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domingo, 14 de enero de 2024

Siglo y medio intentando dinamitar España

     El espectáculo lamentable en que se ha convertido la política española desde el acceso de Pedro Sánchez al poder constituye una orgía de abusos, despropósitos, corrupción, traiciones, mentiras y esperpento que ha ido creciendo en un constante más difícil todavía que resultaría increíble si no lo estuviéramos viendo. La novedad de esta legislatura es la amnistía nada menos que al golpista Puigdemont y una gavilla de delincuentes de su calaña, más la sumisión total a ese canalla por parte de Sánchez, que no es menos canalla que él. Constituye todo esto una humillación a España por parte de sus propios gobernantes que, si mis conocimientos de historia no fallan, solo puede compararse a la que en los inicios del siglo XIX perpetraron Carlos IV y su hijo Fernando VII. La función de circo pulgoso en que convirtió al Parlamento en las sesiones del pasado día 10 y siguientes sería una muestra palmaria de lo que digo, aparte de una repugnante humillación, un insulto a la nación por parte de Sánchez, su gobierno y las bandas mafiosas a las que se ha aliado.

    Pedro Sánchez es un cáncer mortal para España. La está destrozando, y ya se permite incluso exhibir al mismo tiempo unas carcajadas impúdicas en esas Cortes que desprecia. Urge que este chiflado incompetente salga del gobierno cuanto antes, porque nos está llevando al abismo. 

    No debe pasarse por alto que sus aliados más decisivos de hoy son los separatistas, que históricamente han constituido un feroz enemigo interno de nuestra nación, hacia la que profesan un odio demencial. Como sé que algunos de los que me leéis no conocéis muy a fondo la historia de España, os dejaré aquí una sucinta guía de los hitos más señalados del daño que estos sañudos conjurados en romperla le han hecho en los últimos tres siglos.

    -Siglo XIX. En esta laberíntica centuria, erizada de enfrentamientos, asonadas, revoluciones y rebeliones y con tantos gobiernos que es difícil llevar la cuenta, uno de los males más mortíferos, violentos y disolventes fue el carlismo. Aunque es en esencia un pleito dinástico, lo cierto es que arraigó poderosamente en las regiones que hoy son de ínfulas separatistas, como Cataluña y las Vascongadas, y al final, sobre todo en esta última, se fundió en perfecta simbiosis con los delirios foralistas y aislacionistas, como parodia con gracia Larra en uno de sus artículos más famosos (1). Más afín a los objetivos del separatismo fue el federalismo, uno de los movimientos que impulsaron la Primera República, que se extendió entre el 11 de febrero de 1873 y el 29 de diciembre de 1874. La principal razón de que fuera tan efímera fue que nació como fruto nada sólido de la confluencia de tendencias muy diversas y de difícil o imposible cohesión, lo que redundó en una permanente inestabilidad. Quizás la revuelta más poderosa a la que hizo frente fue el cantonalismo, una derivación hacia el absurdo del federalismo, pues llevaba hacia una atomización anárquica los diecisiete (¡vaya por Dios!) estados federales en que la nonnata constitución de 1873 dividía España, entre los que se contaban Cuba y Puerto Rico. La amenaza cantonalista fue sofocada por El general Pavía a principios de 1874. Poco después y con el impulso de esa campaña, disolvió las Cortes (en las que no metió ningún caballo) y la República fue ya un fantasma nominal hasta la proclamación de Alfonso XII en diciembre de ese mismo año. Puede verse que los enemigos de la unidad de España lo son también de la democracia, aunque hay que reconocer que esta, en la primera república, fue más pretendida que real.

    -Siglo XX. Ya en 1917, hubo en España una crisis a gran escala que incluyó un movimiento con foco en Barcelona que demandaba una nueva organización del Estado con autonomía para las regiones. Posteriormente vino ya una puñalada más seria, esta vez dirigida contra la Segunda República, pues ya en su propia proclamación en 1931, Francesc Maciá aprovechó para declarar también una república catalana, que duró solo tres días. Después, en 1934, el 6 de octubre, Luis Companys proclamaría el estado catalán, aunque, como el anterior, eufemísticamente integrado dentro de la República española. En este caso la independencia le duró a Cataluña diez horas, aunque hubo enfrentamientos armados y muertos. Finalmente, en 1936, es la nada sospechosa voz de Azaña la que acusa al mismo Companys -al que el Frente Popular había indultado de la condena por su aventurilla de 1934- de traicionar a la República e intentar rebelarse contra ella aprovechando el río revuelto del golpe franquista. Este fue sin duda el que acabó con el régimen democrático republicano, pero en el separatismo catalán tuvo un pérfido enemigo que siempre le fue desleal, conspiró contra él y lo debilitó.

