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lunes, 10 de septiembre de 2018

Móviles en las aulas: ni Delibes, ni Celaá, ni "ná de ná"

   Después de estar hace unos días a punto de sufrir un ataque cardiaco por el precedente ataque de risa que me produjo la ministra de Educación con su anuncio de que el Gobierno estudiaba la posibilidad de prohibir los móviles en las aulas, hoy han estado a punto de salírseme los ojos de sus albacetes, digo de sus cuencas, cuando he leído una columna de "El Mundo" titulada Estudiar a otra Delibes, en la que su autora, Berta González, presentaba a la que fuera viceconsejera de Educación de Lucía Figar entre 2007 y 2015 como el modelo a seguir en materia de legislación educativa. ¿En qué se fundamenta? En un hecho innegable: que la señora Delibes impulsó en la comunidad de Madrid una normativa que ya en 2007 prohibía el uso de los móviles en las aulas. Pero este mérito debe ser analizado más a fondo, porque a menudo sucede que detrás de unos hechos innegables vienen otros hechos también innegables que los anulan, los invalidan o los pervierten, y así ha ocurrido en este caso, vayamos por partes.
   En lo tocante al anuncio de la señora Celaá, me voy a extender poco, ya que hay poco que decir en materia educativa cuando se habla del PSOE, el partido que es con diferencia el que más daño le ha hecho a la enseñanza española, especialmente (pero no solo), por la catastrófica LOGSE y el discurso contrario al conocimiento, el esfuerzo, la cultura, el respeto y el juego limpio que esa ley impuso en ella como marco referencial y de corrección política. Que ahora el PSOE venga diciendo que a lo mejor prohíbe los móviles para disminuir la adicción digital de los estudiantes cuando hace no tanto, con el nefasto Zapatero, impulsó una demencial invasión de ordenadores y tabletas en las aulas, es algo que produce repugnancia, pero el Gobierno no se queda ahí en su escalofriante frivolidad, sino que reconoce que estudia esa medida siguiendo el ejemplo de Francia. Uno podría preguntarse: ¿y qué narices importa Francia? La enseñanza francesa tiene sus circunstancias y nosotros tenemos las nuestras, y son estas las que el Gobierno debería conocer y tomar como motivación de sus actuaciones: si se decidiera a hacerlo, vería que además de los móviles hay otras cosas que se deberían eliminar de la enseñanza, tales como la indisciplina, la grosería o la falta de estudio. A este Gobierno infantil que padecemos podría decírsele aquello que nos decían nuestras madres cuando éramos niños: ¿y si Macron se tira a un pozo vosotros y vosotras os tiráis a un pozo?
    Tampoco habrá mucho que decir en torno al almibarado artículo de doña Berta González, que apostaría algo a que de vez en cuando merienda con Alicia Delibes. El Decreto 15/2007 de la Comunidad de Madrid es, en efecto, una excelente norma para la defensa del orden y la buena convivencia en los centros educativos y en algún artículo de este blog se lo agradecí a doña Esperanza Aguirre, como aprovecho ahora para agradecérselo a las señoras Figar y Delibes. Voy más lejos: cuando se implantó, el equipo directivo del centro en que yo estaba entonces, que era tan progre que no podía soportar la existencia de una norma tan facha, tan sancionadora de los gamberros y tan del PP, tuvo la progresista ocurrencia de intentar hurtar al profesorado la información sobre esta medida a la que la ley le obligaba, lo cual me forzó a impugnarles el claustro más vergonzoso al que he asistido en mi vida, una cosa bolivariana, lo menciono en Lo que estamos construyendo, ese librito del que acabaré comiéndome con patatas un buen montón de ejemplares. ¿Cuál es el problema, entonces? Uno muy típico en nuestra España querida: que esa estupenda norma los encargados de aplicarla se la pasan por el c _ _ _. Así lo hicieron en ese centro y en otro en el que estuve después: durante los diez años que van de 2007 a 2017, sus equipos directivos, ante constantes y numerosos actos de gamberrismo, indisciplina y, muy especialmente, falta de respeto a los profesores, se inhibieron en la aplicación de la norma sancionadora, aplicaron paños calientes en defensa de los infractores y dejaron a los perjudicados en la absoluta desprotección. Lo he visto y lo he padecido en múltiples ocasiones concretas, ante alumnos cavernícolas y padres más cavernícolas aún, y no solo eso, sino que no han sido pocas las ocasiones en las que he visto a directores y jefes de estudios no ya "ser comprensivos" con los energúmenos, sino ponerse abiertamente de su lado. En cuanto al tema concreto de los móviles, recuerdo una anécdota realmente chusca en un claustro de inicio de curso, hará tres o cuatro años: un jefe de estudios dijo que tendríamos que "aprender a convivir con ellos". Los profesores nos quedamos con cara de idiotas, hasta que alguien le pidió que aclarase lo que quería decir, pero no voy a castigaros con la "aclaración". Doy por supuesto que todos sabréis muy bien que estas cosas pasan y han pasado en muchos centros de Madrid, y no solo en los míos.
   ¿Y la inspección qué hacía? Me da la risa amarga. ¿Y la Administración? Ídem, y si alguien duda de su abandono en este terreno, que consulte los múltiples estudios que hay, las denuncias ante los sindicatos o incluso ante la propia Administración, pero ya señalo otro secreto a voces: que, en el caso de los profesores, estas últimas serán muchas menos de las que debieran, pues han estado restringidas por el hecho de que los despachos les inspiraban más miedo que confianza, también hablo de ello en mi librito. Este es, en conclusión, el inconveniente que descalifica a Alicia Delibes como referente en materia de disciplina escolar: su discurso era impecable, pero ha sido sistemáticamente traicionado por la Administración en la que ella misma ha ocupado un altísimo cargo durante ocho años. No basta con predicar, hay además que dar trigo, así que el articulito de doña Berta González es pura inconsistencia.
    En conclusión, cuando desde cualquier instancia política española se me habla de controlar el mal comportamiento en los centros, no me creo ya ni una sola palabra: ni Delibes, ni Celaá, ni "ná de ná"; el actual sistema educativo y sus valedores no me inspiran la menor confianza y solo empezaré a prestar atención a quien haga algo (HAGA, no diga) que vaya en la línea de fomentar el trabajo, el respeto, el estudio, el esfuerzo y el recompensar a cada cual según sus méritos.    

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