Hace justamente una semana abandonó este mundo miserable Mario Vargas Llosa, uno de los más grandes escritores de la literatura hispanoamericana y de la lengua española del siglo XX -y con expansión al XXI-, un autor que, por la extensión y excelencia de su obra, presenta méritos muy poderosos para perdurar en el Olimpo de los clásicos. Soy una más de las millones de personas en el mundo que hemos admirado la obra de este coloso y, en mi caso concreto, la impresión se produjo especialmente por sus posturas políticas, por sus artículos y por sus libros, así que basaré este pequeño homenaje en estos tres soportes.
En lo referido a sus posturas políticas, conozco solo por referencias sus comienzos izquierdistas y de apoyo a la revolución cubana, pero en cambio he tenido noticias más directas de su posicionamiento favorable a la democracia pluralista, esa que hace que vivir en París sea tan distinto de sobrevivir en La Habana o en Kabul. Recuerdo un episodio realmente singular que ocurrió creo que a finales de los 90, que consistió en un mano a mano entre Felipe González y Vargas Llosa, el cual se celebró en la Casa de Las Américas ante los ojos de 250 o 300 privilegiados, uno de ellos, vuestro amigo el guachimán. Aquellos dos insignes personajes debatieron sobre todo de política y resultó curioso y aleccionador ver cómo el astuto González, en una época en la que él y su partido estaban muy desprestigiados por la mala gestión y la corrupción, se imponía dialécticamente con su demagogia izquierdista a un Vargas Llosa que bastante tuvo con poder colocarle alguna estocada crítica. Y es que, por muy sólido que sea su bagaje teórico, un intelectual nunca superará a un político en su propio terreno, cosa de la que Vargas tuvo una experiencia personal aún más elocuente cuando optó a la presidencia de Perú y perdió ante un pajarraco llamado Alberto Fujimori (y aún hay algunos que dicen que el pueblo nunca se equivoca). Y si honorable fue este lance de la vida del gran escritor en la política peruana, tanto o más lo han sido sus alineamientos de los últimos años en la española, muy especialmente, su frontal oposición al separatismo, de la que siempre se ha destacado su memorable discurso de 2017 en una manifestación contra el prusés. Esto es algo por lo que los españoles deberíamos estarle eternamente agradecidos.
Muy relacionados con sus convicciones políticas estuvieron sus artículos de prensa, pues en ellos, tomando como chispa de inspiración tanto un hecho trivial como un gran acontecimiento, exponía Vargas Llosa sus reflexiones acerca de los más diversos campos de la vida y la actividad humana, pero muy frecuentemente elegía asuntos relacionados con la convivencia, la ciudadanía, la justicia, la política, el derecho o la ética. Es ocioso señalar que sus artículos siempre seducían por el primoroso estilo literario y que jamás leí uno en que ni la anécdota que relataba ni las reflexiones que a él le inspiraban carecieran de interés: antes bien, he de declarar que esos artículos eran una alta escuela de los temas que he mencionado. Me estoy refiriendo a los que publicó durante años en "El País" en una tribuna dominical que se titulaba Piedra de Toque, una serie que se inició en 1990. Siempre me acuerdo de uno que se titulaba El oscuro vidriero, que contaba la historia de un cristalero inglés -creo- que un día comprobó que todos sus proveedores de materia prima le cobraban un mismo y abusivo precio, por lo que se quejó ante las autoridades de defensa de la competencia de su país, destapó con ello el pacto oculto e ilegítimo que tenían acordado los fabricantes y lo echó por tierra. Quería demostrarnos el escritor que, para que haya democracia real (económica en este caso) deben existir y funcionar leyes que impidan los abusos de los fuertes y que permitan a los débiles recurrir a ellas, y creo que este ejemplo es muy ilustrativo de su modo de pensar.
Vargas Llosa escribió muchos libros y confieso que yo no los he leído todos, pero sí bastantes. Ha habido alguno que otro que no me ha gustado, pero ha habido muchos que sí, e iré aún más lejos y diré que entre estos hay unos cuantos que encuentro extraordinarios. Uno de ellos es el muy aclamado La verdad de las mentiras, una interesantísima y enriquecedora reflexión sobre la narración, la ficción, la literatura, el hecho de escribir y de leer, "cosillas" así. Su faceta de crítico o estudioso literario la descubrí hace muchos años, cuando, siendo estudiante de Filología, me tocó leer Tirant lo Blanc, y descubrí en la encomiable edición de Alianza un estudio inicial de Vargas Llosa que era -es- un estupendo aunque breve tratado de teoría literaria. Yendo al género en el que sobresalió, es decir, la novela, recuerdo que en el año 2000, cuando llevaba ya bastante tiempo sin leerle, me compré sin demasiada fe (fruto de la excesiva promoción que se le había hecho) La fiesta del chivo, y me encontré con una novela fabulosa. Enmarca ese relato en la República Dominicana del general Rafael Trujillo, lo que le da pie para poner en solfa al dictador y su mundo y manejar sus recursos para la ambientación histórica, que son muy brillantes, pero quiero aclarar que no debemos con esto entender que ni esa ni las otras novelas en las que los utiliza sean novelas históricas, porque en ellas esos recursos son solo un elemento auxiliar. Algo parecido ocurre con Conversación en la Catedral y La guerra del Fin del Mundo: lo que ocurre en ellas está inscrito y presentado en una concreta circunstancia histórica, pero lo que le interesa al autor y de lo que habla es otra cosa. Citaré para terminar La ciudad y los perros, de 1962, que fue su primera novela, y este es un hecho que nunca debe pasarse por alto. Le tengo un especial cariño a este libro, cuya historia me atrapó con mucha fuerza, ya que lo leí cuando hacía poco que había terminado mi servicio militar, así que los padecimientos de los cadetes del Leoncio Prado me recordaban bastante a algunos que yo había sufrido o de los que tenía noticia, por lo que me dije que algún día escribiría un libro como ese. Años después, me tomé en serio esa promesa y me puse manos a la obra: releí La ciudad y los perros, leí algunos otros libros e informes, me zambullí en las hemerotecas para buscar casos reales, consulté a mis amigos de la Organización del Defensor del Soldado... Y de ahí salió La república mejor. Naturalmente, no es La ciudad y los perros, pero a mí me sirve para ver en Vargas Llosa a mi maestro, además del genial escritor del que gustosamente he leído tantísimas páginas de esas magníficas obras que le servirán para estar para siempre entre nosotros.
El oscuro vidriero
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No sabía, Pablo, que Vargas Llosa era tu maestro literario. Y es muy interesante lo que apuntas sobre sus obras punteras y cómo se gestó tu novela «La república mejor».
Muchas gracias. Más datos: cinco años de realización, entre los que incluyo dos de hemeroteca. Es muy difícil elegir entre los grandes de la literatura hispanoamericana del siglo XX, porque hay ahí muchos escritores buenos o muy buenos, pero, guiándome por el gusto, yo me quedo con estos tres: Borges, Sábato y Vargas Llosa. ¡Menuda cantera de maestros!
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