Un recentísimo estudio nos ponía al tanto de que la mitad de los adolescentes justifican la violencia para obtener algún fin; nótese: algún fin, lo que equivaldría a cualquier fin, ya fuera noble o indigno, y no estrictamente para defender la justicia o al más débil, para proteger la propia integridad o la propia vida, para evitar un abuso o para cualquier otro propósito razonable o justo, de esos que de toda la vida hemos considerado como únicos válidos para hacer aceptable una actuación violenta. En un comentario a mi anterior artículo, me llamaba la atención sobre esto mi amigo Antonio, quien, después de razonar sobre el hecho tan atinadamente como suele, emitía esta desolada queja: "La mitad, Pablo".
Antonio es uno de esos amigos que adquirí en mi paso por aquel pintoresco y hoy extinto universo de caballeros de armadura oxidada que se llamó Deseducativos, y mucho tengo filosofado con él a la manera de socráticos diálogos (el papel de Sócrates le tocaría a él) sobre asuntos muy diversos, pero especialmente acerca de educación, ética, justicia o la grosería, la insensibilidad, la falta de empatía y el materialismo que, a nuestro juicio, están hoy en el mundo bastante más extendidos de lo que a nosotros nos gustaría. En cierta ocasión, me contó que había oído un programa de radio al cual había llamado una oyente para desahogarse contando una dramática serie de vicisitudes por las que había pasado, no recuerdo ahora mismo cuáles, pero sí que eran horrendas, cosas de la envergadura de gravísimas enfermedades o terribles agresiones. Pues bien, en el cálido ambiente de esos programas de medianoche, mientras esa mujer volcaba con esfuerzo y entre sollozos lo que llevaba dentro, los locutores del programa, a todas luces unos imbéciles descerebrados de la peor calaña, se dedicaban a reírse de ella y a ridiculizar la historia. Esta anécdota me la recuerda Antonio en su comentario, queriendo decirme sin duda que ese par de autosatisfechos triunfadores de la posmodernidad (ámbito cultural por el que él siente especial "predilección") reunirían, si fueran adolescentes y no los dos patanes ya mayorcitos que para colmo debían de ser, el perfil idóneo para estar entre ese 55% que justificaría la violencia para obtener "algún" fin. ¿Alguno? ¿Cuál? ¿Un videojuego? ¿El aprobado en mates? Esto seguro que no: haberlo puesto aquí solo indica que, además de profesor, soy un iluso o no me entero de la vida. ¿La porción de pizza que lleva ese caraculo que va por ahí? ¿Un móvil guay? ¿Unas Nike? Sé que a estas alturas algunos estaréis pensando que estoy poniéndome en plan predicador un poco plasta, pero no me importa, creo que merece la pena pagar ese peaje, porque las cosas de las que hablo no son tonterías, aun admitiendo también que esta reflexión parte de un simple y para nada definitivo dato estadístico. Pero aún os diré más: a propósito de las Nike, quizás alguno de vosotros recuerde que, cuando se lanzaron al mercado las míticas Nike Air asociadas a la figura del insuperable Michael Jordan, dio la vuelta al mundo la noticia de que en Nueva York alguien había matado a un chico para quitarle las Air que llevaba puestas. El asesino lo persiguió por la calle, lo alcanzó, lo mató de un navajazo y, finalmente, despojó al cadáver de las preciadas zapatillas. El autor de este crimen bestial debió de ser con toda seguridad alguien que justificaba la violencia para obtener algún fin, si bien no sé si se trataba de un adolescente o de un cuarentón. En todo caso, era un monstruo. Esta historia es de hace más o menos veinte años, lo que señala que el fenómeno no es nuevo ni pasajero.
