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miércoles, 24 de agosto de 2022

La placa de los caídos de la iglesia de La Roda

     Por razones familiares, conozco bien La Roda, la dinámica y vital población albaceteña que estos días está siendo noticia porque se ha retirado de la monumental iglesia del Salvador la placa en memoria de los caídos en la Guerra Civil, una de esas que durante décadas hubo en miles de pueblos de España, casi siempre en las fachadas de las iglesias (creo recordar haber visto también alguna ubicada en la del ayuntamiento), siempre con mención destacada a José Antonio Primo de Rivera y siempre con mención exclusiva de quienes fueron asesinados por el bando republicano. Me adelantaré a quienes estéis pensando en los Miguelitos, esa exquisita creación de la repostería rodense que ha alcanzado merecidísima fama mundial, y os aseguraré que la villa tiene otros méritos que la hacen digna de ser conocida, uno de ellos, sin duda, la iglesia del Salvador, de la que aquí os dejo una imagen de su interior, menos conocido que su impresionante exterior, pero que no le desmerece en absoluto:


    Para quienes alberguen dudas de que el franquismo fue un régimen dictatorial, revanchista y abyecto, bastaría una pequeña reflexión sobre lo que impuso con esas placas a un país que acababa de salir de una guerra civil en la que, en todos esos pueblos y ciudades, había habido muertos de ambos bandos y, en consecuencia, dolor en las familias de todos: para los caídos del suyo -el vencedor-, honra y memoria; para los caídos del rival -el vencido-, olvido y exclusión. Lo sensato, lo humano y lo caritativo después de una gran tragedia fratricida como la de 1936 hubiera sido impulsar la reconciliación y el perdón, pero está claro que no fue ese el propósito del régimen franquista, ya desde algo tan sensible como el homenaje a los caídos. 

    Cuando en 1975 murió Franco y España emprendió el desmantelamiento y superación de su dictadura, se abordó ese camino de reconciliación y perdón (palabras que sonaron mucho entonces) que el régimen despreció. Podría parecer que, después de tantos años y con tanto aprendido, al país le hubiera resultado muy fácil encontrar una solución para la inmoral incongruencia que estas placas representaban, pero ya vemos que no fue así: lo que hubo fue polémica, desacuerdo y soluciones particulares para cada sitio, hasta el punto de que aún quedan unas cuantas desperdigadas por ahí. Hoy ya son muy pocas, pero duele ver que, cuarenta y siete años después de morir Franco, todavía subsistan algunas y las que se quiten se quiten con polémica. Debe reseñarse que en esto ha sido demasiado a menudo la Iglesia quien más obstáculos ha puesto, lo que sorprende en una institución que predica el perdón, el amor y la caridad. 

    Es necesario en este momento que haga mención de mi padre, que nació en 1925 y por tanto padeció la Guerra Civil. Para él no exitían dudas: las placas franquistas debían ser retiradas y sustituidas por otras en las que apareciesen los muertos de ambos bandos o, mejor aún, por monumentos en las plazas de todos los pueblos en los que se les rindiese homenaje a todos sin necesidad de mencionarlos uno por uno y se hiciese una advertencia a las generaciones futuras para que jamás hubiera en España otra guerra civil. Creo pertinente señalar que mi padre era de un pueblo aragonés llamado Velilla de Ebro, en cuya iglesia hubo también una placa como la de La Roda, aunque con solo dieciocho nombres (más el de José Antonio), dos de los cuales eran el de su padre y el de su abuelo. La iglesia de Velilla está consagrada a la Asunción y también tiene mérito artístico. Aquí podéis verla:



    Creo por todo lo dicho que es una buena noticia que se haya retirado la placa de La Roda, aunque este país de frecuentes cerrilidades perdiera en su momento, hace casi cincuenta años, la oportunidad de haber resuelto esta cuestión de una manera inteligente y digna, que sin duda hubiera sido la que mi padre y otros muchos defendían. No obstante, quiero decir que en esta historia el final no ha sido bueno del todo. Si leéis la noticia de ABC, veréis que la actual corporación de La Roda, en la que manda el PSOE, ha impuesto o pretende imponer unos cambios de nombres en las calles de la localidad, de las que ha quitado o quiere quitar las placas con los nombres del historiador Ángel Viñas, del investigador médico Manuel Perucho, de Manuel Blanco (¡el creador de los Miguelitos!) y de Felipe VI. Se me hacen incomprensibles los tres primeros, mientras que el cuarto, por desgracia, se me hace demasiado comprensible: sin duda el equipo de gobierno de La Roda se deja guiar por ese deletéreo extremismo de izquierdas del que tan podrido está el PSOE de hoy, ese extremismo que le lleva a desairar al jefe del Estado para imitar estúpidamente a podemitas y separatistas, los tóxicos compañeros de viaje político que se ha buscado y de los que nada bueno puede esperarse ni aprenderse. ¡Qué bien les habría venido a estos señores esa plaquita que proponía mi padre, la destinada a hacernos huir del guerracivilismo como de la peste!   

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