Como sabéis muy bien, el puñado de últimos de Filipinas que nos hemos empeñado en que enseñar consiste en algo tan rebuscado como transmitir conocimientos, en que en los programas lo que importa son los contenidos, en que en las aulas deben imperar el orden y el respeto y en que el profesor es la autoridad de la clase y debe portarse como tal, llevamos ya bastantes años siendo una minoría cada vez más exigua y condenada a clamar en el desierto.
Ahora bien, sucede que, como en el viejo cuento, por muy frondoso, colosal y vistoso que sea el árbol de la Mentira y por muy enterrada que se halle recluida la Verdad, esta acaba asomando más tarde o más temprano y haciendo que se derrumben los andamiajes de su oponente. Y la verdad, en la educación española, es que el rey hace tiempo que anda desnudo (hoy toca Don Juan Manuel: en el actual estado de cosas, tampoco extraña que haya que recurrir tanto a un moralista) y que la chillona hojarasca de innovaciones, pedagogismos y concesiones a la laxitud no sirve ni para taparle la tetilla izquierda (¡y dale con los clásicos!).
Dos de los más conspicuos zapadores de los anclajes del árbol de los embustes educativos son Ricardo Moreno Castillo y Alberto Royo. Como sabéis, el último libro de Ricardo lo presentó Jon Juaristi y el que acaba de escribir Alberto lo prologó Antonio Muñoz Molina. Si teníamos poco con el respaldo que representa la solidez de estos dos importantes intelectuales, hoy publica "El País" una columna titulada Escuela, cuyo autor es Fernando Savater, en la cual el filósofo (al que ya le debemos su impagable "El valor de educar"), en las pocas palabras que bastan para ello, elogia y recomienda "Contra la nueva educación" y "La conjura de los ignorantes", por la sencilla razón de ser lo que son: dos libros que defienden el orden en el aula y el magisterio de los profesores, o sea, lo que deben ser los pilares de la enseñanza. Gracias de nuevo, don Fernando.
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