Otro de los quijotescos amigos que adquirí en Deseducativos sostiene que las sociedades y los países deben tener una religión, porque la peor religión es mejor que la no religión, ya que las religiones suministran principios. Este razonamiento le pone en la línea del "Si Dios no existe, todo está permitido" de Dostoievski, autor al que él conoce muy bien, como a toda la cultura rusa. No estoy muy de acuerdo con él en lo de las religiones, aunque admito que podemos encontrar en ellas muchos principios humanitarios, especialemente, en el cristianismo, pero también encierran dogmas arcaicos y a veces bárbaros que, por la rigidez que todas suelen tener, se niegan a eliminar, por no hablar del hecho de que en nombre de las religiones se han cometido y se siguen cometiendo actos atroces.
Sin embargo, sí creo que es muy importante la existencia de unos principios. Unos principios claros, sólidos y humanitarios, basados en la ética de los derechos humanos, serían una buena medicina contra esta contemplación inicua de la violencia. Pero los principios no los traemos incorporados como la nariz o las orejas, nos tienen que educar en ellos, y no creáis que estoy hablando de una solución mágica como una asignatura de moral a partir de 4º de primaria, no soy tan ingenuo. Desde hace algún tiempo, a la vista de lo mucho que se roba en España, de la facilidad con que un niño le roba a otro unas pinturas o un compañero le birla a otro un móvil de 200 euros, con alegría y sin el menor remordimiento, me pregunto: ¿quién le dice a un niño que no hay que robar? A menudo se lo pregunto también a la gente y nadie me ha sabido responder con mucha exactitud. No basta con denostar contra la perversa televisión y los horribles videojuegos; no basta con esperar que el de Ética o el de Reli le pasen al niño un vídeo afeando el maltrato: hay que enunciar explícitamente lo que está bien y lo que está mal; no hay que reír las gracias de los "malotes"; hay que predicar con el ejemplo... Todo esto, desde el papá y el profe hasta el personaje público. Y tampoco estaría mal no relativizar; mi oficio es un buen observatorio para los estragos del relativismo: aquellas ñoñeces de "el pobre chico...", "la adolescencia, ya se sabe...", "sus padres se están separando...", "es una familia desestructurada...", "no tiene aún referencias claras...", "eso tampoco hay que tomárselo así..." para defender a uno que se porta como un energúmeno o no respeta a nadie son una puerta abierta para generar cavernícolas en lugar de educar ciudadanos: robar, pegar o faltar al respeto al profesor está mal lo haga quien lo haga y debe castigarse, porque los principios hay que fomentarlos, sí, pero además hay que defenderlos de forma efectiva, pues, de lo contrario, muchos los aceptarán solo de boquilla y se darán las paradojas que señala la noticia: un 55% de los jóvenes justifica la violencia, pero también hay un 56% que firmaría un manifiesto en su contra, y es que los mecanismos hipócritas de la corrección política se aprenden desde muy pronto. Sí, ya sé lo que estáis pensando: que esto vale también para aquel policía que se pasó en la comisaría, o para aquel alto ejecutivo bancario de mano larga, o para aquel político prevaricador, aunque sea de nuestro propio partido: se les debe condenar... y no se les debe indultar. Habiendo lo que hay, ¿cómo nos escandalizamos de que los adolescentes anden un tanto confusos? Tenemos mucha tela que cortar.
Gracias, Pablo, por introducirme tan generosamente en esta brillante entrada. La leo como un brindis a nuestra amistad.
