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sábado, 21 de septiembre de 2024

La jornada partida y la jornada continuada en la enseñanza

     Por lo que llevo viendo en los medios más o menos desde principios de este mes, se ha removido en el mundo educativo el debate sobre la jornada partida y la jornada continuada, creo, aunque no podría asegurarlo, que por alguna iniciativa que ha tomado la Comunidad de Madrid en favor de la primera. En mi desempeño como profesor, trabajé nueve años en EGB y los veinteséis restantes lo hice en diferentes ramas de secundaria, tanto de la LGE como del sistema LOGSE. Mi primer contacto con el debate sobre la jornada fue en el curso 1985-1986, estando en un centro de EGB, y de entonces procede mi postura ante este asunto, que no ha cambiado y esta: para secundaria, lo más conveniente es la jornada continuada, mientaras que para primaria es mejor la partida.

    En lo referido a la secundaria, me parece que no hay margen para la discusión, porque, seamos sinceros, el asunto principal de esta controversia es la disposición del tiempo personal de padres, profesores y alumnos, y, en lo relativo a tal cuestión el ámbito educativo difiere muy poco del profesional, en el cual, con rarísimas excepciones, todo el mundo prefiere la jornada continuada, porque le deja la tarde libre, sin partírsela, lo digo en estos términos tan de andar por casa porque son los más adecuados, e incluso voy más lejos: quienes abordan este debate acudiendo a argumentos pedagógicos, psicológicos, sociológicos y blablablabla, aparte de hacerlo generalmente con generosas dosis de demagogia, parecen no percibir que se pueden encontrar argumentos de esa condición tanto para defender su posición como la contraria. En consecuencia, en este nivel la cuestión está muy clara: la jornada continuada es beneficiosa para los profesores y no perjudica a los padres, pues sus hijos están ya en edades con la suficiente autonomía como para que ellos no tengan que llevarlos al centro ni traerlos, y ni tan siquiera tendrían que estar en casa para darles la comida. 

    ¿Qué sucede con los alumnos? Pues que están ya en un rango de edad  cuya autonomía se parece a la de los adultos, así que prefieren también tener las tardes completas. Y no les perjudica tenerlas ni les impide organizar ni su ocio, ni su educación, ni su trabajo ni nada de nada, de modo que hace falta tener una jeta de cemento armado para sostener, como parecen sostener algunos por ahí, que también a los alumnos de secundaria les favorecería la jornada partida. Tengo, además, para este punto, una experiencia personal muy ilustrativa. Mi primer curso en la profesión, el 1983-84, fue en un instituto, de Bachillerato y aún me tocó aquel año dar clases por la tarde. Dos tardes por semana, tuve que hacerlo con grupos de segundo de BUP. El rechazo y la desmotivación con aquel horario se podían tocar con los dedos y más de una vez me dijeron los propios chicos que aquel segmento vespertino era inaguantable.

    Muy distinto me parece lo de la primaria y de nuevo la autonomía de los alumnos es un factor crucial. Cuando en el curso 85-86 el MEC abrió la puerta a que se implantase la jornada continuada en los centros públicos de EGB, lo hizo de una manera bastante irresponsable, pues arbitró un sistema en que el cambio de jornada quedaba en manos de los centros, que podían conseguirla si había acuerdo entre los profesores y los padres, es decir, dio carta blanca al caos, al dejar en manos de estos colectivos lo que sin duda era potestad y OBLIGACIÓN de la Adminsiración, que es quien tiene la responsabilidad de gestionar los servicios públicos. No debemos pasar por alto que entonces mandaba el PSOE, o sea, el partido que cuatro años después implantaría el caos educativo bajo la forma de una ley orgánica: la funesta LOGSE, así que este disparate de la jornada continuada bien puede considerarse un aviso. Hay, además, otro factor que lo vincula con la LOGSE. Como pude ver con mis propios ojos, la marejada por la jornada continuada en EGB era cosa en realidad de los profesores de la llamada segunda etapa, es decir, los cursos 6º, 7º y 8º, y la normativa aquella que dejaba su implantación en manos de profesores y padres fue fruto de la presión de los sindicatos, como también lo fue que en la nefasta LOGSE los cursos 7º y 8º dejaran de ser de primaria y pasasen a ser de secundaria, bajo la forma del primer ciclo de la ESO (cursos 1º y 2º), probablemente la novedad más demencial de esta catastrófica ley. Y, según circuló entonces por todos los foros educativos, fue el coladero hacia la jornada continuada que impusieron los sindicatos al negociar la ley, en vista de que el truquito de negociarlo centro a centro con los padres tuvo unos resultados muy pobres. 

