Tomo prestado para este artículo el título de una comedia del año 1969, de la que os dejo el cartel en plan nostálgico:
Naturalmente, habréis entendido que en realidad de lo que quiero hablar no es de El taxi de los conflictos, sino de los conflictos del taxi, o sea, del tremendo follón que han montado los taxistas en los últimos días, aunque viene ya de lejos y lo de ahora es simplemente la última muestra de los extremos a los que están dispuestos a llegar quienes están llevando a cabo las movilizaciones. No hará falta que os diga que lo que pretendo aquí no es descalificar ni al sector en su conjunto ni a los miles de taxistas educados y pacíficos que existen, pero tampoco pienso ocultar mi absoluto rechazo y antipatía hacia las acciones que estamos presenciando con los pelos de punta y hacia el comportamiento cavernícola de buena parte de los que participan en ellas. Ya de por sí es bastante grave el chantaje a toda la sociedad que representa la pretensión de estos señores de paralizar el tráfico de las ciudades (en este momento, Madrid y Barcelona), el dejar desasistidos de transporte los aeropuertos y estaciones (porque ¡ay del que ose acercarse por allí a hacer lo que ellos se niegan a hacer!) y el amenazar con arruinar la ya próxima edición de FITUR, un evento internacional que importa mucho a la economía y el prestigio de España, pero lo que ya resulta inadmisible es la violenta intimidación que los huelguistas están imponiendo no solo sobre sus competidores, sino también sobre los usuarios. Esta violencia, que, como sabréis, ha alcanzado también a algunos miembros de las fuerzas de seguridad, retrata a sus autores como unos energúmenos sin justificación posible y ha tenido múltiples episodios, de los que os dejo tres ejemplos: el hostigamiento a Albert Rivera y el ataque a un transporte para minusválidos (podéis verlo en este artículo) y el asunto de la "chinita" que lanzaron contra el vehículo en el que viajaba la hija de Carlos Sainz: para haber matado a alguien, mirad, si no me creéis, lo que cuenta el conductor y las imágenes del pedrusco que les tiró el descerebrado que fuera.
Desconozco los pormenores de este conflicto, pero estoy convencido de que los taxistas lo van a perder. En primer lugar, porque no tienen razón: ¿os imagináis, por ejemplo, que, cuando hace unos años empezaron a abrirse hamburgueserías, los hosteleros la hubiesen emprendido a pedradas con establecimientos y clientes y hubiesen pretendido que las autoridades les impusieran a sus nuevos competidores unas condiciones asfixiantes? Habría sido una burrada, ¿verdad? Pues no muy distinto es lo que están haciendo hoy los taxistas. En segundo lugar, por su comportamiento cerril, que los descalifica por completo. Y además de perder el conflicto, me temo que van a perder el prestigio, mejor dicho: eso lo están perdiendo ya día a día. En realidad, lo único que les está dando oxígeno es la lamentable tolerancia que los responsables políticos están ofreciendo ante sus desmanes y sus descabelladas pretensiones, pero cada vez sorprende menos la pasividad de los gobernantes españoles de hoy con los cavernícolas, así nos va.
Haría bien el sector del taxi en emprender una buena autocrítica y una regeneración más buena aún, porque lo cierto es que existen dentro de él demasiados elementos que no tratan bien ni a sus propios usuarios, basta con ver el torrente de quejas que se ha desatado en los foros a raíz de los eventos de los últimos meses. Yo mismo, que apenas cojo taxis, tuve ocasión hace nada de presenciar un lamentable incidente. Pasaba junto a una parada de autobús en la que había bastantes personas y, al trasponerla, vi que unos chicos estaban ayudando a levantarse a una señora que estaba caída en la calzada, junto a la acera. Me acerqué a ayudar yo también y así me enteré de lo que había ocurrido: como tenía un poco de prisa y veía que el conductor remoloneaba ostensiblemente y hacía lo posible por que se le cerrasen los semáforos, la mujer le pidió que fuera un poco más rápido; como insistía, el taxista se puso a gritarle y la echó del coche, dejándola como yo la vi: tirada en el asfalto (no me quedó claro si la empujó o la hizo caer al poner en marcha el vehículo mientras ella se bajaba). Luego salió zumbando, tan deprisa que ni los chicos pudieron verle la matrícula. La señora tuvo bastante suerte, porque no sufrió ningún descalabro, pero, aun así, yo le recomendé que denunciara el hecho. No estoy fabulando: ocurrió en Madrid, en el cruce entre las calles Ramón y Cajal y Torrelaguna, a las 14:35 del jueves 17 de enero. A lo mejor estas cositas también influyen en que cada vez más gente prefiera esas plataformas que tanto disgustan a los taxistas: ¿están seguros de que lo suyo se arregla a pedradas?
La guerra del taxi es compleja y no estoy en condiciones de desvelar todas sus claves. Pero sí hay algunos asuntos muy claros. Uno, una huelga salvaje que bloquee calles por días y emplee la violencia es ilícita e inaceptable. Dos. Un ministro del ramo está para gobernar, no para pasar la patata caliente a otras administraciones. Tres. La libre competencia es consustancial a una sociedad democrática, está consagrada en la Constitución y los monopolios eran típicos del franquismo. Cuatro. Si es verdad que los VTC y demás pagan menos impuestos, pues que el gobierno regule con claridad su carga fiscal. Cinco. Si es verdad que sus trabajadores están explotados, que intervenga la Inspección de Trabajo. Finalmente, como lección democrática es deprimente que tras acciones violentas haya una administración, la Generalidad de Cataluña, en complicidad con el Ayuntamiento de la Ciudad Condal, que les dé la razón a los energúmenos que han utilizado el terrorismo callejero y profesional para llevarse el gato al agua. Otra observación. No sé si el cierre de las plataformas en Barcelona es una estrategia de presión o una rendición, pero me parece increíble e inaceptable que ni las administraciones ni los sindicatos digan nada de los miles de trabajadores que pueden quedar en la calle. ¿Alguien debería protegerles? No sé si las plataformas nos van a llevar a un capitalismo salvaje. Lo que sí hemos visto es una huelga salvaje (esa sí), un colectivo que no quiere perder privilegios y no acepta la libre competencia y una falta de transparencia en el asunto de la reventa de las licencias, que por supuesto no pagan sus correspondientes impuestos cuando se produce un incremento patrimonial. Siempre se ha hablado de la mafia del taxi. Parece que habrá que pensar que no es una leyenda. Y los poderes públicos no deberían ser cómplices o pasivos con esa mafia. En un Estado de Derecho las mafias se desarticulan y se disuelven.
ResponderEliminarAmén y solo una pequeña observación: ¿has oído lo que han dicho los empresarios de las VTC de Barcelona de que la Generalidad les ofreció que trabajasen ilegalmente y que ellos harían la vista gorda? Típico estilo "prusés": el engaño como método, así que me lo creo.
EliminarNo sé si será verdad, pero es verosímil y terrible.
EliminarHa salido en varios telediarios y luego he visto uno en que un representante de esa caricatura de gobierno que se llama Generalidad le ha dado la más firme de las confirmaciones: un desmentido a medias.
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