ResponderEliminarQuiero decir algo más, aún a riesgo de ponerme pesado o de repetir, quizá, cosas más o menos obvias. Creo, Pablo, que llevas toda la razón cuando dices que no hay nadie que, de forma explícita, le diga al niño que robar es malo (esto, tan cierto, me lo dijiste ya en la Roda). Suena increíble, pero es así. Y hay muchas más omisiones inexplicables. ¿Cuándo o quién le dice al niño que hay que ser honrado y trabajador en la vida? Nadie. Las fuerzas de la corrección política han hecho desaparecer términos básicos, otrora de uso corriente, como honrado, trabajador o decente. Imagino que suenan a cosas rancias, a cosas de un pasado que la progresía quiere echar a los pozos de la amnesia histórica. La honestidad, tan apreciada en otros tiempos, es hoy vista como algo risible entre nuestros jóvenes. Hoy, lo vergonzoso, lo sometido a escarnio público o social, es seguir siendo virgen más allá de los catorce, quince o dieciséis años. La promiscuidad, la provocación sexual y el exhibicionismo son reconocidas virtudes entre nuestras jóvenes y no tan jóvenes. La razón de esta inversión es sencilla de entender: la promiscuidad femenina -sobre todo ésta- es vista como un signo de liberación de los antiguos cánones sexuales impuestos, según el feminismo, por el hombre opresor (marido, hermano o cura). No puede extrañar, por tanto, que las conductas hoy consideradas ejemplares se confíen a prostitutas profesionales aupadas a lo más alto del escapate público. Mientras escribo esto, Lucía Lapiedra, la exquisita pornostar nacional, luce palmito, todos los días, en un programa en que tíos y tías, y viceversa, compiten en rijosidad, chabacanería, superficialidad y frivolidad. ¿Alguien, aparte de unos cuantos descarriados como el menda, se pasma de que las prostitutas y los prostitutos (Nacho Vidal, por ejemplo) gocen de una celebridad que, de mediar el sentido común, debería estar reservada a personas de bien y de méritos que no incluyan la longitud del pene u olímpicas hazañas copulativas?
Raus.
sigue...
Y sigo con una pregunta que, ciertamente, me acercará al sermón de párroco (por más que yo me considere agnóstico tirando a ateo y ácido detractor de las cúpulas eclesiales): ¿puede una sociedad tan rabiosamente hedonista como la nuestra comportarse con ética? Si los más encumbrados valores actuales son el placer, el lujo y el disfrute carnal de la vida, ¿cómo podría extrañarnos que sean tantos los que recurran al delito para procurarse, a toda costa, una vida voluptuosa? Y nadie se confunda: soy muy amigo de la buena vida, y, desde luego, nada mojigato. Simplemente, considero que todo tiene su justo término, como diría Aristóteles. Entre la represión sexual y la promiscuidad y el exhibicionismo sexuales hay un espacio reservado a la moderación, un ámbito que huye con parejo espanto de los excesos de ambos extremos.
ResponderEliminarNos recuerdas, Pablo, aquel locutado crimen perpetrado en EE.UU. cuyo motivo fue el deseo de conseguir unas zapatillas de marca. No en vano, ese país es, con total seguridad, el paradigma perfecto del individualismo y el hedonismo. ¿Qué podríamos decir de su bárbara inclinación a la violencia más gratuita? Y lo malo es que pocas cosas gustan más a la desnortada España de hoy que imitar y reverenciar a Estados Unidos. Creo que es hora de que entendamos que la ética y el individualismo/hedonismo son cosas incompatibles. La virtud no es divertida. Si lo fuera, los niños (y adultos) serían virtuosos por inclinación natural. La virtud exige algún grado de sacrificio, algún grado de frustración carnal: compartir, echar una mano al otro o socorrer al que está en peligro son actos en que uno debe estar dispuesto a perder algo de valor o poner en riesgo el patrimonio, la salud o la vida.
Nos previenes, Pablo, contra ese relativismo tan socorrido y empleado para justificar lo injustificable. En cuanto que psicólogo que estudió hasta el hartazgo los dogmas del empirismo/conductismo anglosajón, puedo decir que, en efecto, ese relativismo ambiental ha hecho estragos en la educación de nuestros hijos y, más en general, en el terreno de la justicia.
