nación" llevamos ya mucho tiempo utilizándolos de manera inapropiada, y deberíamos empezar a acostumbrarnos a no hacerlo, ya que el uso que se ha impuesto es el que los nacionalistas han conseguido implantar con arreglo a sus intereses, cada vez más conflictivos.
    Terminaré volviendo al uso de la palabra "país", pero en otro contexto diferente al ya visto, el de denominaciones tales como País Vasco, País Valenciano o Países Catalanes, en las cuales su significado geográfico decae ante unas connotaciones políticas muy sectarias. Lo mismo que España es una sola nación que no tiene dentro naciones, sino comunidades, es también un solo país que no se compone de países, sino de regiones. ¿Cuántos años me habré pasado en mi vida, al igual que millones de españoles, llamando País Vasco a la comunidad compuesta por Álava, Guipúzcoa y Vizcaya? Muchísimos, así que es una pena que, después de tanto tiempo, las extralimitaciones del nacionalismo y su permanente cerco a la lengua española me lleven a tener que desconfiar de algo que ya no es un nombre inocente y no sé si alguna vez lo fue. Está claro -no me voy a extender en evidencias políticas, históricas, culturales y geográficas ni en reconocimientos internacionales- que esas tres provincias no componen un país, sino una región dentro de un país, España, por lo que lo de País Vasco ya me rechina. Me parecería absurdo, por otra parte, recuperar el apolillado nombre de Provincias Vascongadas, pero tampoco sería muy coherente, después de rechazar "País Vasco", decantarse por "Euskadi", que no es una palabra de la lengua española. En estas circunstancias, ya desde hace algún tiempo, me refiero a esta parte de España con el nombre de Comunidad Vasca, que me parece el único que no lleva cargas indeseables. Lo dicho de "País Vasco" vale también para "País Valenciano", con el agravante de que esta denominación es un invento bastante posterior y un tanto oportunista, que me figuro que procederá de sectores regionalistas o incluso separatistas valencianos, que también existen. No me detendré mucho en "Países Catalanes", pues es una entelequia, una ensoñación de los sectores más fanáticos y delirantes del separatismo catalán, valenciano y balear, a la que veo una viabilidad escasa por no decir nula, para bien primero que nadie de sus propios defensores, porque, conociéndolos, estoy seguro de que tres días después de alcanzado su sueño estarían a puñaladas entre ellos.

2 comentarios:

  1. Magnífica entrada, atinada reflexión. Coincido plenamente, Pablo. España como tabú es algo que chirría plenamente hace tiempo. Y es para llevar al psiquiatra a esa progresía idiota que reivindica naciones inexistentes y se avergüenza de la única que existe de verdad. El nuevo partido liderado por el antiguo escracheador, expodemita y exbecario absentista podría llamarse más bien "Más pa mí" por el personalismo que imprime a su nueva formación, satélite de La Moncloa. Y no submarino, porque no está sumergido sino que actúa a la vista. Y, como dices, el nacionalismo es una gran ficción, una supertrola que va calando en parte de la opinión. Ficción casi sagrada que cierta izquierda (o izquierducha) sigue considerando o como "progresista" o como una corriente con la que hay que "dialogar". El poder de la propaganda y de la manipulación no tiene límites.

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    1. Genial lo de "Más pa mí". En cuanto al actual delirio de la izquierda, habría para escribir mil páginas, pero es una buena muestra eso de considerar presentables (que los consideren progresistas carece ya de importancia, dada la mezcla de vacío y desprestigio en que ha caído el término) a Otegui y compañía, o a Ortuzar y Aitor Esteban o al golpismo catalán, cuya catadura ha quedado muy clara en el circo de ladrones, totalitarios, meapilas, golpistas y xenófobos que han montado en Montserrat.

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