    Entrados ya en el segundo periodo democrático del siglo XX, es decir, el régimen de la Constitución de 1978, el periodo de mayor prosperidad y libertad de la historia de España, encontramos una nueva gran amenaza nacionalista (vasca esta vez) contra la nación y la democracia: la organización terrorista ETA, responsable de más de ochocientos asesinatos, daños ocasionados a miles de personas, innumerables estragos materiales y una siembra de dolor y miedo que llega hasta hoy. Todo esto, al servicio del demencial objetivo de la independencia de la comunidad vasca. Hay que señalar además que, si bien muy alejadas de la gravedad de la violencia etarra, las políticas de las formaciones nacionalistas han estado sistemáticamente dirigidas al resquebrajamiento y daño de la nación española, de forma hipócritamente enmascarada al principio en partidos como ERC, PNV o CiU, pero, con la perspectiva de hoy, se ve con claridad que su juego fue siempre parasitar a la nación y romperla.

    -Siglo XXI. La afirmación con que concluyo el apartado anterior se ve confirmada con lo que llevamos vivido y comprobado en las dos décadas iniciales del presente siglo. La voracidad y los chantajes del PNV son cada vez más apremiantes y el nacionalismo violento vasco ya no mata, pero pega, intimida y acosa a quienes odia, al tiempo que venera y mima a sus héroes sanguinarios y proyecta unos planes separatistas que incluyen la pretensión de arrastrar en ellos a la comunidad navarra, una veleidad de insólito nanoimperialismo. Todo esto se produce además con una tremenda agresividad y prepotencia, equiparable a la del nacionalismo catalán, que es hoy todo él de un radicalismo tan abyecto como rabioso: un nacionalismo que ostenta la asombrosa particularidad de haber dado un golpe de Estado en la Europa del siglo XXI, pues no otra cosa fue la proclamación de independencia de octubre de 2017, esa que duró ocho segundos, récord absoluto y grotesco, pero no nos fiemos, porque, a la vez, este ataque a la nación y la democracia española, es muy persistente, ya que empezó allá por 2012 con Artur Mas, alcanzó su pico con la proclamación de 2017 y, después, gracias al infame traidor llamado Pedro Sánchez, que espero que un día acabe pagando los daños que nos está haciendo, ha resucitado, y con mucha fuerza. 

    Esta es la ejecutoria de ataques y traiciones a España de los nacionalistas, esos amigos de Pedro Sánchez, y continúa.

    Ayer mismo, sin ir más lejos, todos estos conspiradores separatistas dieron otra grosera muestra de que van como un torpedo contra España y contra el sistema democrático, y muy unidos, y aglutinados nada menos que en defensa de los terroristas presos por sus crímenes, todo un síntoma de lo que estos supremacistas respetan al resto de los ciudadanos. Pero no nos engañemos; aunque reclaman la independencia, no es esto lo que quieren, sino algo mucho más ventajoso para ellos, pero desastroso para el resto de los españoles: un nuevo tiempo en que ellos sigan formando parte de España, pero con un régimen político que les permita hacer lo que les dé la gana en sus regiones acompañado de un estatus económico que disponga que seamos los demás quienes con nuestros impuestos engordemos su prosperidad y su riqueza. De hecho, los vascos este sueño dorado ya casi lo han alcanzado, a falta de algunos flecos, y los catalanes se han puesto a ello, y sin complejos. Y Pedro Sánchez es su caballo burro de Troya. 

    Hay que desmantelar el Estado de las Autonomías, porque solo genera corrupción y desigualdad. Y, en cuanto a Sánchez y su banda, la única salida digna es que acaben en los tribunales. 


1.- Nadie pase sin hablar al portero. La rapiña bandolerista de los facciosos de Larra encajaría muy bien con la de los actuales partidos defensores de los conciertos vascos. De todos modos, el carlismo no es para tomárselo a risa, porque fue de una crueldad inhumana. Un buen retrato literario de los estragos que produjeron las guerras carlistas lo encontramos en La nave de los locos, de Pío Baroja. 

2 comentarios:

  1. "Hay que desmantelar el Estado de las Autonomías, porque solo genera corrupción y desigualdad."

    Ciertamente, si creíamos en la descentralización (sobre todo desde las comunidades históricas), porque todo pasaba por Madrid, con el tiempo hemos ido desconfiando de las bondades autonómicas y hemos acabado anclándonos en el escepticismo, por la corrupción ‘regionalista’ y la deriva separatista. De lo que antes creíamos beneficioso, hoy dudamos o repudiamos. No se respira paz: ¡demasiada rabia, demasiado odio! Malos tiempos para la concordia nacional...

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    1. Malísimos, porque el poder está en manos de canallas. Ahora mandan la mentira y la indecencia.

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