ResponderEliminarAñadiré algo más (acaso lo más destacable de este ya largo discurso): llevamos muchas décadas pensando (por culpa de la psicología) que los delitos o malos comportamientos de niños (o adultos) se deben a la (supuesta) baja autoestima del individuo. Ha sido el mantra que se han repetido en la mollera varias generaciones de psicólogos y terapéutas: La mala conducta de Fulano se debe a que tiene baja autoestima. Tanto el conductismo como el psicoanálisis (de la mano, principalmente, de F. Dolto) han creído que el delito o la mala acción tienen su raíz en una estima propia baja o en escasas habilidades sociales. Y esto es por completo falso. ¿Alguien cree de verdad que Díaz Ferrán, por poner un caso concreto, se llenó los bolsillos fraudulentamente porque no se quería lo suficiente? ¿Y Urdangarín? ¿Y todos esos políticos y banqueros que roban a manos llenas al pueblo español? Pues no: lo cierto es que ni el ladrón, ni el asesino, ni el violador ni el prevaricador perpetran sus delitos por culpa de una baja autoestima. Si se piensa con algo de detenimiento, suena ridículo. Hombre, es obvio que una muy baja autoestima puede dar lugar a comportamientos sociales irracionales o, en ciertos casos, delictivos. Y es igualmente obvio que es más que razonable tener una buena estima hacia uno mismo. Pero de ahí a pensar que el crimen o las conductas antisociales o raras tienen que ver, necesariamente, con una autoestima baja, media poco menos que un abismo. En el mundo de la educación se lleva mucho tiempo con esta misma cantinela, y mucho tiempo (como bien indicas, Pablo) con la cantinela de que las conductas descarriadas son consecuencia de un mal ambiente familiar y social. Así las cosas, un ejército de psicólogos bienintencionados e ingenuos han tratado de elevar la autoestima de los alumnos con poco éxito escolar o socia o en riesgo de incurrir en malos hábitos.
Tampoco puede extrañarnos esta fijación en el desarrollo de la autoestima, pues esto es propio de las sociedades individualistas y hedonistas y que, además, se quieren a sí mismas irresponsables de sus actos. No es nada nuevo ni algo que yo me invente: lo cierto es que los miles y miles de programas psicológicos pergeñados para elevar la autoestima de los alumnos han sido un completo fracaso, en el sentido de que ello no ha mejorado su conducta ni prevenido de las conductas violentas o de riesgo. Es más, antes lo contrario: el excesivo amor a uno mismo sí que suele ser una de las causas más frecuentes de las conductas antisociales, de la falta o el delito. Hemos errado por completo el tiro. La maldad se previene mejor cuando se enseña a la persona a estar agradecida en alguna medida a la sociedad y a la herencia recibida (cultural, material, intelectual, social, etc.). Cuando, por el contrario, lo que intentan padres, maestros y psicólogos es elevar a toda costa más y más la autoestima del niño, lo que este suele creer es que el mundo está en deuda con él y que es merecedor de dones y bienes sin fin.
ResponderEliminarNecesitamos una revolución política, sin duda. Y habremos de empezar a rescatar de las garras del olvido conceptos como carácter, voluntad, tolerancia a la frustración, gratitud, virtud...
Raus (o Antonio).
Un abrazo
...responsabilidad, esfuerzo, colaboración, solidaridad, altruismo. Es evidente que la persona tiene todo el derecho a las mayores expectativas individuales, pero, a última hora, vivir en comunidad nos aporta mucho, tanto que no podemos prescindir de ello, por lo que, por bien de todos y de uno mismo, es imprescindible ceder algo, aceptar lo deberes propios y los derechos de los demás... Es que esto son obviedades, Antonio, pero también los principios elementales de una convivencia buena, es decir, democrática. Lo que parece increíble es que aún se tenga que repetir y que haya merluzos que sostengan que esto son cosas reaccionarias y tal y cual.
ResponderEliminarEse es el punto, Pablo: que tendríamos que recuperar, probablemente, el 80% del diccionario moral o ético. La lista de conceptos arrumbados o proscritos en los tiempos corrientes es interminable, y lo cierto es que la vida humana se desarrolla como tal a partir de conceptos racionales. Pero si creemos que recuperar ese continente perdido de palabras es reaccionario o que supone una vuelta atrás en todos los sentidos, vamos de cráneo.
