Este artículo va a ser un apéndice del anterior, motivado por un hecho que tenía que ser consecuencia lógica de los resultados electorales del pasado domingo en Extremadura: la dimisión de Miguel Ángel Gallardo, cabeza de lista del PSOE, a causa de los desastrosos resultados obtenidos por su partido, que quedó segundo en la contienda, obtuvo un pobre 25'72% del voto y cosechó con ello un descenso de 14'18 puntos y diez diputados con respecto a la anterior consulta. Con unos logros como esos, en política decente, lo primero que tiene que hacer un cabeza de lista es dimitir, como finalmente ha hecho Gallardo y como parecen entender en toda la izquierda y en el PSOE, de manera perentoria en este caso, si nos fijamos en lo que dice un señor llamado Miguel Ángel Morales, presidente de la Diputación de Cáceres, ¡qué dureza la de este personaje!, lástima que la ejerza a toro pasado.
Ahora bien, he hablado de política decente, cosa en la que no brilla Miguel Ángel Gallardo, que ha dimitido de sus cargos en el PSOE, pero conservará el acta de diputado, verdadera razón de que Sánchez lo colocara como cabeza de lista en esas elecciones, con el fin de asegurarle el aforamiento ante el futuro judicial que espera a Gallardo, motivado, recordemos, por su participación en el asunto del puesto de director de no sé qué concedido de forma irregular en Badajoz al hermano del presidente del Gobierno. Y, ya que hablamos de de Pedro Sánchez y de política indecente, no estará de más recordar dos consultas electorales en las que él mismo, con resultados peores que los de Gallardo el pasado domingo, hubiera debido dimitir y no lo hizo. La primera fueron las elecciones generales de 2015, en las que el PSOE obtuvo un miserable 22% del voto, con un descenso de 6'76 puntos y 20 dipuados. Un año más tarde tuvo lugar la segunda, pues en las elecciones de 2016 el PSOE, nuevamente encabezado por Sánchez, obtuvo un 22'63% del voto y solo ¡85 diputados!, su peor resultado en unas generales desde 1977.
En cualquiera de las dos ocasiones por si sola, Pedro Sánchez debería haber dimitido, pero ya en la de 2016, en la que encadenó seguidos los dos peores desastres electorales de su partido desde 1977 y con el añadido de haber empeorado el ya pésimo resultado anterior, habría sido inexcusable. Inexcusable en política decente, claro, pero ya sabemos lo que es en materia de decencia Pedro Sánchez, un personaje que lo primero que encanalló fue su propio partido. Llevamos al menos una década padeciendo los resultados de su falta de decencia, pero el verdadero monto de la cuenta final no lo vamos a saber hasta que no le echemos, y me temo que va a ser escalofriante.
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