Empezaré por decir que solo conozco a Ricardo Dudda por haber leído algunos artículos suyos en "The Objective" y que la mayor cantidad de información sobre este autor que he podido hallar estaba en una entrevista que concedió hará un par de años a la revista "Qué leer", de manera que el hecho de que me haya decidido hoy a reflexionar sobre su artículo titulado Miserias de país pobre obedece solo a las impresiones que me ha causado lo que en él sostiene. Quienes deduzcáis que el motivo es que esas impresiones son desagradables habéis acertado, y mi disgusto procede del pesimismo que transmite el artículo, pero también de que pienso que el autor lo fundamenta en razones muy torcidas.
Comienza censurando el cruce de acusaciones que los partidos políticos -sobre todo, el PP y el PSOE- han emprendido por la pavorosa ola de incendios que sufre hoy España, señalando cada uno al adversario como culpable de la catástrofe. Comparto la condena del señor Dudda, pero no un importante matiz: aunque es verdad que los dos contendientes están participando en esta incomprensible disputa, no es pertinente la universalización que él hace cuando sostiene que la perversión de eludir las propias responsabilidades cargándoselas al adversario es un mal de todos los políticos, porque en la infortunada España de hoy, como muchos otros, lo introdujo Pedro Sánchez y es quien más lo practica y lo azuza. El propio señor Dudda apunta hacia esta clave con estas palabras:
Ocurrió después de la dana, ocurrió después del apagón, está ocurriendo durante los incendios. El primer resorte que se activa en la silla del político es el de la búsqueda de responsables, no de soluciones.
Es claro como la luz del día: si ampliamos el foco hacia otras emergencias, se ve con nitidez que la trampa de embarrar la actualidad con falsas acusaciones para tapar su incuria ha sido siempre el Gobierno sanchista quien la ha utilizado, con el inicuo resultado de arrastrar a todos al fango, ¡premio para el más canalla una vez más!, pero ya le llegarán las duras, quizás no estén tan lejanas.
Así pues, en este asunto, el panorama no es tan negro como lo pinta el señor Dudda, porque, aunque es verdad que la virtud de los políticos en general no justificaría que nos pusiésemos a dar saltos de alegría, tampoco alcanzan todos los escalofriantes registros que vemos hoy en España, esos que son de la exclusiva propiedad de Pedro Sánchez y su banda. Del mismo modo, debería atemperarse su pesimismo en lo que defiende a continuación, eso de que la dejación de los responsables políticos convierte a España en un estado fallido con los españoles abandonados a su suerte; no hay tal: aunque con errores, negligencias, disfunciones y mazonadas, en todas las catástrofes -incluyo también la pandemia o la erupción de La Palma- ha habido instancias procedentes de ese Estado supuestamente fallido que han funcionado, que se pare a reflexionar y haga memoria quien no lo vea así, porque, si me pongo a traer ejemplos, lleno cien páginas, aunque, si de lo que hablamos es de dejación, nuevamemente hay que señalar a los mismos: Sánchez y su Gobierno: la reiterada y miserable pasividad de la señora Robles (por la que entiendo que alguna vez tendrá que responder); las prolongadas desapariciones de Sánchez (la India, la Mareta); la opacidad sobre el apagón; la comisión de expertos inexistente (alguna vez Simón, Illa y Sánchez tendrán que explicar esta broma macabra) y un largo etcétera. Hay que decirle que no al señor Dudda: España no es un Estado fallido, aunque algunos lleven años (Sánchez) o siglos (el separatismo) intentando que lo sea. Y ya, eso otro que dice de que España es un país pobre... Creo que, estando el mundo como está en lo tocante a pobreza, es un disparate afirmarlo, lo que valdría también para esa exageración del Estado fallido. Si uno escribe en un periódico, damos por supuesto que está bien informado. No, España no es nada de eso, aunque es cierto que hoy está bastante j _ di _ a, por razones que el señor Dudda seguro que no desconoce.
Reproduciré para finalizar el último párrafo de su artículo, que quizás sea lo que de verdad me ha disgustado:
El único ascensor que funciona en España (y es un ascensor muy modesto, te sube solo dos o tres pisos en la mayoría de los casos) es la herencia. La gran brecha que viene es la de los millenials que heredarán y los que no. El otro ascensor social, también modestísimo, son las oposiciones: el joven español urbano, formado y cosmopolita tiene sueños húmedos con trabajos de chupatintas. Y lo entiendo. Pero son miserias de país pobre, improductivo. El pequeñorrentismo y el funcionariado como únicas esperanzas de prosperidad. Y la caridad de los de tu alrededor como único colchón.
Qué triste. Cuánto cinismo, cuánto derrotismo, cuánta falsaria exageración. No es esto lo que necesitan quienes hoy están amenazados por unos sueldos de vergüenza y una vivienda disparada. O a lo mejor he leído mal, a lo mejor esto es solo pose, y no lo que de verdad piensa el señor Dudda, a quien quizás no se le ocurría nada para el artículo de hoy y por eso ha decidido ponerse estupendo. Esto sería un gran alivio, lo digo en serio, porque, de lo contrario, este párrafo sería una enorme incongruencia y una forma majadera de terminar un artículo majadero, que parece que a lo que invita, una vez constatado que todos los políticos son unas hienas (mentira) y que España es un Estado fallido (mentira) y un país pobre (mentira), es a quedarnos en casa pasivamente jugando a la play y rumiando nuestro pesimismo, pero confortados, eso sí, por nuestra olímpica superioridad sobre esos pequeñorrentistas, chupatintas y menesterosos que nos rodean, infelices que aspiran a subir, a lo sumo, tres pisos más arriba. Dejando aparte esas bobadas melodramáticas de la caridad y el pequeñorrentismo, y ese desprecio a quienes hacen oposiciones (¿a cuántas de las muchas que se convocan el señor Dudda no podría ni presentarse?), habría que preguntarle qué se imagina él que es el mundo. ¿Se cree que se atan los perros con longaniza? Pues no: de algo hay que vivir. ¿Cuántos seres humanos habrá a los que jamás les resultará posible pasar de la segunda o la tercera planta y no dejarán por ello de ser dignos y dichosos? ¿Cuántos millones de personas viven de oficios humildísimos y a la vez ilusionadas con el también humildísimo horizonte de ser felices y que no les falten esos trabajillos que les dan casa y sustento? ¿A qué viene pontificar sobre brechas sociales si a todos esos los estás despreciando, como a los chupatintas o a los que tienen la desgracia de heredar un pequeño negocio y pretender vivir de él? No sé a qué altísimo piso habrá llevado el ascensor social al señor Dudda, pero, si mira a los de abajo como si fueran insectos, debería abstenerse de reflexiones comprometidas. Y, por cierto, en España funciona al menos otro ascensor social: el de la educación, y aún me atrevería a decir que el del trabajo duro tampoco es una chatarra inservible. Los dos han estado siempre ahí dando óptimos resultados, y ahí siguen para quien quiera utilizarlos. Que hoy en día España esté en manos de una horda de corruptos miserables no quiere decir que se haya convertido en una escombrera desolada y sin esperanzas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario