En las pasadas elecciones, saltó a los medios una incidencia ocurrida en un colegio electoral de Ceuta, la cual consistió en que la presidenta de una de las mesas, una joven musulmana llamada Latifa Dailal, ejerció su responsabilidad ataviada con un niqab, una prenda femenina que lo único que deja visible de la cabeza de su portadora son los ojos. Esto produjo roces con algunas personas, en especial, el secretario general de Vox en Ceuta, que finalmente obligaron a la intervención de las fuerzas de orden público.
Quizás por la señalada intervención de un representante de un partido (en este caso, Vox), algunos han enfocado este asunto desde las perspectiva de las libertades políticas, cosa que creo desacertada, ya que en él poco importa que los implicados sean de derechas, de centro o de izquierdas, pues a mi juicio está relacionado con un ámbito más esencial y más amplio: el de los derechos civiles, desde el cual lo han interpretado la mayoría de los medios y también debieron de hacerlo esas autoridades que zanjaron las diferencias, ya que lo hicieron determinando que la señora Dailal podía ejercer como presidenta amparada para vestir como quisiera por el respeto al intocable mandato de sus convicciones religiosas, aunque esto representara que su identidad apareciese encubierta.
De nuevo creo que se cometió un desacierto, pues, si bien se respetó el derecho indumentario de la señora Dailal, se vulneró de forma lamentable el de los votantes y demás participantes en la importantísima ceremonia ciudadana, política y democrática que representan unas elecciones a conocer algo tan primordial como la identidad de quien ejercía la presidencia de su mesa, identidad que quedaba oculta por un procedimiento tan primario y expeditivo como la ocultación de su rostro. ¿Tenían los votantes del colegio de la señora Dailal, los policías y responsables administrativos, los interventores y apoderados o los miembros de las mesas derecho a conocer ese rasgo elemental de su identificación? ¿Tenían derecho a sentirse intrigados, inseguros o incluso discriminados por el hecho de que se le permitiese ocultarlo? A no ser que se haga un enorme alarde de candidez, estupidez o cinismo, en ambos casos la respuesta solo puede ser un sí rotundo, así que la razón que se adujo para permitir que lo siguiera ocultando (que ya se lo había mostrado en secreto a la vicepresidenta de la mesa) es un disparate tan monumental que no voy a detenerme en desmontarlo por no alargarme demasiado.
Hace algunos años, con ocasión de un sainete similar, publiqué un artículo titulado Malala y los burkas de Lérida, en el cual utilicé los mismos argumentos que voy a usar a partir de aquí, pues no han perdido ni un miligramo de vigencia. ¿Qué habría sucedido en el colegio ceutí donde presidió una mesa Latifa Dailal si se hubiese presentado un votante con la mascara de Darth Vader, otro con un pasamontañas, otro -recién llegado de un campeonato de esgrima- con su rejilla de espadachín y un cuarto que llegara de una urgencia laboral tapándose la cara, por su amor al trabajo, con la protección de soldador? ¿Les habrían dejado no ya votar, sino tan siquiera acceder al colegio en tales condiciones de encubrimiento de su identidad? Mira que lo dudo. ¿Le habrían dejado a un pastafari presidir la mesa de Latifa con un colador de pasta como sombrero, o a un entusiasta de los carnavales con máscara de peliqueiro o a un nudista en pelota picada? No lo veo probable. Y me parecería lo adecuado: razones de seguridad, respeto al acto y a los presentes o decoro habrían hecho muy razonable que ninguno de estos excesos se permitiera.
Pues no creo que Latifa Dailal presentara el menor motivo para que con ella se hiciera la injustificable excepción que se hizo. Las manidas razones de tipo religioso que en su caso se impusieron no pueden de ningún modo convertirse en el salvoconducto para tener más derechos que los demás, porque las sociedades se rigen por normas de justicia, civiles y generales que envuelven a todos, y la convivencia no funciona si se privilegia a algunos por razones de creencia, personales o particulares, como son las religiones. En las sociedades civilizadas y democráticas, que han demostrado ser las que mejor funcionan, hay que ser muy cuidadosos con la igualdad, cosa sobre la que hoy en día reina en España una gran confusión, por lo que a las instituciones les toca una enorme responsabilidad clarificadora. El pasado día 26, en cierto colegio electoral de Ceuta, no estuvieron muy finas.
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