Rebuscando en internet, encuentro un tuit de Salud Pública de las 18:00 horas del pasado 3 de marzo en el que se notifican como confirmados 151 casos de coronavirus en toda España, de los que 13 pertenecían al País Vasco, mientras que no constaba ninguno de Galicia. En la página del Ministerio de Sanidad, leo hoy los siguientes datos, que corresponden a la actualización del 10 de julio: 2.944 casos diagnosticados en toda España en los últimos siete días, de los que 120 se han producido en el País Vasco y 167, en Galicia, es decir, en las comunidades cuyos gobiernos se arriesgaron a convocar elecciones para el 12 de julio. En ambas ha habido al menos desde el pasado lunes una preocupante tendencia al aumento de casos. Saque cada cual sus conclusiones y líbrenos Dios de repeticiones de la historia que podrían resultar trágicas.
La verdad es que este asunto de las elecciones vascas y gallegas me tiene perplejo desde los días de su convocatoria. El 24 de abril, en una comparecencia en la que no ahorró embusteros elogios a su gestión de la pandemia, que había dejado mucho que desear, ni demagógicas presuposiciones acerca de la idoneidad del mes de julio (que la realidad se ha encargado de demoler), Urkullu anunció lo que luego haría: convocar las elecciones vascas para un 12 de julio que no ofrecía ninguna de las certezas que él pregonaba. El 18 de mayo, Núñez Feijoo convocó las gallegas también para ese 12 de julio, argumentando con una demagogia mucho más sutil que la de su homólogo vasco la supuesta seguridad de esa fecha que le había revelado su bola mágica, la cual también ha fallado estrepitosamente. La realidad era la misma para ambos: que convocaron para lo antes posible porque les parecía lo mejor para sus intereses, que consideraban más amenazados por el desgaste cuanto más tiempo transcurriera. Todo esto contó con la complacencia del Gobierno central, recordad que estamos hablando de aquellas fechas en las que empezaban los mercadeos de los cambios de fase y los premios o castigos según de qué comunidad se tratase. Y ahora hemos llegado a donde estamos: unas elecciones que van a celebrarse en medio de la incertidumbre que produce una explosión de rebrotes nada tranquilizadora.
Creo que es inevitable el acordarse del 8-M, porque, si allá por marzo, con el fin de favorecer sus intereses, los gobernantes nacionales dilataron la toma de medidas contra una epidemia cuya gravedad era ya evidente, de forma análoga, para convocar y mantener tal cual estas elecciones de julio, ciertos gobernantes regionales han actuado mirando antes que nada sus intereses. Y, en ambos casos, han demostrado escasísima sensibilidad hacia la salud de una ciudadanía expuesta a peligros más que hipotéticos. Sí hay, no obstante, alguna diferencia: en marzo todavía podían alegar cierto desconocimiento (muy dudoso) sobre la letalidad y agresividad del virus, mientras que esto ahora sería inadmisible, aunque a cambio los rebrotes de hoy nos pillan más informados, prevenidos y equipados, además de que, por lo que se nos está asegurando, la enfermedad ataca con menor contundencia. Esperemos que todo esto sirva para que no tengamos que lamentar consecuencias graves, pero lo que parece incuestionable es que algunos gobernantes no están haciendo buenas esas pildoritas propagandísticas que llevan meses metiéndonos con embudo: ni están saliendo más fuertes, ni están saliendo mejores. A los señores Urkullu y Feijoo tampoco les importa mucho, a ellos les bastaría con salir elegidos.
Creo que es inevitable el acordarse del 8-M, porque, si allá por marzo, con el fin de favorecer sus intereses, los gobernantes nacionales dilataron la toma de medidas contra una epidemia cuya gravedad era ya evidente, de forma análoga, para convocar y mantener tal cual estas elecciones de julio, ciertos gobernantes regionales han actuado mirando antes que nada sus intereses. Y, en ambos casos, han demostrado escasísima sensibilidad hacia la salud de una ciudadanía expuesta a peligros más que hipotéticos. Sí hay, no obstante, alguna diferencia: en marzo todavía podían alegar cierto desconocimiento (muy dudoso) sobre la letalidad y agresividad del virus, mientras que esto ahora sería inadmisible, aunque a cambio los rebrotes de hoy nos pillan más informados, prevenidos y equipados, además de que, por lo que se nos está asegurando, la enfermedad ataca con menor contundencia. Esperemos que todo esto sirva para que no tengamos que lamentar consecuencias graves, pero lo que parece incuestionable es que algunos gobernantes no están haciendo buenas esas pildoritas propagandísticas que llevan meses metiéndonos con embudo: ni están saliendo más fuertes, ni están saliendo mejores. A los señores Urkullu y Feijoo tampoco les importa mucho, a ellos les bastaría con salir elegidos.
Esperemos y deseemos que no pase nada. Pero están jugando con fuego.
ResponderEliminarEse es precisamente el fondo de este artículo. Alguien podría objetar con toda la razón del mundo que en alguna fecha se tendrían que poner las elecciones, pero lo que indigna es que la que se eligió, sin estar mal pensada, se eligió sobre todo porque convenía a los convocantes y se presentó como la octava maravilla que en realidad no era. No se puede estar siempre engañando a la ciudadanía. Y luego, cuando a la hora de la verdad el 12-J ha coincidido con fuertes rebrotes, la posición de esos convocantes ha sido esta: cualquier cosa menos que me toquen mis elecciones. La misma actitud que el PSOE, Podemos y la izquierda ante el 8-M: no han aprendido nada.
EliminarSe sigue anteponiendo el interés político espurio por encima de todo. El poder por el poder. En Francia pasó lo mismo. Macron no tuvo problemas en seguir con las municipales. Con el precio económico y de todo tipo que hay que pagar. No tienen escrúpulos ni vergüenza. Es gente muy peligrosa. Esperemos que no sea un nuevo 8-M. Pero la incoherencia y la inmoralidad de esta gente no tiene límites ni principios.
EliminarCiertamente, si miramos hacia el exterior, también encontramos un buen puñado de abusos, temeridades o disparates.
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