ResponderEliminarQue el más rabioso hedonismo nos tiene cogidos por la yugular, es más que evidente. La primera gran crisis financiera que sufrió todo el orbe occidental no ha servido para cambiar las bases del sistema económico ni un ápice. Los de arriba siguen especulando a lo bestia, convirtiendo el mercado libre en un circo libérrimo donde agiotistas del peor pelaje y sinvergüenzas impenitentes campan a sus anchas. Y los de abajo, mal que nos pese, siguen, en la medida de sus posibilidades, consumiendo y derrochando como si el mundo se fuera a acabar mañana mismo. Y es que a vivir bien (en lo material y sensual) incluso pasando por encima de los derechos básicos de los demás, no es algo que necesite propaganda ni apología: forma parte de los instintos básicos de toda criatura humana. Es nuestro equipaje de serie, de fábrica. Y ese egoísmo innato es lo que debemos corregir con una educación de valores humanitarios y de buenos hábitos dependientes de la voluntad, el carácter y el uso de la razón. Pero si nos empecinamos en seguir defendiendo falacias tan tremendas como la de pensar que los niños son buenos por naturaleza (o que todo lo natural es bueno) y la de que cualquier conducta descarriada es culpa del ambiente, o la de que el sujeto delinque porque no se quiere lo suficiente, etc., seguiremos sin poder escapar de la trampa de nuestros instintos voluptuosos sin control.
Mal pelo le ha de correr a una sociedad que ha de recordar lo obvio, Pablo. Confiemos en poder salir de ésta y no caer en una nueva y larga noche medieval.
Antonio Raus
Otro factor es el de la confusión, Antonio. Desviándonos un poco del punto de partida (la superfcialidad con que un 55% de nuestros adolescentes legitima la violencia), lo cierto es que la escandalosa falta de ética de los partidos en el poder ha sido muy a menudo respaldada por el voto popular (el GIL, Camps, alcaldes procesados que volvían a obtener mayorías absolutas...). Luego han venido los lamentos y los desastres, pero fueron puestos ahí por mayorías conscientes de lo que votaban. La ética tampoco ha tenido mucho tirón.
ResponderEliminarSí, en efecto. También te acordarás del gran prestigio popular que ganó el infame Mario Conde. O del babeo de los telediarios cuando anunciaban la llegada de jeques árabes a Marbella. Y el regocijo con que los medios hablan de los tipos más ricos del mundo. O cuando se informa a la población (todavía hoy) de lo que ganan ciertos futbolistas, etc. Ni una pizca de crítica en ese tipo de información. Al revés: simple y llanamente reverencia ante la riqueza desmedida y los pelotazos. Ni un asomo de denuncia en boca de la mayoría de los periodistas televisivos y ninguna manifestación callejera de indignados cuando se hacía (y se sigue haciendo) la más descarada apología de la riqueza más indecente. Y conste que yo no estoy en contra de la libre empresa ni de que cada cual medre en función de su talento y tesón, pero creo que mientras en este mundo haya tanta gente pasando hambre y miseria, debería escandalizarnos las fortunas de unos cuantos; máxime cuando se han obtenido con prácticas fraudulentas. Y si no recuerdo mal, el protervo Aznar de la guerra contra Irak siguió siendo votado en masa, incluso por gente que protestó contra la guerra y nuestra participación en ella. ¿Pero qué ética es ésta? Coherencia, ninguna. Confusión, mucha.
ResponderEliminarAntonio Raus
El becerro de oro, Antonio, ya lo hemos comentado alguna vez. La Biblia de para mucho. La gente perdió la brújula con el becerro de oro, pero ahora, con la llegada de las vacas flacas (más Biblia), a muchos se les ha caído la venda. Mira, hace cuatro años, con este discurso mío/nuestro, la gente me llamaba cuervo, cenizo... ¡Todo era maravilloso! Ahora, cuando sale un chorizo y digo: "Este sinvergüenza debería estar en la cárcel", se callan o asienten. El asunto eterno con las mentiras bonitas y las verdades dolorosas. ¿Cuánto va a durar Ignacio González? Hoy ha salido en la tele. Si hace tres años hubiera dicho lo que he dicho cuando le he visto el careto, me habría dicho alguien: "¡No seas exagerado!" Al tiempo.
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