    En el centro en que yo estaba se impulsó esa negociación, y diré por qué: porque había una profesora de segunda etapa que tenía un interés personal muy fuerte en la jornada continuada, que fue quien lo movió todo. Los profesores de preescolar, ciclo incial y ciclo medio (alumnos de cuatro a once años) se mostraban muy remisos, aunque no lo decían abiertamente, y entre los de segunda etapa algunos veíamos una cosa: que para nuestros alumnos el cambio era medio viable, pero, para los otros ciclos, no era bueno. Con el adelanto de la hora de entrada que inevitablemente imponía, íbamos a hacer madrugar a niños muy pequeños, y eso no es bueno; el atracón concentrado de trabajo que suponía meter todas las horas de clase en la mañana era desaconsejable incluso para nuestros alumnos de sexto y, por último, el hecho de que gran parte de los alumnos del centro no tuviesen aún la autonomía para irse solos a casa a una hora en la que muchos padres no estaban era perjudicial para las familias. Eso era lo que sabían los profesores de los alumnos de entre cuatro y once años, pero no se atrevían a decirlo en voz alta, por lo menos, el año en que yo estuve. Al siguiente, que era en el que se tenía que tomar la decisión, no se tomó, pero ni la profesora que lo movió todo ni yo estábamos ya allí. 

    Suele decirse que los colegios no son guarderías, pero los profesores de primaria deben asumir una cosa: que, aun siendo eso verdad, de manera implícita, cumplen la función y lo sensato es aceptarlo y desempeñarla lo mejor posible. Lo he visto como padre y como profesor y, sinceramente, creo que para los niños de esa edad es más benigno el horario de la jornada partida y, por otra parte, lo que beneficia a muchas familias tampoco debe menospreciarse, porque no dejamos de ser los agentes de un servicio a la sociedad. Quiero añadir además esto: al contrario que el de secundaria, por razones de edad, el alumno de primaria asume bien el hecho de estar en el colegio por las tardes -en realidad, empieza por no plantearse tan calderoniano conflicto-, pero es cierto que en esa banda las clases se hacen más cuesta arriba. Ahora bien, como desde hace ya bastante en los centros se divide en dos periodos de 45 minutos (y no de una hora, como fueron durante mucho tiempo), esto se ha mitigado mucho. Que nadie me venga con que las clases de tarde son completamente inútiles porque no se puede hacer nada, pues he dado centenares de ellas y ya lo creo que se pueden aprovechar, como he hecho yo mismo y he visto hacer a decenas de compañeros.

    Aunque me lluevan tomates, patatas podridas y gatos muertos, debo decir que el profesor de primaria que se afane por la jornada continuada pensando solo en su mejora horaria no está siendo un buen profesional. Y, a última hora, quien no esté para muchos planteamientos altruistas, que piense que en los centros privados y concertados sí que van a estar dispuestos a responder a esa demanda de los padres, y no están los tiempos como para ponérselo fácil a la competencia. Por otra parte, sería realmente chusco que cierta necesidad social la tuviera que afrontar el sector privado porque la enseñanza pública dejara de cubrirla.

    

 

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